Para Manuel Martínez Llaneza, para Teresa, para Manuel, generosísimos y afables anfitriones en un fin de semana, el de la fiesta del Partido Comunista de España, que, como decía y cantaba Raimon, nunca olvidaré.
Buenos días, bon dia, eugunon, bo dia.
Es un honor para mi estar entre ustedes, es un honor la invitación que me han hecho para participar en esta magnífica y entrañable fiesta del PCE.
Permítanme una duda: salvo error de cómputo por mi parte, además de seminarios y otro tipo de encuentros, son 30 los libros que van a presentarse a lo largo de estos tres días. ¡10 por día, treinta en total! ¿He contado mal? ¿Querrá el PCE batir algún record? ¿Podremos asimilar tanto? ¿Se nos quieren dar (informados) consejos de lectura para unos dos años?
Quería agradecer, en primer lugar, los afables elogi os de los tres compañeros que me han precedido y antes debería advertirles de lo siguiente:
Este verano, Mercedes, mi compañera, mi hijo Daniel y yo mismo, hemos estado de vacaciones por tierras castellanas… Perdón, perdón por tierras castellano-leonesas quería decir. ¡Una maravilla, una sinfonía de colores, olores, ríos, valles y catedrales! Manuel Monereo y Araceli nos acogieron en su casa familiar, nos dieron de comer y nos enseñaron lugares inolvidables. Óscar Carpintero, Teresa y el pequeño Mario (un Bertrand Russell II en potencia que será acto seguro) nos dieron también de comer, nos pasearon por Valladolid y nos hablaron, con la devoción a él debida, de nuestro amigo y maestro Francisco Fernández Buey. José Sarrión y Eli no sólo nos alojaron en su casa sino que nos la dejaron en exclusiva. Tal cual, sin exagerar un leptón. Ellos se fueron de okupas o a casa de unos familiares, no puedo precisar más en estos momentos. Sabido lo anterior, ¿qué van ellos a decir de mi que no sean palabras generosas, afables y acaso muy inmerecidas? Gracias en todo caso, muchas gracias.
Por cierto, ahora que caido. No sé si tienen información sobre una pegatina y un «material» que CiU ha impreso hace pocos días. Contiene un lema. Habla de la Catalunya productiva y de la Es paña subsidiada. Dice más o menos así: «La España subsidiada vive a costa de la Catalunya productiva». Quina broma, quin riure, quin rigor, quina germanor, quina prudencia! En todo caso, si lo pensamos un poco más, cuanto menos en el caso que les he explicado, el de nuestros amigos y mi familia, ¿¡no sería más bien al revés? No será que una parte de la Catalunya, es decir nosotros, vive (o pasa vacaciones) a costa (el ser subvencionado de CiU) de la España trabajadora y fraternal? ¿No creen que es más exacto en este caso? Bueno, pasemos página, no merece la pena que detengamos nuestro interés en una infamia de tal calibre.
Antes de entrar propiamente en materia, permítanme que recuerde cuatro personas ausentes que están, a un tiempo, muy presentes aquí y en todos nosotros: Giulia Adinolfi, Manuel Sacristán, Neus Porta y Francisco Fernández Buey (y también, por supuestísimo, aquel médico revolucionario que falleció hace ahora 40 años); que les diga que están camiseta que llevo, la de Gerónimo y las batallas que debemos dar estén o no perdidas, la misma con la que enterramos al autor de La gran perturbación y La ilusión del método , es un regalo del amigo y compñaero Javier Aguilera, y que dé finalmente las gracias a los editores de los libros que hoy presentamos: Miguel Riera, por Sobre Gerónimo , y Alfonso Serrano por Entre clásicos .
En torno a Sobre Gerónimo , un libro compuesto con los escritos que Sacristán incluyó en su edición y traducción de la biografía de Gerónimo y con algunos materiales complementarios, ya han dicho los compañeros todo lo que yo iba a decirles. Está entre lo mejor de la obra político-filosófica de Sacristán, en mi opinión, y no son textos muy leídos ni comentados. Les recuerdo el nombre de aquella colección inolvidable, codirigida por Sacristán y Francisco Fernández Buey, en el que apareció por vez primera: Hipótesis.
En Entre clásicos firmo yo pero es un poco inexacto, da pie a alguna inferencia equivocada. El mérito es de ellos dos, de Lukács y de Sacristán, sobre todo de este último, a quien conozco algo más y tiene más presencia en el ensayo. Yo he copiado y he pagado, y he procurado enlazar las reflexiones de ambos, pero el grueso de lo dicho y narrado está en su haber, no en el mío.
Así, pues, mirando de frente, la cuestión de fon do en este encuentro podría ser la siguiente: ¿por qué hemos de leer a Sacristán? No respondo a qué Sacristán deberíamos leer en el siglo XXI (aunque algo diré sobre ello entre líneas).
(Por cierto: hablando de Sacristán, de lecturas y de ediciones, me complace mucho informarles ahora que el editor está aquí entre nosotros, que Renzo Lorente está preparando un Sacristán-marxista esencial, anotando, presentando y traduciendo al inglés dieciséis de sus aportaciones más imprescindibles. Gracias Renzo por este gran trabajo).
¿Por qué entonces debemos leer a Manuel Sacristán, al autor de «Panfletos y Materiales»? ¿Por sus magníficos y esperados textos de crítica teatral, literaria y musical publicados en Laye , una buena parte de ellos publicados en Lecturas , el cuarto volumen de sus «Panfletos»? ¿Por eso debemos leerle?
(Un ejemplo de esos textos, un breve fragmento de su reseña del Alfanhuí de su amigo de juventud Rafael Sánchez Ferlosio:
La naturalidad del arte estriba en la naturaleza del hombre que es el a rtista, la cual no es la naturaleza absoluta, pero es todavía una naturaleza: los colores del arte no tienen «fuerza de fecundidad» pero no está ajenos a «principios de vida» pues brotan de esta nueva naturaleza que es el hombre. Y de la naturaleza del hombre, del artista, brota la natural necesidad de no ser natural en sentido absoluto, la obligación de ser artificioso, laborioso, constructor. En lo que el hombre construye se espeja su peculiar naturaleza, y en ese espejo la conocemos: las vías directas hacia la naturaleza absoluta están cerradas, sólo queda la vía refleja que es el espejo del hombre, es decir, su obra. Todo lo que el hombre puede hacer, y el hombre mismo que en lo hecho se conoce, como cima de su obra, es arti-ficio, o, si se prefiere, arte-facto. Por tanto, es máximamente natural lo máximamente construido, lo sublimemente artificioso. La naturaleza del arte es el artificio, conclusión digna de Pero Grullo y, por consiguiente, certísima.
¿Por su teatro, por su obra en un solo acto – El pasillo – que nunca ha sido representada (¿por qué no en la fiesta del PCE de 2015?). ¿Acaso por su artículo para la revista alemana Dokumente sobre el teatro español en la postguerra, nunca publicado en castellano en el que podían leerse cosas del siguiente tenor:?
En la prensa española se lee mucho sobre la crisis económica e intelectual del teatro español. Las opiniones sobre las causas de esta crisis son a menudo muy dispares, sin atreverse los autores de tales artículos a hacer responsable de gran parte de las dificultades a la censura estatal, con su silenciamiento sistemático de los autores jóvenes. El autor del presente artículo no puede detenerse aquí en las causas económicas o sociológicas de que el teatro sea hoy un mal negocio. Pero cree saber por qué existen sólo pocos autores españoles de categoría y por qué apenas se estrenan nuevas obras. Tres factores principalmente son responsables de ello: la censura, el gusto deteriorado del público teatral a causa de la crítica de baja calidad y, por último, el comportamiento de los empresarios teatrales, que sacan sus consecuencias de todo ello y ya sólo estrenan lo que promete de antemano cajas llenas. Sólo un genio capaz de combinar armoniosamente el impulso creador con el cálculo sensato de todas las posibilidades económicas podrá conseguir volver a elevar a su grandeza de antaño el teatro, hundido en el polvo, de los Lope, Calderón o García Lorca.
¿Por sus libros de lógica, por su Lógica elemental, por su Introducción a la lógica y al análisis formal , por su papel esencial en la consolidación de los estudios de lógica en nuestro país, como han señalado Luis Vega, Paula Olmos, Jesús Mosterín, Miguel Manzanera o José Sarrión? ¿Por su documentada aproximación al teorema de Gödel, a veces casi en minoría de uno, en el que podían leerse cosas como las siguientes:
De aquí que, aún más laxamente, el teorema de Gödel haya podido entenderse también en el siguiente sentido filosófico: la lógica es incapaz de formalizar la deducción necesaria para fundamentar cualquier conocimiento de algún interés teórico.
Por este camino de interpretación cada vez más laxa y vaga del teorema de incompletud de Gödel, algunos filósofos han llegado a afirmar que el resultado de Gödel demuestra «el fracaso de la lógica» o hasta «el fraca so de la razón». Estas afirmaciones carecen de fundamento, como puede verse en las siguientes consideraciones.
En primer lugar, lo único que demuestra el teorema de Gödel es que resulta imposible conseguir un conjunto de axiomas y un juego de reglas de transformación que suministren todas las verdades formales expresables en el lenguaje de la lógica de predicados…
En segundo lugar, el hecho de que la lógica misma haya descubierto y demostrado los límites o la inviabilidad de una realización universal del programa algorítmico en su forma clásica, es más bien un éxito que un fracaso de la actividad capaz de tal resultado…
En tercer lugar, debe observarse que la incompletud de un cálculo lógico tomado en toda su dimensión no excluye la completud de cálculos parciales contenidos por él…
En cuarto lugar, por lo que hace a la aritmética misma, debe observarse que los enunciados cuya indemostrabilidad establece la argumentación de Gödel no son del mismo estilo, por así decirlo, que los teoremas clásicos de la aritmética, los cuales se refieren a operaciones con números y son los realmente utilizados en la aplicación a otras ciencias o a la técnica… Para estos teoremas de tipo «clásico» -o sea, para toda la parte «útil» de la aritmética (y de las disciplinas matemáticas basadas en ella, señaladamente el álgebra clásica y el cálculo infinitesimal)- se han construido cálculos (sistemas) que dan de sí todos los teoremas interesantes.
¿Por eso debemos leerle? ¿Por su artículos sobre la Ora marítima de Alberti , sobre Jesuitas y dialéctica, sobre el marxismo y los intelectuales, trabajos que escribió para la revista clandestina del PCE, Nuestras ideas ? ¿Por eso debemos leerle?
¿Por aquel artículo, escrito recién llegado de Alemania, recién iniciada su militancia en el PSUC, en torno al Manifiesto Comunista , un material de trabajo que hoy, sesenta y seis años después, continúa enseñando y nos hace pensar, un escrito en el que colaboraron Giulia Adinolfi y Pilar Fibla?
¿O debemos leerle también por aquel artículo de enciclopedia sobre la filosofía tras la II guerra Mundial y hasta 1958 en el que nos hablaba de Gramsci, de Bernal y de Mao, y de otros autores de la fenomenología y de la filosofía analítica como su admirado Carnap, en absoluto un reaccionario positivistón como a veces hemos afirmado? ¿Por pasos como éste que podemos leer en ese trabajo:
Desde los primeros años de la postguerra se encendió una polémica en el que se reprochó al marxismo ser infiel a su explícita afirmación de humanismo. Los varios argumen tos esgrimidos (por pensadores muy diversos, como Croce, Popper, Sartre, Jaspers, Von Mises, Merleau-Ponty, los padres Bigo, Chambre, Wetter, Bochenski, etc) pueden acaso resumirse así: 1º, el marxismo no puede ser un humanismo porque determina económicamente al hombre. 2º, el marxismo no se comporta como un humanismo porque admite la violencia. Los argumentos marxistas contra esas críticas podrían quizá compendiarse como sigue. 1º, el marxismo no postula la determinación de la humanidad por factores económicos sino que la descubre y aspira a terminar con ella; 2º, el marxismo no propugna la introducción de la violencia en la sociedad sino que comprueba su existencia en ella en forma de instituciones coactivas de conservación de la estructura social dada, así como en formas espirituales, como la inculcación a los niños de ideales morales, etc, representativas del orden social establecido.
La polémica, señalaba Sacristán, tenía en su fondo una oposición entre dos conceptos de libertad, el tradicional y el ma rxista: «mientras que el concepto tradicional de libertad se define negativamente -«libre arbitrio de indiferencia » o «nulidad» de la angustia existencial-en la teoría marxista, libertad equivale a «desarrollo real de las capacidades del hombre».
¿Por eso hemos de leerle? ¿También por su traducción de Revolución en España , y por su prólogo al primer libro legal con textos de Marx y Engels en la España del fascismo criminal del general Franco, que contó con colaboradores entusiastas como López Rodó, Fabià Estapé y Samaranch, a quien por cierto el consistorio de Barcelona, con CiU y el PP al frente, están a punto de dedicar una calle? ¿Por eso? ¿Por reflexiones como la siguiente?
Marx se mueve en efecto inicialmente en cada análisis en un terreno sobreestru ctural, generalmente el político y no lo abandona hasta tropezar, como sin buscarla, con la intervención ya palmaria de las «condiciones naturales» sociales. El método puesto en obra de Marx en estos artículos podría pues, cifrarse en la siguiente regla: proceder en la explicación de un fenómeno político de tal modo que el análisis agote todas las instancias sobreestructurales antes de apelar a las instancias económico-sociales fundamentales. Así se evita que éstas se conviertan en Dei ex machina desprovistos de adecuada función heurística. Esa regla supone un principio epistemológico que podría formularse así: el orden del análisis en la investigación es inverso del orden de fundamentación real admitido por el método.
¿También por su tesis, por su singula r tesis sobre la gnoseología de Heidegger, por eso debemos leerle?
No me resisto a dejar de leerles una predicción y los compases finales de la maravillosa partitura final del ensayo.
La crítica final (Emilio Lledó nos la leía maravillosamente para los d ocumentales «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa):
Sirva en todo caso esa discusión para mostrar cómo la interpretación propuesta debe ser entendida cum grano obscuritatis . Y sirva también para proporcionar más elementos de juicio para contemplar la andadura del pensamiento de Heidegger, el cual, en último término y por encima de toda interpretación, navega como la nave que vio el conde Arnaldos y cuyo piloto cantaba: «yo no digo mi canción / sino al que conmigo va», significando aquí «ir con él» la adhesión sin crítica -ni siquiera textual interna- al pensamiento del filósofo. Para una lectura como la presente, interesada por lo gnoseológico o lógico en general, no hay empero himnos misteriosos, sino sólo vulgares canciones al alcance de cualquier oído…
La predicción, el ojo clínico filosófico de Sacristán (el texto es de 1980, pero acaso estuviera escrito antes) tampoco merece nuestra desconsideración:
Pero desde la fecha últimamente indicada [SLA: a partir de 1970] se percibe en la cultura europea un renacimiento o robustecimiento de orientaciones filosóficas irracionalistas que, aunque han revalorizado ante todo filosofías de pesimismo ateo (Nietzsche, Spengler) podrían también traer consigo una nueva vigencia de la grandiosa teología negativa del «último» Heidegger: la publicación de una larga entrevista en el seminario Der Spiegel (núm. 23 del año 1976) a modo de testamento, poco después de su muerte (Heidegger la había concedido años antes, pero con la condición de que se publicara póstumamente) habrá sido, tal vez, el comienzo de una época de renovada lectura de su obra. Una posibilidad análoga indica la difusión de corrientes filosóficas francesas en las que no es difícil percibir la influencia de Heidegger (Deleuze, Derrida).
¿Debemos leerlo acas i por su aproximación a Labriola, a Korsch, a Zeleny, a Mattick incluso? ¿Por aquel prólogo al Anti-Dühring , por él mismo traducido, que enseñó a varias generaciones de ciudadanos, universitarios y activistas, más que 1917 libros marxistas bientencionados pero un pelín confusos?
¿Por sus conferencias? ¿Debemos leerle y escucharle por aquellas conferencias que parecían imposibles y que nos dejaban a todos y a todas con la boca abierta, la admiración en estado de máxima alerta y el corazón ubicado en un puño enrojecido? Exagero?
(Escuchen, por favor, para ver que no exagero un quark, las cinco conferencias que incluimos en «Integral Sacristán». Verán, comprobarán, que me quedo corto, muy corto).
¿Debemos leerle por su reflexión, por su inusual y crítica pos ición de aquella barbaridad anticomunista, que no puede dejar de provocarnos oleadas de rabia y dolor, aquella barbaridad, decía, que fue la aniquilación de la primavera de Praga, de aquel valiente intento de rectificación comunista democrática, donde, desde luego, los cuervos acechaban pero donde no todo, en absoluto, fueron bestias neoliberales dispuestos a acabar con todo?
Lean, si pueden, 44 años después, la entrevista que José María Mohedano, entonces en la extrema izquierda comunista, le hizo para Cuadernos para el Diálogo . Un paso de sus reflexiones ( a las que había que sumar las que escribíó, junto a su amigo Alberto Méndez, para un volumen sobre Dubcek preparado para Ariel):
Querría añadir una observación breve: los problemas del movimiento social ista obrero y del marxismo son tan importantes, que, en el fondo, lo más interesante del caso checoeslovaco no es su concreción interna, aquí discutida, sino su mero ser, el que se produjera, planteando en la práctica la situación crítica. Si la crisis se hubiera podido desarrollar abiertamente, democráticamente, o sea, ante los ojos y los oídos de la clase obrera y expuesta, por lo tanto, a la intervención directa de ésta, se habría tenido un fecundo efecto de catarsis epistemológica. La invasión ha impedido esta catarsis y ha prolongado una situación en la cual las críticas al desarrollo de los países socialistas (quiero decir las críticas socialistas) proceden o bien de partidos comunistas a los que falta la experiencia del poder (por ejemplo, los partidos comunistas de la Europa Occidental) o bien de partidos comunistas que carecen de la experiencia de un estadio de civilización tan rico y moderno como el centroeuropeo. La experiencia checoeslovaca, de haberse realizado, habría sido por lo menos ciencia social en acto. Eso me parece bueno, aunque probablemente asuste a las neuronas cansinas del dogmatismo gris del burócrata o del dogmatismo abigarrado del que padece el pueril calambre de san Vito.
¿Debemos leerle acaso por sus deslumbrantes aclaraciones conceptuales? ¿Por su definición del marxismo, ésta de 1968, una de las mejores que yo conozco «El autor de este artículo, por su parte, ha negado que pueda hablarse de filosofía marxista en el sentido tradicional de filosofía, sosteniendo que el marxismo debe entenderse como otro tipo de hacer intelectual, a saber, como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano»?
Acabo ya, no les canso mucho más. Un intento más en todo caso. ¿Debemos leerle por su valiente reflexión sobre Ulrike M einhoff, por su aproximación inusual a lo que él llamaba problemas post-leninianos, por las OME, las obras de Marx y Engels, por su ecologismo documentado y enrojecido cuando apenas nadie hablaba de estos temas en el ámbito de la izquierda europea, por su antimilitarismo, por aquel inolvidable «OTAN hacia dentro», por su defensa del derecho de autodeterminación y la unión fraternal de los pueblos de Sefarad, por sus críticas al nacionalismo (a todo nacionalismo, especialmente al españolista) disgregador y antisolidario, por su militancia en el PSUC y en el PCE durante más de dos décadas, por su vinculación a un partido que abandonó y no abandonó nunca, por su amistad con uno de los filósofos y comunistas más admirables que yo he conocido nunca, Francisco Fernández Buey, por sus críticas informadas y equilibradas al mito, que diría Jorge, de la Inmaculada Transición-Transacción, por su concepto de filosofía, por su práctica de un filosofar siempre documentando, siempre rebelde, siempre libre? ¿Por sus 30 mil páginas de traducciones (según exacto cómputo de Albert Domingo)? ¿Por sus clases de metodología? ¿Por sus aportaciones al ámbito de la epistemología marxista? ¿Por su concepto de dialéctica?
Por eso y por mil cosas más que me he dejado en el tintero y que ustedes ya están anotando críticamente. Gracias.
¿Por todo eso entonces? Pues sí y no. Por todo lo anterior pero sobre todo, así, entre nosotros, por las razones siguientes.
Primero por Ernesto Guevara.
El siguiente texto («En memoria de Ernesto «Che» Gu evara»), acaso de 1967, se editó sin firma en catalán en Nous Horitzons en 1969 (traduzco de una traducción catalana, el original, sin duda, que no he hallado hasta el momento, era mejor, mucho mejor aún).
Lo abrían unos versos de Maiakovski: «Como si para siempre / te llevases contigo (…)/ tu huella de héroe/ luminosa de sangre/ (…) Pero esto/ de golpe da vida a las «quimeras»/ y muestra/ la médula y la carne/ del comunismo». Sacristán hablaba a continuación:
No ha de importar mucho el cobarde sadi smo complacido con el que la reacción de todo el mundo ha absorbido los detalles macabros del disimulo, tal vez voluntariamente zafio, del asesinato de Ernesto Guevara. Posiblemente importa sólo como experiencia para las más jóvenes generaciones comunistas de Europa Occidental que no hayan tenido todavía una prueba sentida del odio de clase reaccionario. Pero esta experiencia ha sido hecha, larga y constantemente, en España, desde la plaza de toros de Badajoz hasta Julián Grimau.
Importa saber que el nombre de Guevara ya no se borrará de las historias, porque la historia futura será de aquello por lo que él ha muerto. Esto importa para los que continúen viviendo y luchando. Para él importó llegar hasta el final con coherencia. Los mismos periodistas reaccionarios han tributado, sin quererlo, un decisivo homenaje al héroe revolucionario, al hacer referencia, entre los motivos para no creer en su muerte, en sus falsas palabras derrotistas que le atribuyó la estulticia de los vendidos al imperialismo.
En la montaña, en la calle o en la fábrica, sirviendo una misma finalidad en condiciones diversas, los hombres que en este momento reconocen a Guevara entre sus muertos pisan toda la tierra, igualmente, según las palabras de Maiakovski, «en Rusia, entre las nieves», que «en los delirios de la Patagonia». Todos estos hombres llamarán también «Guevara», de ahora en adelante, al fantasma de tantos nombres que recorre el mundo y al que un poeta nuestro, en nombre de todos, llamó: Camarada.
En segundo lugar por su Migu el Hernández.
El siguiente texto lo leyó, si no ando errado, Mario Gas en el aula Magna de la Universidad de Barcelona. Fue en mayo de 1976, en el XXXIV aniversario de la muerte del autor de «Vientos del pueblo».
Tiene que haber varias razones de la respu esta excepcional, en intensidad y en extensión, que está recibiendo la iniciativa de la conmemoración de Miguel Hernández. Algunas de esas razones serán compartidas por todo el mundo, y del mismo modo, más o menos; por ejemplo, la autenticidad de la poesía de Hernández, en la que, si se prescinde de algunos ejercicios de adolescencia, no se encuentra una palabra de más. Otras motivaciones serán menos generales. La mía es la verdad popular de Hernández: no sólo de su poesía, en el sentido de los escritos suyos que están impresos, sino de él mismo y entero, de los actos y de las situaciones de los que nació su poesía, o en los que se acalló.
Al decir eso pienso, por ejemplo -pero no solamente- en aquella fatal indefensión de Hernández en su cautiverio. Hernán dez fue un preso del todo impotente, sin enchufes, sin alivios, sin más salida que la destrucción psíquica y la muerte, como sólo lo son (con la excepción de dirigentes revolucionarios muy conocidos por el poder) los oprimidos que no someten el alma, los hombres del pueblo que no llegan a asimilarse a los valores de los poderosos, aunque sea por simple incapacidad de hacerlo y no por ninguna voluntad histórica. O por ella, naturalmente.
Las últimas notas de Hernández que ha publicado hace poco la revista Posible documentan muy bien el aplastamiento moral que acompaña a la destrucción física del hombre del pueblo sin cómplices y, por lo tanto, sin valedores en la clase propietaria del estado, de las fábricas y de las cárceles.
La autenticidad popular de la poesía madura de Hernández es tan consistente porque se basa en esta segunda, en la autenticidad popular del hombre muerto, como el Otro, entre dos o más chorizos, y como ellos.
El tercero es más breve, es una observación de lectura sobre un texto de Col letti. Es la mejor, la más hermosa y más cernudiana definición que yo conozco de nuestra tradición:
No se debe ser marxista (Marx); lo único que tiene interés es decidir si se mueve uno, o no, dentro de una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan.
Todo esto, queridas amigas, queridos amigos, se puede resumir en un chiste y en un comentario. El chiste es de Zinoviev y a Paco Fernández Buey le gustaba mucho:
Hay que determinar el sexo de un conejo y estamos ante un científico y un epistemólogo. ¿Cómo opera el primero? El científico toma el conejo con cuidado y lo examina; luego responde. El metodólogo lo mira por encima y algo distantemente. Si es blanco determina que es conejo, y si blanca, coneja.
Hasta aquí el chiste. La observación:
¿Y qué hubiera hecho Sacristán que no era propiamente hablando un científico? ¿Hubiera dicho conejo si blanco, coneja si blanca?
No, desde luego que no. Lo hubiera examinado, se hubiera «ensuciado» las manos (con mimo, con cuidado, sin herir al animal por supuesto), se hubiera comprometido.
¿Y por qué hubiera obrado así? Porque iba en serio, compañeras, compañeros. Como ustedes.
¿Y por qué iba en serio? Pues por ustedes compañer os, porque ustedes también van en serio. Porque ustedes van a resistir, van a rebelarse, van a unir sus fuerzas, sus energías y su enorme corazón con millones de desfavorecidos de todo el mundo. Porque ustedes han dado y van a dar batallas que parecen perdidas. Por eso compañeros, por eso compañeras.
Solo me resta decir los versos finales de un poema que Sacristán hubiera dicho y recitado aquí encantado. No hablando de él, claro está, sino refiriéndose a ustedes. Lo mismo que voy a hacer yo. Es Cernuda d e nuevo y es aquel grandioso poema, una parte de él, «1936»
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otr a vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, Compañero, gracias
Por el ejemplo. Gracias porque me dices
Que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana.
Y recuerden que el género humano, queridos amigos, ustede s lo saben bien, no es lo nacional, sino la Internacional.
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
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