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En política no basta la fe

Fuentes: Bohemia

Ni los sovietólogos más «ilustrados» previeron la súbita caída del sistema en la segunda potencia del orbe. Ni los cubanólogos más «prestigiosos» apostaban que el pequeño y «anómalo» archipiélago caribeño resistiría a pie firme el aluvión de penurias causado por la pérdida de sus socios comerciales y económicos, perseverando en su naturaleza política y social. […]

Ni los sovietólogos más «ilustrados» previeron la súbita caída del sistema en la segunda potencia del orbe. Ni los cubanólogos más «prestigiosos» apostaban que el pequeño y «anómalo» archipiélago caribeño resistiría a pie firme el aluvión de penurias causado por la pérdida de sus socios comerciales y económicos, perseverando en su naturaleza política y social.

Válganos estos ejemplos para recordar una verdad de Perogrullo: por duchos que sean, los analistas no poseen el don visionario de Casandra ni el auxilio del oráculo de Delfos; deberán contentarse con el bosquejo de probables escenarios, habida cuenta que un factor emergente puede transformar un panorama con la velocidad de una descarga eléctrica. Sirvan los botones de muestra también para apuntalar la arremetida contra toda suerte de estereotipos. Lo mismo el del paso automático del capitalismo al socialismo, con exclusión de la voluntad y la acción consciente de los sujetos, que la del capitalismo como ente capaz de autorregularse en cualquier circunstancia, condenando a los más a sufrirlo por los siglos de los siglos. Eternamente.

Y subrayo la renuencia al último cliché, en virtud de la necesidad teórica y práctica de batir lo que representa humana estupidez, peso específico de los intereses creados, o ambas cosas entrelazadas: el que «la línea oficial en casi todas partes (sea) que la economía-mundo pronto se pondrá bien, si tan solo hacemos esto o aquello», al decir del historiador Immanuel Wallerstein.

Sí, no importa que los últimos tres años de recesión hayan asestado un vigoroso golpe a la proclamación del valor del libre mercado. Y que, como señala un observador, se transparente con creces que Wall Street representa una economía de casino, en la cual los banqueros-gánsteres bien informados juegan con el dinero de otra gente, y cuando quiebran resultan rescatados, a través del Estado, por las finanzas de los propios esquilmados, de los contribuyentes.

Hay quienes siguen en sus trece, sin tantear siquiera una opción diferente. No por gusto el neoliberalismo se ha proyectado con fuerza paranoica contra varias naciones europeas -Letonia, Grecia, Rumanía, Irlanda, Portugal, et al-, que procuran el hilo de Ariadna para salir del laberinto del Minotauro (la crisis) de manos de quienes las encerraron entre los muros de los préstamos, las privatizaciones, los ajustes estructurales. Del FMI, el Banco Mundial y otros alabarderos imperiales. Unos cuantos se niegan incluso a sopesar la mera posibilidad de mayor igualdad, de una regulación más empeñosa y de mejor equilibrio entre el mercado y el Gobierno, como preconiza el Premio Nobel Joseph Stiglitz, no precisamente nuncio de la planificación en el ámbito de la sociedad.

Miremos, si no, el estropicio levantado en los Estados Unidos, donde los republicanos obligaron al presidente Obama a desistir de impuestos más sustanciosos a los más ricos y a comulgar con la contracción del gasto público -algo que ha decretado el sacrificio sumo de la clase media, los trabajadores y los 14 millones de desempleados-, para que a cambio aceptaran su pedido de elevar el techo del débito interno a más de 14 billones de dólares. En consecuencia – ¡algo histórico!-, las agencias de calificación crediticia han considerado la rebaja de los bonos de la administración a la luz del posible default, o cesación de pago. Ya USA no es triple A en la lista de los menos riesgosos deudores.

Situación que activa la alarma con respecto a una nueva recesión planetaria, sin que hayan desaparecido las secuelas de la de 2008, y que supone un asidero para reiterar la advertencia sobre el pecado de leso análisis. Porque si la realidad dio un mentís a quienes, henchidos de cientificismo, pregonaban una época de revoluciones tras la Primera Guerra Mundial, y posteriormente a los más convencidos heraldos de un «socialismo irreversible», la inesperada y subestimada ola de rebeliones que hoy campea en las reverberantes dunas del Oriente Medio, las expeditas avenidas londinenses, la madrileña Puerta del Sol, tal vez esté deviniendo una generalizada «situación revolucionaria» cuando el capitalismo aparenta haber llegado para quedarse.

Eso sí: restaría el factor subjetivo -ideológico, político, volitivo…-, invocado por el barbado pensador de Tréveris, que no solo distinguió como premisa del salto a la objetiva contradicción entre el despliegue de las fuerzas productivas y el encorsetamiento de las relaciones de producción. ¿Ensoñación, utopía del comentarista? Quizás. Pero también el credo probado por la vida de que, en vez de desposarse con la fe, el estudioso debe barajar siempre los más variopintos escenarios. Por si acaso, ¿no?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.