Así como en estos días el occidente del país se quema por el verano, el oriente se inunda por las lluvias. Somos de extremos. Como en la época de la Violencia, como en la de las guerras civiles, el país está dividido y, por ahora, enfrentado sin sangre. Pero algo se mueve, acumula, aflora en […]
Así como en estos días el occidente del país se quema por el verano, el oriente se inunda por las lluvias. Somos de extremos. Como en la época de la Violencia, como en la de las guerras civiles, el país está dividido y, por ahora, enfrentado sin sangre. Pero algo se mueve, acumula, aflora en la caída del prestigio de Santos y en la oposición que acaudilla Uribe. En el fondo -puro fondo- sigue estando el asunto de la tierra y de la guerra.
Cuesta creer que desde mediados de los años 20 no se le haya dado solución pacífica al problema de la concentración de la propiedad agraria y a la tendencia al despojo de colonos, campesinos y finqueros. Por eso los nuevos ideólogos del centro, los científicos de planeación, que saben más inglés que castellano, acusan a quien habla del tema de vivir en el pasado. Uribe, más claro, hace sus tiros furibundos contra los intentos del Gobierno de atender un acumulado que viene de muy atrás y califica todo intento reformista, aun tímido y formal, de ser una concesión al terrorismo. Con este argumento, el nuevo partido político, Puro Centro, termina abriéndole la puerta al nuevo paramilitarismo que sale hoy a defender el sacrosanto principio de la propiedad privada. Las armas están, los hombres son los mismos, la ideología no ha cambiado. En la costa, en los Llanos, en el Magdalena Medio, el paramilitarismo ha retomado posiciones que en realidad sólo formal y temporalmente abandonó. Los nombres son nuevos, pero no su función: conservar el statu quo, fortalecer el gamonalismo y justificar la guerra. Uribe defiende a ultranza la política de «bala, bala y más bala» para resolver el problema de tierras en Cauca. Y en todas partes y todos los problemas. Por eso envalentona a la fuerza pública y avala un fuero militar que permita hacer la guerra sin reglas. O sin tantas reglas. Una guerra que no empapele a los mandos, sobre todo a los altos mandos, los que saben todo y conocen los engranajes de transmisión de la fuerza de las armas oficiales a las que reproducen la guerra.
Santos la tiene dura. Sabrá jugar, pero le quedó grande la talla. Los generales parecen hechizados con el canto de sirenas del Puro Centro; los terratenientes y los nuevos empresarios industriales del agro acusan al gobierno -en especial a Juan Camilo- de patear el tablero donde siempre han jugado con dados cargados; los parapolíticos -esa especie nativa tan útil para cerrar la pirámide del narcotráfico- piden una nueva oportunidad para salir a hacer lo mismo que hicieron para estar encanados. Santos tiene que contar con todos estos sectores en manos de Uribe si busca la reelección; la ambigüedad lo paraliza. Para rematar, la provincia, sobre todo la que produce petróleo y la que explota minas de oro y carbón, está brincando contra la nueva ley de regalías. Los políticos no se atienen a que los subordine el presidente, están acostumbrados a negociar votos por partidas.
Algo hay vigente de las antiguas y sangrientas guerras civiles entre federalistas y centralistas en las tensiones de hoy, un contencioso histórico que no ha sido resuelto.
La pelea entre Santos y Uribe puede, sin embargo, darle aire a una izquierda golpeada para sacar un candidato único, un Navarro, un Robledo, una Clara López, un Iván Cepeda. Algo gana el arriero cuando las mulas se patean.
Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/columna-365223-tierra-derecha