«Hacer una llamada a la unión entre escritura, memoria y presente es innecesario en la obra tardía de Mahmoud Darwish. En su mentalidad no están disociadas». De este modo sintetiza Jorge Gimeno, en un prólogo a «En presencia de la ausencia», la pulsión vital que alienta a la autobiografía del fallecido poeta palestino. Una pulsión […]
«Hacer una llamada a la unión entre escritura, memoria y presente es innecesario en la obra tardía de Mahmoud Darwish. En su mentalidad no están disociadas». De este modo sintetiza Jorge Gimeno, en un prólogo a «En presencia de la ausencia», la pulsión vital que alienta a la autobiografía del fallecido poeta palestino. Una pulsión en la que la memoria del asesinato, la desposesión del hogar y de la tierra es el punto de partida que dota de sentido, coherencia y horizonte, no sólo a la historia política de la Palestina que tanto amaba y conocía, sino también a su propia identidad como escritor y persona.
Hay dos líneas en este corto pero riguroso prólogo de Jorge Gimeno que, a mi modo de ver, diagnostican perfectamente por qué la mayoría de la alta intelectualidad Europea y occidental no puede, no quiere o no está capacitada para entender no sólo la naturaleza profunda de la carnicería colonial del Estado de Israel en los territorios ocupados de Palestina, sino también la historia cultural y política de Oriente medio, África, Latinoamérica, Asia y, en definitiva, cualquier realidad no euroestadounidense: son aquéllas en las que hace referencia al quietismo heideggeriano que paraliza a la cultura Europea de las últimas décadas.
En rigor, por quietismo heideggeriano hay que entender esa tendencia de ciertos hombres cultos -la sabiduría y la sagacidad son cosas bien diferentes de la cultura y de la acumulación de conocimientos- a elaborar metateorías fijas y estáticas conservadas en académico frasco de formol, con las consecuencias pertinentes a la hora de tomar como hecho demostrado o demostrable lo que no es más que una frívola especulación mental sin referencia a la realidad empírica, con todos sus matices, cambios y complejidades.
Este quietismo tiene, por supuesto, su plasmación política, cultural y pseudocientífica en las instituciones culturales, periodísticas, académicas y políticas de Galicia. La historia es vieja: quien se atreva a aplicar sin concesiones un análisis de los textos sagrados escritos por las vacas sagradas del galleguismo caerá pronto en la cuenta de lo mucho que las citamos sin conocerlas, de lo poco que las leemos en profundidad, de lo muy poco que las sometemos a crítica desde nuestra contemporaneidad, de lo nada que las reflexionamos y pensamos y de lo casi nada que contrastamos sus vidas y obras con una historiografía decente y globalmente integrada que observe a Galicia más allá de su ombligo. Una cosa es querer pensarnos y reflexionarnos a nosotros mismos en tanto que colectivo de un modo autoreferencial y otra, muy diferente, es confundir, por interés o por despiste, lo autóctono -lo propio de un lugar- con lo único, con lo auténtico o con lo exclusivo en extensión a otras paisajes geográficas y culturales.
Desde mi infancia, en la diáspora, me he acostumbrado a vivir en presencia de la ausencia, en una situación de absoluta incertidumbre y fragilidad. Ese mirara a los ojos de tus padres en tierra incógnita y sentir que existe otra, también incógnita, como deseo y horizonte -que no destino-. Ni el movimiento ni la quietud me han parecido nunca perpetuos, definitivos, sino complementarios y circunstanciales, de la época, como complementaria y circunstancial es nuestra condición nómada y sedentaria, guerrera y pacífica, conflictiva y de concordia… o cualquier otra pauta social de conducta que quiera inferirse de los hechos históricos y que se aleje de la asfixiante tiranía interpretativa del pensamiento binario cuando éste no es necesario para visibilizar la condición real de verdugo y víctima.
Y es que, sí, tengo una obsesión. No una obsesión psicológica ni psiquiátrica, sino moral y sociológica. Es una obsesión de tantas que rondan por mi sistema neuronal, nervioso y cardiovascular. Una obsesión en forma de sueño que no deja de arañarme el cuerpo como átomos hiperactivos con punta de alfiler, es el sueño del último grito de la mujer asfixiada por la mirada androcéntrica bajo la tradición y la vanguardia de cierto galleguismo, sea en su versión más ácrata-libertaria, sea en su versión más liberal-conservadora.
De momento, no digo más. Es necesario saber administrar estratégicamente los silencios y las energías, que el ayer y el hoy del europeísmo, de la Xeración Nós, del nacionalismo gallego contemporáneo y de las vanguardias pasen por el confesionario sociológico. Les hará falta y será gratis, pero tendrá, por supuesto, costos tan traumáticos como liberadores.
Caminamos.
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