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Epistemología del racismo: notas mínimas

Fuentes: La Jiribilla

I Mi conocimiento es el marco conceptual e interpretativo a través del cual me relaciono con el mundo, integro lo nuevo y reconfiguro lo sabido en un permanente proceso de búsqueda, encuentro y descubrimiento. Si bien no hay garantía alguna de que así suceda, la aspiración humana más íntima impulsa el proceso en dirección a […]

I

Mi conocimiento es el marco conceptual e interpretativo a través del cual me relaciono con el mundo, integro lo nuevo y reconfiguro lo sabido en un permanente proceso de búsqueda, encuentro y descubrimiento. Si bien no hay garantía alguna de que así suceda, la aspiración humana más íntima impulsa el proceso en dirección a la verdad; en dirección a algo a lo que denominamos «verdad» cuya posesión, supuestamente, nos permite arribar a una comprensión objetiva de la realidad que nos rodea, del mundo, de la historia, de la especie y de uno mismo. Mientras mayor ajuste exista entre los procesos en la realidad y la calidad de verdad con la que los comprendo, es de suponer que tendré la posibilidad de ser más libre, pues mis acciones pueden responder de modo más adecuado a la verdad que he sido capaz de conocer.

II

A través de mi mente y cuerpo se expresa la herida original de la cual provengo, pues soy la expresión de un corte y ruptura, de continuo reactualizadas. No actúo como un ciudadano del pasado, pero lo habito y el pasado vive en mí, reconstruido. No hay manera de borrar el hecho de que fui extraído, transportado sobre el mar, entregado a la producción, la animalidad y el dolor.

He aquí una trinidad sagrada que no dejó de vivir un día, que me constituye y contra la cual -como contra un telón de fondo- es que debe ser leída mi experiencia presente, pues no es solo lo que construyes, sino tu relación con el lugar original. África me interesa menos como un lugar hacia el cual regresar, vista en cualquier dimensión esencialista, que como un territorio desde el cual haber venido y con el cual ahora quisiera dialogar; más allá de la aldea primaria, el locus mítico del origen, su geografía estalla en la complejidad de la experiencia moderna.

Allí reconozco, desconozco, pregunto, integro.

III

Ese corte y ruptura, que no es otra cosa que la Trata, marcan un trastorno epistemológico global: para el dominador y para su esclavo. No solo nunca más pudimos ser los mismos después de conocernos, sino que es imposible hablar de nuestros mundos sin que «el Otro», lo otro, continuamente se filtre. Existimos en unidad contradictoria.

En este sentido, en mí se cumple un destino extraordinario y todavía me asombro cuando leo un libro, deconstruyo o aprendí a amar a mi Otro, o soy capaz de expresarme, pues sé que nada de eso fue pensado para mí.

Pero me asombro como niño y juego.

Soy el resultado de generaciones que sufrieron para que alguna vez, ellos miraban al futuro, no hubiese que recibir golpes de látigo ni desprecio. A pasos lentos, apenas avizorando al inicio, fueron agregando hilos hasta hacer posible la condición de persona.

¿Quién pensó a los como yo en papel de médicos eminentes, legisladores, directores de fábricas, esgrimistas, bailarines?

IV

Conozco todos los rencores:

. Tenías que ser negro.

. Si no la hacen a la entrada, la hacen a la salida.

. Ser blanco es una carrera / mulato, una profesión / y negro es un saco de carbón / que se le vende a cualquiera.

. Qué desgraciada es la flor / que nace en el cementerio / y yo, con tanto criterio / en la raza de color.

. Las negras tienen peste.

. Negro bruto.

. Negro de mierda.

Lo sé todo. Lo he escuchado y me lo han dicho. Con esa maldad pegajosa me alimento desde niño y no la olvido, pero la devuelvo en conocimiento y alegría.

V

Mi familia también hereda y me pasaron su dolor y sus miedos. Conozco los secretos más recónditos para averiguar, como en una salvaje pesquisa policial, quién es blanco o blanca: forma del cráneo, ancho de la nariz, huesos en la cabeza, brillo o mate de la piel, las cejas, oscuridad de los testículos, rizos del pelo sobre la nuca, grosor de los labios, etcétera.

«Fíjate bien y vas a ver cómo se le nota lo negro… lo tiene ahí mismo», lo he escuchado.

El despliegue de ese formidable aparato de vigilancia es solo un gesto tardío, un residuo del continuo que conformaron, durante la esclavitud, la antropología médica, el mercado de negros, la sabiduría de las comadronas y los más diversos dispositivos de pesquisa y supervisión que en la colonia se encargaron de clasificar, impedir la mezcla o exponerla. El marco epistemológico de la interpretación y el conocimiento descansa encima de todo ese cimiento proveniente de la familia, escuela, barrio y, en general, sociedad.

VI

Soy hijo del acontecimiento. Tal y como la entiendo, la Revolución cambió el contenido y significación de la palabra «negro», de modo que ella es el punto crítico, la referencia permanente para mi marco epistemológico. Mediante los demonios que desató, entraron en colisión los fantasmas de la tradición y de mi familia con las proposiciones (desmesuradas) del nuevo mundo.

Antes del acontecimiento -no ya de manera aislada e individual, sino como conjunto o grupo humano- las escasas ocasiones en las que leí o escuché hablar de «los negros» fue para referirse a los mau-mau de Kenya (que se suponía asesinaban a los blancos) o para hablar de la resistencia etíope contra los ejércitos de Mussolini.

Lo fundamental, aquí, es pensar en grupos humanos y no en excepcionalidades.

La Revolución me regaló tres continentes: Asia, África y América Latina. ¿Cuándo antes escuchamos hablar de indígenas o campesinos asiáticos? Además de ello, me regaló la Europa del Este del socialismo (pese a las tragedias que nunca nos contó) y el Occidente de las luchas estudiantiles, los nuevos movimientos sociales y las batallas contra la segregación en los EE.UU.

Tal acceso súbito y mareante al cosmopolitismo, a ser un verdadero ciudadano del mundo, de la época, a mi entender, sigue estando entre los legados más extraordinarios de la Revolución Cubana que, de un modo que todavía conmueve, en cuestión de meses, estimuló un espacio donde ser igual como sujeto de razón.

VII

Soy una síntesis, pues antes dije que no valoro lugar alguno de pureza al cual desee retornar: amo y esclavo se fundieron para crear una tercera cosa mediada por el gran acontecimiento.

Por más que diga en realidad todavía no sé quién soy, sino que a diario me interpelo y construyo; como un guerrillero habito la necesidad de respuestas tácticas cada día, nuevas, sorprendentes.

Del racismo y del antirracismo estoy hecho; del dolor, el rencor, el odio, la alegría, la solidaridad, el vínculo, la superación del dolor, la paz, la sustancia de un mundo todavía por venir. Mas se pudriría en las manos si no la activáramos a diario (lo cual significa que al viejo dolor suceden otros: los del presente).

En la multicolor familia cubana, donde el prejuicio fácilmente anida y se diversifica (en modos de manifestarse o amargura) entre personas que comparten la misma sangre, ¿cómo enjuiciar o separar?

¿O se analiza para qué?

Terminado de escribir este comentario, recibo la llamada telefónica de una prima y, dentro de otros muchos temas, me anuncia que ha decidido convertirse en «eurodescendiente». La inversión del término nos recuerda que somos esa tercera cosa en la cual se cumple la promesa implícita en el encuentro de mundos culturales; la síntesis y no la dominación.

VIII

El más radical de todos los intelectuales cubanos antirracistas, Walterio Carbonell, en «Cómo surgió la cultura nacional», llamaba a no celebrar a los racistas constructores de la nacionalidad cubana: Saco, Luz y Caballero, del Monte, etc. En su célebre libro, los conflictos culturales cubanos fueron analizados, con dialéctica fielmente marxista, como el enfrentamiento de fuerzas opuestas, que se niegan mutuamente en un mismo territorio; Carbonell lee el desplazamiento y cambio de la intensidad de los flujos en la Historia y en esta lucha fascinante, según su juicio:

«Ya mucho antes del triunfo de la Revolución, la burguesía estaba profundamente debilitada por el imperialismo, no solo en el poder económico sino también en el poder cultural. Y también sus valores culturales habían sido socavados por las tradiciones y manifestaciones de los negros.» (W. Carbonell: 2005, p. 25)1

Hay, sin embargo, otro modo de mirar -que mantiene la radicalidad al tiempo que invierte la dirección del impulso- cuando se entiende que hemos hecho lo más difícil: concebir, analizar, elogiar lo valioso, sentir la energía del esfuerzo incluso en quien nos despreció, en quien se propuso construir el país (un país) donde no merecíamos estar.

Si lo anterior es cierto, entonces no solo pertenezco a la médula del territorio, sino a una formidable capacidad asimilatoria que quizá sea el engrudo que sostiene juntas las partes. No solo soy libre, sino que ejercito mi libertad al punto de conseguir lo más difícil: asimilar en lugar de odiar.

Ahora bien, asimilar y amar incluso ese espacio/discurso de la otredad que me rechaza, muestra su complemento en la voluntad de comprender lo otro ajeno mediante su deconstrucción. Es aquí donde mi diferencia completa el círculo al dibujar al otro en su condición de privilegio; no solo conozco y he escuchado las palabras del daño, sino que sé quiénes la dicen y por qué, cuál condición inferior quisieran generar en mí.

IX

Pero la apropiación, el capturar y desarrollar los archivos culturales ajenos (aquí cultura significa «capacidad adaptativa») se revela como acto heroico cuando se le juzga desde la óptica de la voluntad (individual, familiar y grupal).

Producción (material gastable), animalidad y dolor: a eso me trajeron. He tenido precio, y cuando un ser humano puede ser comprado/vendido lo mismo que una cosa, ya nunca más vuelve a ser igual. Por eso mi viaje es siempre conciencia adentro, conciencia abajo, conciencia detrás y futura, conciencia del país y sus raíces, dolores de construcción y posibilidad. Íntimo, público, personal, familiar; de la memoria, la imaginación y las preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Cómo fue y es posible? ¿Qué deseamos ser? ¿Qué sociedad? ¿Qué persona?

X

Los bordes de la herida son los de mi memoria; radical, me atraviesa desde antes del nacimiento y en esa radicalidad es que soy y elaboro. Por ello se equivocan quienes (incluso deseando o pretendiendo un contacto profundo) quieren privarme de dolor o solo así se sienten cómodos ante mi presencia; me prefieren divertido, en una alegría próxima a la ligereza y no entienden que soy responsable, incluso, por aquellos cuerpos que fueron echados al agua, que no llegaron, destinos rotos que yo mismo pude ser.

No entienden lo que significa «haber sido cosa con precio» en el mercado de esclavos y cómo, después de esa experiencia (como cuando son clavadas vigas de hierro en lo más hondo del mar) el lenguaje se comba, y los tiempos verbales comienzan a juguetear con la realidad. Los que hubieran revisado (entonces) la salud de los dientes, lo repetirían ahora (de poder). Tengo que impedir su retorno, que me posea (y entonces ser yo mismo quien reproduce contra otro, a quien se considere más debajo en la escala cultural, los gestos de mi dominador), tengo que saber quién soy: «mantenerme despierto y estar siempre alerta».

Soy la gran succión inesperada, la matriz de las transformaciones, el que todo lo absorbe y no hay que ser blanco o negro, sino persona; alegre de cuanto recibimos, del esfuerzo fantástico de las generaciones, de lo que hemos alcanzado, de lo que podemos aún. Pienso, interpreto, proceso, verbalizo, devuelvo, participo. Dentro y para mover los límites del marco que define las posibilidades del diálogo general, social, sobre el racismo, sus condiciones, acción y significados en la vida humana. Para que sea más claro el pasado, para contribuir al mejoramiento de hoy y, sobre todo, para impedir el daño de mañana.

Nota: 1- Carbonell, Walterio. Cómo surgió la cultura nacional. Ciudad de La Habana: Biblioteca Nacional José Martí, 2005.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2011/n529_06/529_08.html