Me encuentro reflexionando en un extraño lugar encementado, cuando restan solo horas para el cambio de año y nuestro postergado país deje atrás a ese aturdidor año 2020, el cual seguramente ocupará amplios capítulos en la historiografía de las siguientes décadas. Debo reconocer que espero se convierta, en el capítulo anterior al de la «Victoria Popular Definitiva”.
En estos momentos claves del desarrollo histórico de toda la Humanidad, como también de mi ínfima historia personal, vienen acelerados y arremolinados los pensamientos sobre una educación transformadora y liberadora, junto con el recuerdo de una experiencia única en mi docencia durante el 2020.
Me gustaría aclarar, aunque esté de más en el contexto educativo, que la mayor parte de lo que escribo no es a título personal, sino que es parte de un trabajo y de una experiencia intencionalmente colectiva y unificadora. Por lo tanto, mis palabras se encuentran en constante nutrición desde las y los otros.
Esta situación se hace cien por ciento realidad cuando me toca abordar el tema de la «Educación» o de como la Pedagogía del oprimido logra hacerse parte del sistema educacional institucional. Basta agregar, que la práctica educativa entendida como un aporte a la transformación de la sociedad, debe ser incuestionablemente una tarea colectiva, integradora y unificada.
Recordemos, que a partir de la segunda semana de marzo del 2020 comenzó a producirse una profunda transformación al interior del Sistema Educativo Nacional. Por supuesto, como en todo gran cambio social, esto fue precedido por una severa crisis (gatillada por la irrupción del coronavirus), sumado a su vez a un violento shock en todos los niveles del sistema.
Tal como lo hemos dicho, el sistema educativo, más bien, el conjunto de profesionales de la educación, encabezado por cerca de 400 mil profesoras y profesores, decidieron tajantemente hacer frente – con valentía, vocación y profesionalismo- a los enormes desafíos que supuso la crítica situación sanitaria.
Me consta, y le consta a cualquiera que conviva con una o un docente chileno, que la principal motivación para tomar las riendas del germen de la Nueva Educación, fue y será el inmenso AMOR que tenemos hacia nuestros estudiantes y la convicción absoluta de que la educación es y será el mecanismo por excelencia de progreso y liberación social, específicamente en el contexto del Chile 2020.
La ausencia de un proceso educativo sistemático, dirigido al 90% de los niños, niñas y jóvenes pertenecientes al Chile común, solo generaría como consecuencia, el acrecentamiento brutal de la desigualdad y la injusticia social en lo inmediato, pero principalmente en el mediano y largo plazo.
Las Profesoras (quienes superan el 70% de la Planta Docente Nacional) dejaron sus propios temores de madre-hermana-hija-esposa, guardando en los casilleros de las escuelas vacías todos aquellos elementos relacionados con la «Resistencia al Cambio» – tan propio de los sistemas educativos institucionales- se arremangaron los puños y con el delantal de colegio y de cocina, sumado a una disciplina pocas veces vista en nuestra historia reciente y con un coraje que pudo transformar la carencia de Internet en una red de solidaridad- entre profesores-apoderados-estudiantes- se dieron la monumental tarea de CREAR ( sí, con mayúsculas) un NUEVO SISTEMA EDUCACIONAL, como dicen nuestros estudiantes de enseñanza media «en tiempo récord», que no se reduce al hecho de trasladar ingenuamente la Sala de Clases al Aula Virtual, sino que consistió en diseñar metodologías de praxis pedagógicas, didáctica y evaluación, en un escenario de pandemia, crisis social y económica, además de la muy destacada experiencia de aprendizaje remoto.
Como cualquier estudiante de primer año de pedagogía comprenderá, todo aquello (y más) debió realizarse en el más contraproducente de los contextos psico-emocional, fundamentalmente en relación al alumnado, pero por supuesto abarcando a su vez al profesorado y equipos directivos.
Seamos realistas, ¿qué hubiera ocurrido si 3,5 millones de niños, niñas y jóvenes hubiesen colapsado?, ¿qué hubiese ocurrido si millones de pre-adolescentes y adolescentes no comprendieran profundamente a qué nos enfrentábamos? Sí, lo estoy afirmando, fueron- fuimos, profesores, profesoras, profesionales de apoyo y equipos directivos, los que lo evitamos. Desde nuestras cocinas, desde nuestras habitaciones, nuestros livings, nuestras pequeñas casas, logramos mantener en pie a las comunidades educativas.
Paralelamente, nos transformamos – nuevamente en tiempo record- en especialistas en «currículum», una de las áreas más engorrosas y segregadoras de las especialidades de la carrera docente y directiva. El estudio y análisis de la tardía «Priorización curricular» requirió de ingente trabajo adicional (en muchos casos con disminución de salario) para profesoras y profesores, equipos directivos y profesionales de la educación. Millones de horas extras-convenientemente olvidadas, que además debieron ser remuneradas con una valoración a nivel de Magister- que se pusieron al servicio de los educandos y su bienestar.
La transposición didáctica del currículum suplente no hubiese sido posible sin el intensivo y comprometido amor a la educación y a la sociedad que gran parte del profesorado de Chile demostró -con creces- poseer.
Son innumerables los pormenores loables que pudieran incluirse en esta reflexión, por ejemplo, las miles de gestiones realizadas para otorgar acceso a Internet a niños, niñas y jóvenes excluidos, o el rol clave de las y los profesores en la cadena de abastecimiento de alimentos de emergencia en conjunto con la JUNAEB y los municipios.
Claro que lo anterior, no tiene un carácter de reclamo por lo realizado, ni de reivindicación de mejoras salariales, ni de bonos como parte de la primera línea contra la pandemia. El Objetivo de estas líneas es contribuir a la necesaria reflexión crítica sobre la educación que tenemos y la que necesitamos. En el contexto de un mundo post pandemia (del coronavirus, porque de seguro vendrán otras) y post crisis económico-social, que debe ser entendido como un mundo de nuevas oportunidades y no de caos. Pero aquello supone optar por una práctica educativa al servicio de los valores, la Justicia, la Igualdad y la colaboración, por sobre la competencia extrema y el individualismo desenfrenado.
Un Virus nos demostró que la sociedad funcionando como un todo, al servicio de todos y con fines colectivos, es la única «receta» para enfrentar y superar los mayores desafíos que este joven siglo XXI nos tiene preparado.
Víctor Iturrieta Ríos. Profesor, prisionero político de la revuelta.