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A propósito de la llamada “Revolución en Marcha”

«En Colombia hay dos países: el país político y el país nacional»

Fuentes: Rebelión

En Colombia hay dos países: el país político, que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!

País nacional y país político [1]

Teatro Municipal – Abril 20 de 1946

Señores,

Tenéis que acompañarme a formular un análisis. Digamos, en primer lugar, que hay un hecho que diferencia a las especies inferiores de la superior especie que es el hombre. Digamos también que hay un hecho que diferencia a los pueblos civilizados de aquellos que no han alcanzado dicha escala. Los unos, como los otros, tienen inteligencia, voluntad, afectividad, pero hay algo que los distingue y es esto: el hombre, cuando va a realizar un acto presente, acumula las experiencias del ayer para prospectarlas hacia el mañana. Es decir, que en la actuación del hombre consciente hay una perspectiva histórica y a diferencia de las escalas inferiores y de los tipos mínimos de la especie humana, en las cuales el acto corresponde nada más que al momento, hay un futuro previamente establecido.

Criterio para el análisis de la situación política

Vamos a proceder así: vamos a colocarnos ante el estado político colombiano actual, es decir ante la situación política. ¿Para qué? Para decidir de nuestra actuación en vista de lo sucedido ayer, para prospectarlo delineada y típicamente hacia una orientación segura del mañana. Eso quiere decir que en esta conferencia me voy a ocupar ante todo del criterio, porque a eso se llama tener criterio.

Claro está que en otras ocasiones tendré que decir mi punto de vista sobre el problema social, sobre la agricultura, sobre la higiene, sobre la defensa del tipo humano, sobre la cultura. Pero esa es una manera de andar el camino y nosotros, ante todo, tenemos que saber cuál es el camino que debemos recorrer.

Apliquemos el método experimental que consiste en analizar los hechos que se presentan a nuestra contemplación y, una vez analizados, saquemos las deducciones y las conclusiones.

No quiero hacer afirmaciones anticipadas. Quiero traer aquí los hechos, como a una mesa de anatomía, para introducirles el bisturí de la razón y del análisis y, una vez realizado esto, deducir las consecuencias. Es decir, un método que no corresponde al de la propaganda maliciosa, deshonesta e inhonorable de quienes necesitan oscurecer la mente de los hombres para vivir a la sombra de su sombra.

El pueblo colombiano viene contemplando una serie de hechos y cada día se siente más desconcertado ante ellos. Vamos a ver si podemos explicarlos, si son ilógicos o corresponden a una lógica. No necesitamos remontarnos muy atrás. Recordemos como primera cosa – hecho real – las últimas elecciones presidenciales. Ruda pugna entre las fuerzas poderosas de un mismo partido; tremendo ataque de una de sus alas contra la otra; intrigas, combinaciones, actuaciones, discursos, odios y, al final, cuando nadie lo esperaba, las dos alas se unen y, los que ayer atacaban, son los mismos que luego respaldan a los atacados[2].

Desconcierto del pueblo con la falsa «Revolución en Marcha»

El pueblo se pregunta: ¿por qué esto? Si tan honda y tremenda era la pugna, por qué de la noche a la mañana cambia así el panorama? Y no sólo eso. Viene entonces uno de los más desoladores espectáculos que haya contemplado la república: las Asambleas Departamentales, con violación de la Constitución, se suspenden. ¿Para qué? Para que días o meses después los favorecidos con tal atropello estuvieran atacando por ese mismo acto a sus antiguos favorecedores. Pero aún más: el país encuentra que se ha hecho una campaña sobre la base de la llamada «Revolución en Marcha». Y, días después, se siente desconcertado al comprobar que todo aquel movimiento desemboca en una concentración de plutócratas, contratistas, hombres de todos los partidos ligados a la vida de la especulación, reunidos para llevar a la realidad el programa aquél de la redención del pueblo. Desde luego había razón para sorprenderse y la gente se sorprendió. Pero siguió girando la rueda de los acontecimientos y la ciudadanía se encontró ante otro fenómeno no menos desconcertante. Le habían desplegado a todos los vientos la bandera de la transformación social y, sin embargo, un buen día, el pueblo que había votado por tales principios, encuentra que en respuesta a su adhesión se le presenta un proyecto de ley social francamente regresivo, que llegaba hasta suprimir prácticamente lo que ningún grupo en la actualidad, por reaccionario que sea, se atreve a suprimir: el derecho de huelga.

Y el pueblo se preguntaba: ¿por qué, en virtud de qué, me han llamado a este movimiento y luego encuentro que en realidad algo distinto y contrario está sucediendo? Aún más: se le habló – ya que algunos habíamos contribuido a elevarlo a la categoría de teorema del Estado – del problema de la tierra, de la transformación del agro. Y ciertos llamados izquierdistas, del centro y de la izquierda, unidos a las fuerzas auténticamente centristas, aplaudían mientras se llevaba a efecto la comedia de la oposición de las derechas. Y el estatuto salió y el pueblo esperanzado, al que tanto se le había hablado de justicia social, encontró que esa ley producía la concentración de bayonetas en los campos para arrojar de la tierra a los campesinos. Y que, además, la ley arruinaba a los propietarios. ¿A cuáles propietarios? ¿A los especuladores de los grandes concilios? ¡No! A los propietarios que trabajaban, a los propietarios que viven en sus haciendas, a los que luchan. Porque el otro, el especulador, se salvaba y crecía, mientras el hombre de trabajo era consumido.

Y seguía desconcertándose el pueblo ante esa serie de contradicciones. Y más tarde pudo observar otro fenómeno. Un hombre humilde aparece muerto y después se sabe que hay algo más grave que la muerte de ese hombre humilde: el hecho de que existen antecedentes que demuestran que se había pergeñado anteriormente todo un sumario para que un inocente apareciera como responsable de esa muerte. Y la opinión pública se preguntó entonces: ¿está en armonía con la justicia, de acuerdo con la razón, el hecho de que puedan perpetrarse, por aduladores de dañado corazón, esta clase de atentados en un país de la naturaleza moral y buena del pueblo colombiano?

Que todo cambie para que todo siga igual

Y otra cosa aparece clara al pueblo cuando observa los hechos de la realidad: que hay hombres que trabajan, se esfuerzan, luchan, y ese trabajo y ese esfuerzo y esa lucha apenas les produce para la diaria subsistencia. Y al mismo tiempo, en nombre del movimiento[3] por el cual el pueblo había desbordado su entusiasmo, gentes sin calidad política, simples comerciantes, hombres sin ideal, individuos venidos de todas las zonas partidistas, sin esfuerzo, sin lucha, sin razón y sin causa, se enriquecen de la noche a la mañana.

Pero el pueblo de Colombia, que es un pueblo inteligente, encuentra todavía otros hechos que lo colocan frente a un verdadero caos. Se le habla de la necesidad de transformar la instrucción pública; de que ella no represente el cansado sistema conservador y un día los ciudadanos se despiertan con la noticia de que, para hacer esa revolución liberal contra el sistema conservador, se nombra a un conservador. Y otro día les dicen: no hay fronteras entre los partidos políticos. Pero, al mismo tiempo que les hablan de la desaparición de las fronteras de los partidos, los invitan a odiar al adversario. No hay fronteras, les repiten, pero los incitan a renglón seguido a que se odien los unos a los otros. Desde luego el pueblo no puede entender, le es imposible entender. Sigue el rumbo de los acontecimientos y sucede algo más desconcertante. Se avecina la lucha presidencial, ya que el Presidente López, con gesto gallardo, grande y fuerte, que yo reconozco como testigo presencial, llama a unos ciudadanos, no para que sean Ministros, sino – palabras textuales – para que formen una Junta de Gobierno. Y con gran superioridad de espíritu declara que en sus manos ya no funciona la República y que él tiene que hacer dejación del mando, no importan las consecuencias personales que eso tenga, en bien de su patria y su partido. Pero mañosamente, como corresponde a este proceso, mientras se prepara la orientación que creen debe darse a su reemplazo, los adversarios del señor López simulan el deseo de que se quede, para después ser partidarios de que se vaya. ¿Por qué tales cambios? Sencillamente porque, en virtud de este movimiento nuestro[4], se le atajó entonces el paso a la oligarquía, como ahora se lo vamos a atajar. Así se cambió de frente y los mismos que deseaban que el Presidente López se fuera, se vuelven partidarios de que el Presidente López se quede. El país no entiende que pueda caber dentro de la seriedad este sistema de vaivén, de cambio, de rudo juego con la opinión pública. Pero, pasa un tiempo y ¿qué sucede? Que al país le afirman: todo ha cambiado; el Partido Liberal está de nuevo fuerte; el Gobierno de nuevo fuerte; todos nos encontramos organizados y orientados. Y, sin embargo, a la semana o a las dos semanas, los mismo que tan vigorosamente hablaban este lenguaje, salen a las plazas para decir: «La oposición no deja gobernar». O, en otros términos que a lo mismo equivalen: «La oposición es superior al gobierno».

La división entre oligarcas nada tiene que ver con diferencias ideológicas

Pero marchan los acontecimientos y se acercan de nuevo las luchas electorales y llegan los candidatos, o mejor, las fuerzas que respaldan a los candidatos y una de esas fuerzas dice: aplaudimos al gobierno, perfecta es su obra; aplaudimos al congreso, perfecta es su obra; jamás el partido liberal se ha mostrado más vigoroso en los anales de la república. Y, a pesar de que la otra fuerza afirma lo mismo, de la noche a la mañana las encontramos oponiéndose la una a la otra con la mayor vehemencia. Entonces el país se pregunta: ¿qué está sucediendo en este valle de Dios? ¿Cómo es posible que los que están unificados en sus conceptos, en el fondo y en los sistemas, presenten esta pugna tan áspera, tan honda? ¿Por qué dividen al partido liberal si están sosteniendo las mismas tesis? Y el pueblo, naturalmente, se desconcierta. La lucha continúa y hay un momento en que culmina. Se afirma que el pueblo no debe darse cuenta de esas pugnas interiores y, sin embargo, hay un instante en que se rompe esa apariencia de cordialidad.

¿Cuál es el motivo que lleva al rompimiento? ¿Será acaso el grave problema de la diferencia de criterios sobre ¿cómo vamos a reemplazar el tiempo que perdimos, que no hemos trabajado, como sí lo trabajaron Brasil, Perú, Chile, Venezuela, a fin de prepararnos para la paz, como esos pueblo lo hicieron y nosotros no lo hicimos? ¡No! Eso ni siquiera se menciona. ¿Se deberá la honda controversia a una diversa concepción sobre la manera como vamos a defender nuestra industria, que va a verse atacada en lo porvenir por la más ruda prueba de su historia y cuya perdición o debilitamiento constituiría un golpe sustancial a la fortaleza de la república? Vosotros no podéis decirme que haya sido ese el motivo de discusión que ha separado a esas fuerzas.

¿O será la inquietud de cómo acometer el problema de la cultura y cuál el método que adoptaremos e intensificaremos para acabar con el porcentaje tremendo del analfabetismo? ¡No! No es ese el problema, ni siquiera lo mencionan. ¿Será acaso para resolver la traición que hemos cometido contra la juventud colombiana al negarle la creación de una educación técnica y consagrarnos a sostener universidades más o menos malas de Derecho, de donde podamos extraer los futuros «manzanillos» que nos sirvan? Las ha acaso dividido el problema técnico de saber cómo se va a incrementar nuestra agricultura? ¿Será el problema de saber cómo se va a modificar esta situación desesperante del pueblo colombiano, al cual se le habla de alza de salarios, pero al mismo tiempo se le suben los precios para hacer casi imposible la subsistencia de los hogares? ¡No! Ninguno de estos graves problemas las separan.

¿Será entonces la manera cómo vamos a defender a la pequeña industria, base de la capacidad autónoma que buscamos, para asegurar en el presente y en el futuro la suerte del país? ¡Nada de eso los separa ni distingue! Ni siquiera esos conflictos son considerados como problemas de orden político.

Un simple asunto de calendario

Entonces, como hombres que aceptamos el método experimental, tratemos de averiguar cuál es el motivo que pone en pugna esas fuerzas; el diferendo que conmueve al país; que merece la atención de las radios, de los periódicos, de las tribunas. El hondo problema – con dolor y angustia lo digo -; la cruenta lucha y la terrible controversia, se reducen a decidir si la Convención Liberal se ha de reunir en julio o se ha de reunir en diciembre. Esa es la batalla que se está librando en Colombia y que acaba de culminar.

Seguramente os preguntaréis ¿cómo es posible que un hecho tan minúsculo produzca tan tremendo desplazamiento de fuerzas? No creáis, porque os oigo ahora reír, que la cuestión es para risa. ¡No! Inquietante problema que, con el método experimental que estoy siguiendo, me va a permitir sintetizaros el trágico panorama presente de la vida nacional.

¿Por qué esa profunda pugna, esa voluntad desperdiciada, esa pasión, esos corrillos, esos comités, esas firmas? ¿Por qué? Por una única causa, por una sola razón – señores que me escucháis aquí y en toda la república -, porque uno de los grupos piensa que, reuniendo la Convención en julio, no le escamotean las firmas de adhesión. Y el otro grupo piensa que, reuniéndola en diciembre, hay tiempo para escamotear esas firmas. ¡Colombia reducida a esas proporciones! ¡Los problemas nacionales, en hora tan angustiada, centralizados en esta desnuda verdad!

Dos países en Colombia: el país nacional y el país político

Acompañadme a sacar una conclusión, una conclusión patente y clara: el pueblo, meditando en sus problemas económicos, en sus problemas sociales, en la educación de sus hijos, en el enriquecimiento de la agricultura, en la bondad de sus campos, en la defensa del parto de sus mujeres, en la curación de la sífilis, en la lucha contra el alcoholismo, en la destrucción de los parásitos, en la campaña contra el paludismo, en la defensa del hombre y la grandeza de Colombia, que se asientan sobre la salud, la inteligencia y la capacidad del colombiano. Ese es vuestro sentimiento, el sentimiento de todo el pueblo que me escucha ahora. Esa su preocupación constante y trascendental.

Y en parangón desesperante, hay otro grupo que no piensa en esas soluciones, que no se diferencia por esas cuestiones, que no pugna por esos motivos, que tiene como razón vital de su actividad, de su pasión, de su energía, los votos más o los votos menos; la firma de fulano o el escamoteo de la de zutano; la habilidad salvadora de un fraude, la promesa de una embajada, el halago del contrato. En una palabra: ¡el sólo y simple juego de la mecánica política que todo lo acapara! Por eso me siento autorizado para sacar otra conclusión:

En Colombia hay dos países: el país político, que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!

Cambian de opinión porque carecen de grandes ideales

No pretendo afirmar que se trata de un fenómeno exclusivo de Colombia. ¡No! Tiene su explicación por un proceso histórico. Nos lo demuestran las leyes de la sociología, que dentro de breves momentos me dedicaré a explicar. Me urge sí anticipar que no puede limitarse a las simples condiciones de uno de esos vanos problemas electorales que pasan al momento. Es más bien una de esas etapas críticas que los pueblos sufren.

Pero, antes de acometer el análisis en cuestión, resulta conveniente tratar de saber si desde el punto de vista del país político hay causas que lo muevan a dedicar todas sus energías a la simple lucha de las firmas, con menosprecio de otros puntos de mayor entidad.

Dentro de su mundo, el país político tiene razón. La experiencia le enseñó que en ocasión pasada, cuando el retiro del Presidente López, una de esas fuerzas tenía la mayoría de los votos en el Congreso y en la Convención y que la otra logró, por maniobras y solicitud de firmas, quitarle los votos a la primera.

Debo ahora preguntar ante vosotros: ¿cómo es posible que estos hombres cambien tan fácilmente de opiniones? ¿Por qué este comercio de firmas alrededor de la Presidencia de la República? Por una razón terriblemente sencilla: es que el hombre no puede incendiarse sino por grandes ideales; no puede sentir pasión sino por las cosas que tengan perspectiva histórica; es que el hombre no se aferra con empeño sino a sus ideas, sus amores, su hogar, su pedazo de tierra; a sus tumbas y sus escuelas, a aquello que le da razón a su vida. Pero toda esa mecánica política no tiene raigambres tales en la vida nacional. Es una pequeña cosa con atributos momentáneos, con simples derivaciones instantáneas. No tiene odios, porque apenas conoce la degeneración del odio, que es la antipatía. No tiene amores, porque apenas conoce la degeneración del amor, que es el capricho. Le falta iluminación, porque su lucha es por lo inmediato y efímero. Su trinchera no mira hacia el mañana sino hacia la minúscula escudilla del instante. ¡Por eso cambia de votos, pareceres y opiniones!

El país político o la oligarquía son la misma cosa

Cuando en un país la política llega a extremos tales, de espaldas a los intereses de la nacionalidad, podemos afirmar sin vacilaciones que se ha implantado el régimen oligárquico. Porque no creáis, como algunos sofistas han querido hacerlo pensar, que la oligarquía es solamente el dominio de la plutocracia. ¡No! Esa es la oligarquía plutocrática. Ni que oligarquía es únicamente el dominio de la aristocracia. ¡No! Esa es la oligarquía aristocrática. Oligarquía es la concentración del poder total en un pequeño grupo que labora para sus propios intereses, a espaldas del resto de la comunidad.

La oligarquía, como en la añeja estructura de la vieja India, tiene sus gradaciones que pueden ir del Vaira al Sutra. Y entre nosotros tiene su división en tres estructuras.

La primera, a cuya cabeza están los dirigentes que, a su turno, se bifurcan en unos que no quieren sino el dominio, el IMPERIUM, en el sentido romano de la palabra; que su voz sea la voz del amo, sin la cual no se puede mover ninguna de las actividades colombianas. Y otros que aspiran a que todas las riquezas, la especulación, los contratos, los negocios, sean para la camarilla afortunada.

Viene enseguida la segunda, o sea la estructura intermedia, la que sirve de lazo de comunicación. Se cotiza especialmente entre los hombres de inteligencia que tengan almas de secretario[5]. Ellos hablan, mas no por su propio albedrío sino atendiendo al soplo director de los de arriba. Son como las bridas de los caballos, que sirven para dirigir pero siempre que otros las manejen. Estos odian a sus compañeros independientes, sienten la necesidad de abominar de los hombres de su propia generación que recorren su brecha personal y cuya presencia constituye para ellos un permanente reproche, erguido contra su incapacidad para la lucha. Saben que no han logrado por sí mismos la aptitud de vivir para su pueblo; saben que periclitando los amos su posición es secundaria y por eso lo reducen todo a rendir pleitesía a quienes los dirigen.

Y la tercera estructura. Esa es moral e intelectualmente minúscula, pero muy útil en este proceso de formación. Ya tenemos el cerebro y tenemos la voz que prefabrica el ambiente según las órdenes recibidas. Pero se necesitan los tentáculos, los brazos que penetren a todos los lugares, que vayan desde el ambiente municipal al barrio, a la asamblea, al comité; que atiendan al tinglado electoral para beneficio del país político. A estos se les acaricia con las únicas cosas con que es posible acariciarlos: con las granjerías.

No se habrán sentado en los bancos de la universidad; ni descollado en la agricultura, en la ciencia, en la técnica, pero serán senadores o representantes o diputados, o mimados con las mejores canonjías. El criterio para medirlos no será su capacidad sino su habilidad electoral. Y desplazarán al médico, ahuyentará al ingeniero, sustituirán al universitario. No tendrán título, pero serán doctores. Y vendrá necesariamente esa honda putrefacción moral que circunda la vida colombiana, con profunda repugnancia de su pueblo. Es así como se ha logrado derrumbar el concepto ético. El hombre, cuanto más vil sea, servirá mejor; cuanto más abyecto será más útil. Y necesariamente, en esa situación, los hombres de personalidad, los hombres de inteligencia que no marchen, que no se dobleguen, serán puestos al margen y el país entregado a la degradación moral. Todo porque no habrá sino una finalidad, un objetivo, una razón de todos los actos: el servicio al país político. Todo lo que sirva al país político es bueno y todo lo que no sirva al país político, vale decir a la oligarquía, es malo. Y con el mismo criterio se hará la calificación de la importancia de las fuerzas sociales, de su beligerancia en la vida nacional.

Ved qué inmensa multitud se halla aquí presente: profesionales, estudiantes, obreros, comerciantes, trabajadores de todas las clases atestan este teatro[6] y llenan las calles vecinas. Inmensa multitud como no había sido vista nunca en este sitio. Pues bien, si mañana cuarenta, cincuenta o sesenta sujetos al servicio de la oligarquía, o país político, se reúnen bajo custodia armada que los defienda del pueblo que los rechaza y se auto apellidan «convención»[7], sus decisiones tendrán para el país político fuerza perentoria, porque están exclusivamente a su servicio.

Pero si vosotros os reunís aquí y aclamáis unas ideas, un hombre o un sistema, entonces os gritarán que sois ignaros, que sois desconocidos, que vuestra decisión nada significa. ¿Por qué? Sencillamente porque no habéis entregado incondicionalmente vuestro criterio a la casta política.

El país político o la oligarquía, que es la misma cosa, selecciona a los hombres, los infla, los llena de importancia aun cuando no la tengan. De ahí los internacionalistas que jamás han abierto un tratado de derecho internacional; los constitucionalistas que jamás en su vida han sabido lo que es el derecho constitucional; los miembros de comisiones parlamentarias que deciden sobre códigos penales y no han asistido jamás a las aulas universitarios. ¿Por qué se irrespeta así a un país tradicionalmente respetuoso del culto a las jerarquías de la inteligencia? Hemos llegado al sistema según el cual la única norma de victoria es el sometimiento a la oligarquía o país político, que otorga los títulos, califica la inteligencia y el conocimiento e ignora o destruye al resto del país, que no tendrá categoría sino le ha sido bondadosamente dispensada por los de la propaganda.

La abyección para el país político es el único camino al triunfo

Todo esto es, desde luego, desconcertante desde el punto de vista político. Pero lo es más, infinitamente más, desde el punto de vista humano; del hombre colombiano en su inteligencia, en su salud, en su capacidad económica, que es la suprema preocupación de nuestro movimiento. La oligarquía piensa en función de mecánica electoral. Nosotros pensamos en función de agricultura, de sanidad, de trabajo, de organización, de dignidad humana. El pueblo colombiano desea que el hombre no pueda escalar la cima de la victoria sino por el trabajo, por el esfuerzo y por la voluntad.

¿Cuál es, señores, el porvenir de nuestros hijos, de prolongarse este ambiente en que nos debatimos? ¿Estáis seguros de que triunfarán por el estudio, por el mérito, por la capacidad, por el esfuerzo? ¡No! Si nuestros hijos quieren triunfar, dentro de esta situación, tendrán que transitar por bajos caminos, por los que no queremos para ellos. No triunfarán por trabajadores, por consagrados, por técnicos, agricultores o ingenieros conocedores del ramo, ni por desvelados en el estudio, sino porque sean viles o abyectos con el cacique o con la situación creada.

Nuestra campaña es campaña colombiana, que quiere restaurar la grandeza que nutrió su historia, para demostrar que aún somos una raza fuerte, altanera y batalladora. Por eso nos miran con el desdén con que fingen mirarnos. La oligarquía, el país político, no comprende que pueda ser candidato a la presidencia de la república uno de vosotros, los del país nacional, sin el previo permiso o asentimiento de ellos, aun cuando lo sea en nombre de la república y por autoridad del pueblo. No pueden ni quieren entender que la presidencia de Colombia pueda ser ocupada por gente distinta del oligarca en persona, del secretario, o de aquel que sincera o insinceramente se le someta. El pueblo colombiano, en cambio, piensa que esa dignidad no debe ser ocupada en lo sucesivo, ni por el oligarca, ni por el secretario, ni por el sometido.

Y no creáis que cometen una equivocación cuando sienten ese desprecio por estas inmensas multitudes. Ellos tienen su técnica, que es la misma técnica de los micrófonos del doctor Goebbels: adulterar, engañar, para crear la opinión Y por eso no os extrañéis de su comportamiento despectivo. En realidad para ellos nada valéis los hombres de Colombia que unís vuestro fervor al mío. Sois las fuentes del trabajo y de la riqueza, pero no pertenecéis al país político y por consiguiente no tenéis personería política. Y por eso tampoco os extrañe que afirmen que este movimiento no tiene dirigentes. Sí los tiene, pero entre los hombres de trabajo y de independencia, que por ello carecen de nombre en el país político u oligarquía. Y ello es natural, porque somos una rebeldía contra la ignominia.

Atrás os prometía demostrar cómo la situación a que hemos llegado tiene sus antecedentes de fenómeno histórico, sometido a leyes en sus causas y en sus efectos. En el mundo de la sociedad las cosas no se dan arbitrariamente. Tienen sus leyes. Desde luego, más desconocidas que las del mundo de la psicología y mucho más que las del mundo biológico. Podéis observar sólo los resultados y desconocer las causas pero siguen siempre su ritmo, su sistema.

Se ha dicho que todo partido en el poder tiende a conservatizarse. Desde luego este término no lo empleamos en el sentido electoral sino en el psicológico. Es decir, que los hombres, cuando llegan al poder, transcurrido un tiempo, pierden la fuerza impulsora de su destino, de su arranque y de su capacidad transformadora.

En los países democráticos su estructura política presupone la existencia de fuerzas de la oposición. La oposición abre un paréntesis. No sólo es un derecho sino una necesidad en un país democrático. Ahí radica su fuerza: en que haya un gobierno que gobierna y una oposición que, en virtud de su crítica, controla, limita o impulsa al mandatario para que su actuación sea mejor. Lo que es absurdo e implica un complejo de inferioridad, es decir que la oposición no deja gobernar y hace invivible al país. El que manda no puede usar ese lenguaje. El gobierno tiene que gobernar, la oposición tiene libertad para oponerse. Pero el gobierno tiene que triunfar por la virtud de sus actos, de sus concepciones y sus realidades. La democracia no se salvará cortándole las alas a la oposición o pidiéndole que no ataque. En la democracia el gobierno se salva siendo tan puro, tan trabajador y tan capaz, que por sus mismas virtudes destruya las voces injustas de la oposición.

Decía que quien está en la oposición tiene ideales distintos al que gobierna, ansía cosas diversas, pretende modos diferentes. De ahí esa característica dinámica y de lucha de toda oposición. Pero un día esta llega al gobierno y necesariamente en el gobierno se constituye la estructura gubernamental, que no puede englobar a toda la masa que antes constituía la oposición, ni puede ocupar puesto físico en el nuevo gobierno. Viene entonces un proceso humano, porque todo lo malo y lo bueno es humano, y es la formación, en plazo más largo o más corto, del país político, según lo he analizado, integrado por la mayoría de quienes detentan físicamente el poder. Se formará el círculo de los que adulan, de los contratistas, de los amigos con intenciones de ilícitas ganancias. En una palabra, surgirá la zona de satisfechos, de los que ya nada ansían y que por eso piensan que lo mejor es conservar lo existente. Los poseedores físicos del mando van acomodándose, atemperándose, las alas se rompen; el poder queda justificado por el poder mismo; desaparece la ambición idealista y transformadora y se luchará por crearle a la juventud especialmente un ambiente en el cual la mayor apetencia sea la del puesto público, sin otra ansia, ni otro ideal, ni otra energía que la de crearse una pequeña y modesta posición.

Sólo quedará entonces, como fuerza impulsora, como potencialidad creadora – porque toda creación es obra de insatisfechos – la gran masa de la opinión cuyos ideales no han sido realizados. Sólo quedará el pueblo, el país que he llamado nacional, que sigue teniendo un objetivo de batalla, ya que la posesión física del mando no lo ha anestesiado. Y por eso es al pueblo, al pueblo liberal, con sus fuerzas intactas de anhelos y de ideales, a quien me dirijo.

Por algo me regocijaba que un periódico dijera, comentando mi primera conferencia, que yo no era hombre de gobierno sino de oposición. ¡No! Lo que pasa es que yo no creo que el gobierno sea para descansar, sino una trinchera para batallar mejor.

La sombra iluminada por la sombra

Todo lo anterior nos sirve para explicarnos la causa por la cual se va formando, por los interesados del país político, ese ambiente que llaman de serenidad. Todo lo que sea la verdad parece una imprudencia contraria a las cualidades de un estadista. Y se termina por crear, como culminación el actual estado de cosas, al que no le podremos aplicar la bella frase de Gautier sobre un cuadro de Murillo, de que la luz tiene como sombra la luz. ¡No! Tendremos que decir que la sombra está iluminada por la sombra, situación en la cual se pierden todos los empujes hondos. El país político tranquilo, que hace discursos y conversa de los problemas nacionales, pero que cambia de la noche a la mañana sus propósitos; que un día habla de las transformaciones sociales y al día siguiente presenta proyectos suprimiendo el derecho de huelga; que un día habla de la intervención del Estado y al día siguiente fracasa en esa intervención, porque ella requiere para su eficacia el trabajo y la técnica y no los sistemas burocráticos; que al planteársele el problema de los arrendamientos tratará con mano dura a los pequeños, a los económicamente incapaces y usará de mano blanda para los fuertes; que al plantearse el problema del consumo hablará de la intervención estatal, pero la manejará sólo con el criterio de la influencia política y el favoritismo. Los amigos del país político tendrán fáciles permisos que los enriquecerán rápidamente, pero los comerciantes y trabajadores sin influencias serán vencidos por la plutocracia.

Ésta es una lucha fuerte para gente fuerte

Para concluir, porque ya es la hora, tengo que expresar: no hemos hablado esta noche sino del criterio; de que tenemos distinto criterio al del país político. Y es en este sentido que estamos enfrentados con él.

Pertenecemos al país nacional que va a combatir contra el país político. Se emplearán contra nuestro movimiento todos los medios: la calumnia, el desconocimiento del problema, la propaganda falaz. Nada de eso ha de arredrarnos. Vamos a ganar la batalla. Ellos se creen las únicas gentes importantes, y por eso al pueblo que me escucha y me sigue lo toman por gente ignara y sin prestigio. No invitamos a que se queden con nosotros los débiles de voluntad, los que tienen miedo a la mecánica organizada, los que sólo adhieren a la lucha que tiene ya asegurada la victoria. Esos son frágiles y ésta es una lucha fuerte para gente fuerte. ¿Que no tenemos máquina política y que su máquina nos puede aplastar? ¡Pues nosotros aplastaremos a la máquina! ¿Se piensa que el fraude, a la manera del que se suele cometer, va a dar la victoria a nuestros adversarios? Pues tenemos que declarar que el fraude y la coacción son un delito y que contra el delito sólo hay una cosa que no es ni puede ser permitida: ¡someterse al delito!

Sabemos que hay un país político y un país nacional

Apenas quería plantear ante vosotros un criterios: hemos examinado una realidad, sabemos que hay un país político y que hay un país nacional; hemos visto cómo se ha ido formando el primero; conocemos su proceso y su huellas históricas; hemos probado que tiene antecedentes en la realidad psicológica de los hombres y experimentamos los hondos males que trae para un país una situación semejante. Valga un ejemplo: cuando regresé a Colombia en 1928, desde esta misma tribuna auguré para Francia tristes destinos. Me bastaba haber observado que allá existía un país político que le volvía la espalda al país nacional. Este pensaba en la defensa frente a Alemania, en los cañones, en la aviación y la camarilla política con sus rencillas oscuras, sus odios inferiores, su hipocresía, votaba por el Ministro de Aviación Pierre Cot o votaba contra el ministro Pierre Cot, no teniendo en cuenta los intereses de la fuerza aérea francesa, sino porque la derrota del ministro, o su victoria, le servía a ésta o a la otra casta del país político. Y así pereció Francia. Sólo se salvó cuando llegaron los nuevos conductores en su mayoría desconocidos; los apasionados, los inconformes, los «impolíticos». No sólo era un desconocido el general De Gaulle sino un desplazado. Como en otro país y en otras situaciones similares, no sólo no era un hombre importante sino un simple robador de bancos José Stalin; no sólo no era un grande hombre para la plutocracia y el país político norteamericano Roosevelt, el gran muerto, sino un demagogo que irrespetuosamente intervenía en zonas a otros reservadas, es decir a los anquilosados y petrificados hombres del país político. Pero una nación no se salva con simple verbalismo, con jugadas habilidosas, ni con silencios calculados, sino con obras, con realidades, con el otro aspecto de nuestro criterio, que es el de tener como objetivo máximo de la actividad del Estado al hombre colombiano, cómo va su salud, cómo su educación, cómo su agricultura, cómo su comercio, cómo van su industria, sus transportes y su sanidad. Eso es lo que queremos. Lo demás, las consejas mentirosas, el mutuo robo de las firmas, esos odios que acaban en abrazos falsos, todo eso nos causa risa o nos causa indignación, ¡porque la patria es lo primero en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra vida!

Ya sabemos que lo uno como lo otro es política. Pero también sabemos que la política, como todas las cosas, tiene distintos significados y criterios. Sabemos que en Rafael, como en Miguel Ángel o en Leonardo, la pintura es pintura. Pero en Rafael es color, en Miguel Ángel es forma, en Leonardo es profundidad!

Nuestro movimiento es lucha de hombres que quieren redimirse

Para el país político la política es mecánica, es juego, es ganancia de elecciones, es saber a quién se nombra ministro y no qué va a hacer el ministro. Es plutocracia, contratos, burocracia, papeleo lento, tranquilo, usufructo de curules y el puesto público concebido como una granjería y no como un lugar de trabajo para contribuir a la grandeza nacional.

Para nosotros es distinto. En esta lucha estamos y estaremos. Nadie puede detenernos. Solo si se presentara al debate presidencial un candidato del partido conservador, volveríamos a meditar en la actitud que ante la nueva situación debamos asumir.

Nuestro movimiento es lucha de hombres que quieren redimirse y tienen fuerza para ello. Porque nos sentimos capaces para esa lucha; porque no tenemos odios; porque respetamos personalmente a nuestros adversarios y a los que no piensan con nosotros, estamos y queremos estar en esta batalla de perfil nacional. Nuestra lucha es pacífica. Tenemos el concepto de que la vida es una cantera y que la piedra de esa cantera no se transforma en catedral o en estatua sino con los cinceles de la pasión y de la voluntad.

Hombres de pasión; hombres que aún creéis en el colombiano fuerte, vigoroso y sin miedo. ¡Adelante!

PUEBLO: Por la restauración moral de Colombia ¡A la carga!

PUEBLO: Por la democracia ¡A la carga!

PUEBLO: Por la victoria ¡A la Carga!

Notas:

[1] Fuente: Periódico Jornada -Archivo Gaitán, propiedad de la familia Gaitán.

[2] Se refiere a la pugna López Pumarejo vs Eduardo Santos

[3] Referencia a la Revolución en Marcha

[4] Se refiere al Movimiento Gaitanista

[5] Hombre con «alma de secretario» era el calificativo que Jorge Eliécer Gaitán le daba a Alberto Lleras Camargo por su condición de servidor incondicional de los intereses norteamericanos.

[6] Se refiere al Teatro Municipal de Bogotá, donde el líder popular llevaba a cabo los llamados «viernes culturales» para orientar a la gente sobre la realidad nacional. El Teatro fue destruido luego por Laureano Gómez, para acabar con el recuerdo de aquellos viernes culturales que se transmitían en cadena por pequeñas emisoras de todo el país. Ahora el terreno donde estaba el teatro está ocupado por el Patio de Armas del Palacio Presidencial. En 1948 se fundaron las dos cadenas radiales oligárquicas, RCN y Caracol, para que no volviera a presentarse un fenómeno de comunicación radial popular como el que se dió en esos años de la década del 40.

[7] Se refiere a la Convención Liberal oficialista que, reunida arbitrariamente en 1945 con menos de 60 integrantes y, violando los estatutos, designó a dedo al dirigente Gabriel Turbay como candidato del Partido Liberal a la Presidencia de la República.