Empar Pineda Erdozia es una referente histórica para los feminismos, para la visibilidad lésbica, para las luchas antifranquistas. Presente en movilizaciones, jornadas, medios de comunicación… Empar siempre ha estado. En esta entrevista desgrana algunos de sus recuerdos que ya forman parte de la memoria colectiva.
Todos los lunes por la tarde, Empar Pineda Erdozia se rodea de libros, carpetas, archivadores, carteles, fotos y recortes de prensa. Y se sumerge en recuerdos de las luchas que ha encarnado: la resistencia antifranquista, la militancia comunista, el movimiento feminista en los años 70, las luchas por el aborto, el divorcio y la eliminación del adulterio. Fue también una de las primeras lesbianas visibles en medios de comunicación en el Estado español, con un discurso que ponía en el centro el deseo y una sexualidad gozosa y fuera de la norma.
Pineda colabora con el Centro de Documentación Armand de Fluvià, que reúne una parte de la memoria histórica de las disidencias sexuales y de género en el Estado español. Dice, con ironía, que esta labor es una especie de penitencia, un castigo autoimpuesto. Cuando se está protagonizando la historia, a veces dejar registro queda en un segundo plano. “Yo no sé si por pereza o por falta de ponernos a pensarlo en serio, las feministas hemos sido más de tradición oral”, cuenta. Sin testimonios escritos, dice, a las palabras se las lleva el viento y las cosas quedan en “aventuras generacionales”. Esta tarde agarra al vuelo las anécdotas que no quedaron registradas, pero que hicieron historia. ¿Vamos entrando en harina?
Madrid, 1964. Facultad de Filosofía, Universidad de Madrid (hoy Universidad Complutense).Elecciones al sindicato democrático.
Empar Pineda acaba de aterrizar en la universidad para estudiar Filología Románica. Aún no sabe que la echarán -por alborotadora-, que le prohibirán matricularse en la Universidad de Barcelona, y que tendrá que dar mil vueltas y repasar miles de planes de estudios si quiere terminar la carrera. En mitad del franquismo, se tuvo que trasladar a Salamanca, y finalizó sus estudios en Oviedo.
Pero por ahora es una recién llegada desde Hernani, que mira con atención una lista con los nombres de las personas que se presentan a las elecciones del sindicato democrático en la universidad. Al lado de uno de los nombres, alguien ha escrito a mano: “Puta, zorra, comunista”. “Uy, a esta la tengo que conocer yo”, piensa Pineda. Todavía no sabe que no solo llegarán a conocerse y ser amigas, sino que esta persona le regalará una palabra que la acompaña desde entonces.
“Hasta ese momento, yo vivía mi deseo, mi atracción por las mujeres, sin ponerle nombre, sin saber de qué se trataba. Y le conté cómo yo tenía amigas que eran más amigas que otras amigas… Y me acuerdo que me dijo: ‘Mira, déjate de tonterías: eso es lesbianismo, y tú eres una lesbiana de tomo y lomo’. Oye, y no sabéis qué tranquilidad me dio tener un nombre, saber que tu experiencia de vida existe… Para mí fue romper con una oscuridad”, expresa.
A partir de este momento, gran parte de su activismo y de su reivindicación feminista estará dedicado a visibilizar a las lesbianas. Desde su vida cotidiana, su conexión con su propio deseo y la convicción de que no tenía nada de malo, ser lesbiana aparece como una posibilidad, para ella y para muchas otras.
Mayo 1985, revista Interviú. Titular a doble página: “Soy lesbiana porque sí”.
Empar Pineda es una de las primeras lesbianas que apareció como tal en los medios de comunicación. En aquel momento, no había muchas personas que se expusieran y, para los pocos medios que lo trataban, lo lesbiano era algo exótico, un objeto de estudio, algo sobre lo que se podía opinar sin encarnarlo. Un tabú, tal y como lo describió el programa Y usted, ¿qué opina?de Radio Televisión Española en 1987.
Este programa hablaba de “homosexualidad”, sin referencia explícita a lo lesbiano. Y en él se encontraba Pineda, junto al activista gay Jordi Petit, y frente a ambos un catedrático de Ética y Sociologia, un psiquiatra y el periodista que conducía el programa. Su objetivo era debatir qué suponía “la homosexualidad” en el plano moral, y se planteaba a la audiencia qué harían si un amigo de sus hijos fuera homosexual. Un cuadro.
En sus intervenciones, Empar Pineda es contundente: “A mí me llama poderosamente la atención que hoy, el día que sea de junio de 1987, se hable de homosexualidad y no se hable de lesbianismo. En la pregunta que habéis formulado se dice de si su ‘hijo’ tiene un ‘amigo’. El castellano, al igual que todas las lenguas, recoge o no recoge ideas dominantes en relación al predominio de los hombres sobre las mujeres. Y además existe una palabra que es ‘amiga’ en relación a ‘amigo’, y una palabra que es ‘lesbiana’ en relación a ‘homosexual’. El reportaje que habéis hecho sigue dando la idea de que la homosexualidad, como el coñac, es cosa de hombres. Eso es un prejuicio. Esta sociedad, que es tan tremendamente machista todavía, no acepta que dos mujeres puedan tener relaciones eróticas, amorosas, sexuales satisfactorias si no hay un hombre de por medio”.
Y por si fuera poco, continúa: “Creo que no hemos aclarado una cosa al principio del programa, por el hecho de tener amistades homosexuales o lesbianas, una no siente la pulsión sexual hacia personas del mismo sexo. Yo me preguntaría lo contrario: ¿A nadie le preocupa tener amistades heterosexuales?”.
Claridad, contundencia, presencia, exposición. Llamar a las cosas por su nombre y estar atenta a contraatacar en un medio y contexto hostil. Y, pese a todo, la negación. Cuenta Empar Pineda que, al día siguiente de la emisión del programa que se veía en todas las casas de la península, llamó a su madre para que le diera la pista de si se la entendía bien.
—Ama, ¿qué tal? ¿se me entendía?
—Sí chica, sí. Menuda diferencia con el catedrático y el psiquiatra.
—Menos mal, ama.
Pero, a pesar de esa claridad, su madre le explicó que su tía, que había ido a la panadería esa mañana, había escuchado a dos mujeres comentando entre ellas:
—Oye, ¿viste el programa de televisión?
—Sí, ¿por qué?
—¿Y no reconociste a la que hablaba? Pero si es Amparito, la hija de Yesi, la carnicera.
—¡Qué me dices! Por cierto, ¿qué fue de ella? ¿se casó?
“Imaginaos”, dice ahora Empar Pinera, “una horita entera hablando de lesbiana y el otro (Jordi Petit) como gay, y que si me casé…”, expresa.
Un viernes a inicios de 1986, hacia las ocho de la tarde en la Puerta del Sol, Madrid. Un grupo de mujeres se besan entre ellas detrás de una pancarta morada con un lema en defensa del lesbianismo.
Un matrimonio baja por la calle Preciados de Madrid, cuando la mujer pregunta:
—Oye, y esas que están ahí, ¿qué estarán haciendo?
Y el marido responde, categórico:
—Pues están ahí, no sé, con la pancarta esa lila… pues serán las feministas, estarán ahí por lo del aborto.
“O sea, que estábamos allí besándonos como descosidas y van y dicen que seguramente estamos por lo del aborto”, dice ahora Pineda. La conversación se la refirió una periodista que cubría la protesta que el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid convocó en la Puerta del Sol para protestar contra la detención de dos lesbianas que fueron arrestadas, encerradas en los calabozos y torturadas por haberse dado un beso en ese mismo lugar.
“Estábamos en una reunión del Colectivo y nos llega la noticia de que habían detenido a dos chicas por darse un beso. Y que además a las 72 horas, cuando las pasaron a disposición judicial, estaban tan, tan mal que el propio juez constató que habían sufrido torturas. Y cuando nos enteramos de esto, ¿qué decidimos? Pues dar la cara, pero además dar la cara en plan serio, y a romper la invisibilidad y todo lo que haga falta”, recuerda. Esa invisibilidad sirvió algunas veces como camuflaje, pero tuvo como consecuencia la inexistencia.
“Teníamos la ventaja, en relación a los gais, de que dos mujeres que van del bracete o agarraditas o que se dan besos en la calle… pues ya se sabe, que las mujeres son muy tiernas, muy cariñosas. Esto era lo que nos permitía, en época franquista, andar por la calle. Es verdad que, en comparación con los gais, la vida cotidiana de las lesbis estaba a años luz de la represión que sufrían ellos, a quienes realmente se aplicó la ley de peligrosidad social. Pero en nuestro caso, no existíamos nada de nada de nada. De alguna forma, la ignorancia es tapar la existencia, y eso tiene unas repercusiones tremendas“, opina.
Frente a este prejuicio, Empar Pineda siempre ha defendido la importancia de hablar de sexo y de situar los derechos sexuales en el centro de su militancia. “Si se goza, si se disfruta, si se siente un placer, coño, ¿por qué no? Al revés, ¡a eso hay que apuntarse!“, insiste.
De todas formas, no era extraño que se asociase a las feministas con la lucha por el derecho al aborto. En esta reivindicación, y aunque pudiera parecer que no son las personas directamente afectadas, también las lesbianas han tenido históricamente mucha implicación: “Defendiendo el derecho al aborto, va aparejada la defensa de una sexualidad que no sea igual a heterosexualidad, una defensa clara y explícita de la diversidad sexual”. Ella misma estuvo implicada en varias acciones, campañas e incluso trabajos que estuvieron vinculados al derecho al aborto, que no se despenalizó hasta 1985.
Foto: Las manos de Empar Pineda. Imagen: Lara M. Pascual
“Hacíamos cosas muy increíbles”
Llars Mundet (hogar para personas en situaciones vulnerables), Barcelona, noviembre de 1985. Jornadas por los 10 años de los feminismos en el Estado español, organizadas por la coordinadora feminista.
Un grupo de médicas feministas, vestidas con bata blanca, practican un aborto quirúrgico a una mujer tumbada en una camilla. El espacio reúne las condiciones higiénicas y sanitarias necesarias. Pero la práctica es ilegal: en 1985, la ley solo permite a las mujeres abortar si el embarazo es producto de una violación, si seguir con el embarazo supone un grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la mujer, o si “el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas”, según el texto aprobado en julio de ese año.
Las feministas consideran que estos tres supuestos son insuficientes. Y, para denunciarlo, practicaron tres abortos en el marco de las jornadas feministas organizadas en Barcelona.
“Hicimos una cosa tan increíble como hacer un aborto”, rememora Empar Pineda. “El embrión era una cosa muy pequeñita, era un embarazo de pocos meses, y no se nos ocurrió mejor idea que meterlo en una botella de agua, salir al conjunto de mujeres y explicarlo allá. Fue una pasada olímpica. Hacíamos unas cosas muy increíbles”, dice.
Una goma de borrar Milán
La reinvidicación del derecho al aborto era una lucha que llevaba años presente en la agenda feminista. Uno de los hechos que la había impulsado fue el proceso penal contra once mujeres de Basauri (Bizkaia) que fueron acusadas de haber abortado. El caso despertó la solidaridad de diferentes grupos feministas por todo el Estado. Y allí, también estuvo Empar Pineda.
“Sabéis la goma de borrar Milán, esa que es cuadradita, pero que también había una rectangular… Lo que hicimos fue utilizarla como un sello. Y por las mañanas, que era cuando repartían los periódicos en los quioscos, dejaban el montón de periódicos y nosotras íbamos por detrás y pumba, pumba, pumba, con el sello estampábamos: amnistía 11 mujeres. Ya se sabía que eran las 11 de Bilbao. Eran iniciativas que ahora, con los medios que hay, pueden parecer de lo más atrasado”, rememora.
En otra ocasión, logró colarse junto con otras compañeras en una catedral, en Madrid, para encerrarse en reclamo del derecho al aborto y al divorcio. “Entramos unas cuantas con la idea de encerranos y había una señora de esas que se encargan de que la iglesia esté bien y el cura esté bien atendido. Estaba a punto de cerrar, la pobre, y le mentimos. Le dijimos: es que somos gente de fuera de Madrid y queremos conocer la catedral, y si no le importa déjenos estar un ratito, ¿no? Nos pusimos en la primera fila, nos sentamos en los bancos y ahí le dijimos que la habíamos engañado”, cuenta con una sonrisa pilla.
Color de ojos: otoño
Burgos, 1968. Empar camina por la calle junto con cuatro o cinco compañeras de militancia. Van a reunirse con miembros de la organización ETA Berri, cuando alguien les adelanta por un lado de la calzada.
“Pensamos que era el típico que nos quería vender algo, y resulta que era lo que llamábamos entonces ‘un social’, un miembro de la Brigada Político-Social”, recuerda. Empar y sus compañeras fueron detenidas y llevadas, primero, a la comisaría de Burgos y, después, a Gipuzkoa. Hacía poco que ETA había matado al torturador Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social en Gipuzkoa, y el Gobierno franquista había decretado el estado de excepción en la provincia. Esto permitía que las detenciones se pudieran hacer sin límite de estancia en dependencias policiales. Fue lo que ocurrió con Pineda y sus compañeras. “No nos trataron bien precisamente. Nos aislaron en la cárcel de Martutene. Y no me olvidaré en la vida que, cuando me estaban haciendo la ficha, me preguntaron: color de los ojos. Y no se me ocurre a mí otra cosa que decir: color otoño. ¿Cómo que color otoño? Pues sí, así los tengo: otoño”.
En la prisión coincidió con otras mujeres, en su mayoría del pueblo gitano, que eran lo que entonces se llamaba “presas sociales”. Al tiempo de estar en la cárcel y por mediación del padre de una de sus compañeras, que tenía buena relación con la policía, salieron en libertad , y su causa no tuvo continuidad judicial. Ella le resta importancia a esta experiencia de represión.
El Patas, el aitona curandero
Caserío cerca de Hernani, entre finales de los años 40 y principios de los 50. Sentada en un banco de obra a la puerta de la casa, Empar ayuda su abuelo a machacar con un martillo los culos de vidrio de las botellas de cava.
El abuelo, el aitona como le dice Empar Pineda, era “enorme, inmenso, como un gigantón tremendo”. El Patas, le llamaban. Se dedicaba al oficio de curandero, con el que recorría los pueblos del valle del Urumea ofreciendo remedios caseros. “Le querían como no os podéis imaginar”. Gracias a la confianza que le tenía la gente y al acceso que tenía a las casas, el abuelo de Empar fue haciendo campaña para recoger más votos para el Frente Popular en las elecciones de 1936. “Mi abuelo materno para mí fue una joya. Vivía con mi amona [abuela] en el caserío, en el monte, donde nació mi madre. Y yo le acompañaba muchas veces, y pasaba en el caserío tiempo y tiempo”, recuerda.
Una de las tareas que hacía cuando estaba en el caserío era ayudar al abuelo a preparar los remedios: “Cogía el culo de las botellas de champán y con un martillo de los metálicos lo machacaba, pimpam-pimpam-pimpan, y lo hacía añicos, y luego otra botella, venga y venga a dar… hasta que se hacía polvo de vidrio. Y esa cosita así chiquitita era un elemento increíble contra las infecciones respiratorias. El aitona lo ponía como con un emplasto en el pecho, y el polvo de vidrio absorbía la humedad”.
¡Tortilleras, tortilleras!
Madrid, década de los años 80. Empar pasea por el barrio junto a su compañera de aquel entonces. Van cogidas de la mano y se dirigen a casa.
Lo explica y lo recuerda con mucha emoción y ternura. “No lo olvidaré nunca”, dice. Un día, paseaba de la mano de su compañera por el barrio donde vivía en aquel entonces. Una cuadrilla de chavales se les puso detrás y les gritaron:
—¡Tortilleras, tortilleras!
Pineda se giró y les dijo:
—¿Por qué nos llamáis así, como si fuera un insulto?
Los chavales empezaron a excusarse y a inculparse unos a otros:
—No, no, si no he sido yo, ha sido él…
—Si no me importa quién haya sido: no podéis pensar que eso es un insulto. Hay mujeres que estamos enamoradas la una de la otra, y que tenemos relaciones sexuales.
Y ahí quedó la cosa. Lo que para ella fue increíble es lo que sucedió 15 años más tarde.
Un día, estaba en la editorial donde dirigía una colección que se llamaba ‘Hablan las mujeres’ y le dijeron: “Oye, ha pasado por aquí un señor preguntando por ti, quiere localizarte. Dejó su teléfono”. Le llamó con curiosidad. “No os lo vais a creer, era uno de los chavales que nos había gritado por la calle tortilleras, y me quería contactar para decirme lo importante que fue para él lo que le dijimos aquel día. Me pareció tan precioso y bonito”, dice abriendo los ojos, con una sonrisa muy grande y mucha satisfacción. “Se me ponen los pelos de punta con solo recordarlo”, añade. Y esa es parte de la lucha que valora más, la que se hizo de a poquito, con mucha perseverancia y cercanía.
Las travestis que nos protegieron de los grises
Las Ramblas de Barcelona, 28 de junio de 1977. Por primera vez, gais y lesbianas, pero también muchísimas personas trans, se manifiestan para pedir la derogación de la ley de peligrosidad y rehabilitación social.
A ella le tocó estar bien visible en la manifestación, portando una pancarta. Y esto de ocupar una posición visible era todo un debate, porque preocupaba la imagen que se pudiera dar a los medios. Pineda explica, por ejemplo, cómo algunas compañeras se oponían a que las mujeres trans fuesen visibles en la cabecera de la manifestación, por miedo a que se “ensuciara la imagen” de la marcha: “Era una forma de desdibujar completamente por qué estábamos luchando, como si hubiera que luchar de forma contenida. Y nos dieron [las travestis] una lección tremenda. No lo olvidaré nunca, cómo yendo por las Ramblas empezaron a venir los grises [la policía nacional] con las porras en la mano, y cómo de pronto nos vimos protegidas por una barrera de travestis. Un trabajazo, una protección tremenda. Y mientras la gente de la mani desaparecía por la calle Hospital, las travestis recibían los golpes de las porras de los grises. No me olvidaré en la vida”.
De esta “tremenda lección”, Empar Pineda reforzó su defensa de unos feminismos acogedores con la diversidad. “Consideramos que ‘las mujeres’ es una realidad que no tiene nada de homogénea. Tener en cuenta esa interseccionalidad creo que es fundamental”, observa.
Foto: Empar Pineda en el Centre de Documentació Armand de Fluvià. Imagen: Lara M. Pascual
Las I Jornades Catalanes de la Dona
Barcelona, del 27 al 30 de mayo de 1976. Pocos meses más tarde de la muerte del dictador, unas 4.000 personas se encuentran para reclamar sus derechos en el salón de actos de la Universidad de Barcelona.
Se esperaban unas 300 personas y asistieron 4.000. “Fue un estallido tremendo”, recuerda. Mujeres de grupos feministas de todo el Estado, partidos y asociaciones vecinales se encontraron en lo que fueron las I Jornades Catalanes de la Dona, unos meses después de que muriera Franco. Se expusieron, por primera vez fuera de la clandestinidad, en el espacio público y colectivo las reivindicaciones de las mujeres después de 40 años de dictadura. “Por primera vez compartimos esa primera manifestación de lo que en todas partes habíamos estado desarrollando”, cuenta. Fueron mujeres de Galícia, Andalucía, el País Vasco.
Recuerda que el ambiente era contagioso. Trataron temas como el trabajo asalariado, doméstico, reproductivo y de cuidados. La coeducación y el derecho al propio cuerpo. Se habló de sexualidad, principalmente desde una perspectiva heterocentrada, pero también de lesbianismo. De esas jornadas salió el mítico lema “anticonceptivos para no abortar, aborto libre para no morir”, en una época en que la Fiscalía contabilizaba que 3.000 mujeres al año abortaban de forma clandestina. También allí nació la coordinadora feminista, con el objetivo de coordinar los distintos grupos feministas que estaban activos en el conjunto de Catalunya. También articulaba la lucha por la amnistía de las presas políticas.
“Para mi fueron un antes y un después”, afirma Empar Pineda.
Ejercicios de memoria
Año 2024. Un lunes por la tarde en el Centre de Documentació Armand de Fluvià (CDAF), en el Centro LGTBI de Barcelona. Magda Costa, la archivera del CDAF, nos abre las puertas de este lugar, que está lleno de tesoros históricos. La grabadora está lista.
A Empar Pineda le encanta estar rodeada de libros y de archivos. También le gusta hablar con personas de otras generaciones y contar batallitas, y escuchar lo que se cuece ahora. Estar en contacto con las generaciones presentes. Habla pausado y, a veces, le bailan las fechas. Pero tiene una cantidad de recuerdos hermosos de aquello que fue su lucha y militancia, que marcaron toda una generación y contexto social y político. Ahora, sigue activa, nunca dejó de estarlo.
De estar con ella, surgen horas de historias, anécdotas y reflexiones sobre su trayectoria política que son puro archivo y memoria viva. Escucharla es una fortuna, y mientras hace historia se excusa y dice “oye, luego vais a tener un trabajazo de recorta y pega, que yo me enrollo como una persiana”.
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2024/04/empar-pineda-la-memoria-encarnada/