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España

¿Es posible…?

Fuentes: Rebelión

Días atrás comentaba el abogado Josep María Loperena en su blog que: «Carlos Arias Navarro, el llorón, sucedió a Carrero Blanco en la Presidencia de Gobierno cuando éste partió hacia el paraíso impulsado por los miembros del comando «Josu Artetxe» de ETA. Aquel suceso esperanzador ocurrió el mismo día en que tenía que celebrarse en […]


Días atrás comentaba el abogado Josep María Loperena en su blog que: «Carlos Arias Navarro, el llorón, sucedió a Carrero Blanco en la Presidencia de Gobierno cuando éste partió hacia el paraíso impulsado por los miembros del comando «Josu Artetxe» de ETA. Aquel suceso esperanzador ocurrió el mismo día en que tenía que celebrarse en Madrid el juicio 1001 en el tenebroso TOP, el Tribunal de Orden Público. Arias fue una letra muerta, un cobardita al servicio del Rey, un lobo más manso que un cordero. Cuando murió el Caudillo lloró a moco tendido por las esquinas. Incluso lo hizo, públicamente, en televisión pronunciando su frase reveladora: ‘¡españoles: Franco ha muerto!’. Aquella primicia tan esperada por el pueblo fue el peldaño que faltaba para erradicar el franquismo. La agonía del régimen había comenzado con la ascensión al cielo de Carrero Blanco y el nombramiento de Arias Salgado, la plañidera, como su sucesor.

El saber popular llamaba a Carlos Arias, ‘el carnicerito de Málaga’, mote que le habían puesto los rojillos de Andalucía. Carlos Arias Salgado entró en la historia con aquel jocoso nombre de torero bufo, ‘carnicerito de Málaga’, por los muchos rojos que había enviado al paredón siendo fiscal. Sin embargo, algún tiempo después, Juan Carlos I le concedió el título de Marqués de Arias Navarro por las muchas lágrimas que había derramado ‘a banderas desplegadas por el bien de España’. Fue un título ‘mortis causa’ que le otorgó el Rey en vida, para no verlo más, ni al natural ni en la tele. El monarca estaba hasta la cocorota de tantos lloros y lamentos. Aún así, Juan Carlos, un hombre de excelente humor, no se atrevió a nombrarle ‘Marques de los Carniceritos Andaluces’.

Aquella distinción fue el primer título que concedió el rey Borbón a un plebeyo. Después se sucedieron otros; algunos tan surrealistas como el concedido a Carmen Polo, de ‘Señora de Meirás’; el otorgado al falangista arrepentido, gran preboste de los deportes, ‘Marqués de Samaranch’; el de Duque, conferido a Fernández Miranda; o el de ‘Marques de Iria Flavio’ adjudicado al reputado censor Camilo José Cela a quien, por una carambola del destino, los suecos le otorgaron el premio Nóbel de literatura.

Como la recién aprobada ‘Ley de la memoria histórica’ no sanciona la revocación de los títulos nobiliarios que Franco o su Sucesor, ni se ha abolido el artículo 62 de la Constitución que atribuye a la Monarquía el derecho ‘a conceder honores y distinciones’, el Rey Juan Carlos repartió como churros antes y durante el inicio de la transición títulos nobiliarios a destajo a sus adictos más fieles y pazguatos, un privilegio real que todavía sigue en pie. Si la ley hubiese revocado aquellas concesiones, se hubieran mandado al carajo de una sola vez al llorica y a tantos otros próceres lambiscones y landreros con prebendas tan injustas».

Es posible que un Rey con esta querencia a dictadura y franquismo premie, esta vez con títulos de grandes e ilustres de España, a los miembros del Tribunal Supremo por su papel en el dictamen sobre Sortu.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.