El nombre y su filiación política es lo de menos; podría sucederle a muchos otros. Hace unos días, en el Congreso, un diputado se dejó llevar por sus impulsos y tuvo que ser agarrado por sus compañeros para impedir que se liara a puñetazos con otro parlamentario. Algunos comentaristas disculparon su actitud violenta esgrimiendo la […]
El nombre y su filiación política es lo de menos; podría sucederle a muchos otros. Hace unos días, en el Congreso, un diputado se dejó llevar por sus impulsos y tuvo que ser agarrado por sus compañeros para impedir que se liara a puñetazos con otro parlamentario. Algunos comentaristas disculparon su actitud violenta esgrimiendo la proximidad del agresor con uno de los muertos en el polémico incendio forestal de Guadalajara. Es que estaba muy sensibilizado, arguyen. Vaya, parece que algunos muertos sí duelen, carajo, ¡y disculpan la violencia empleada en lamentarlo! Si los actuales gobernantes son culpables de los muertos del incendio, cuan culpables serán los gobernantes anteriores -y los que les apoyaron- de los miles de muertos que han sucedido en todo el mundo tras la invasión de un país soberano como Irak (por muy tirano que fuese Sadam, acaso imaginamos a Estados Unidos bombardeando Madrid y torturando a sus ciudadanos con la excusa de cargarse a Franco). No pretendo hacer demagogia uniéndome a una propuesta insinuada estadísticamente hace un par de años por Michael Moore, pero son los hijos y las hijas de los políticos los primeros que deben ir al frente cuando son esos políticos los que deciden crear las guerras. El diputado matón del Congreso, con su sensibilidad herida, responde al guión. Es posible que corramos el riesgo de que los políticos conviertan el dolor por sus hijos muertos en fanatismo y acaben creando una familia de mártires dispuestos a todo, pero estoy dispuesto a correr ese riesgo, pues se confirmaría que su reacción es tan humana como la de algunas familias desgraciadas del mundo, con personas viudas o huérfanas dispuestas a llevar su humanidad al límite de la violencia. También sería posible que rectificasen cuando mirasen al miedo con sus propios ojos. El error es burlarse de la condición humana creando guerras criminales con supuesta moralidad.
No caer en la trampa, me molesta profundamente este debate superficial -clasista y cargado de soberbia- de pensar que existen códigos de moralidad dentro de las guerras, e igualmente me sorprende que los mismos que provocan o digieren las guerras se escandalicen de que sus propios soldados torturen gratuitamente y humillen a presos iraquíes. Algún día se juzgará con justicia el daño que Hollywood ha hecho a la paz del mundo. Si yo fuese soldado -harto difícil- haría cualquier cosa por salvar mi irrepetible y finita vida, empezando por disparar como un loco contra todo lo que se mueve. En eso consiste la guerra para un soldado, en volverse lo suficientemente loco para sobrevivir y disparar, no tiene otro matiz. El problema, decía, es empezarlas, porque la Historia de la Humanidad enseña, desde la primera contienda, que la guerra consiste en romper todas las reglas de la humanidad.
Para mí, una de las lecciones mas ejemplares del horror en el que nos han metido estos políticos sanguinarios la he encontrado estos días en las declaraciones de Ken Livingstone -apodado el rojo desde hace años-, el alcalde de Londres. Tras el atentado declaró con valentía que los muertos de su ciudad son, sin ningún género de dudas, el resultado de la brutal política colonial llevada por Occidente contra Oriente durante décadas. Tres días después del atentado, que fue una lógica acción de guerra cometida por fanáticos que se sienten en guerra, como Bush, Blair y Aznar en Azores, exacta y moralmente igual-, el propio Livingstone defiende que su policía dispare de un tiro en la cabeza si es preciso contra los sospechosos que no puedan ser reducidos de inmediato. Es lógico que defienda a sus ciudadanos, y esa es la salvaje lógica de la guerra, de la que no se puede esperar otra cosa. En esto coincido y admiro la altura moral que tuvo Julio Anguita cuando perdió a su hijo y, pese al dolor, no señaló al soldado que disparó sino a la guerra en si misma y a los que las provocan desde un despacho. Y mientras, ¿qué hacemos los que estamos en medio de estos fanáticos?