Recomiendo:
0

Libro sobre Anarquismo y anarcosindicalismo (1920-1955)

Entre zapatos, libros y serruchos

Fuentes: Rebelión

«Anarquista es el observador que ve lo que ve y no lo que es costumbre que se vea»Paul Valéry En nuestro tiempo todo ha cambiado. Aquello que entendíamos por cultura – en su sentido más amplio – se ha esfumado. La noción de cultura se volvió fantasmal, mezcla de frivolidad política, banalización del arte, propensión […]

«Anarquista es el observador que ve lo que ve y no lo que es costumbre que se vea»
Paul Valéry

En nuestro tiempo todo ha cambiado. Aquello que entendíamos por cultura – en su sentido más amplio – se ha esfumado. La noción de cultura se volvió fantasmal, mezcla de frivolidad política, banalización del arte, propensión al entretenimiento. La cultura fue una forma de la conciencia que nos acercaba a la realidad, a comprender o intentar comprender el ser, nuestra sociedad, nuestro estar en el mundo. Hoy parece que fuera un mecanismo de diversión cuando no de chabacanería y dejadez. Casi no hay polémicas ni debate público. La pesadilla orwelliana está entre nosotros. Aquellos hombres que soñaron la libertad y la justicia, los ateneos obreros, el anarco sindicalismo, las colonias ácratas a la usanza de los cristianos primitivos, inspirados por León Tolstoy, ya no existen. El mundo es otro; la sociedad, el sentir es otro. Curiosamente en estos tiempos en los cuales vivimos una época plena en descubrimientos científicos, hallazgos tecnológicos y mejor preparada para derrotar enfermedades, pobreza e incultura. Esta adulteración de lo cultural, esta metamorfosis – que incluye daños irreparables en la naturaleza y en la ecología – son datos que debemos tomar en cuenta.

El libro que escribió SEBASTIÁN ALLENDE nos atrajo desde su primera lectura. Su título es insinuante, es atractivo, es necesario: Entre zapatos, libros y serruchos. Y como subtítulo: Anarquismo y anarcosindicalismo en Chile (1920-1955). Un ensayo escrito con claridad, con lenguaje preciso, con ideas que conforman una visión amplia del pensamiento libertario. Y sobre todo con información que es fundamental para las nuevas generaciones que poco o nada conocen de este movimiento humanista.

George Steiner nos dice en Extraterritorial (1971) que «las tecnocracias populistas y de masas se caracterizan por el semialfabetismo. Por una habilidad elemental para leer textos sencillos y la incapacidad consiguiente de profundizar en la sintaxis…» Más adelante nos explica: «El «fracaso de la palabra» es un tema esencial en la literatura moderna, desde Lichtenberg y Kafka hasta Paul Celan y Beckett. Darse cuenta de este complejo y amplio fenómeno debería ser un lugar común.» El traer estas palabras nos ayudarán a comprender con total objetividad el tema que Sebastián Allende nos acerca. No es sólo el movimiento social, el pensamiento anarquista en Chile, sus conflictos, su sentido. Es ver eso desde una perspectiva mayor.

El autor analiza situaciones sociales, nos presenta ciertos estímulos de una nueva enseñanza de principios del siglo XX, una relación entre cultura y parámetros históricos. Pero lo hace con inteligencia, evocando la teoría social y el estudio, la renovación radical de la imagen del hombre y su relación constitutiva con un universo. Eso lo sugiere, requiere del lector una formación en la cual acceda a un ideal sin caer en la trivialidad. Y nos enseña, además, que no hay dogmatismo. Parecería decirnos que la libertad, la imaginación y la cultura se incorporan a la vida sin formas especulativas.

Veremos desfilar en estas páginas un rigor intelectual sin poner en peligro la coherencia, desfilar paradojas flagrantes de la historia, no sólo de la historia del movimiento obrero y social de Chile, sino los devaneos y alardes de una sociedad de inconstancia y frivolidad, oscilando siempre entre el escándalo y el fraude. Es por eso que aparece el pensamiento ético si observamos lo que nos ofrece este ensayo maduro y reflexivo.

Al evocar nombres como Octavio Paz, Clotario Blest, Albert Camus o Manuel Rojas nos está induciendo a una apertura mental, a una línea estética y ética que nos lleva a visualizar espacios brumosos, apelmazados con olores y ademanes. Sabemos, por otra parte, que el testimonio de la novela chilena, ya sea por influencia del naturalismo hacia el 1900 o de las tendencias criollistas de la década del 20 (esto lo analizó hace décadas David Viñas), insiste en la demostración de la fachada y del revés de la trama. Ejemplos: El roto de Joaquín Edwards Bello, La viuda del conventillo de Alberto Romero, Hijona, La fábrica y Camarada de Carlos Sepúlveda Leyton y finalmente La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán. Estos son algunos de los títulos que se especializan, por darle un nombre, en «la ciudad oculta». En esta zona de literatura exasperada, de recursos donde el biologismo se incorpora en algunas tendencias literarias, podemos agregar el moralismo de mirada zoliana de «la ciudad sumergida». Hablamos de Hijo de ladrón de Manuel Rojas.

No podemos dejar de citar la intensa actividad sindical y de base que específicamente desarrolló el anarquismo en Chile sobre todo la influencia tolstoiana. Ejemplo de esto lo podemos sintetizar en la obra de Fernando Santiván, Memorias de un tostoiano (1955).

Sebastián Allende nos genera desde el comienzo una relectura, un trayecto en espiral que regresa sobre tópicos. Nuevas lecturas y diversas experiencias para la comprensión profunda. A modo de ejemplo:

Rudolf Rocker en su obra «Nacionalismo y Cultura», o Camilo Berneri en «El culto al obrero», cuestionando el dogmatismo teórico presente en los trabajos del marxismo»clásico», con el corolario de la «falsa conciencia», sentaron un precedente-no único por supuesto- a las posteriores interpretaciones de un Edward Thompson o Eric Hobswam en torno a la relación entre clase social y acción política. De igual manera, la concepción de Gustav Landauer sobre el poder, obviada incluso por los propios ácratas, pareciera ser corroborada mucho tiempo después en las obras de Michel Foucault, específicamente en «Microfísica del poder».

Debemos reflexionar: el mundo moderno nos presenta personajes carismáticos que no son, desde luego, del todo lo espontáneo. Y sus dotes, no son por lo general innatas. En su divulgación -políticos, intelectuales, creadores- hay mucho de artificio, métodos de coerción psicológica, asesores de imagen, estilistas y maquilladores. No es un tema menor y me interesa la comparación del siguiente texto con lo que acabo de señalar.

Ahora bien, los anarquistas chilenos y extranjeros reivindicaron, al menos en un aspecto discursivo, el rol de la mujer tanto en la lucha social, como en la «sociedad libre». Tómese como ejemplo, el sinnúmero de artículos firmados por mujeres en la prensa ácrata extranjera y nacional. Aunque debemos ser cuidadosos ante ese aserto, pues los hombres podían firmar como mujeres para despistar a la policía. Y si bien esto no podemos perderlo de vista, los escritos de Luisa Michel, Teresa Claramunt, Juana Rouco, María Luisa Capetillo, Virginia Bolten, Emma Goldman, van a testimoniar la presencia de la mujer en las corrientes libertarias.

Otro tema fundamental es la diferenciación con el marxismo. Desde la difusión masiva de la imagen del ídolo, la iconografía como medio de propaganda -data desde la antigüedad clásica, Alejandro fue el primero que difundió su rostro en medallas y monedas- los emperadores romanos, agregaron las estatuas y, a partir del Renacimiento, la pintura adornó el retrato con decorados fastuosos y puestas en escena. Nos dice Sebastián Allende: desde le teoría, el pensamiento anarquista rechazó el carácter monolítico del ideario marxista clásico en torno a la revolución socialista.

También hace referencia a la parte cultural del movimiento anarquista, enlazado siempre con los movimientos de acción, las huelgas y las reivindicaciones. Y estas líneas son verdaderamente significativas. Por lo general el ser humano no tiene ganas de saber qué sucede. Pero además sospecho que tengan ganas de querer. Por eso, desde el gobierno, se les fabrica una elección. Y Sebastián Allende nos recuerda una de aquellas publicaciones históricas de América. Olvidada, desplazada sin duda, pero con una constelación donde se eliminaba el tedio, la distracción y la imbecilidad.

Ahora bien, por qué hablar sobre la influencia anarquista en «Babel», -cuyo creador Enrique Espinosa fue su alma pater- en primer lugar, porque no ha sido estudiada, y segundo, porque nos permite comprender cómo la tradición libertaria mantiene un eco creador en la literatura nacional. Así, la narrativa chilena mantendrá un núcleo socialista libertario, encabezado por Manuel Rojas, González Vera y el desconocido Laín Diez. En más, el comité asesor de «Babel» estaba formado por estos tres autores, más el escritor argentino Luís Franco, de tendencia trotskista y el Español Mauricio Amster. Como tal, literatos como Ciro Alegría, Albert Camus, Gabriela Mistral, Ernesto Montenegro, Hannah Arendt, entre otros.

Un texto claro, esencial, clásico ya, es el que escribió para siempre el tipógrafo Enrique Arenas (1894-1928): La rebeldía no es anarquismo. Un breve ejemplo de su mirada, que es la nuestra.

Debido a un desconocimiento absoluto de las teorías anarquistas, a menudo se confunde la rebeldía con el anarquismo, y las manifestaciones violentas se toman como actos engendrados por la idea misma, lo que no es exacto si sometemos estas cuestiones a un examen prolijo.

Un individuo atenta contra la vida de un rey, presidente o cualquier hombre de Estado, se le llama anarquista. Otro se rebela contra esta o aquella imposición, y también se dice que es anarquista.

Si admitiéramos esta teoría daría por resultado que la humanidad entera es anarquista, porque la rebeldía es ingénita en el ser humano, y no obstante esto, no todos son anarquistas; lo que evidencia pues, que no todos los actos de rebeldía son manifestaciones del anarquismo, ni puede decirse que la rebeldía lo constituye.

Se puede ser rebelde y no anarquista; pero no se puede ser anarquista sin ser rebelde; de aquí que, afirmemos que la rebeldía no es anarquismo.

Y estas palabras fundamentales:

    La violencia no es la finalidad del anarquismo, sino actos engendrados por la represión y persecución de que son objeto los anarquistas; pero de ningún modo puede decirse que la violencia es una consecuencia engendrada por la idea misma.

    Sabemos, desde siempre, que el culto a los héroes es pernicioso. Proclama el fanatismo, el dogma, el odio, la intolerancia. El estudio y análisis que realiza Sebastián Allende nos distancia de la fusión tribal, de los regímenes autoritarios. Y nos acerca a los individuos, a la conciencia de la libertad, a la responsabilidad de forjarnos nuestro destino. Nuestro propio destino. Lo otro son los aparatos políticos administrativos y policiales, el manejo de una burocracia partidaria.

    Pierre-Joseph Proudhon, les recuerda a ciertos proletarios advenedizos que «los primeros que han planteado la cuestión social no fueron obreros, por cierto: fueron hombres de ciencia, filósofos, literatos, ingenieros, antiguos magistrados, representantes del pueblo…»

    No debemos olvidarnos: «la real politik» es también un ideario, aunque vergonzante. La demagogia es un engendro de la emoción. Vale la pena, para finalizar, recordar a Ionesco: «…de Goering a Lenín todos los totalitarismos se hermanan…»

———————

            * El autor de este artículo es CARLOS PENELAS (1946). Escritor argentino. Tiene una extensa trayectoria poética en la literatura y es autor de notables ensayos literarios.

            ** Este libro lo encuentras en EUTRAPELIA Libros. San Ignacio de Loyola Nº 75 Local 21, Barrio Dieciocho, Centro Comercial LA GALERÍA, Comuna Santiago, Región Metropolitana, República de Chile. Estación Metro LA MONEDA.