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En defensa de la (vieja) izquierda

Fuentes: Rebelión [Imagen: 1º de Mayo de 1974 en Lisboa, apenas una semana después del triunfo de la Revolución de los Claveles (25 de Abril de 1974), la última revolución europea, en la que el PCP tuvo un papel destacado. Créditos: Giancarlo de Bellis]

En recuerdo de mi abuelo Loló,

de él tomé sus inquietudes vitales

para transformarlas en mi pasión investigadora


Unas palabras (quizás in)necesarias

Antes de entrar en la reflexión que motiva este texto, me gustaría señalar el motivo de la dedicatoria, principalmente porque explica muchas de mis posiciones filosóficas, científicas y políticas.

Recuerdo con agrado los largos paseos que daba con mi abuelo, sobre todo por O Grove, camino de A Toxa; supongo que en esos paseos se fue formando mi pasión investigadora. Mi abuelo, antes de ser marido y padre, había estudiado -supongo que como cientos de niños del rural en los primeros años del siglo XX-, en el seminario de Lugo; allí permaneció hasta que, poco antes de ordenarse sacerdote, su vocación religiosa se esfumó y descubrió su otra vocación: la docencia, que ejerció como maestro desde los tiempos de la II República hasta su jubilación en los últimos años del franquismo. A lo largo de su vida, y aquí es donde entro yo años después, se mantuvo firme en su ateísmo, que fundó en dos profundas convicciones que a lo largo de su vida procuró alimentar con numerosas lecturas.

La primera de esas convicciones, que me sirvió posteriormente en mis discusiones con cristianos que pretendían convertirme a su fe, era la negación de todos los milagros recogidos en la Biblia -porque tenía una explicación racional para todos ellos- y, por supuesto, de los atribuidos a Jesús de Nazaret, cuya naturaleza divina negaba; negando también su resurrección.

La segunda, que es la que transforme en fuente de mi vocación científica e investigadora, era la firme convicción de que Dios no había participado de ninguna manera en la creación del hombre…, y esto era lo más importante: ‘Dios no había participado de ninguna manera’, por eso Teilhard de Chardin o Crusafont, a quienes había leído en los años ‘70, no le satisfacían…, ofrecían una visión cristiana de la evolución: la creación es atemporal y marca el inicio de la evolución, aceptando la evolución de la materia (universo, vida y hombre), como un hecho físico o biológico, pero reservándose la ‘conciencia’, el ‘alma’, como una creación divina, era lo que sostenían esas teorías finalistas. Mi abuelo buscaba otras respuestas a sus inquietudes vitales.

No era posible que en aquellos paseos un niño/adolescente de entre 7 y 17 años le diese esas respuestas. Se las fui dando en años posteriores, pero sobre todo, en la larga conversación que mantuvimos la tarde del 24 de abril de 1990, terminada instantes antes de su muerte. A lo largo de esa conversación, yo estaba en el último año de mi carrera y llevaba desde 1984 implicado en un proyecto de investigación sobre evolución humana, le tuve que responder a dos preguntas vitales para él, ya que iba a morir sin recibir la extrema unción… Murió serenamente, tranquilo, sabiendo que había vivido una vida plena y con la dignidad de un viejo comunista que había sido depurado, junto con mi abuela, entre los años 1936 y 1942 por su ‘significación marxista’ (‘fuxido’ -huido, escapado- en el ‘36, estuvo escondido en la casa rectoral de un amigo cura, quien le convenció de purgar su pasado comunista (fuera teniente de alcalde en Lalín en representación del PCE) alistándose en el ejército franquista; Ramón de Valenzuela (1914-1980), un viejo amigo de mi abuelo al que llegué a conocer en mis paseos por O Grove, es autor de un libro autobiográfico titulado Non agardei por ninguén (1957), estoy convencido de que la persona por la que no esperó era mi abuelo, quien a última hora no cruzó la línea para incorporarse al frente republicano por miedo a las represalias que pudieran desatar sobre mi abuela Pere y sus dos hijas, una de ellas mi madre, los falangistas).

Loló junto a una de sus hijas. Créditos: archivo familiar

En aquella conversación, yo, que ya había militado en organizaciones de izquierdas -concretamente en Esquerda Galega- y participado activamente en el movimiento estudiantil -principalmente en la lucha contra la empresa VITRASA (concesionaria del transporte público en Vigo) y contra la reforma universitaria, ya cuando entré en la Universidad-, antimilitarista -en las plataformas contra la OTAN y en el movimiento por la objeción de conciencia- y ecologista -estaba afiliado a una asociación ecologista y me movilicé activamente en contra de los vertidos radiactivos en las costas gallegas-, descubrí que aquellas dos preguntas encerraban mucho más que un miedo a que existiese Dios, lo que hubiese provocado que ardiese en el infierno eternamente por impío…, buscaban cerrar un círculo que él había abierto en sus años mozos, cuando como militante comunista quiso transformar el mundo, como otros tantos comunistas en aquellos años.

A lo largo de aquella conversación -a parte de que posiblemente tranquilicé su conciencia cuando le aseguré que procedíamos de los ‘australopitecos’ por medio de la selección natural y que nosotros, los seres humanos, habíamos creado a los dioses y a las diosas, no al revés-, buscaba hacerme comprender que solo el hecho de que la igualdad y la libertad humanas fuesen un atributo de nuestra naturaleza nos hacía posible albergar la esperanza en transformar el mundo de base, construyendo la sociedad comunista de libres e iguales.

Libres e iguales por naturaleza: el universalismo de la (vieja) izquierda

La tradición ilustrada, aquella que estableció el lema ‘libertad, igualdad, fraternidad’, en su lucha contra los privilegios de las sociedades del Antiguo Régimen se fue dotando de un pensamiento emancipatorio cuyos ejes centrales eran la libertad del hombre, la igualdad ante la ley, la soberanía nacional, la libertad de mercado y el derecho a la propiedad, es decir, el liberalismo ilustrado. Una vez que empezó el ciclo de las revoluciones liberales en América y Europa, el ‘pueblo llano’, que lo había dado todo en esos procesos revolucionarios, comprendió que el proyecto liberal solo beneficiaba a la burguesía, a la clase propietaria de los medios de producción, que la libertad y la igualdad ante la ley solo eran estrategias de dominación para romper los vínculos del campesinado con las tierras que habían trabajado durante generaciones y que se pudiesen convertir en mano de obra asalariada industrial -creadores de plusvalía…- y que la igualdad ante la ley se reducía al hecho de que la ley era la misma para toda la Nación…

No obstante, a pesar de que la burguesía construyó su proyecto emancipatorio excluyendo a la clase trabajadora, a las mujeres, a los indígenas, a las personas esclavas, a las personas con diferentes discapacidades… de las instituciones políticas y oprimiendo socialmente a esos mismos grupos sociales, el derecho a la libertad y a la igualdad se transformaron en una aspiración universal: el socialismo, el feminismo, el abolicionismo o el indigenismo, fueron la respuesta de los excluidos del sistema en defensa de la misma igualdad y libertad que los hombres blancos y burgueses se reservaron para sí mismos, haciéndolas extensibles a los trabajadores, a las mujeres, a las personas esclavas, a los indígenas…

Ahora bien, aunque a lo largo del siglo XIX se fueron tejiendo muchas redes de solidaridad y se fueron estableciendo lazos en la lucha -ahí está la Unión Obrera de Flora Tristán, o la participación de obreras y abolicionistas en la Convención feminista de Seneca Falls-, de todos esos proyectos emancipatorios, solo el comunismo es un proyecto emancipatorio universal en la medida en que aspira a la transformación del mundo para construir una sociedad basada en la libertad y en la igualdad.

Efectivamente, si bien el feminismo aspira a la igualdad de derechos del hombre y de la mujer y el abolicionismo defendía la abolición de la esclavitud y hoy el antirracismo aspira a la igualdad de derechos de las personas racializadas…, el comunismo no centra su atención sobre un grupo social concreto, lo hace sobre el conjunto de la sociedad. A lo largo de la historia, ahí están todos los debates en el seno de la II Internacional -socialista marxista-, primero, y en la III Internacional -comunista-, después-, la teoría y la acción comunistas, la coherencia comunista, analizó situaciones concretas, respondió a necesidades concretas… Ahí están los debates sobre ‘la cuestión de la mujer’, el colonialismo, el racismo, la autodeterminación de los pueblos…

Es cierto, a lo largo de la historia el camino hacia el comunismo está lleno de errores, de incomprensiones, de indiferencias y de desprecios…, pero hasta los años ‘60 el comunismo fue el movimiento internacional que inspiró luchas contra las dictaduras fascistas, movimientos por la liberación nacional y anticolonialistas, movimientos antirracistas y por la igualdad racial, agrupando en su seno a hombres y mujeres, negros, blancos y marrones, obreros industriales, campesinos e intelectuales, unidos por un mismo sueño, una misma utopía: el fin de la opresión, el fin de todas las opresiones.

Hoy, sin embargo, esa utopía apenas es compartida por un puñado de personas. ¿Dónde está el universalismo de la izquierda? ¿Dónde está el internacionalismo? ¿Dónde está la esperanza en una utopía realizable? En crisis, igual que la izquierda occidental.

La izquierda occidental en crisis

Hoy la izquierda occidental está en crisis, eso es obvio para cualquiera. Otra cosa es que estemos de acuerdo en cuáles son los motivos de esa crisis. Personalmente, conociendo algunas de las razones que se aducen para explicar esos motivos, me quedo con las siguientes:

  • la quiebra del estado soviético provocó, por una parte, el abandono de la esperanza en la utopía comunista -a pesar de las numerosas críticas hacia el estado soviético es evidente que constituía un referente simbólico de una utopía realizable- y, por otra parte, la renuncia al marxismo como teoría y método científico para la comprensión de la realidad social en vistas a su transformación; y,
  • la renuncia a su razón de ser: a su proyecto universal.

Profundizando en esta última razón. Es obvio que gran parte de la izquierda, la ‘nueva izquierda posmoderna occidental’, renunció al universalismo del proyecto transformador que dio tantas esperanzas a millones de personas a lo largo de la historia. Renunció a hacer posible su proyecto, a alcanzar su utopía emancipadora, porque se olvidó de varias cuestiones fundamentales:

  • En primer lugar, se olvidó de leer y producir teorías revolucionarias: ya no lee a los clásicos del marxismo -Marx, Engels, Luxemburg, Lenin…, y en todo caso, de leer a algún clásico, opta por Gramsci o Luckaks-; ya no se lee a los líderes revolucionarios por excelencia -a aquellos que lideraron proyectos revolucionarios triunfantes: Lenin, Mao, Castro, Allende, Nkrumah, Ho Chi Minh, Chávez y tantos otros no figuran en las bibliotecas, parece que ya no interesa como organizaron la lucha, con que discursos se dirigían a las multitudes…, en fin, como daban esperanza a la gente-; no lee a autores que no sean occidentales, como si Mariátegui o Recabarren o Atilio Boron, Vijay Prashad o Yao Zhongqiu, por ejemplo; olvidó la necesidad de estudiar la realidad para transformarla, renunció a las categorías analíticas fundamentales -substituimos conceptos como plusvalía, fuerza de trabajo, clase, lucha de clases, alianza de clases, antagonismo principal…, por categorías débiles, que no definen nada y no aclaran nada: ricos y pobres, arriba y abajo, opresores y oprimidos…-,y, sobre todo, abrazó el identitarismo y el particularismo -lo que llevó a la fragmentación de las luchas-, frente al universalismo. Dicho de otra forma: la nueva izquierda posmoderna occidental hizo suyo el discurso liberal, al que le dio un barniz social, en cierto sentido igualitario: igualdad de oportunidades, igualdad ‘real’ ante la ley…, lo que se traduce en políticas de conciliación de la vida familiar, de igualdad salarial, de paridad en los cargos públicos de hombres y mujeres, de reconocimiento del matrimonio homosexual, de respeto y tolerancia por las diferentes orientaciones sexuales e identidades de género, de discriminación positiva hacía las minorías…, pero la clase está borrada de los objetivos transformadores de esa nueva izquierda posmoderna occidental.
  • En segundo lugar, se olvidó de que la humanidad, el género humano -como se canta en la Internacional-, es una comunidad de iguales formada por seres libres organizados socialmente; es decir, se olvidó de la naturaleza humana, cuyas características son:
  1. la sociabilidad: los seres humanos, como cualquier otra especie animal somos seres sociales, somos producto de la selección natural que actuó sobre un grupo de homínidos en un determinado medio, somos seres que nos formamos evolutivamente en forma de sociedad; las sociedades humanas no son un agregado de individuos, nuestro origen y la única condición de nuestra existencia es la organización social;
  2. la igualdad: todas las diferencias posibles entre los seres humanos, tanto las debidas a la diversidad sexual como a cualquier otra característica biológica (color de la piel, de los ojos…), son el resultado de la evolución biológica (recordemos que la vida se define sencillamente como ‘reproducción con variación’, parafraseando a Maynard-Smith), por lo tanto, si cualquier individuo humano puede reproducirse sexualmente con cualquier otro individuo humano siempre que sean de sexos complementarios para la función reproductora (la única condición para la reproducción biológica de los seres humanos como mamíferos es la existencia de un macho y una hembra con órganos sexuales fértiles), y ambos individuos dan origen a un tercer individuo diferente -que a su vez tiene capacidad reproductiva-, es obvio que todos los seres humanos somos iguales, dicho en otras palabras, si existimos gracias a la variabilidad humana, somos iguales en la diversidad; y,
  3. la libertad: los seres humanos, como cualquier otro ser vivo estamos sometidos a los límites impuestos por nuestro propio organismo biológico (estructura anatómica, estrategias de locomoción y alimentación…), pero nuestro comportamiento, nuestra conducta, nuestro pensamiento, nuestra acción no están determinadas biológicamente, ya que no actuamos movidos por instintos innatos -como se decía hace muchos años-, ni estamos determinados genéticamente -como se dice ahora…-, los seres humanos, en cuanto a nuestras capacidades psíquicas y a nuestra organización social se refiere, somos seres biológicamente autónomos, como señalaron Ashley Montagu o Richard Lewontin.

Por estas razones, porque somos seres sociales libres e iguales por naturaleza, a lo largo de los últimos 10.000 años, desde que surgieron las primeras jerarquías sociales en el contexto de las revoluciones neolítico-calcolíticas y especialmente desde que las sociedades humanas empezamos a organizarnos bajo la forma Estado, los hombres y las mujeres se rebelaron contra las diversas formas de opresión y lucharon por construir una sociedad más justa, de libres e iguales.

De hecho, en el momento en que las organizaciones tribales jerarquizadas se transformaron en estados, las divinidades que habitaban el mundo de los humanos, se transformaron en dioses y diosas con un nuevo atributo: la creación del mundo, ya que la única forma de garantizar el sometimiento de las gentes que hasta ese momento habían vivido en sociedades tribales -lo cual significaba que ya existía una cierta desigualdad social, por eso existían divinidades y rituales mágicos-, pero que no habían sufrido ninguna opresión por razón de su condición biológica o social que los desposeyese de su dignidad humana, era hacer a los seres humanos seres tutelados por los dioses, a los que debían obedecer. Por eso también es fundamental no olvidar que no estamos tutelados por los dioses, que no hemos sido creados, al contrario, somos los seres humanos quienes creamos a los dioses con una finalidad opresora.

Esa era la certeza que buscaba mi abuelo aquella tarde del 24 de abril de 1990, saber que su compromiso con el comunismo, con la utopía emancipadora de la humanidad, con el fin de la opresión, no había sido en balde. ¡Si somos libres e iguales, el futuro está en nuestra acción indeterminada y no tutelada por los dioses!

Manifestación a favor de la autonomía gallega convocada en toda Galicia para el 4 de diciembre de 1977, a la manifestación de Vigo concurrieron 300.000 personas y el servicio de orden estuvo a cargo del PCG, tal era la hegemonía de esa organización en la ciudad viguesa. Créditos: archivo histórico del PCG, cedida por Carlos Portomeñe

¿Qué hacer?

No voy a ser yo ahora quien resuelva la crisis de la izquierda occidental; no obstante, creo que deberíamos reflexionar sobre lo siguiente:

  1. por supuesto, no se trata de volver al pasado con la intención de repetir las viejas fórmulas, eso no tendría ningún sentido: por mucho que la fascistización de la sociedad pueda recordar a los años ‘20-’30 del siglo pasado, el contexto es diferente…;
  2. no obstante, sí que sería interesante releer para aprender, para tomar nota del discurso revolucionario y generador de esperanza que movilizó a multitudes en el pasado (yo apenas viví el momento en que el PCG era hegemónico en la sociedad viguesa, pero recuerdo alguna manifestación en la Porta do Sol -allá por los años ‘70, durante la Transición-, en la que una multitud portadora de banderas rojas y puños alzados coreaba aquello de ‘aquí está, aquí se ve, la fuerza del pecé’);
  3. obviamente, hay que volver a estar en la calle…, pero, ¿qué queremos decir con eso? ¿Ir por detrás de cualquier protesta, acoplarnos a todas las banderas, fomentar la fragmentación de las luchas? No, si queremos recuperar la hegemonía social tendrá que ser liderando la lucha, dándole a la lucha una coherencia y una unidad de acción;
  4. es cierto, tenemos que leer otras literaturas combativas, otras literaturas que luchan por la igualdad, pero no renunciando a nuestra teoría, aprendiendo de ellas, incorporándolas en nuestro discurso cuando sea necesario, pero no renunciando a nuestra razón de ser…;
  5. dejemos de ser ‘anticapitalistas’, seamos orgullosos y orgullosas comunistas que luchan por ‘el fin de la opresión’ -que cantamos en la Internacional-, por una sociedad autoorganizada de personas libres e iguales.

En Aldea Nova, entre el 19 y el 20 de julio de 2024


Este texto se lo debo a la comunicación, no siempre verbal y en persona, que mantuve en las últimas semanas con mi querido amigo Salvador López Arnal, a él ofrezco esta reflexión, que espero que sea de su interés, como homenaje en su 70º aniversario.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.