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En Caracas, libres, liberando América latina

Fuentes: Rebelión

Otro pequeño paso fue cumplido por la humanidad. Otros cuatro secuestrados por las FARC colombianas han sido unilateralmente liberados y están libres en Caracas de reunirse con sus familiares. Fueron liberados en contra de la voluntad del gobierno colombiano de Álvaro Uribe, que hubiese preferido verlos muertos, y contra la lógica de guerra por guerra […]

Otro pequeño paso fue cumplido por la humanidad. Otros cuatro secuestrados por las FARC colombianas han sido unilateralmente liberados y están libres en Caracas de reunirse con sus familiares. Fueron liberados en contra de la voluntad del gobierno colombiano de Álvaro Uribe, que hubiese preferido verlos muertos, y contra la lógica de guerra por guerra instaurada por más sujetos, entre los cuales están el narcotráfico, los paramilitares, los gobiernos de Bogotá y Washington y las mismas FARC.

Fueron liberados porque algo extraordinario está pasando en América latina. Por primera vez existe la conciencia concreta que el conflicto colombiano, lejos de ser un problema «de terrorismo» (como si los terroristas fueran marcianos) como quieren representarlo Álvaro Uribe y George Bush, es un problema regional latinoamericano, el ojo del tornado de la injusticia y del subdesarrollo, y sólo un concierto latinoamericano podrá ayudar Colombia a recoser sus heridas.

Que guste o no, y a muchos no le gusta y no lo admitirán, hoy el motor de esta conciencia es la acción tenaz del presidente venezolano Hugo Chávez. La liberación de los rehenes fue debida antes que nada a su extraordinaria voluntad política de pensar que esta liberación fuera posible, a pesar de todos los factores objetivos, empezando por la conveniencia política de Uribe, que la perfilaban como inalcanzable. Sin embargo Chávez no está aislado, es el hombre del concierto, el concierto latinoamericano que, a pesar de las titánicas dificultades, desde Buenos Aires a Brasilia, desde La Paz a Quito, está dibujando otro continente posible.

Las noticias que llegan de Caracas son maravillosas y terribles. Según lo que dicen dos de los rehenes liberados, las condiciones de Ingrid Betancourt, la más famosa y preciada de los trofeos que las FARC utilizan en su inhumano diseño, serían gravísimas. La imagen de Hugo Chávez que exige al jefe de las FARC, Manuel Marulanda, que por lo menos transfiera a Ingrid en un lugar más saludable, explican el momento dramático. Sin embargo, en las mismas condiciones de Betancourt, están cientos de rehenes anónimos (a los cuales las cámaras de las TV no están interesadas) que también necesitan un gesto humanitario.

Es el mismo gesto humanitario que necesitan cientos de guerrilleros en las cárceles uribistas. La situación continúa siendo extraordinariamente difícil. Como inmediatamente puntualizó el ministro de defensa colombiano, Juan Manuel Santos, nada cambia para el gobierno de Uribe y ninguna concesión ni zona de despeje será concedida.

El régimen colombiano tiene un interés inmediato en la muerte de Ingrid, para culpar las FARC y para hacer que se apaguen las luces sobre el país. Las FARC tienen interés en mantenerla con vida pero en un cautiverio que la está matando.

Hasta hace poco la lógica de la guerra al terrorismo, impulsada por Bush y cínicamente fortalecida por Uribe para evitar que la mediación de Hugo Chávez y los otros gobiernos integracionistas latinoamericanos pudiera tener el mínimo éxito, estaba apagando la esperanza. Para Ingrid y para todos.

Lo denuncian en toda ocasión los familiares de las víctimas, los organismos en defensa de los derechos humanos en Colombia y la sociedad civil de aquella parte indispensable de América latina, que se disociaron de las manifestaciones contra las FARC organizadas por el régimen uribista como la marcha del pasado 4 de febrero.

Lo hace también Yolanda Pulecio, la madre de Ingrid Betancourt que incesantemente usa palabras ásperas contra Uribe y afirma que la mediación de Chávez, que guste o no, es indispensable. Hoy vemos los abrazos en Caracas y sabemos que el intercambio humanitario, como primer paso hacia la paz en Colombia, no es simplemente necesaria y urgente, sino también posible.

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