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Entrevista a David Becerra Mayor sobre "La guerra civil como moda literaria" (IV)

«Es falso que los falangistas perdieran las páginas de la literatura, quienes las perdieron son todos aquellos novelistas cuyas obras desconocemos»

Fuentes: Rebelión

Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de […]

Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de crítica literaria, autor del ensayo La novela de la no-ideología, David Becerra Mayor ha publicado recientemente en la editorial Clave Intelectual La guerra civil como moda literaria. En su última obra de centra nuestra conversación.

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Estamos en la tercera parte del libro. «La liquidación de la historicidad». ¿Quiénes quieren liquidar la historicidad? ¿Hay aquí algún plan oculto? Por cierto, ¿qué deberíamos entender por historicidad?

No, no creo en un plan oculto. No creo que sea necesario que nadie marque las pautas de cómo se debe escribir para que en las novelas la historicidad aparezca liquidada. Creo que hablamos de «inconsciente ideológico» en unas de nuestras anteriores conversaciones, un término que tomo de Juan Carlos Rodríguez y que creo que es muy válido para analizar la producción literaria. Frente aquella idea de «falsa conciencia» del primer Marx, de que hay alguien en el poder que nos manipula para que pensemos como los poderosos quieren que pensemos -una definición que no descarto del todo-, se opone -o más bien se complementa con- esta noción de la ideología como inconsciente, como situación prerreflexiva de un individuo ante el mundo, de un sujeto que no es consciente de cómo es el mundo ni de qué lugar ocupa en él.

¿Mundo?

Cuando digo «mundo» me refiero a estructura económica, política y social. Y cuando digo «sujeto» no me refiero a la subjetividad de un individuo, sino a la posición objetiva que ocupa en un sistema de explotación (que en el capitalismo no puede ser sino explotado o explotador). Esto es, ¿quién soy yo en la división entre explotado y explotador? El inconsciente ideológico surge de las relaciones materiales y hace que actuemos al servicio de la reproducción del sistema, en este caso del sistema capitalista. No hace falta que alguien golpee nuestra espalda para que aceptemos nuestra condición de explotados y hagamos funcionar el sistema con nuestro trabajo, simplemente desarrollamos esa función, porque la hemos asumido como natural. Juan Carlos Rodríguez no se cansa de repetir que el capitalismo se ha hecho naturaleza, y estoy de acuerdo con él. Del mismo modo que no hace falta que nadie, desde la sombra, mueva como títeres a los novelistas para que reproduzcan la ideología dominante a través de sus textos. Simplemente lo hacen, ya que no pueden escindirse del todo de su propio inconsciente.

Pero me preguntabas por la «liquidación de la historicidad». El sintagma lo utiliza Jameson en el libro que hemos citado sobre la posmodernidad y la lógica cultural del capitalismo avanzado. Cuando se habla de historicidad debemos interpretar la Historia en términos de materialidad, esto es, llenándolo de sentido político, social, ideológico, para tratar de entender sus contradicciones, sus conflictos de clase, sus tensiones, sus elementos dominantes, emergentes y residuales, etc. No como un lugar en el que suceden cosas porque sí, sino como un lugar en el que las cosas que ocurren están determinadas por factores políticos, económicos o sociales. La liquidación de la historicidad, por lo tanto, es esa narración de la Historia donde se desplazan esas lecturas -políticas, económicas, sociales, como digo- a favor de una lectura de todo conflicto en clave intimista o individual, moral o psicologista. Y esto es lo que ocurre en buena parte de las novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad.

Me salgo un poco del libro. Hablas mucho y muy bien de Juan Carlos Rodríguez, un filósofo acaso no suficientemente reconocido. ¿Qué te atrae más de su marxismo, de su interpretación de la obra de Marx?

Aunque creo que la etiqueta de «filósofo» le encaja a la perfección e incluso no le queda en absoluto grande, en realidad Juan Carlos Rodríguez no es filósofo, sino es Catedrático de Literatura en la Universidad de Granada. Es teórico de la literatura. Cito mucho a Juan Carlos Rodríguez, sí, incluso demasiado, y demasiado a menudo. Aunque a veces creo que no le cito lo suficiente, teniendo en cuenta lo mucho que ha aportado y que me ha aportado su teoría en mi formación académica. Juan Carlos Rodríguez posiblemente sea el mayor teórico de la literatura vivo, no en España, sino en el mundo. Y no solo en el ámbito de la teoría marxista, cuyo trabajo es sumamente importante y ha permitido que repensemos el marxismo como teoría, sino en el ámbito de la teoría de la literatura en general. Sus aportaciones teóricas nos modifican cualquier intento previo de acercarnos a la literatura, de interpretar el significado de la literatura. A Juan Carlos Rodríguez, que es un teórico que proviene de la escuela althusseriana, le debemos conceptos clave como «inconsciente ideológico» o «radical historicidad», sin los cuales resultaría ciertamente complicado estudiar la literatura desde una posición verdaderamente materialista, de entender la literatura como producción ideológica, como un discurso que es el resultado de unas condiciones históricas -políticas, económicas, sociales- específicas y que opera en la reproducción y legitimación ideológica de las clases que luchan por la conquista del poder.

Pero hay que andar con cuidado cuando se lee a Juan Carlos Rodríguez, porque nadie sale de un libro suyo igual a como ha entrado.

¿Por qué?

Los libros de Juan Carlos te transforman radicalmente, sales con una concepción de la literatura radicalmente distinta a como la concebías antes de abrir un libro suyo; pero también te transforma a ti mismo, que desde entonces solo puedes concebirte como un «sujeto histórico» que vive en unas condiciones históricas concretas, que nace con un inconsciente que determina tu práctica, tu escritura, que te hace sufrir contradicciones radicales que difícilmente podemos resolver individualmente (salvo que pretendamos resolverlas imaginariamente). Porque, aunque en la obra de Juan Carlos Rodríguez la literatura ocupa su centro, y de literatura se ocupa en buena medida en su obra, en realidad su gran preocupación y su gran planteamiento y su tema verdaderamente central es la configuración del «sujeto libre» (moderno, burgués) que nace con el primer capitalismo tras la crisis ideológica del organicismo y del sistema económico y social sobre el que se sostenía: el feudalismo. La obra de Juan Carlos Rodríguez, me atrevo a decir, no habla de otra cosa que de lo que hoy llamamos «sujeto», y de cómo se construye históricamente.

Decía que entrar en un libro de Juan Carlos supone renunciar -o mejor: romper- con nuestra concepción literaria, y no solo literaria, anterior. Su primer libro, Teoría e Historia de la producción ideológica, un libro seminal de toda su teoría, ya desde la primera línea agita todos los pilares sobre los que se sostenía nuestro mundo, nuestra concepción sobre lo que entendemos por literatura: «La literatura no ha existido siempre. Los discursos a los que hoy aplicamos el nombre de «literarios» constituyen una realidad histórica que solo ha podido surgir a partir de una serie de condiciones -asimismo históricas- muy estrictas: las condiciones derivadas del nivel ideológico característico de las formaciones sociales «modernas» o «burguesas» en sentido general». Lo que puede sonar a provocación, por lo tajante de la afirmación («la literatura no ha existido siempre»), en verdad no lo es, más bien constituye la base teórica sobre la que se edifica la teoría de Juan Carlos Rodríguez y que va a desarrollar no solo a lo largo de su primer libro, sino a lo largo de toda su obra. Desde La norma literaria hasta De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, pasando, entre otros títulos destacados de su bibliografía, por La literatura del pobre, De qué hablamos cuando hablamos de literatura o su imprescindible ensayo sobre El Quijote titulado El escritor que compró su propio libro, Juan Carlos Rodríguez se ha dedicado a leer la literatura en los términos que anuncia el primer párrafo de su primer libro.

Juan Carlos Rodríguez nos enseñó a bajar la literatura de las nubes, a estudiarla en su radical historicidad. Y digo «enseñó», porque, aunque nunca me dio clase, me considero un discípulo suyo en la distancia. Si mi maestro cercano, de quien sí recibí clase e incluso me dirigió la tesis doctoral, es Julio Rodríguez Puértolas, puedo considerar a Juan Carlos Rodríguez como un profesor que me dio clase a través de sus libros. Le tengo un enorme respeto y una gran admiración. De verdad que no exagero cuando digo que es el mayor teórico de la literatura, marxista o no, vivo. Lo que sucede -y permíteme la broma- es que Juan Carlos Rodríguez ha tenido la mala suerte de llamarse Juan Carlos, de apellidarse Rodríguez Gómez y de vivir en la periferia de un país periférico. De lo contrario, hoy estaríamos hablando de Juan Carlos Rodríguez como quien habla de Badiou, Jameson, Eagleton o incluso Bordieu. Pero -e insisto: no exagero- creo que la obra de Juan Carlos, en términos de lo que ha aportado, los supera de buen grado a todos ellos. Aunque, también hay que decirlo, Juan Carlos Rodríguez tiene un gran prestigio en Estados Unidos, donde su obra ha sido traducida, e incluso ha sido estudiada en tesis doctorales.

De hecho, tu respuesta es casi una tesis doctoral o cuanto menos una reflexión que mueve a escribirla. ¿Qué es eso de la teoría de la equidistancia? ¿Equidistancia entre qué y qué? Soldados de Salamina, según leo, sería un ejemplo de ello. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver la muerte de don Antonio Machado con el fusilamiento no efectuado de Rafael Sánchez Mazas?

La teoría de la equidistancia relata la Guerra Civil situando la responsabilidad de lo sucedido en idéntica simetría, donde se culpa por igual a golpistas y a quienes defendieron un sistema democrático como fue la República. Se trata de igualar moralmente y de exigirle la misma responsabilidad en lo ocurrido a los llamados «dos bandos». Recuerdo que Carmen Negrín, en una conferencia que impartió en la Universidad Autónoma de Madrid, en el marco de las Jornadas sobre la Cultura de la República que organiza el profesor -mi profesor- Julio Rodríguez Puértolas, dijo «bando: ¿dos bandos? Un gobierno no es un bando?». La teoría de la equidistancia, como vemos, se ha instalado en el lenguaje, como dijo muy bien Carmen Negrín: la República no es un bando, es un gobierno golpeado, es un gobierno legítimo, democráticamente electo, constitucional, nunca un bando. La teoría de la equidistancia -y por ello era necesario dedicarle todo un apartado en el libro- está muy presente en la narrativa española actual. Cuántas referencias se pueden encontrar en las novelas que dicen «en este país todos mataron por igual», «hay asesinos en ambos bandos», «tantas barbaridades cometieron unos como los otros», etc. Se difumina, pues, la barrera que separa a verdugos y víctimas, a unos golpistas y a un gobierno legítimo. La teoría de la equidistancia tergiversa la historia, la falsifica e incluso funciona como caldo de cultivo para posteriores revisionismos.

¿Qué tiene que ver don Antonio Machado con Rafael Sánchez Mazas?, me preguntas a raíz de Soldados de Salamina. Nada. Salvo que por las mismas fechas en que Machado murió en Colliure, en su camino hacia el exilio, el falangista Sánchez Mazas sobrevivió a un fusilamiento en la provincia de Girona. Esa coincidencia -que tampoco creo que sea tal, pero se la hace venir Cercas para montar su «relato real»- es la que permite a Javier Cercas iniciar su novela. Cercas pone, y lo dice literalmente, en idéntica simetría a la víctima (Machado) y al verdugo (Sánchez Mazas), a quien tuvo que morir fuera de su país, huyendo de la guerra, y a uno de los fundadores del partido que inició esa guerra. Pero, ¿ambos fueron víctimas? Para Cercas, bien lo parece, ya que al pobre Sanchez Mazas, lamenta Cercas, hoy nadie le lee ni le recuerda, mientras a Machado sí, es leído, aplaudido y estudiado. Pero, en mi opinión, no se les puede igualar.

En mi opinión tampoco. Hablabas de Carmen Negrín. Me vuelvo a alejar un poco de tu libro. ¿Hemos reconocido como se debía la figura de Juan Negrín?

Seguramente no. Aunque, en realidad, casi ningún protagonista de la Guerra Civil ha sido debidamente reconocido todavía. Pero en el caso del doctor Negrín, mucho menos. A pesar de ser socialista, se le ha retratado como un títere de la URSS, de Stalin, cuando ni mucho menos fue así. En esos relatos que se construyen sobre la ecuación República/URSS, Negrín suele aparecer como un elemento fundamental para que la ecuación -otro mito de la cruzada de Franco- se resuelva favorablemente.

Sueles citar a varios autores, no digo que sean los únicos. Sus nombres: J.C. Mainer, Muñoz Molina, Jordi Gracia, Javier Cercas, Trapiello, Almudena Grandes,… ¿Qué tienen en común? ¿Comparten alguna cosmovisión sobre nuestra guerra civil? Grandes es militante o cuanto menos simpatizante de IU por ejemplo; no es el caso de Muñoz Molina.

En este punto se hace imprescindible separar a Almudena Grandes de los demás que citas. Puedo tener críticas hacia Almudena Grandes, y creo que pertinente hacerlo aunque la autora haya militado en IU, pero hay que reconocerle que ella siempre ha tratado de señalar quiénes fueron los golpistas y quiénes sufrieron la agresión del golpe. A los demás, yo los he denominado «los redentores por la vía de la estética», es decir, autores que de pronto empiezan a vindicar a los escritores fascistas pidiéndonos que dejemos de pensar en 1936 para valorarlos literariamente. Trapiello dijo aquello que los fascistas ganaron la guerra, pero perdieron las páginas de la literatura, y ahora quiere que también la ganen, haciéndonos creer que literatura e Historia se pueden separar, que podemos leer novelas que legitiman un golpe de Estado sin sentir dolor por lo que sucedió. Nos pide que olvidemos lo ocurrido para paladear la esencia de la literatura. Además, hay que añadir que es falso que los falangistas perdieran las páginas de la literatura. Quien perdió las páginas de la literatura son todos aquellos novelistas muertos o exiliados, cuyas obras desconocemos. Pienso en la autora doblemente olvidada, por mujer y comunista, Luisa Carnés, una magnífica novelista, autora de Tea Rooms, de quien el profesor Antonio Plaza está realizando una labor encomiable de rescate de su obra; o el dramaturgo Francisco Martínez Allende, autor de Camino leal, una obra sobre la Guerra Civil que escribió en un campo de refugiados francés, y que hoy la conocemos porque la acaba de editar, por vez primera, la Asociación de Directores de Escena de España, con un estudio riguroso de Juan Antonio Hormigón. Queda mucho trabajo por hacer, queda mucha memoria literaria que rescatar. Así que afirmaciones como las de Trapiello no puede sino considerarse una boutade, una provocación o una falta de conocimiento de cuáles son en verdad las páginas arrancadas de los manuales de literatura.

Luisa Carnés, Francisco Martínez Allende… no conocía su existencia. Yo mismo soy ejemplo de esa desmemoria de la que hablas. Presentas a Jordi Gracia como «abanderado de los redentores y acaso el protector de los fascistas reciclados» pero el autor de La resistencia silenciosa está lejos de comulgar con posiciones reaccionarias. Es un ciudadano de izquierdas que tal vez haya apuntado, e intentado demostrar, que no tuvo fue erial, literariamente hablando, en la España franquista.

Insisto en que yo no analizo las actitudes de los ciudadanos, sino sus textos. No todo fue un erial, y seguramente hay fascistas que escriben «muy bien», pero no podemos olvidar que fueron fascistas, como pretende que hagamos con Giménez Caballero, por ejemplo, al que rescata como figura destacada del intelectualismo español de los años veinte y como el gran impulsor de la vanguardia, pero nada dice de su ideología (ni de la ideología de sus textos, que es lo que de verdad interesa).

¿Tratas con equidad la figura de Dionisio Ridruejo? Fue lo que fue y hizo lo que hizo, sin duda, pero ¿no tomó durante el fascismo posiciones netamente democráticas aunque fuera ciertamente bastante o muy anticomunista? La represión no pasó de largo sobre él.

No trato la figura de Ridruejo, trato el modo en el que se moldea a Ridruejo en la actualidad, donde solo se habla de él como un avanzado demócrata, un moderno, un disidente del franquismo, como se humaniza su figura a la vez que se olvida quién fue anteriormente Ridruejo, antes de convertirse en ese «disidente» del que nos hablan. No obstante, creo que Ridruejo si se opuso al franquismo no fue por vocación democrática, sino porque, en tanto que fascista, no veía con buenos ojos la limpieza de fachada y el proceso de desfascistización que inició el franquismo para integrarse en el bloque capitalista a partir del medio siglo. Si se opuso al franquismo no fue por convicciones democráticas, sino porque consideraba que el franquismo había traicionado su ideología fascista, su legitimación de origen.

Ahí, en las varias etapas de Ridruejo, no te sigo del todo. ¿Qué es eso del aideologismo? ¿No está bien superar la ideología, entendida ésta como falsa consciencia? Es, además, programa o finalidad marxista si no ando.

El aideologisimo es una forma más de liquidar la historicidad. Podríamos llamarlo también despolitización. Se trata de describir la Guerra Civil no como un conflicto político, o ideológico, sino como una suerte de enfrentamientos entre individuos aislados que, no se sabe muy bien por qué, se enfrentan en la contienda. Esta estrategia suele poner el foco en los llamados «móviles personales» de la guerra, en gente que aprovecha la coyuntura para matar al vecino que tanto odia, que le debe dinero, o que tiene cuentas pendientes con él. Se desplaza la lectura de que la Guerra Civil fue consecuencia de un golpe de Estado que dio el «bloque histórico dominante», cuya hegemonía estaba en retroceso, contra una República que había tratado de emprender reformas para lograr mayor justicia social. Esta visión nos permite extraer la lectura de que la Guerra Civil fue un lugar donde la gente actuó por miedo, odio o venganza, y no como un enfrentamiento político. Categorías como las señaladas -odio, miedo, venganza, etc.- deben reconocerse como síntomas del conflicto, pero no como elementos determinantes que lo originan. Confundir las causas con las consecuencias, lo determinante y lo determinado, puede provocar un falseamiento total o parcial de la Historia.

Haces tuyas en el capítulo 3.II palabras de Adolfo Sánchez Vázquez. ¿Qué representa para ti la figura de nuestro gran filósofo exiliado?

Decía Miguel Hernández, en la elegía que le dedicó a Lorca, una vez le llega la noticia de su fusilamiento, lo siguiente: «donde cultiva el hombre raíces y esperanzas /y llueve sal, y esparce calaveras». Me parece una imagen que sintetiza muy bien lo que fue el golpe de Estado, la Guerra Civil y el franquismo. Si la República era un terreno fértil donde poder cultivar raíces y esperanzas, el franquismo esparció sal y calaveras y convirtió ese terreno en un erial. Que alguien como Adolfo Sánchez Vázquez marchara al exilio al concluir la guerra forma parte de esa lluvia de sal y de calaveras esparcidas. Forma parte de tantas, tantas cosas que se perdieron tras perder la República la Guerra Civil española. Qué distinta sería ahora la filosofía en este país si no hubiéramos tenido que renunciar, que perder, a alguien como Alfonso Sánchez Vázquez.

Dejemos constancia de nuestro recuerdo en estas páginas. Nosotros lo entrevistamos antes de su fallecimiento para los documentales «Integral Sacristán». Te pregunto ahora por la aproximación neohumanista a nuestra Guerra Civil. Eres crítico de ella.

Lo soy. Cuando quieras proseguimos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.