A partir de la invasión a Iraq de 2003, llevada a cabo por una coalición encabezada por Estados Unidos y que marcó el inicio de la guerra de Iraq, se formó el Estado Islámico de Iraq y el Levante, también conocido como Dáesh, o ISIS, o EIL, o EI, que ocupó gran parte de Iraq y Siria.
El Dáesh promociona una doctrina ultra radical del Islam suní y practica la violencia brutal contra las demás religiones y lo que llama falsos musulmanes. Fue aliado de Occidente en sus intervenciones militares en el Oriente Medio y para diciembre de 2014 en sus filas hubo entre 50.000 y 420.000 combatientes de 90 países, europeos musulmanes en un buen porcentaje.
Luego de participar el 20 de octubre de 2011 en la invasión a Libia y linchar a Muamar el Gadafi, intervino en la Guerra Civil de Siria contra el gobierno de al Assad. Allí destruyó lugares históricos y culturales, como Palmira, también llevó a cabo una limpieza étnica de grandes proporciones y públicamente ejecutó a los cristianos que se negaron a convertirse, incluido niños, soldados, periodistas, miembros de la Cruz Roja; violó mujeres, profanó iglesias e, incluso, decapitó a un obispo católico.
En junio de 2014, en la ciudad iraquí de Mosul, el Dáesh proclamó la formación del Califato Islámico; sobre esta base y con la intención de expandir su autoridad sobre el resto del mundo islámico, exigió a todos los musulmanes lealtad religiosa, política y militar e hizo un llamado a la yihad mundial contra los no musulmanes, objetivos que los Talibán nunca han adoptado, pues limitan a territorio afgano su contienda.
Rusia, por pedido del gobierno de Siria, a partir de octubre de 2015 participó en la Guerra Civil de ese país y comenzó a bombardear las posiciones del Dáesh. El Presidente Putin ayudó a Siria, porque comprendió que lo que allí ocurría era el preludio de lo que iba a ocurrir en Rusia. El 6 de diciembre de 2017, Moscú anunció la derrota en Siria de los terroristas del Dáesh, tres días después, Haider al-Abadi, Primer Ministro iraquí, también declaró haberlos derrotado en su territorio.
La situación que EEUU deja en Afganistán es pésima. Antes de que en Irak y Siria se derrote al Califato del Dáesh, y cuando parecía que esta organización terrorista se iba a apoderar de esos países, en enero de 2015 se creó el Estado Islámico de Afganistán, o ISK, dedicado a la prostitución, al tráfico de órganos y al comercio de opio, cuyas ganancias superan los 2.000 millones de dólares por año; desde entonces, el ISK es una de las mayores amenazas terroristas a nivel mundial.
Los Talibán rechazan la presencia del ISK en territorio afgano y son sus principales enemigos, los considera agentes al servicio de fuerzas extranjeras, y es muy probable que se intensifique la lucha armada entre ellos y que Afganistán no se pacifique. Prueba de ello es el ataque terrorista al aeropuerto de Kabul, del 26 de agosto de 2021, que dejó por lo menos 200 muertos y centenares de heridos, incluido militares estadounidenses. Según agencias de inteligencia de EEUU, el autor es la Provincia del Estado Islámico de Khorasán, o ISIS-K, o EI-K, el sector más extremista y sanguinario del Estado Islámico de Afganistán, ISK. El Gran Khorasán fue una región que formó parte de Irán, Afganistán y Asia Central en la Edad Media.
La fortaleza del EI-K proviene de su intransigencia. Cuando los Talibán comenzaron a hablar de paz con EEUU, un sector de los Talibán, que consideraba excesivamente moderada y derrotista aquella negociación, se pasó al EI-K, organización mucho más violenta y que ahora existe en 17 provincias afganas. También son parte del EI-K los yihadistas de la provincia de Irán de mayoría suní, el Movimiento Islámico de Uzbekistán y el Partido Islámico del Turquestán, algunos de cuyos miembros son uigures, etnia de China de mayoría musulmana, muy parecida a los pueblos de Asia Central. En este momento, los Talibán es la única fuerza capaz de derrotar al EI-K.
Por estas razones se puede pensar que la rápida toma de Kabul por los Talibán y el abandono de tanto armamento estadounidense podría ser parte de un plan para avivar la guerra civil entre los Talibán y el EI-K. Este descalabro habría sido planificado por un sector de los servicios secretos de EEUU y la OTAN. Según Thierry Meyssan, “Washington ha utilizado bien sus cartas y ha logrado clavar una espina en el pie a los rusos y los chinos”.
Un ingrediente estratégico de Afganistán es la producción y la comercialización de heroína. En el año 2001 se cultivaba en ese país cerca de 8 mil hectáreas de amapola y en el año 2021, 224 mil hectáreas, de las que se obtiene el 95% de la heroína que se elabora, se consume y se trafica en el planeta, un comercio de 1,6 billones de dólares, “negocio” en el que proliferan bandas criminales y narcotraficantes; realmente, el opio es la principal fuente de financiamiento para la “guerra santa” del EI-K.
Afganistán es importante por sus recursos naturales. Se calcula que en ese país hay reservas de tierras raras, fundamentales para la fabricación de autos eléctricos y armamento sofisticado, por un valor de tres billones de dólares aproximadamente.
Tanto la producción de opio como la minería son vitales en el contexto de la política internacional. La ocupación de Afganistán por EEUU y la OTAN, que ha durado desde el 2001 hasta la actualidad, no tiene nada que ver con evitar otro 11 de septiembre, tal como se pregona, sino con controlar esa importante región incrustada en la Nueva Ruta de la Seda que China planifica construir.
Como para llevarle la contraria al Presidente Biden, los atentados del 26 de agosto de 2021 tuvieron lugar pocos días después de que asegurara que EEUU había cumplido la misión de vencer al terrorismo en Afganistán, pero ahora se rebate a sí mismo y dice: “Que aquellos que llevaron a cabo este ataque, así como cualquiera que desee hacer daño a América, sepan esto: No perdonaremos. No olvidaremos. Los cazaremos y les haremos pagar”, y pide a sus militares planes para atacar al EI-K.
Pero no se trata tan sólo de eso, el problema es mucho más profundo. Luego de la desaparición de la URSS, al norte de Afganistán aparecieron tres nuevos países, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán, de mayoría musulmana suní y ricos en recursos naturales; su frontera común con Afganistán supera los 2000 Km. En el caso de una prolongada guerra civil entre los Talibán y el EI-K, se produciría una fuga masiva de afganos a esos países, sin que se pudiera controlar quién es realmente refugiado y quién es terrorista, lo que pondría en riesgo la estabilidad de esos estados; el problema se agravaría más aún si en una hipotética guerra civil triunfara el EI-K, porque esos países dejarían de existir y pasarían a formar parte del Estado Islámico.
Para muestra basta con analizar el caso de Tayikistán, país montañoso en un 90% y que limita con Afganistán y Pakistán al sur, con Uzbekistán al oeste, con Kirguistán al norte y con China al este. La mayoría de sus 8 millones de habitantes son de la etnia tayika y hablan un idioma proveniente del persa. Es independiente a partir de la disolución de la URSS y casi de inmediato comenzó una guerra civil, que duró desde 1992 hasta 1997. Tayikistán, cuyas fuerzas armadas constan apenas de 8.000 hombres, no pudo evitar que extremistas afganos incursionaran en su territorio, por lo que pidió a Rusia estacionar tropas al sur de su país. La amenaza del EI-K es real y seria, porque si triunfara en una posible guerra civil en Afganistán, nada impediría a sus huestes invadir Tayikistán y que, desde allí, intentaran expandir su dominio a los países musulmanes de la ex Unión Soviética, Rusia y China.
El Presidente Putin advirtió: “Existe el peligro de que los terroristas, varios grupos que han encontrado refugio en Afganistán, utilicen el caos que nuestros colegas occidentales han dejado en ese país, e intenten iniciar una escalada directa en los estados vecinos. Asimismo, es posible que aumente el narcotráfico y se agrave el problema de la migración ilegal”. Sucede que los ciudadanos de muchos de esos países no necesitan visa para ingresar a Rusia, de ahí la necesidad de que los Talibán garanticen la seguridad y mantengan el orden interno en su país.
Por esas razones, los presidentes Vladímir Putin y Xi Jinping acordaron reforzar los contactos bilaterales, para establecer la paz en Afganistán, la coordinación estrecha entre Rusia y China, con la finalidad de evitar que la inestabilidad existente en ese país se propague a otras regiones, e intensificar los esfuerzos comunes, para combatir el terrorismo y el narcotráfico. Se curan en sano y comprenden bien lo que sucede.