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Éramos muchos y nació Danica

Fuentes: Rebelión

Confieso que, a pesar de la procedencia del anuncio -nada menos que la ONU-, concuerdo con Gerard Heilig, responsable de la Oficina de Estimación de Población de la entidad internacional y quizás la más importante de las voces disonantes internas, en juzgar imposible determinar con precisión dónde ha nacido el habitante siete mil millones del […]

Confieso que, a pesar de la procedencia del anuncio -nada menos que la ONU-, concuerdo con Gerard Heilig, responsable de la Oficina de Estimación de Población de la entidad internacional y quizás la más importante de las voces disonantes internas, en juzgar imposible determinar con precisión dónde ha nacido el habitante siete mil millones del planeta. Es más: considero digno de crédito el planteamiento de que ese tipo de magnitudes cuenta siempre con un margen de error de uno o dos por ciento, por lo cual un cálculo más plausible arrojaría entre seis mil 944 millones y siete mil 56 millones.

Sí, por ahí andaría el «ábaco». Más cuando, se sabe, en disímiles recodos del mundo los sistemas de registro dejan demasiado que desear. Por ende, que las Naciones Unidas hayan incurrido en una salida en falso se convierte en comidilla y bramido de expertos de los cuatro puntos cardinales. La campana de alerta no se limita a unos ralos toques. Suena a rebato. No pocos insisten en que incluso «los mejores censos tienen inevitables inexactitudes». Aserto refrendado por medios como la BBC , que exponen ejemplos de pifias tales el realizado en el Reino Unido en 2001. Este dio por resultado cerca de 59 millones de almas, mientras se preveían 60 millones. «Las cifras británicas fueron corregidas en más del 1 por ciento (…) y eso en un país altamente desarrollado», subraya Mike Murphy, profesor de la London School of Economics.

Por otra parte -la vida reviste un racimo de matices-, también es cierto que se necesita un hito, algún asidero para la analogía, el análisis; si no, todo parecería luces de ciudad miradas desde una vertiginosa estrella giratoria, en el parque de diversiones del relativismo puro. Por ello me pregunto si no estaremos obrando un poco a semejanza de aquellos teólogos bizantinos proclives a prolijas, «hondas» discusiones sobre asuntos de «vida o muerte», como el sexo de los ángeles o la cantidad de los alados, divinos seres que copan la punta de un alfiler. ¿No pecaremos de puntillosos en grado de paranoicos al rechazar la cifra, el sitio proclamados a tambor batiente, y al teorizar y teorizar acerca del porqué de nuestra renuencia?

Ahora, en mi opinión, más significativo que la carga simbólica de declarar el 31 de octubre de 2011 día del nacimiento del habitante siete mil millones, y el alegrón tercermundista ante la noticia de que este nuevo terrícola es la filipina Danica, es el reconocimiento voceado de que el orbe no aguanta más, al decir de un vehemente colega. Que la multiplicación de la humanidad, cuyas filas solo en los últimos años se han disparado desde los cuatro mil 500 millones, ejerce una enorme presión en los ecosistemas y los recursos universales.

Y no es que comulguemos con el maltusiano sonsonete de que el crecimiento demográfico responde a una progresión geométrica, en tanto el de los medios de subsistencia a una aritmética. Las estadísticas prueban que, por impulso de la ciencia y la técnica, las fuerzas productivas acrecentarían hoy el rendimiento de la producción social con rapidez sensiblemente superior a la del aumento de la población. No en vano Olivier Schutter, representante especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, no ceja en proclamar que con las tecnologías actuales se podría garantizar pitanza de sobra incluso a los nueve mil millones que se esperan para el 2045.

(Además, según un conocedor citado por Prensa Latina , si todas las mujeres se encontraran en condición de decidir el momento de la concepción, el promedio mundial de nacimientos caería de inmediato por debajo del valor de fertilidad de reemplazo.)

Entonces, hablando con desembozo, el problema radica en la inequidad inherente a un sistema empeñado en la especulación de los precios. Un sistema en que cada día mil millones de individuos pasan hambre y dos mil millones disponen de apenas un dólar con que vivir, desprovistos de servicios gratuitos que atenúen la carencia. Un sistema que, dada su lógica instrumental, de valorización del capital, no logra o no quiere reparar en que la eficiencia a ultranza, en pro de la ganancia, cercena la base del desarrollo: la naturaleza. Un sistema incapaz de decretar que los países industrializados no sigan lanzando anualmente al cesto de los desperdicios la friolera de 222 millones de toneladas de comida.

En fin, un sistema que no alcanzaría a privilegiar los valores de uso sobre los de cambio sin perecer en el hipotético intento. Y que, aunque apto para generar un pantagruélico volumen de bastimentos, se muestra mezquino, muy mezquino en la distribución. ¿Qué situar en su lugar? ¿Esperamos interrogar a la Danica madura? ¿Adelantamos la única alternativa en la cual miríadas de Danicas lograrían no solo sobrevivir, sino florecer? Creo que vale honrar la inteligencia del lector, quedándonos en la mera sugerencia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.