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Emmanuel

Fuentes: Rebelión

Nadie se podía imaginar que Emmanuel no estuviera con Clara allá en lo inhóspito de la selva y que fuera la única razón para que ella pudiera mantener la esperanza y los deseos de vivir. La manía de pasarnos películas imaginarias nos llevaron a ver a la cautiva madre preparando al niño para los días […]

Nadie se podía imaginar que Emmanuel no estuviera con Clara allá en lo inhóspito de la selva y que fuera la única razón para que ella pudiera mantener la esperanza y los deseos de vivir. La manía de pasarnos películas imaginarias nos llevaron a ver a la cautiva madre preparando al niño para los días que inminentemente vendrían. Un extraño aparato del que quizás pudiera tener alguna referencia por los sobrevuelos y los bombardeos del Plan Colombia, dormir en una cama con colchón, ver los edificios, los carros, gente vestida de colores diferentes al cotidiano verde y, además, una abuela. Pensamos que la entrega era el 24 de diciembre y que sería un inmenso gesto de ternura navideña. Luego pensamos que si lo era el 28 sería un homenaje a los niños que inocentemente han sido víctimas de los déspotas y los tiranos. Y finalmente aceptamos que el mismo día treinta y uno sería extraordinario y un especial motivo para recibir con optimismo el nuevo año. Pero nadie podía imaginarse que desde hacía tres años Emmanuel había empezado a recorrer un extraño camino a la libertad y que paradójicamente el estar libre se convertiría en uno de los obstáculos para que su madre recobrara también la suya.

Pero Emmanuel no es un niño completamente libre. Como se lo merece.

Emmanuel sigue encadenado a planes tácticos y estratégicos. A campañas mediáticas. A intereses políticos. A contrapunteos. Y seguramente por su peregrinar miserable tenga la pequeña mentecita presa de recuerdos sombríos y dantescos. A los estremecedores ruidos de la selva y de la guerra que marcaron su nacimiento. A seres extraños que lo acogen, lo rechazan, lo cuidan y hasta lo desprecian. Pero que lo usan.

Lo mejor que podría hacerse es que nos olvidáramos de Emmanuel. Que no aspiremos, con desinteresada solidaridad o con calculada morbosidad, a ver la toma del instante del abrazo con la abuela. Que no pretendan mostrarnos la cicatriz del bracito partido ni las huellas de las picaduras de los insectos. Ni sus ojos tristes. Ni que sicólogos dicten cátedra pública y barata sobre cómo debe ser tratado. Para que Emmanuel aprenda a montar en bicicleta y a darle patadas a una pelota sin estar rodeado de escoltas, periodistas, curiosos y chismosos. Para que tenga la oportunidad de ser un niño común y corriente.

Olvidarnos de Emmanuel. Que no es olvidarnos de su madre, ni de los demás secuestrados. Tampoco de los desaparecidos. O de los millones de desplazados. Miles y miles de ellos niños o niñas, tan inocentes y desamparados como Emmanuel. Ni de esta guerra cada día más infame que clama angustiosamente por una salida política y no su infernal continuación. La liberación de Emmanuel no puede ser la justificación para aventuras de rescates militares y políticas de tierra arrasada y de exterminio. Ni para venganzas ni para retaliaciones. Hoy lo único justificable son las entregas, el intercambio y la paz.

La prueba del ADN no prueba todo. Podrá probar, en este caso, que el niño sí era Emmanuel. Podrá probar que la guerrilla cometió una torpeza al no advertir a tiempo que el niño estaba fuera de la selva. Pero no prueba, como quieren hacerlo creer, que Uribe, Santos y José Obdulio no son el régimen de la mentira, el engaño y la trapisonda. Eso es otra cosa.