Macondo, el pueblo fundado por José Arcadio Buendía es un espacio mágico donde lo real y lo irreal se confunden, se retroalimentan y se funden. Aquí todo puede suceder y, por fantástico que parezca, se nos plantea como real y posible. Quizás todo esto puede ser resumido en los dichos del gitano Melquíades cuando señala […]
Macondo, el pueblo fundado por José Arcadio Buendía es un espacio mágico donde lo real y lo irreal se confunden, se retroalimentan y se funden. Aquí todo puede suceder y, por fantástico que parezca, se nos plantea como real y posible. Quizás todo esto puede ser resumido en los dichos del gitano Melquíades cuando señala que «las cosas tienen vida propia… todo es cuestión de despertarles el ánima». América Latina es, sin duda, un continente real, pero al mismo tiempo maravilloso. Entonces, no es extraño que sea aquí donde se ha plasmado de manera «casi natural» el género literario del Realismo Mágico y, por extensión, también casi natural, el género de la política mágica, donde, por obra y gracia del espíritu santo y del marketing, las elecciones se transforman en democracia y la democracia en meras elecciones. Estas parecen tener vida propia alimentada por políticos de distinto signo que aparecen en periodos eleccionarios y desaparecen inmediatamente después de éstos para sumergirse en la burocracia y en la distancia del poder. Pero América Latina es un continente muy diverso, heterogéneo y disímil donde han coexistido las dictaduras, las guerras, la religión, la superstición, el odio, el amor, la ternura y los sueños, lo cual también se ve reflejado en la combinación de elementos reales con elementos fabulosos o fantásticos que eliminan las fronteras entre lo real y lo irreal, por lo que nunca se sabe cual es cual. Lo cotidiano pasa a ser mágico y lo mágico cotidiano, invitándonos a imaginarnos el mundo de esta peculiar manera. Es desde este realismo mágico que abordamos temas importantes para el continente como los regímenes dictatoriales, lo indígena, lo político, la superstición y la religión, entre otros. Todo lo anterior sirve, además, para rescatar y proyectar la identidad de lo latinoamericano y de una supuesta democracia que, en términos generales, excluye al pueblo del proceso de toma de decisiones. Excepto, claro está al momento de las elecciones donde proliferan candidatos y promesas de todo tipo en las cuales, desafortunadamente, mucha gente aún cree. Es que a veces, cuando se ha vivido en dictadura, como es el caso de Chile, cualquier cosa es mejor que el terror de los militares. Entonces se aprecia el sistema actual, aunque, en los hechos, el sistema político y el modelo económico sean exactamente los mismos que instauraron a sangre y fuego las fuerzas armadas. Por lo mismo, no sorprende que de los cuatro candidatos presidenciales, sea Michelle Bachelet, representante de la «Concertación de partidos por la Democracia», coalición gobernante, la con mayores probabilidades de emerger victoriosa en las elecciones a realizarse en diciembre. Su militancia socialista y su condición de mujer parecieran sugerir posibilidades de cambio, de superación de la pobreza y la desigualdad social, una mayor cercanía a los verdaderos problemas de la gente, una atención prioritaria hacia las mujeres y su inaceptable postergación a ciudadanas de segunda clase por el solo hecho de ser mujeres en un país culturalmente machista. Pero no nos equivoquemos: Bachelet es la candidata del modelo, de los empresarios, de los ricos, de los Estados Unidos. Es la candidata del modelo neoliberal y la continuación de las políticas del presente gobierno que en 15 años ha profundizado la brecha entre ricos y pobres en el país. No por nada los empresarios han ungido al presidente Ricardo Lagos como su presidente. Es que los empresarios nunca han ganado más plata que con los gobiernos de la Concertación y por ello tienen lógica y coherencia las palabras de Hernán Somerville, ex presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio y de la Asociación de Bancos, cuando señaló que «los empresarios aman a Lagos». De la misma manera, no cabe duda, amarán a Bachelet.
Diametralmente distinta es la situación en Bolivia donde se vislumbra la posibilidad real de realizar cambios sociales, políticos y económicos profundos. Es que allí, producto de la movilización del pueblo, se forzaron elecciones presidenciales y generales. Es más, huelgas y paralizaciones, protestas callejeras y bloqueos de caminos lograron derrocar a dos presidentes que – como no – reproducían el modelo neoliberal. Pero Evo Morales, candidato del Movimiento al Socialismo MAS, se plantea la refundación de Bolivia. Primero, convocar a una Asamblea Constituyente que tenga verdadero poder de decisión, ello significa, como señala Morales, «que los pueblos indígenas, los campesinos excluidos mediante un modelo neoliberal, apostamos a ser actores de nuestro propio desarrollo, acabar con ese modelo. Es decir, que los recursos naturales sean el nuevo régimen económico de la nueva Bolivia con justicia y equidad, vivir en la diversidad. Segundo, nacionalizar los recursos naturales, especialmente los hidrocarburos, el gas natural, y tercero, acabar con las formas de concesionar o privatizar los recursos naturales. Un nuevo modelo de redistribución de la riqueza. El ALCA y la deuda externa son instrumentos de sometimiento, que tienen que ver con el comercio. Queremos propuestas para acabar con la pobreza, no fomentarla».
Entonces, Evo Morales impulsa una revolución democrática y cultural que desafía a los Estados Unidos mientras que Michelle Bachelet continuará promoviendo los Tratados de Libre Comercio que solo hacen más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. El pueblo boliviano se inserta en la corriente latinoamericana que aboga por la integración continental y el desarrollo independiente, mientras que Chile sigue siendo el paraíso neoliberal que solo mira hacia Estados Unidos. Pero, pase lo que pase, los pueblos de América Latina deberán continuar luchando por construir verdaderas democracias que no se reduzcan al ejercicio formal de la celebración de elecciones cada cierto tiempo. Se trata de trascender la democracia simbólica y ritual para construir la democracia real, donde el poder radique en el pueblo. Además, no podemos ignorar que, incluso cuando los pueblos ganan las elecciones, estas son desconocidas por las clases dominantes. No debemos jamás olvidar el dramático derrocamiento de Salvador Allende en Chile y, por cierto, los intentos de derrocar al presidente Hugo Chávez de Venezuela quien ha ganado todos los procesos electorales en los cuales ha participado. Es que América Latina es un continente mágico donde todo puede suceder, porque las cosas tienen vida propia y todo es cuestión de despertarles el ánima.
El Autor es Sociólogo y Director del Centro de Estudios Interculturales ILWEN – Chile