Esta pregunta se hacía en 1941 el asesor nacional de la Acción Católica, Alberto Hurtado Cruchaga. Su libro desató una tempestad de críticas de los sectores conservadores de la Iglesia y del laicado. Hurtado, incluso, fue acusado de intentar destruir la Iglesia y no faltaron, desde luego, las insinuaciones malévolas de que era un «comunista […]
Esta pregunta se hacía en 1941 el asesor nacional de la Acción Católica, Alberto Hurtado Cruchaga. Su libro desató una tempestad de críticas de los sectores conservadores de la Iglesia y del laicado. Hurtado, incluso, fue acusado de intentar destruir la Iglesia y no faltaron, desde luego, las insinuaciones malévolas de que era un «comunista infiltrado». Pasaron los años y el padre Alberto Hurtado es hoy un santo de la Iglesia Católica. Lo que no ha cambiado, sin embargo, es la vigencia de su pregunta. Ni tampoco ha variado el mutismo de aquella oligarquía que ha sido interpelada sin resultado una y otra vez por la historia.
Las elites financieras, políticas e intelectuales de Chile se declaran católicas en su mayoría. Lo mismo aseguraban hace 75 años. No era cierto entonces, y tampoco lo es ahora.
La filosofía del pensamiento hegemónico es el hedonismo y la codicia es la norma de conducta de las clases dominantes, incluyendo la casta política. No es católico ni cristiano -sino injusto e inhumano- un país donde conviven unos pocos multimillonarios con millones de ancianos con pensiones miserables, muchos de los cuales se alimentan recogiendo desperdicios en las ferias libres o las sobras de los restaurantes.
En Chile es silenciada la crítica a la realidad social. Hasta la voz del Papa Francisco, que con frecuencia reprocha la hipocresía de los «católicos» de la cúspide social, es acallada por los medios de comunicación. Incluso la Iglesia, cuya jerarquía hace ostentación en sus templos de las «mansiones suntuosas» que critica el Papa, no hace caso a las enseñanzas de su Pastor.
Ante el silencio de los «sepulcros blanqueados» vale la pena reproducir parte del discurso del Papa Francisco en la clausura del III Encuentro Mundial de los Movimientos Populares celebrado este mes en Roma. Luego de referirse a la tragedia de los migrantes, refugiados y desplazados, el Papa dijo:
«Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto. Y así el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio…».
PUEBLO Y DEMOCRACIA
«Dar el ejemplo y reclamar es una forma de actuar en política y esto me lleva a la relación entre pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en gran medida, en eso radica su riqueza porque expresan una forma distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública (…) Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor, a meros administradores de la miseria existente».
EL VALOR DEL EJEMPLO
Agregó el Papa Francisco: «A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de esas ataduras. Pero, parafraseando al ex presidente latinoamericano que anda por acá (en referencia a Pepe Mujica), el que tenga afición por todas esas cosas, por favor, no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo, al prójimo y va a manchar la noble causa que enarbola… Tampoco que se meta al seminario (…)
Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad, esa austeridad moral y personal. Y practicar la austeridad es, además, predicar con el ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene más fuerza que mil palabras, que mil votantes, que mil likes , que mil retweets , que mil videos de Youtube. El ejemplo de una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y el proyecto de las 3-T.(1) Les pido a los dirigentes que no se cansen de practicar esa austeridad, la cual -por otra parte- los va a hacer muy felices».
(1) Se refiere al proyecto Trabajo, Techo y Tierra que impulsan los movimientos sociales.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 864, 11 de noviembre 2016.