La reciente erupción del Volcán de Fuego recuerda nuevamente el tema de los llamados «desastres naturales», reabriendo la pregunta: ¿qué tan asesina es la naturaleza? Un desastre es un cambio rápido y destructivo que sobrepasa la capacidad de adaptación del grupo afectado. Eventos naturales catastróficos ha habido siempre. Eso, de momento, es inmodificable: terremotos, maremotos, […]
La reciente erupción del Volcán de Fuego recuerda nuevamente el tema de los llamados «desastres naturales», reabriendo la pregunta: ¿qué tan asesina es la naturaleza?
Un desastre es un cambio rápido y destructivo que sobrepasa la capacidad de adaptación del grupo afectado. Eventos naturales catastróficos ha habido siempre. Eso, de momento, es inmodificable: terremotos, maremotos, huracanes, erupciones volcánicas, inundaciones, tornados. Pero el grado de impacto que tienen sobre la población varía grandemente. Un terremoto escala 7.4 sacudió California en 1992 y produjo un muerto. En Nicaragua, en 1972, con un fenómeno similar, fueron 15.000 las víctimas mortales. El huracán Elena en Estados Unidos dejó 5 muertos. Un ciclón equivalente en Bangladesh, medio millón. En Japón, en 2011, un terremoto de magnitud 9 provocó 5,600 muertos; un año antes, en Haití, un terremoto menos intenso, dejó 316,000 fallecidos. Más que la naturaleza nos mata la pobreza. Dicho de otro modo: la forma en que están organizadas las sociedades.
Definitivamente estos fenómenos escapan a las manos del ser humano, pero no podemos quedarnos resignadamente con la idea de hechos «naturales»: su ocurrencia y sus consecuencias deben considerarse en un contexto histórico-social, político: son circunstancias que influyen distintamente según el lugar y el momento en que se dan, de las que se sale con suertes muy distintas. Vistos desde una perspectiva global no son sólo naturales sino que, en todo caso, denuncian (catastróficamente) la forma en que las comunidades están organizadas y se relacionan con el medio circundante.
Estos «desastres de la Naturaleza» vienen a mostrar la «naturaleza del desastre» del modelo de desarrollo económico-social que presenta el capitalismo, exponiendo a situaciones de alta vulnerabilidad a grandes mayorías, que son siempre los pobres y excluidos (la mano de obra barata, dicho de otro modo). ¿Por qué la gente del club de golf pudo ser evacuada y los campesinos pobres de las aldeas cercanas al volcán no? Podríamos preguntar igualmente: ¿por qué en Japón las secuelas no son como en Haití, o por qué en Cuba -país con pocos recursos pero con un proyecto político humano- nunca hay víctimas con sus huracanes?
Las regiones más pobres son una elocuente demostración de esta exclusión. Las poblaciones más afectadas son las que históricamente viven en situación de mayor exclusión y vulnerabilidad: los sectores pobres de áreas rurales, los asentamientos precarios de las ciudades. ¿Por qué hay tantas comunidades viviendo en las faldas de un volcán activo? Porque el sistema necesita campesinos pobres para los cortes de los cultivos de agro-exportación. No hay otra explicación.
Las respuestas del Estado (con Jimmy Morales o cualquier administrador de turno) no pasan de planteamientos asistenciales centrados en la emergencia y el cortoplacismo, con politización de la ayuda, a veces con ribetes grotescamente proselitistas, a lo que se suman posibles hechos de corrupción en el manejo de la asistencia recibida.
La reconstrucción a mediano y largo plazo no cuenta. Para muestra, la vergonzosa situación de los damnificados con el desastre del Cambray, que recibieron sus nuevas casas casi 3 años después de la tragedia.
Pasado el momento de la emergencia no hay por parte de los gobiernos una clara propuesta superadora que comience a poner énfasis en la prevención y la futura mitigación de desastres. Todo indica que luego de la asistencia humanitaria inmediata, la ocurrencia de un nuevo fenómeno natural de magnitud puede volver a convertirse en tragedia por la precariedad en que seguirán viviendo las grandes mayorías, y la falta de voluntad política en modificar esa situación. Así, estos desastres naturales patentizan los desastres ocultos de las sociedades.
El tsunami asiático de 2004 mató a más de 150.000 personas en unos minutos; el hambre (primera causa de mortandad en el mundo: un ser humano cada 7 segundos) o la diarrea (segunda causa de mortandad: 11.000 muertos diarios a escala planetaria por falta de agua potable), no impactan tanto como las tragedias que los shows mediáticos nos presentan cada vez con mayor pomposidad. Pero producen más muertos, más dolor, más miseria. ¿Hasta cuándo vamos a permitir todo esto?
Material aparecido en Plaza Pública el 11/6/18.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.