Jaime Concha (Chile, 1939) es catedrático de la Universidad de California (EE UU) desde la década de los 70; ensayista y erudito en la vida y literatura del poeta Pablo Neruda (1904-1973). Integró, junto a los escritores Carlos Fuentes y Julio Ortega, el Jurado del Premio Iberoamericano de Literatura Neruda 2004 para el poeta José […]
Jaime Concha (Chile, 1939) es catedrático de la Universidad de California (EE UU) desde la década de los 70; ensayista y erudito en la vida y literatura del poeta Pablo Neruda (1904-1973). Integró, junto a los escritores Carlos Fuentes y Julio Ortega, el Jurado del Premio Iberoamericano de Literatura Neruda 2004 para el poeta José Emilio Pacheco (quien al final de ese año, el 17 de diciembre, fue distinguido como doctor Honoris Causa de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos). Jaime Concha ha escrito prólogos que son legendarios, por ejemplo a Poemas Inmortales de Neruda (Quimantú, 1971), Pisagua de Volodia Teitelboim (Quimantú, 1972) y Odas elementales (Cátedra, 1985). La presente entrevista tiene una dedicatoria a nuestro amigo José Miguel Varas (Premio Nacional de Literatura 2006) de quien Jaime Concha escribió: Neruda, poeta del siglo XX (publicado en la revista Casa de las Américas, número 235; Cuba 2004) a propósito del libro Neruda clandestino (Alfaguara, 2003).
– Hace tiempo miré una fotografía de vos junto a Neruda, Matilde Urrutia y Jorge Teillier ¿Qué recuerdos tenés de Neruda en Isla Negra junto a Jorge Teillier?
– La foto de marras no fue tomada en Isla Negra, sino en una hostería cercana a Temuco, cuyo nombre no recuerdo. La ocasión fue el homenaje que le hicieron a Neruda el Colegio Regional de Temuco y la Municipalidad de esa misma ciudad; el fotógrafo era Jorge Aravena, un amigo argentino-chileno (o viceversa) que, al parecer, Neruda conocía y en quien confiaba plenamente.
El alma de todo el evento fue Guillermo Quiñónez, profesor del Colegio y miembro del Comité regional del Partido Comunista. No estoy seguro si alcanza a salir en la foto. La conversación giraba en su mayor parte en torno a la política nacional, como era habitual en esos años (debió de ser el 71 o el 72). Recuerdo, sí, que durante un desayuno hubo un divertido contrapunto sobre la mantequilla. Jorge Teillier habló de sus efectos reumáticos, provocando una encendida apología por parte del vate, que mientras tanto untaba el excelente pan local con gran fruición, exorcizando las predicciones médicas de su compañero de la Frontera. Me tocó observar allí la notable condición de organizador de Neruda. Con pequeños gestos, con una que otra indicación, preparaba los programas a la perfección, hasta el último detalle: orden de los participantes, duración de las intervenciones, etc. En cierta medida, ayudaba a darle forma a su propio homenaje. Por último, la despedida en el aeropuerto de Temuco, fue algo muy cómico. La maestra de un coro de niños sacó a bailar al poeta. Como se trataba del vals «Sobre las olas» por cierto no pudo negarse. El espectáculo era asombroso, de un gran oso, livianísimo, balanceándose encadenado a la tierra. Neruda bailando era una paradoja viviente: gravitaba elevándose, levitaba hacia abajo.
-Vos escribiste el prólogo de Poemas Inmortales de Neruda para la editorial Quimantú (1971). ¿Alguna vez el poeta comentó, en público o en privado tus ensayos? ¿Intentaste hacer una Antología a dos manos con Neruda?
– No, nunca directamente. Mi contacto con él fue mínimo. Con los gigantes, mejor lejitos… Una vez me dio las gracias por un ensayo sobre Residencia en la tierra y me hizo una broma: -«Bah! Pero tú no eres Jaime Concha; tú eres el hijo de Jaime Concha». Claro, eso fue ya hace sus añares. Otra vez me puso un par de líneas (supongo dactilografiadas por Matilde) en una vieja máquina de escribir, para agradecerme un artículo sobre su amigo y compañero de generación, el gran poeta, hoy casi olvidado, Ángel Cruchaga Santa María.
En el caso de Neruda, la leyenda es verdad: rehuía sistemáticamente hablar de poesía. Es una buena señal, me parece: cuando alguien habla demasiado de poesía, la cosa se pone mal. En eso, como en otras cosas, lo mejor es estar «callado el loro comiendo nueces». Hablando en serio: no hubo un Eckermann de Neruda, porque eso habría sido imposible – por suerte y gracias a Dios. En las Conversaciones hay muchas cosas notables y geniales (que Lukacs, por ejemplo, aprovecha muy bien), pero de pronto Goethe suelta unos rollos macabeos, interminables.
-También escribiste el prólogo para la edición Quimantú del libro Pisagua (1972) de Volodia Teitelboim ¿Cómo era tu relación con Quimantú? ¿Qué sabés de la edición Quimantú de Canción de gesta 1973?
– Trabajé por más de un año en Quimantú, la Editorial del Estado del gobierno de la Unidad Popular. Me propuso Floridor Pérez, gran poeta y buen amigo, que representaba allí al Partido Socialista. Fue el único gesto «unitario» que me consta de todo ese tiempo. No era un cargo funcionario. Le pagaban a uno viáticos razonables para el trasporte y a veces honorarios por los prólogos. Yo viajaba desde Concepción a Santiago en un tren rápido que me depositaba a las 2 de la tarde en la capital, asistía a las reuniones y me volvía al otro día a enseñar a mi Universidad. El comité lo dirigía, con gran competencia y eficacia, Joaquín Gutiérrez, novelista costarricense avecindado en Chile desde mediados del siglo. Poseía mucha experiencia como editor. Nos dedicábamos a planear las ediciones de libros, especialmente de las colecciones «Quimantú para todos» y «Minilibros», que tuvieron no poco éxito y ampliaron el público lector en el país. Asistían regularmente Alfonso Calderón, Floridor Pérez, Luis Iñigo Madrigal, el escritor chileno Luis Domínguez y a veces se dejaba caer Ariel Dorfman. Claro, había otro miembro que solía confundir el Martín Rivas con el Martín Fierro, pero eso no era la regla. En general, conservo un buen recuerdo del trabajo en Quimantú. Creo que fue algo mínimamente útil y que tenía algún sentido. No sé… Sí, supe de un prólogo para la reedición de Canción de gesta, aunque no recuerdo haberlo visto. Al parecer, no contribuía mucho a las relaciones chileno-cubanas, que en ese momento se estimaban decisivas. Por otra parte, he dicho lo que tenía que decir sobre el incidente cubano de Neruda, en un artículo que me pidió Hernán Loyola para el homenaje al Nobel y que trata justamente del libro «Isleño» del poeta («Sobre algunos poemas de Canción de gesta», publicado por Anales de la Universidad de Chile; enero/diciembre 1971. N. del E.)
– En la revista Casa de las Américas (número 235; Cuba, 2004), planteas que el mito más entrañable de Neruda es la fuga a la Argentina en 1949. ¿Qué otros mitos fundacionales podés enumerar en Neruda?
– En realidad, en Neruda hay un territorio propiamente tal, un área en la que excava e implanta los materiales simbólicos para construir su personalidad como poeta en su siglo y en el planeta. Podría llamársela esquemáticamente Sur, con mayúscula. Cualquier elemento, cualquier sustancia que se asocie con él (lluvia, selva, noche, océano Pacífico de esas latitudes, etc.) comparten sinecdóquicamente el privilegio de contacto con lo primigenio, con lo originario. Incluso sus experiencias históricas (España, el descubrimiento del pueblo) se vierten en esa matriz natural: el pueblo es humanidad germinal… «Yo soy», la sección final del Canto general, muestra bien este proceso de autoconstrucción en que el poeta se ve como resultado o producto de dos modos del mismo ser, la naturaleza y la historia. Muy tempranamente, Jaime Giordano interpretó la lógica que preside el Canto general como un desarrollo hengeliano materialista (hengelsiano, digamos). Creo que tenía y sigue teniendo razón.
-¿Vos elegís Odas elementales para hacer la edición española Cátedra? ¿Cuál libro de Neruda rescatarías si volvieras al exilio?
-No, lo de las Odas fue petición de un editor español. Bueno, espero no tener que volver al exilio. Ahora bien, ¿qué libro? Desde luego Residencia en la tierra, sobre todo Residencia, agregando por supuesto las «Alturas de Machu Picchu» y «El Gran Océano», donde el compañero Neruda decididamente se destapa.
– ¿Desde cuándo vivís en EE UU? ¿Pensaste en volver a tu país con la muerte de Augusto Pinochet?
– Vivo en USA desde los años 70, después de trabajar en Francia, adonde me las envelé cuando tuve que salir de Chile. ¿Volver? ¿Para qué? Todos los de mi generación moriremos en la era de Pinochet. Estamos en el Año Uno de la Era Augusta, ¿no?
-Tenés un análisis del poema de Neruda «Oda de invierno al río Mapocho», perteneciente a su Canto general (México, 1950), la oda fue escrita anteriormente (1938) al conjunto de poemas que integran el libro ¿Cuáles son las influencias de México y Perú al momento de escribir el Canto general?
-Inmensas, para decirlo con una palabra. El tema es largísimo, así que te marco sólo algunos indicios. Igual que la Mistral, Neruda descubre al indígena fuera de Chile, en el muralismo mexicano (por decirlo simbólicamente) y en los peruanos quechuistas, discípulos de Mariátegui, que lo acompañan a visitar Machu Picchu. El estudioso de Stanford, John Felstiner, ha reconstituido muy bien, paso a paso, el viaje crucial que realiza Neruda desde México hacia el sur de Sudamérica alrededor del 43. A mí, lo que me parece más digno de nota es que la única vez que se menciona la expresión «Canto general» en el interior del libro (no como título o subtítulo), se lo hace en relación con el General Lázaro Cárdenas (claro, hay General y generales). El México del cardenismo, antes del vuelco pronorteamericano de Ávila Camacho y sobre todo de Miguel Alemán, es fundamental para comprender el americanismo nerudiano a la altura de su gran libro. El tema es largo, como te dije.
– ¿Cuándo te percatas de la polémica entre Octavio Paz y Neruda? La antología Laurel (1941) los separó, pero ¿qué puntos de encuentro existieron entre ambos poetas?
-Más bien tarde y nunca la he estudiado en detalle. No me gustan mucho las peleas de perros, aunque se trate, como en este caso, de Canes mayores, de alta constelación. Habría que tener en cuenta el trasfondo de la evolución ideológica y poética del Paz de los años 30, bien explicado por Rubén Medina en un libro publicado por El Colegio de México. En Poitiers, en un congreso dedicado a celebrar el centenario, el colega Anthony Stanton leyó un excelente trabajo donde pormenoriza la relación, titulándolo con una feliz fórmula de Paz en uno de sus artículos finales, algo así como «Neruda, mi mejor enemigo». En mi opinión personal, creo que Neruda y Paz estaban condenados a desencontrarse. Eran diferentes en todo, en lo físico, en lo psicológico, en suma, en todo lo humano. Venían de distintas tradiciones familiares, nacionales e ideológicas, y, sobre todo, de distintas concepciones de la poesía. Creo que el mundo latinoamericano es suficientemente ancho como para darles cabida a ambas líneas de creación y de pensamiento poéticos.
– Junto a Carlos Fuentes y Julio Ortega participaste en el Jurado del Premio Iberoamericano de Literatura Neruda 2004 al poeta José Emilio Pacheco, ¿podrías contarnos los detalles inéditos del veredicto?
– No hay mucho pan que rebanar en cuanto el Premio, todo está en el Acta del Jurado, con la caligrafía del mismo Carlos Fuentes (Julio Ortega al parecer no tiene una letra muy católica y la mía no la entiende ni el diablo). El protocolo y los procedimientos para otorgar el Premio fueron bien organizados por el ex ministro Weinstein, de Cultura, que amén de otras cualidades tiene la cardinal de no posar de ministro, muy bien asesorado por un excelente equipo que incluía a Pablo Brodsky, estudioso y ensayista, y a Jorge Montealegre, poeta y escritor. José Emilio Pacheco fue desde el comienzo el común denominador de todas nuestras listas, así que la decisión pudo ser muy rápida. Como se le había concedido ya el prestigioso premio José Donoso, que otorga la Universidad de Talca, hubo un poco de discusión, pero estuvimos de acuerdo en que eso era irrelevante y extrínseco a nuestro caso. Alguien dijo, con humor, que el único problema que eso podría causar era que, de no recibir un tercer premio después, a lo mejor «se podía sentir»…
– En su página en Internet ‘la Fundación Neruda se enorgullece de trabajar en contacto con los más destacados estudiosos nerudianos del mundo como con el profesor chileno residente en California Jaime Concha’, ¿vos decís lo mismo? ¿Te enorgulleces de una Fundación que invierte los derechos de autor de Neruda junto al pinochetista Ricardo Claro? y ¿qué opinión te merece Juan Agustín Figueroa cuando aplica leyes antiterroristas contra lonkos mapuches?
– No sé, no conocía lo que me dices respecto a Ricardo Claro. En cuanto a lo de Figueroa, es sabido y ciertamente es deplorable, aunque sea sólo parte de lo que puede llamarse, sin exageración, la tercera conquista contra el pueblo mapuche, en la que han participado todos los presidentes de la transición pospinochetista en perfecta sujeción al Amo Saliente. Hubo la conquista española, en que se le quitaron al mapuche casi todas sus tierras, con la bendición de la Santa Madre Iglesia; hubo la conquista chilena, a fines del Siglo XIX, en que se le robaron, con la bendición de la Ley laica y liberal, las pocas tierras que le quedaban en el centro-sur del territorio; y hay la conquista reciente de fines de siglo, liderada por la banda de los cuatro, en que se le quitan al pueblo araucano sus últimos pedazos de mapu.. Frente a la cuestión mapuche todos los chilenos compartimos distintos grados de responsabilidad, activa o pasiva. Pero también este tema es largo, porque es una larga historia de sangre y de horror contra el único grupo que ha sido el real espinazo de una nación permanentemente invertebrada, con gran docilidad en la cerviz. Para doblarla hay presidentes a la cabeza de la nación. Es su función histórica, con la excepción de tres que conocemos. Mi trato con la Fundación ha sido mínimo: un almuerzo después del veredicto del Premio Neruda en el local de Bellavista, del cual lo único que recuerdo es que Jaime Quezada reclamó con razón porque el vino blanco no estaba suficientemente helado; y una reciente contribución para los Cuadernos sobre el Premio Nacional conferido a José Miguel Varas. Por lo demás, mi relación siempre ha sido con Darío Oses, editor eficiente y muy profesional y persona de gran cortesía. No puedo quejarme.