San Odlanier Mena, mártir. Según el «acta» que dejó al suicidarse, fue una víctima propiciatoria de una confabulación que incluye «la incontrarrestable y masiva presión comunista» de la cual «somos rehenes», combinada con «la avasalladora personalidad de Piñera», que busca posicionarse electoralmente(1). Hay cartas en El Mercurio que alaban su «calidad profesional de enorme valor […]
San Odlanier Mena, mártir.
Según el «acta» que dejó al suicidarse, fue una víctima propiciatoria de una confabulación que incluye «la incontrarrestable y masiva presión comunista» de la cual «somos rehenes», combinada con «la avasalladora personalidad de Piñera», que busca posicionarse electoralmente(1). Hay cartas en El Mercurio que alaban su «calidad profesional de enorme valor y valentía» y Ascanio Cavallo, en La Tercera (2) , advierte que con su suicidio San Odlanier había pronunciado «su última protesta», luego de una vida entera oponiéndose al curso de unos hechos en los que pareciera haberse involucrado por accidente, o por un sino trágico que lo persiguió hasta la tumba. Mena aparece para Cavallo como quien sufrió «la humillación, la denigración, la indiferenciación, la confusión», condenado a vivir una « desgracia que lo persiguió por todos los mismos años en que trató de ser un oficial y un caballero».
Siguiendo la hagiografía que nos presenta Cavallo, Odlanier Mena debería ser parte del panteón de nuestros héroes cívicos, casi como el cardenal Silva Henríquez. Su «protesta» ante Pinochet en 1975 lo exculparía y casi lo convertiría en un defensor de los derechos humanos. San Odlanier, el humanitario, inmolado por el revanchismo de la Izquierda y por el oportunismo de un presidente que se dio cuenta a última hora que la igualdad ante la ley es un principio mínimo de legitimidad. Todo este relato se sintetiza en el sublime cuadro que Cavallo pinta en La Tercera :
«Si hay que elegir la némesis en la vida de Mena, no son los comunistas, ni los subversivos, ni los opositores a Pinochet, sino Contreras, a quien no pudo comprender ni hasta el último de sus días. En un periodo desgraciado para la historia de Chile, el sofisticado, educado y porfiado general (r) Mena tuvo que enfrentarse a lo que Hanna Arendt llamó la ‘banalidad del mal’, una condición que convierte a ciertos hombres simples, de escasa inteligencia, sometidos a circunstancias críticas, en monstruos sociales».
El problema es que el periodista o no leyó a Hanna Arendt, y si lo hizo no entendió nada. Ni Manuel Contreras ni Odlanier Mena son nuestros Adolf Eichmann. No cabe ni en uno ni en otro caso hablar de la «banalidad del mal». Con esa expresión, Arendt trató de dar cuenta de la experiencia del burócrata, del operario apegado estrictamente a las normas, aunque ellas se inscriban en un sistema planificado para el exterminio y el horror. El «mal banal» es propio de quien rehúsa pensar en las consecuencias de sus actos, y se limita a cumplir su parte en una cadena deshumanizadora a la que se abandona, renunciando a su condición de persona y a su conciencia individual. No lo hace por un odio especial, ni por razones ideológicas o pasionales. De allí su «banalidad».
Eichmann cumplió, rigurosamente, unas órdenes dictadas por sus superiores. Contreras y Mena dictaron las órdenes personalmente. Eich mann realizó una labor logística, a distancia. Movía trenes llenos de prisioneros que en su escritorio eran simples cifras, similares a sacos de cemento o piezas de artillería. Contreras y Mena dirigieron personalmente los servicios de inteligencia de una dictadura despiadada. Según Arendt, a Eichmann «la pura y simple irreflexión» lo hizo «totalmente incapaz de distinguir el bien del mal», lo que le llevó a ser, sin proponérselo, un enorme genocida. En cambio Contreras y Mena no actuaron «irreflexivamente». Tanto el uno como el otro planificaron una estrategia represiva, diferente, contradictoria en sus medios, pero que no difería en sus fines. Ni Contreras ni Mena eran burócratas ciegos, y su imperativo categórico no tuvo nada que ver con la obediencia irracional a Pinochet. Su mal no era «banal», sino «extremo» o «radical».
MENA, O LA REPRESION SOSTENIBLE
Cavallo argumenta su apología de Mena con la necesidad de distinguir históricamente, para evitar las «certezas cortas», propias de quienes «eligen la visión de la historia como un monolito». Por supuesto la Dina de Contreras no es la CNI de Mena. ¿Pero basta decir que uno mató más que el otro para canonizar a Mena? Nibaldo Mosciatti encontró en radio Bío Bío las palabras justas para responderle: «Odlanier Mena era distinto, pero no inocente».
Mena cumplía una condena de seis años por la muerte de los dirigentes del PS de Arica Oscar Ripoll Codoceo, Manuel Donoso y Julio Valenzuela, en octubre de 1973. Pero la gran responsabilidad que Mena escabulló con su suicidio radica en los años en los que creó y dirigió la CNI. Es cierto que entre 1977 y 1980 las cifras de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos bajaron respecto a los años anteriores. Pero el estudio de Elías Padilla todavía contabiliza 44 casos durante ese periodo(3). Entre ellos el de Augusto Carmona Acevedo, periodista de Punto Final , asesinado el 8 de diciembre de 1977.
Mena y Contreras no eran iguales. Para agradar a Cavallo, hagamos la distinción: la Dina es la creación de un megalómano que no tuvo límite alguno en su proyecto de terror. No tuvo límites geográficos, y llegó a Washington, Buenos Aires, Roma y por la vía de la Operación Cóndor, a donde fuera necesario. No tuvo límites legales y no vaciló en robar y desvalijar lo que se puso a su alcance, incluyendo asaltos a bancos y ataques a la «propiedad privada». Pero esta falta de prudencia era su debilidad. A juicio de Mena, a la Dina le faltaba «profesionalismo». La represión necesitaba marcos de legitimidad política y legal que la hicieran sostenible en el tiempo. De allí su «valiente protesta» ante Pinochet el 75, y su enemistad profunda con Contreras.
El plan de Mena se refleja muy bien en el crimen de Augusto Carmona. Frente a la violencia irracional de la Dina, la CNI se cuidará de blanquear sus crímenes usando los medios de comunicación. Era necesario ser selectivo, recurriendo a maniobras de encubrimiento. En el caso de Augusto Carmona, se presenta su muerte como un «enfrentamiento» con la CNI, cuando en realidad fue un crimen a quemarropa mientras Carmona intentaba abrir la puerta de su domicilio en San Miguel. El resto era tarea de gente como Pablo Honorato, que en Canal 13 informó, al día siguiente, de la muerte de un peligroso «terrorista» en un combate con las fuerzas de seguridad del Estado. Mena tiene el extraño mérito de haber dado racionalidad a los métodos represivos de la dictadura. Fue suficientemente inteligente como para proponer una vía sostenible para el terror.
LA CNI, OBRA DE ODLANIER MENA
El 4 de abril 2013 el ministro Leopoldo Llanos, de la Corte de Apelaciones de Santiago, había iniciado el proceso en contra de Mena por el crimen de Augusto Carmona. Con su suicidio ha escapado definitivamente al veredicto judicial. Pero va a tener muchas dificultades para escapar del veredicto de la historia. Más allá de su mando directo entre 1977 y 1980, Mena posee responsabilidad sobre el diseño de este organismo criminal.
La CNI es la sucesora legal de la Dina, pero además, es la encargada de ocultar sus crímenes, tal como ocurrió en la operación «retiro de televisores»: el desentierro de los cadáveres de prisioneros políticos que Mena reconoció haber coordinado. Además, Mena imprimió a la CNI rasgos propios, que se verán adecuadamente en los años 80. Entre ellos, capacidad de acción «sicopolítica», una forma sofisticada de referirse a utilizar pantallas mediáticas, como los «falsos enfrentamientos» y las «apariciones» de la Virgen en Peñablanca, en 1983-84. Acciones que parecen inocentadas al lado de la muerte del sindicalista Tucapel Jiménez, en 1982. Otra «innovación» de la CNI fue el uso selectivo del envenenamiento, como en el caso del ex presidente Frei en la clínica Santa María. Y el uso de gas sarín y otras toxinas, encargados al químico Eugenio Berríos.
La supuesta intencionalidad «profesionalizante» que Ascanio Cavallo advierte en Mena no impidió que la CNI mantuviera prácticas propias de la Dina, como la extorsión, los asaltos a bancos, el tráfico de drogas y armas, y que diseñara elaborados fraudes comerciales como «La Cutufa» al alero de las vedettes de la boite La Sirena. ¿Falló en esto el culto y sofisticado caballero Odlanier Mena, o simplemente la realidad lo superó? Es imposible saberlo. Habría que meterse en la piel del verdugo para poder conocer su conciencia.
Notas
(1) «Acta» dejada por Mena en el lugar del suicidio: http://www.emol.com/documentos/archivos/2013/09/30/20130930141817.pdf
(2) http://voces.latercera.com/2013/09/29/ascanio-cavallo/mena-la-ultima-protesta/
(3) http://www.desaparecidos.org/nuncamas/web/investig/lamemolv/memolv07.htm
Publicado en «Punto Final», edición Nº 791, 11 de octubre, 2013
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