Fuente imagen: elhilodelamadeja.blogspot.com Hablé solo una vez con García Márquez. Fue a mediados de 1970, cuando fui invitado como estudiante de Antropología de la U Nacional de Bogotá, a una reunión en el Círculo de Periodistas de la calle 26, para hablar sobre el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) que había sido expulsado por los […]
Fuente imagen: elhilodelamadeja.blogspot.com
Hablé solo una vez con García Márquez. Fue a mediados de 1970, cuando fui invitado como estudiante de Antropología de la U Nacional de Bogotá, a una reunión en el Círculo de Periodistas de la calle 26, para hablar sobre el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) que había sido expulsado por los indígenas Guahibos en Planas, Vichada, porque según una noticia aparecida en febrero de ese año en el diario El Espectador, esa agencia Imperial había colaborado en la ofensiva militar-terrateniente que se desarrollaba en esa zona, y que pronto se convirtió en un etnocidio.
Acababa de ser elegido fraudulentamente el 19 de abril Misael Pastrana Borrero, lo que daría origen al grupo guerrillero M19, y se vivía un ambiente de agitación y movilización social crecientes, especialmente de indígenas, campesinos y estudiantes.
La comunidad indígena Guahibo de los Llanos orientales, con el antecedente de la masacre de la Rubiera, Arauca, en enero de 1968, donde y cuando fueron masacrados a machete y luego quemados por ganaderos de la región 16 indígenas de esa comunidad, habían sido organizados en una cooperativa indígena en la región de Planas por Rafael Jaramillo Ulloa, un trabajador rural de la Salud del área de Malaria, y trataban desesperadamente de resistir una larga y cruenta campaña de exterminio adelantada por ganaderos terratenientes apoderados del INCORA, el famoso DAS rural y el glorioso ejército colombiano comandado en Villavicencio por el coronel José Rodríguez, y en Bogotá, por el recordado ministro de defensa de Pastrana, general Currea Cubides.
Era una especie de mesa redonda bastante amplia y representativa, que coordinaba Enrique Santos Calderón. A su lado estaba García Márquez. Hablaron varios periodistas, dirigentes campesinos y sindicales, profesores universitarios, estudiantes (yo uno de ellos) y también como era lo esperado, dirigentes del Partido Comunista Colombiano y del recién conformado MOIR.
Fue una reunión amplia, que a pesar de las tensiones y luchas habidas por las diferentes concepciones ideológicas y políticas que impregnaban por aquel entonces el movimiento social colombiano en general; arrojó bastante luz sobre el nefasto papel que jugaba esa agencia lingüística-religiosa de los EEUU en Colombia.
Este es el momento en que aún no sé por qué razón, García Márquez vino hacia mí con esa mirada suya tan característica, la frente echada hacia atrás y las narices hacia arriba; me tomó del brazo llevándome a un lado de la sala y con su inconfundible acento costeño me pidió que le aclarara algunos aspectos lingüísticos y antropológicos de mi exposición.
Yo había leído ya «Cien años de Soledad» que el profesor de la cátedra de antropología de la familia nos había obligado a leer, poniéndonos a elaborar en fichas y en un diagrama la estructura, clasificación, junto con relaciones de parentesco de la familia Buendía y también, esta vez por gusto literario, había leído siendo un adolescente «La Hojarasca». Con aquella impresión palpitante, traté de ser lo más elocuente y antropológico posible. Entonces me dijo-«No, no, en términos más sencillos». Resollé fuertemente, él se sonrió y pude darle la explicación que quería.
Hablamos un rato más. No podría precisarlo ahora en esta vaga memoria, pero inevitablemente hablamos sobre el tema político. Entonces moviendo la cabeza arriba abajo en un movimiento rítmico como señalando un sí, me miró con esa mirada suya tan característica y con esa intuición de poeta adelantada en siglos, despidiéndose me dijo:
-«Esa vaina entre el Partido Comunista y el MOIR va a impedir los cambios en Colombia…Acuérdate de mí», y se fue, para nunca más volverlo a encontrar cara a cara.
Hoy a raíz de su muerte física, todos aquellos cínicos que lo odiaron en vida, lo expatriaron, exiliaron y lo difamaron diciendo que era un «castro-chavista tal por cual»; quienes nunca han leído una frase completa de ninguno de sus muchos escritos, pero ensalzan a Vargas Llosa como si fuera su antagonista, pretenden hacer campaña electoral sobre el cuerpo aún caliente de García Márquez con comentarios manidos y simples, como por ejemplo Uribe Vélez, quien se atreve a lanzar ante la prensa oligárquica el siguiente escupitajo:
«Maestro García Márquez, gracias siempre, millones de habitantes del Planeta se enamoraron de nuestra Patria en la fascinación de sus renglones».
Cuando lo mejor que pudiera hacer un enano (físico y moral) como Uribe Vélez, es callar de respeto ante semejante gigante humano como García Márquez, y ponerse a leer (si fuese capaz) cualquiera de los textos suyos para no rebuznar con elogios nacionalistas podridos.
(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.