«En el camino de Augsburg a Tombuctú», así empieza Bertolt Brecht un pequeño poema donde habla de su relación con Marianne Zoff, escrito en mayo de 1921. Es un hombre muy joven, y vive entonces entre el compromiso político y la bohemia, en los primeros años de la república de Weimar que recordaba aún todos […]
«En el camino de Augsburg a Tombuctú», así empieza Bertolt Brecht un pequeño poema donde habla de su relación con Marianne Zoff, escrito en mayo de 1921. Es un hombre muy joven, y vive entonces entre el compromiso político y la bohemia, en los primeros años de la república de Weimar que recordaba aún todos los horrores de la gran guerra pero no sabía aún que entre las cenizas dispersas de los círculos nacionalistas y patrióticos se estaba incubando el odio que incendiaría el mundo. La postguerra comprende los años de aprendizaje de Brecht, cuando se relacionó con Marianne, y con otras mujeres, mientras los guerreros se lamían las heridas y los asesinos preparaban su venganza, porque, como escribió un miembro de los Freikorps (el escritor Ernst von Salomon, que participó en el asesinato de Rathenau) «la guerra ha terminado, pero los soldados aún desfilan».
Hablando del teatro, Peter Brook dijo, con precisión, que Brecht era la figura clave de nuestro tiempo. El futuro dramaturgo inicia su camino en Augsburg, su ciudad natal: le llevaría muy lejos, pero no a Tombuctú. La vuelta al mundo que se ve en un gráfico dispuesto en la casa donde nació, ilustra su vida desde que comienza su exilio: son once estaciones, once paradas, cuando, escribió, «cambiábamos de país, como de zapatos». Pasa por Praga, Viena y Zúrich, entre febrero y marzo de 1933; por París, en mayo y junio de ese año; vive en Skovsbostrand Bei Svendborg, Dinamarca, entre junio de 1933 y abril de 1939; en Estocolmo, hasta abril de 1940; en Helsinki y Marlebäck, hasta mayo de 1941; y, después, llega a Moscú, en mayo; a Vladivostok, en junio; para terminar en Los Ángeles, donde permanecerá hasta octubre de 1947, cuando va a Nueva York, para, finalmente, retornar a Alemania, tras haber rodeado el mundo, siempre hacia oriente.
Cuando se entra en la casa de Brecht en Augsburg, en el número 7 de Auf dem Rain, y el visitante se detiene en el pequeño vestíbulo, repara en una escalera de madera presidida por una vieja fotografía de la ciudad, en 1907: así era cuando nació el dramaturgo, una ciudad de provincias, recorrida por tranvías, por criadas con delantales cruzados, señoras ataviadas con vestidos que les cubren los tobillos, y niños con sombrerito y carricoche que parecen atisbar el futuro que le espera a la Alemania guillermina. En esa casa nació Brecht, el 10 de febrero de 1898. Siete meses después, su familia se mudó a cien metros escasos de distancia, al número 1 de Bei den sieben Kindeln, y, dos años más tarde, se instalaron en Bleichstrasse, 2, donde el padre ejercía de administrador de las casas de la fundación Haindl, y donde Brecht dispondrá de una buhardilla, a la que denomina en sus notas Kraal 3. Como si fuera una señal del destino, todos los domicilios donde Brecht vivió con su familia estaban en las inmediaciones de las casas para pobres (la Fuggerei) que el banquero Jacob Fugger construyó en 1521: eran ciento cuarenta pequeñas viviendas para familias necesitadas, cuyos actuales moradores, hoy, siguen pagando un alquiler anual de un gulden renano, o florín, apenas un euro. Aquellos vecinos de Brecht eran los más pobres entre los pobres, y esa condición, la de los explotados y humillados será siempre decisiva en el teatro brechtiano.
Dos canales del Lech rodean la casa, ante la fachada y en la parte posterior. Una pequeña plataforma de madera sobre el agua, flanqueada por una baranda metálica, permite entrar en la casa. Sólo en la planta baja y en el primer piso encontramos el recuerdo de la vida de Brecht, porque en los otros dos pisos siguen viviendo vecinos. El pequeño museo consta de un par de salitas, y, arriba, de cinco habitaciones, divididas cronológicamente: la que recorre su infancia, alargada hasta 1917; la que aborda los seis años que van del final de la gran guerra hasta su traslado a Berlín; los nueve años en la capital alemana, hasta su exilio en 1933; los catorce años de destierro, hasta su retorno a Berlín en 1947, y sus últimos nueve años de vida. En la habitación dedicada a la infancia y la juventud de Brecht, que cuenta con los muebles de su madre, puede verse una fotografía familiar que reúne a los padres y los dos hijos. Más allá, se aprecia una imagen del futuro escritor, en 1904, con la cartera de escolar a la espalda, cubierto con una curiosa gorra que parece turca. En otra, se ve a Brecht con Paula Banholzer, en 1918, ambos apoyados en una pared de ladrillo. Otra imagen, muestra a Brecht junto a Hanns Eisler, Paul Hindemith, Ernst Hardt, Hans Flesch, en 1928. Los libros de Brecht en numerosos idiomas, incluso en chino. Carteles de sus obras, vitrinas. Y objetos, cucharas y tenedores en estuches. Algunas puertas tienen rejas sobre el dintel. Más allá, el busto de Brecht, en bronce, hecho en 1956 por Fritz Cremer, un relevante escultor comunista que también realizó, entre otras, la escultura del dramaturgo ante el Berliner Ensemble y la obra Luchadores por la libertad, instalada en Bremen, que recuerda a sus camaradas asesinados de Die Rote Kapelle, la Orquesta Roja.
Augsburg está muy cerca de Múnich, una ciudad que Brecht visitaba con frecuencia, donde se casó con Marianne Zoff («la chica de cabello castaño y piel morena»), en noviembre de 1922. Los años de juventud de Brecht son los de la gran guerra, de la revolución aplastada, de la nueva república de Weimar, y los vive a caballo entre la provinciana Augsburg y la enorme Múnich donde Heinrich y Thomas Mann se enfrentaron por la gran guerra, que bulle en los años finales de la dinastía de los Wittelsbach. Brecht llega a Múnich en octubre de 1917, para estudiar en la facultad de Medicina, y, aunque vive después en Augsburg, realiza constantes viajes a la capital bávara, una ciudad que es, también, donde empezó a organizarse el partido nazi: en el hotel Vier Jahreszeiten, en el número 17 de la Maximilianstrasse, justo al lado de la Residenz, el palacio real de los Wittelsbach, se reunía la Sociedad de Thule, una asociación patriótica y racista que está en el origen del nazismo. En la ciudad, abundan las cervecerías, lugares de relación y de celebraciones, que son frecuentadas por el joven Brecht, y que han visto notables acontecimientos. En la vieja Hofbräuhaus fue donde se aprobó el programa del partido nazi, los «veinticinco puntos», y allí celebraron los nacionalsocialistas su primer mitin. También había sido frecuentada por Lenin y algunos relevantes episodios de la revolución espartaquista se desarrollaron también allí. Y en la Bürgerbräukeller, una cervecería de la calle Rosenheimer, fue donde Hitler lanzó el putsch de Múnich, En esa ciudad, coinciden Brecht y Hitler, aunque no tengan ninguna relación.
La célebre fotografía de la Odeonsplatz de Múnich, en agosto de 1914, donde se ve a un joven Hitler (¡sólo tiene veinticinco años!) entre la muchedumbre que celebra el estallido de la guerra, da cuenta de la oscuridad de la historia, aunque ahora siempre veamos la imagen con aquel joven envuelto en un círculo, para destacar su presencia. Había llegado un año antes, después de pasar un lustro en Viena. La gran guerra cambiará por completo a Europa, y una generación quedará atrapada entre los ojos hundidos de los espectros que se arrastrarán por el continente. Tras la guerra, Hitler vuelve a Múnich, en 1918, y, durante los años siguientes, se convierte en un agitador, que frecuenta primero los medios nacionalistas y patrióticos, y que después se apodera de un pequeño partido que crecerá gracias a su talento para la oratoria y al despecho y ansia de revancha que recorre los círculos patrióticos a causa de la derrota y de las imposiciones de Versalles. En 1928, diez años después del retorno de Hitler a Múnich, el partido nazi contará ya con cien mil miembros.
La derrota en la gran guerra desata la crisis. El 29 de octubre de 1918 estalla la rebelión de los marinos en Kiel, que se extenderá a Berlín, Baviera, a la cuenca del Ruhr. Los generales del imperio habían exigido la abdicación del Káiser, prestos a esconder su responsabilidad por la derrota alemana y a lamentar la inexistente «puñalada por la espalda», y, desde hacía meses, las huelgas que reclamaban la paz eran constantes por todo el territorio del Reich. El 9 de noviembre, cuando abdica Guillermo II, entre la confusión sobre los objetivos políticos de la derecha y de la socialdemocracia, Scheidemann proclama la república, adelantándose a Liebknecht que, poco después, proclama la república socialista desde un balcón del Stadtschloss, el palacio imperial de Berlín. A finales de diciembre se crea el KPD, el partido comunista alemán, pero la esperanza depositada por los obreros en esa llamarada revolucionaria se apaga pronto: la socialdemocracia aplasta la revolución. Noske, protagonista en Kiel, no dudará en utilizar la fuerza para detener los cambios, y el mismo Ebert (el dirigente socialdemócrata que dirigía el gobierno provisional alemán que había sustituido al canciller imperial, el príncipe Maximilian von Baden), apoyado por el jefe del Estado Mayor del ejército, Groener, se lanza a destruir el bolchevismo alemán: nada les detendrá. El 15 de enero de 1919 son asesinados en Berlín los dirigentes comunistas Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, y la revolución berlinesa es aplastada por el ejército y los Freikorps. Brecht recoge escenas de la revolución en Tambores en la noche, que escribe en Augsburg durante los meses posteriores, con escenas inolvidables que recogen tanto el ímpetu revolucionario como la crueldad de los ciudadanos de orden: una «mujer de los periódicos» grita, feroz: «Rosa la roja está hablando en el Zoológico. ¿Hasta cuándo van a durar los alborotos del populacho? ¿Dónde está el ejército?» El papel del ejército alemán, la Reichswehr, que junto con los Freikorps protagonizarán una matanza que ahoga la revolución, es citado con amargura por Kragler, el principal personaje de la obra de Brecht, quien nos dice, en otra dramática escena: «Esto no es más que teatro. Tablas, y una luna de papel, pero, detrás, está la carnicería, que es lo único real. […] Suena la gaita, los pobres mueren en el barrio de los periódicos…» Un baño de sangre en el Zeitungsviertel termina con la revolución. Una coalición de los huérfanos de la Alemania guillermina, del ejército, de la gente de orden temerosa de tiempos nuevos, de la socialdemocracia de Ebert y del sangriento patriotismo de los Freikorps, se impone en todo el territorio de la nueva república, aunque en Baviera todavía no ha cesado el combate.
En Múnich también había desaparecido el viejo mundo. Baviera era un reino peculiar en un imperio prusiano, donde el último monarca, Luis III, había comenzado a reinar en 1913. El 7 de noviembre de 1918, cuando aún no se había firmado el armisticio en la gran guerra, el último de los Wittelsbach huye de Múnich, donde también había estallado la revolución espartaquista, y se proclama una república bávara dirigida por Kurt Eisner, un socialista del USPD: es la primera república que aparece en el territorio del Reich. El gobierno provisional intenta consolidar las nuevas estructuras políticas, pero el conservadurismo acecha en la calle, en los cuarteles, entre los partidos de orden y entre el nacionalismo. Los propagandistas de la reacción, que califican a la revolución como el «crimen de noviembre», avisan al mundo de que en Múnich «funciona el terror ruso», aludiendo a la aureola que la derecha ha adjudicado a la revolución de Lenin. La derecha califica a Eisner como «un bolchevique, un judío»: la república bávara tiene los días contados.
En febrero de 1919, Eisner es asesinado en la Kardinal Faulhaber Strasse de Múnich por un nacionalista, Anton Graf von Arco auf Valley. En el lugar del crimen, los muniqueses depositan flores en su memoria, pero ni ese consuelo tendrán los seguidores de la república bávara: un miembro de la Sociedad de Thule roció orina de perro para que los canes se congregasen allí. El lugar es recordado ahora por la silueta de su cadáver dibujada en el pavimento, en el lugar exacto donde cayó muerto. En marzo, tras el asesinato de Eisner, es elegido presidente el socialdemócrata Johannes Hoffmann, aunque la agitación revolucionaria fuerza a su gobierno a huir de Múnich a Bamberg, y se proclama entonces la Bayrische Räterepublik, una república consejista, que se inspira en el anarquismo y en la revolución soviética. Apenas sobrevivirá el mes de abril: proclamada el día 6 de abril, la composición de su gobierno recoge el apoyo de los socialistas del USPD, de comunistas y anarquistas. Con él, colaboran Ernst Toller (que se encargará de organizar un efímero ejército rojo), Gustav Landau, Silvio Gesell.
A principios de mayo, tropas de la Reichswehr y de los Freikorps, derrotan la revolución, e inician una política de terror que causa una matanza de centenares de personas. Gustav Landauer, que había sido ministro, es detenido y asesinado por los soldados, y su cadáver arrojado a la lavandería de la prisión, igual que muchos otros revolucionarios, perseguidos y rematados en sus casas y en las calles. Hoffmann vuelve a Múnich en mayo de 1919, y da cobertura jurídica a la oleada de terror que se extiende por la capital y toda Baviera contra los partidarios de la revolución; el gobierno de Gustav von Kahr, que le sucede, actúa sin contemplaciones con la izquierda, aunque se mostrará tolerante con los nazis y con las ligas patrióticas.
La revolución de noviembre, que hace llorar de amargura a Hitler, estimula a Brecht. El dramaturgo es llamado a filas por el ejército en enero de 1918, pero consigue un aplazamiento hasta agosto y, cuando estalla el movimiento revolucionario, participa en el consejo de soldados y obreros de Augsburgo, según explica él mismo. Brecht confiesa en sus notas autobiográficas que en 1918 estuvo con el USPD y fue consejero militar. Se aproxima paulatinamente a las opiniones revolucionarias, aunque todavía en septiembre de 1920, anota en su diario que está «totalmente en contra del bolchevismo». Su acercamiento a los comunistas es posterior.
En octubre de 1917, Brecht había iniciado sus estudios de filología y medicina en la Ludwig-Maximilians-Universität, de Múnich. En esos meses de 1918 escribe una primera versión de Baal, así como poemas y canciones, y viaja con frecuencia a Múnich. De octubre de 1918 al 9 de enero de 1919, sirve como asistente médico en Augsburgo, en un hospital militar, y, cuando estalla la revolución de noviembre, se incorpora al Consejo de obreros y soldados de su ciudad natal. En julio de 1919, cuando todo ha terminado, nace su hijo Frank, fruto de su relación con Paula Banholzer, su novia de adolescencia. Frank tendrá un destino trágico: movilizado por la Wehrmacht, muere en la Unión Soviética, en 1943. En esos meses posteriores a la revolución, Brecht ejerce como crítico teatral en el periódico del USPD de Augsburg, Der Volkswille, hasta que abandona la colaboración en enero de 1921. Frecuenta con sus amigos la taberna de Gabler, junto al río Lech, se interroga por el futuro, se inquieta por su hijo y por sí mismo, y vive, escribe, ama.
Tras la revolución, Brecht vive cerca de un Múnich convulso y aterrorizado, pero que recobra lentamente la normalidad; conoce a Lion Feuchtwanger, Johannes R. Becher, Erich Engel, Walter Mehring, viajando con frecuencia desde Augsburgo. Escribe entonces Tambores en la noche, con el recuerdo triste de la revolución de noviembre, obra que será estrenada en Múnich en 1922. A finales de febrero de 1920, Brecht viaja a Berlín, donde permanece un mes; en mayo, muere su madre, y, además, tiene que hacer frente a un proceso judicial por las duras críticas teatrales que había hecho, en la prensa de Augsburg, a la actriz Vera Maria Eberle. En ese verano, tiene listo Baal, pero su editor no se atreve a publicarlo por temor a la censura del gobierno. Conoce entonces a Marianne Zoff, una cantante de ópera con quien se casará en noviembre de 1922 y de quien tendrá una hija, Hanne, en marzo de 1923. Hacia 1921, Brecht había empezado a escribir En la jungla de las ciudades, y, en noviembre, se va a Berlín, donde permanece casi seis meses, para impulsar sus obras en las editoriales y para tomar contacto con directores y teatros. Consigue que la editorial Kiepenheuer se comprometa a publicar una selección de sus poemas en 1922. Sin embargo, su vida no es fácil: ese mismo año, ingresa en un hospital debido a la malnutrición.
Durante esos años, realiza algunos pequeños viajes por el sur de Alemania, como cuando, en octubre de 1921, va a Wiesbaden (en cuyo teatro de ópera estaba trabajando Marianne Zoff) a la que califica de «ciudad de las cocottes«. Antes de llegar a Höchst, le invade un sudor frío: lleva su revólver, porque transita por territorio ocupado. En 1921, la región del Main estaba ocupada por el ejército francés, y Brecht anota en su diario sus impresiones, escribe a Feuchtwanger cuando está fuera de Múnich, preguntándole qué ocurre en la ciudad. La ocupación extranjera y la corrupción moral en que ha caído Alemania tras la guerra es duramente juzgada, con ferocidad, por Brecht: «En Renania, los negros nos están agotando la tierra. Fecundan a las mujeres en batallones, salen impunes y se ríen de las protestas de la población. La actitud de los ciudadanos es ejemplar en Alemania: no hay ninguna denuncia por asesinato u homicidio. Aquellos a quienes les destrozan las mujeres se hallan a años luz del linchamiento. Hacen crujir los dientes, pero antes van al retrete para que nadie los oiga. No clavan a los negros en sus puertas, no los parten en dos con una sierra: cierran los puños en el bolsillo y, de paso, se masturban. Demuestran que bien merecido lo tienen. Son los restos de la gran guerra, la escoria de la población, los hocicos vapuleados, el ganado masivo y deshumanizado: ciudadanos alemanes de 1920.»
Trabaja, se desespera a veces: «Vivo a todo lujo, con la mujer más guapa de Augsburg, y escribo guiones cinematográficos. Todo en pleno día, la gente nos sigue con la mirada. ¿Hasta cuándo seguiré sentado en esta piedra para que los perros me orinen?» Apenas gana dinero, e intenta que su padre adopte a su hijo Frank o que Marianne se haga cargo de él: la relación con ella no es fácil. En esa época, colabora con Lion Feuchtwanger (que escribe una novela sobre la revolución bávara), adapta a Marlowe, estrena Baal en Leipzig, y publica Tambores en la noche, que dedica a su viejo amor, Paula Banholzer. Entre 1920 y septiembre de 1924, puede decirse que vive entre Augsburgo y Múnich, y, en esos cuatro años, presenciará la formación y el fortalecimiento del partido nazi. Esa época de su vida termina a principios de septiembre de 1924, cuando se traslada a Berlín para colaborar con Max Reinhardt en el Deutsches Theater, se instala con Helene Weigel en el número 16 de Spichernstrasse, y, en noviembre, nace su hijo Stefan. Ha conseguido un contrato con el Deutsches Theater durante un año.
En esos años de la juventud de Brecht, Alemania está cambiando con rapidez. En noviembre de 1923 se produce el golpe de la cervecería, o putsch de Múnich, que, aunque llevará a Hitler a prisión, también fortalecerá al partido nazi. En agosto de ese año, Stresemann había sustituido al canciller Wilhelm Cuno. La política del nuevo canciller pasaba por integrar al SPD en su gobierno, aunque la ocupación del Ruhr, la cuestión de la jornada laboral y la oposición de los sectores patrióticos, junto con la agitación en Baviera, crearon una situación de crisis permanente para su gobierno. En Baviera, Stresemann intentaba romper la alianza entre nazis y conservadores, y, para ello, utilizó la treta de nombrar comisario (staatskomissar) a Gustav von Kahr, quien intervino el diario nazi y prohibió actos nacionalsocialistas, hechos que llevaron a Hitler a creer que había llegado el momento de pasar a la acción. Pese a sus notorias simpatías por los círculos patrióticos y nacionalistas, Kahr y sus colaboradores (el general Otto von Lossow, jefe de la Reichwehr, y el responsable de la policía, Hans Ritter von Seisser) se oponían a cualquier iniciativa que comportase un golpe de fuerza, lejanamente inspirado en la Marcha sobre Roma de Mussolini.
Hitler decide forzar a Kahr y a sus hombres de confianza a ponerse a su lado por el procedimiento de lanzar un golpe que, después, fuerce a los sectores representados por Kahr a comprometerse en un gobierno conjunto. Así las cosas, el 8 de noviembre de 1923, Kahr pronuncia un mitin en la cervecería Bürgerbräukeller, en la calle Rosenheimer, en el barrio muniqués de Haidhausen, al otro lado del río. Hitler aparece con un escuadrón de varios centenares de miembros de las SA, y, para reclamar atención y apoderarse del momento, dispara al aire: allí mismo, en esa cervecería muniquesa, proclama la creación de un gobierno alemán, con ministros como el general Ludendorff, y Lossow, Seisser, y Kahr. Los tres últimos son retenidos por los camisas pardas y liberados al día siguiente, convencido Hitler de que apoyarían el golpe de fuerza, aunque Kahr no tenía la más mínima intención de apoyar la intentona. Una vez liberado, Kahr ordenó a la policía que se opusiese a las columnas nazis. Ese 9 de noviembre, Ludendorff propone tomar la ciudad, y una columna de unos dos mil quinientos hombres, donde se mezclaban nazis y miembros de ligas patrióticas, sale de la cervecería Bürgerbräukeller hacia el centro de Múnich, pasando por el puente Ludwigs, con la esperanza de que los muniqueses se incorporen a la marcha y, sobre todo, de que la policía y la Reichwehr apoyen finalmente el golpe. Encabezando la nutrida columna, figuran Hitler, Ludendorff, Rosenberg, Hess, Himmler, Göring, Kriebel y otros dirigentes nazis. Desarman algunas patrullas de policía y, ante el ayuntamiento, detienen al alcalde, y se dirigen después hacia el ministerio de Defensa, con la intención de tomarlo. Ludendorff está seguro de que su presencia detendrá a policías y soldados. Sin embargo, en la Odeonsplatz (en el mismo lugar donde Hitler había sido fotografiado entre la muchedumbre, en 1914), un destacamento de la policía espera a la columna de golpistas, y, allí mismo, delante de la Feldherrnhalle, la logia erigida para honrar al ejército bávaro, termina el putsch de Hitler: ante el sobresalto de los primeros disparos, que nadie sabe de dónde han surgido, la policía abre fuego contra los concentrados: Scheubner-Richter cae muerto, Göring es herido, y dieciséis cadáveres de camisas pardas y de cuatro policías quedan tendidos en el suelo. Los dirigentes nazis huyen, y se ocultan, aunque dos días después Hitler será detenido.
A partir de ese momento, el partido nazi inicia una etapa de prohibición, con Hitler encarcelado en Landsberg (una pequeña población cercana al Augsburg de Brecht), aunque revisará su estrategia y sus métodos, en un proceso que le llevará, menos de diez años después, al poder. De hecho, aunque el NSDAP fue prohibido, siguió actuando: el golpe reforzó a los nazis. Ebert muere en febrero de 1924, y el viejo Hindenburg, un monárquico, es elegido presidente de la república. Pero los nazis no olvidarán los viejos días de Múnich: Kahr, acusado de traición por el NSDAP, será una de las víctimas, aunque el destino le esperaba agazapado diez años después: fue asesinado por miembros de las SS durante la noche de los cuchillos largos, el 30 de junio de 1934. En ese violento 1923 del putsch de Múnich, Brecht apenas escribe una página de sus diarios, pero su nombre y el de su amigo Lion Feuchtwanger aparecían en la lista de personas que los nazis pensaban arrestar en Múnich.
Tras los años de crisis, la república de Weimar parecía haberse consolidado con la coalición entre el SPD, el DDP (Partido Demócrata Alemán) y los católicos del Zentrum, pero las instituciones republicanas pronto recibirían nuevas acometidas del nazismo. Mientras tanto, Brecht ha culminado su etapa de juventud, entre la bohemia y el compromiso político, definida por los estudiosos de su obra como los años en que critica la alienación en que el capitalismo encierra al ser humano a través de la representación de su soledad. 1924, es un año fronterizo para Hitler, que sale de la prisión, y también para Brecht, que deja atrás Augsburg y Múnich. En ese año, Brecht se traslada a Berlín y comienza su segunda etapa como dramaturgo. Augsburg, y Múnich pertenecen ya al pasado, y, a partir de entonces, su teatro pondrá más énfasis en la sociedad que en el individuo. Hacia 1930, elabora su concepción del drama didáctico, que acompaña a la propuesta comunista por un mundo distinto, pero todo se está precipitando. En Berlín, cuando ya Brecht se ha visto forzado a abandonar Alemania en 1933, sus obras y las de su amigo Lion Feuchtwanger serán quemadas por los nazis. Su última etapa comienza poco antes del estallido de otra guerra, con obras de madurez como La vida de Galileo y El alma buena de Sichuan.
Cuando, en la capital bávara, se celebra, en 1938, la conferencia que entregó Checoslovaquia a Hitler, Brecht vive exiliado en Dinamarca, muy lejos de Múnich. Los cuatro asistentes a la conferencia, Daladier, Chamberlain, Hitler y Mussolini, se reunieron en el Führerbau, la sede del partido nazi, en la Königsplatz, justo al lado de la Gliptoteca. Nadie lo sabía aún, pero la muerte iba a llegar, acompañada de canciones patrióticas. Brecht anota:
«En mí combaten
el entusiasmo por el manzano en flor
y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda.
Pero sólo esto último
me impulsa a escribir.»
Había iniciado un exilio en Praga, Viena y Zúrich («No pongas ningún clavo en la pared,/ tira sobre una silla tu chaqueta./ ¿Vale la pena preocuparse para cuatro días?/ Mañana volverás.»), que iba a ser muy largo y que terminaría en Nueva York, cuando vuelve a Berlín, en 1947, donde vivirá hasta su muerte, nueve años después. Cuando vuelve, todo había cambiado, aunque el horror nazi seguía siendo un pesado recuerdo, en Berlín, y en Múnich, donde nació la serpiente. Ahora, ante el viejo Führerbau muniqués se ven bicicletas de los alumnos de una escuela de música y teatro que ocupa las viejas salas de la sede del partido nazi, y, en las escaleras que vieron pasar a los dueños de Europa, que Mussolini subió atropelladamente y Hitler con marcialidad prusiana, descansan ahora muchachas risueñas, como aquella chica, Marianne, que cantaba en la ópera, a quien el joven Bertolt Brecht vio en el camino de Augsburg a Tombuctú.