I. Tres malentendidos La izquierda del Estado contempla los acontecimientos en Cataluña con una excesiva pasividad. Hay tres actitudes distintas dentro de esa pasividad general. Ninguna de las tres es el resultado de un análisis sistemático. Más bien reflejan una actitud espontánea, intuitiva o emocional frente a los acontecimientos. Por mucho que a veces estas […]
I. Tres malentendidos
La izquierda del Estado contempla los acontecimientos en Cataluña con una excesiva pasividad. Hay tres actitudes distintas dentro de esa pasividad general. Ninguna de las tres es el resultado de un análisis sistemático. Más bien reflejan una actitud espontánea, intuitiva o emocional frente a los acontecimientos. Por mucho que a veces estas actitudes se apoyen en argumentos pretendidamente objetivos (por ejemplo históricos o económicos), lo cierto es que detrás de ellas no se esconden análisis racionales sino identidades distintas o excluyentes.
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El primer grupo es el de aquellos que ven son simpatía la posibilidad de que Cataluña -y por extensión también Euskadi- se hagan independientes. Su argumento es que la disolución de lo que hoy representa el «Estado español» tiene un contenido progresista de fondo puesto que dicho Estado es, esencialmente, reaccionario e impide la emancipación de los «pueblos» contenidos en su territorio. Esta emancipación podría ser posible con la creación de nuevos estados que se solapen con dichos pueblos. Esta actitud lleva actitudes muy activas en el desmontaje de las identidades «españolas» tal y como han existido hasta ahora pero también lleva a una identificación con las izquierdas nacionalistas.
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El segundo grupo considera que una posible independencia de Cataluña y Euskadi no alterará en lo esencial el escenario político en el resto del Estado o, al menos, no lo hará negativamente. Pueden considerar que dicha independencia una pérdida más o menos grande pero consideran -también aquí más intuitiva- y emocional que reflexivamente- que lo que quedará después se parecerá mucho a lo que ya son hoy los territorios no «periféricos» del Estado: homogéneos lingüísticamente, con una identidad común, con sus viejos problemas históricos y desigualdades y con correlaciones sociales parecidas a las que se dan en la actualidad. Esta actitud adopta una posición de tolerancia explícita frente al derecho a decidir de catalanes, vascos y gallegos pero se abstiene de intervenir en la definición de las opciones entre las que habría que poder decidir pues lo considera un asunto exclusivo de las nacionalidades periféricas. Este grupo adopta una posición fuertemente defensiva en temas identitarios repoduciendo los argumentos de Manuel Azaña: vascos, gallegos, catalanes etc. tienen derecho a una identidad diferenciada pero no los «castellanos» que se tienen que conformar con un discurso exclusivamente racional que deje fuera los sentimientos. Esto les coloca en una defensiva permanente cuando se trata de hablar de identidades compartidas, una posición que resuelven negando el elemento identitario-emocional de cualquier proyecto político: para la izquierda lo único que cuenta es el análisis racional y/o de clase aunque, como Azaña, consideran que hay que tolerar las identidades diferenciadas. No tienen ni aspiran a tener respuestas frente a los argumentos presuntamente «objetivos» esgrimidos por el primer grupo para legitimar su identidad diferenciada: simplemente no saben jugar el juego identitario porque no lo consideran importante, porque no han pensado seriamente en su naturaleza o porque se encuentran sin recursos para darle respuesta.
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El tercer grupo, probablemente el más numeroso, no sabe cómo posicionarse entre estos dos polos. Bien porque no comulga con ninguna de dos actitudes, bien porque intuye que la política tiene que incluir de alguna forma la pieza identitaria aún cuando el análisis racional y de clase tenga que ser, de alguna forma, el primordial desde una posición de izquierdas. Desde luego intuyen que las cosas no van a ser las mismas para la izquierda con una Cataluña o un Euskadi independiente, pero se ven impotentes para abordar esta cuestión de forma sistemática: esperan, más o menos preocupados, a ver qué pasa.
II. Mis argumentos
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Ninguna de las tres actitudes, particularmente las dos primeras, refuerzan un proyecto político basado en una solidaridad sostenible entre clases y territorios, en la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de sus poblaciones, en la sostenibilidad ambiental, en la diversidad cultural y en un proyecto de país basado en la paz y la neutralidad activa en la esfera internacional.
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El elemento identitario es fundamental para cualquier proyecto político que quiera salir de los salones de los círculos intelectuales. No se trata de ignorarlo ni de combatirlo como una pieza disfuncional sino de canalizarlo racionalmente e insertarlo en un análisis universalista de clase, de evitar que actúe de forma ciega, aleatoria y espontánea.
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Todas las personas democráticas, y no sólo los catalanes, vascos, andaluces o canarios, tienen derecho a una identidad acorde con sus valores éticos de justicia social, solidaridad y cultura democrática. Negarle ese derecho a los «castellanos» como hizo Azaña -por ejemplo por miedo a ser absorvidos por la identidad españolista- es discriminatorio. El uso del término «Estado español» para evitar ser tachado de españolista refleja esa discriminación al reducir el resto de los territorios a una simple construcción institucional de naturaleza burocrático-racional tenida por intrínsecamente incompatible con un sentimiento identitario de raíz democrática. Esto impide abordar la construcción de un espacio compartido y potencialmente unido a una identidad nueva, plural y solidaria en el que los «castellanos» progresistas encuentres un acomodo identitario común al de los catalanes, vascos etc. Esta situación es políticamente indeseable para la izquierda pues favorece el trasvase de actitudes hacia la derecha en amplias zonas del Estado pues la derecha sí tiene una propuesta identitaria.
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El derecho a decidir no debería prejuzgar el contenido de las opciones entre las que se debe tener derecho a decidir. De las misma forma que para una persona de izquierdas ser demócrata es condición necesaria pero no suficiene -hay que optar y además intentar que otros opten por opciones solidarias, justas, sostenibles etc haciendo uso de sus derechos democráticos- tampoco es suficiente apoyar el derecho a decidir sin intervenir activamente en la elaboración de una propuesta que debe ser conocida por todos los que aspirar a hacer uso de este derecho en igualdad de condiciones como todas las demás. La izquierda estatal viene adoptando desde hace décadas un discurso abstracto en relación al derecho de autodeterminación. Haciéndolo así, ha alimentado la abiguedad con la que muchos independentistas han venido manejando este término de forma táctica. El resultado ha sido el desarrollo de un discurso poco transparente, fuertemente influido por el abstencionimo del grupo (2) en temas identitarios, y que ha acabado beneficiando al nacionalismo y las posiciones del grupo (1). Si efectivamente resulta absurdo plantear el derecho en abstracto a la autodeterminación en Murcia o en Madrid esto quiere decir que, de lo que realmente se está hablando cuando se utiliza ese término, es del derecho a crear un Estado independiente. Eston último no es lo mismo al derecho a la autodeterminación sino una propuesta concreta y particular por la que elegir haciendo uso de dicho derecho. Es algo similar a identificar el derecho a votar en unas elecciones, con la necesidad de votar a un partido determinado. Esta ambiguedad no favorece a la izquierda sino a las opciones nacionalistas de uno y de otro signo.
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No es este el sitio para analizar el punto de vista de las izquierdas nacionalistas y sus intereses estratégicos. Lo que está fuera de dudas es que dicha independencia contradice los intereses estratégicos de las izquierdas estatales de la mayor parte de los países de Europa incluída España.
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Primero porque en el contexto de la Europa de principios del siglo XXI, y que no tiene mucho que ver con los procesos de descolonización del siglo XX o con la situación creada en Rusia en 1917, el camino hacia un escenario de independencia lleva implícito un secuestro continuado de la agenda antineoliberal por la agenda nacional. Las experciencias recientes en el Este de Europa demuestra que cuando la aceleran las dinámicas identitarias, se diluyen de forma igualmente rápida las dinámicas sociales, incluso en la conciencia de muchas personas de izquierdas. En el actual contexto europeo es impensable un proceso de construcción nacional exitoso no liderado por los profesionales urbanos y las clases propietarias, aún cuando estas últimas no sean necesariamente los grandes socios capitalistas. Este secuestro salpicará con toda seguridad al resto del Estado y al panorma político de toda la izquierda europea colocandod en una posición de persistente defensiva.
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Una indepedencia en Cataluña sólo es imaginable en un escenario rupturista con el Estado, apostar por otro escenario es no estar en la realidad. Si el escenario británico sugiere una secesión pactada es porque sabe que el sí a la independencia no es mayoritario. Esta situaación quiere decir que, en caso de que lo consiguiera, Cataluña va a hacer todo lo posible por recibir un reconocimiento por parte de las potencias occidentales dominantes y sus socios estratégicos como Israel: los contactos del nacionalismo catalán con este país son reveladores. La difícil búsqueda de este reconocimiento obligará al nuevo Estado a alinearse enteramente con los intereses de los países poderosos de la órbita occidental de forma similar a como ha sucedido en algunos países del Este de Europa. Es altamente improbable que la OTAN deje caer a su socio estratégico español a cambio de abrazar la causa de una Cataluña independiente. Incluso el país de la Unión Europea que desde finales del siglo XIX es más proclive a apostar por la fragmentación de grandes países y su satelitización -Alemania- podría ser reticente después de los efectos que ha tenido esta política tras su intervencionismo en Yugoslavia. Sin embargo, las cosas cambiarían radicalmente si en el esto del Estado triunfo un gobierno de izquierdas que amenace los pilares del neoliberalismo (prevalencia de la propiedad financiera e inmobiliaria frente al trabajo, aplicación de políticas de ajuste etc.). En este caso una Cataluña independiente funcionará como una quinta columna incrustada en la península ibérica poniendo en peligro un proyecto republicano-antineoliberal como aquel por el que hoy lucha la izquierda. Esta quinta columna torpedearía cualquier intento similar que pueda triunfar en países próximos como Portugal, Grecia o Italia impidiendo toda posibilidad, por ejemplo, de contruir un frente antineoliberal en el sur de Europa para poder enfrentarse a los poderes fácticos en Bruselas. La salida de España del euro provocaría un reforzamiento inmediato de las posiciones independentistas Cataluña o Euskadi.
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Una dinámica independentista en la península ibérica secuestraría o debilitaría a largo plazo la agenda antineoliberal en países occidentales con minorías independentistas como Bélgica, Italia, Francia y también Gran Bretaña, pero también en otros con graves conflictos identitarios como Ucrania. El antiestatismo del grupo (1) (ver arriba) puede ver aquí un debilitamiento de los Estados represores, pero sucederá todo lo contrario: se producirá un reforzamiento de las fuerzas anti-solidarias que arrastrarán a partes importantes de la ciudadanía de orientación progresista. El avance de la ultraderecha, que ya hoy es una realidad en Europea, sadrá severamente reforzado y contaminará a enemigos potenciales del neoliberalismo.
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Cuarto. El programa social del independentismo catalán no se basa tanto en la resdistribución interna de la riqueza entre clases sociales catalanas como en cortar las aportaciones de Cataluña que, a través de Madrid, sirven para desarrollar las zonas más pobres del Estado. Las dinámicas identitarias pueden ser muy poderosas pero no cambian en nada un hecho esencial de naturaleza objetiva: a diferencia de Escocia, Galicia, Andalucía, Canarias o Quebec, el país vasofrancés, del Rosellón, de los territorios asiáticos de la antigua URSS, de Palestina y Cuba con respecto a los Estados Unidos o incluso con respecto a la España del siglo XIX, pero al igual de lo que sucede en Flandes, en el norte de Italia, en Sudán del sur o en la provincia boliviana de Santa Cruz, la renta per cápita en Cataluña y del País Vasco español están -bastante- por encima de la media del Estado: se trata de regiones ricas, que accedieron históricametne pronto a la modernidad capitalista pero que no quieren cargar con los pobres de sus estados, no se trata de regiones pobres discriminadas económicamente. En el núcleo de los programas de todas las izquierdas del mundo también está la redistribución de riqueza y de espacios solidarios entre diferentes territorios- Por muy activas que puedan ser algunas ONGs catalanas o vascas, sería irracional excluir a los territorios catalán y vasco de esta lógica redistributiva. El concierto vasco y navarro excluyen en parte a estos territorios de ella. Esto no ha debilitado el nacionalismo en estos territorios. Todo lo contrario: la lógica neoliberal tiende a bloquear la solidaridad de los territorios ricos con respecto a los pobres alimentando el exclusivismo territorial, una tendencia que también se observa en otros territorios ricos como el de la Comunida de Madrid. Su versión «progresista», que cancela la solidaridad con los pobres no catalanes asegurando una mayor solidaridad entre catalanes, no tiene bases consistentes. Primero porque, instalados en una dinámica nacional, los nuevos territorios independientes cancelarán las políticas solidarias una vez que no necesiten los apoyos de sus clases populares: son los «más ricos» («Cataluña, la Finlandia del Mediterráneo» etc.) y se comportarán como tales, es decir, se instalarán en una lógica territorial competitiva igual que el resto de los «más ricos» occidentales. Segundo porque es altamente improbable que, con su estructura de clases, una Cataluña recién independizada y que lucha por subsistir permita elevar los salarios y favorecer realmente a las rentas más bajas mientas intenta subsistir en el actual mundo ultracompetitivo por mucho que este tipo de concesiones a las clases populares se den hoy con el fin de acumular apoyos al nuevo proyecto nacional. El resto de los territorios del Estado, instalados en una lógica competitiva igual de radical, harán todo lo posible por responder al dumping fiscal y salarial de los catalanes: la carrera hacia abajo con el fin de atraer inversiones adquirirá unas dimensiones muy importantes, incluído el progresivo corrimiento político de las clases populares hacia el nacionalismo de derechas. Lo que se observa hoy en algunos países del Este se parece mucho más a lo que pueda suceder a algunos ejemplos sacados de contexto histórico.
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Tercero los gastos de la creación de una nueva infraestructura estatal anularán una buena parte del efecto de la eliminación de las transferencias solidarias a otros territorios del Estado reduciendo el margen material para la distribución secundaria. Los gastos financieros destinados a financiar esta construcción a través del endeudamiento en los mercados financieros, con primas de riesgo importantes y elevados tipos de interés, tendrán un efecto similar.
III ¿Qué hacer?
A) En el actual contexto internacional, los Estados son los únicos actores con capacidad de enfrentarse al poder de los grandes actores globales. La Unión Europea es, hoy por hoy, un espacio destinado a debilitar a los Estados frente a dichos actores. Hay que democratizar los Estados para que se conviertan en instrumentos al servicio del interés general, no debilitarlos aún más fraccionándolos en unidades territoriales más pequeñas.
B) Seguir ignorando el componente identitario de la acción política es colocarse en una posición de defensiva y pasividad frente a las fuerzas nacionalistas: frente al nacionalismo españolista y frente al nacionalismo periférico en sus diferentes variantes. La izquierda del estado tiene que abordar de forma ofensiva y sistemática la construcción de una identidad nueva y compartida. Esta identidad sólo puede ser plural, republicana y solidaria: no hay espacio político para crear una identidad confederal que no acabe reforzando al nacionalismo. La construcción de una identidad compartida tiene que transcurrir por el canal de la razón, de la ilustración y de las tradiciones empancipatorias de la humanidad. Si estas no se implantan en la sociedad y en las escuelas, será imposible construir un espacio territorial compartido de solidaridad y complicidad entre todas las nacionalidades. Esto no es sinónimo de uniformización pero tampoco es sinónimo de contrucción de un proyecto confederal.
C) En el núcleo de la construcción identitaria están a.) las lenguas, y b.) la construcción de relatos históricos coherentes con las tradiciones emancipatorias y humanistas.
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a.) Hay que crear un único espacio plurilingue en todo el Estado a lo largo de varias generaciones. Los niños tienen que nacer, crecer y desarrollarse como individuos en y gracias a esta diversidad lingüística. El uso de las cuatro grandes lenguas tiene que ir normalizándose poco a poco siguiendo los exitosos ejemplos de Euskadi y Cataluña. Los primero impulsores de esta nueva identidad lingüística plural tienen que venir de las nacionalidades donde ya hoy existe aunque en alianza con las clases más concienciadas del centro que, hoy por hoy, son las únicas con capacidad de extender este proyecto al conjunto del Estado.
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b.) Hay que escribir entre todos una historia basada en la identificación de las tradiciones humanistas, heterodoxas, solidarias y universalistas. Las luchas de la transición, la segunda experiencia republicana, la cultura del trabajo, el regeneracionismo cultural del siglo XIX y su descubrimiento de los dialécticos, de las tradiciones populares y de la naturaleza, el liberalismo progresista del siglo XIX, las pluralidad religiosa y el comunitarismo democrático medievales, son algunas de ellas. No es posible crear nada en este sentido poniendo al mismo nivel a los defensores y los destructores de la democracia, a los que han defendido la heterodoxia religiosa y los que la han destruido, a los que viven del trabajo y los que viven de la propiedad. Esta equiparación es la que ha bloqueado la construcción de una identidad democrática compartida a partir de 1978, el contenido republicano de dicha identidad es una garantía inprescindible para que salga adelante.
D) Hay que hacer coincidir el discurso territorial internaconal y europeo en particular, con el discurso territorial «estatal». No es posible pedir una Europa más solidaria y, al mismo tiempo, trabajar para destruir las bases de la solidaridad entre los territorios del Estado por mucho que pueda y deba mejorar el funcionamiento del Estado y por mucho que quede por hacer para crear órganos democráticos de representación de los territorios. El internacionalismo no es compatible con el argumento del exclusivismo territorial por mucha solidaridad que se muestre por las causas palestina, bolivariana o cubana.
E) La construcción cultural e identitaria tiene que ir acompañada de una propuesta para la configuración institucional de una República Federal -que con confederal- Multinacional. En ella quedarían recogidos los derechos y las obligaciones de los ciudadanos y de todos los territorios siguiendo los principios de una nueva convivencia consitucional: la solidaridad entre clases y territorios, la puesta de la economía al servicio del interés general, la diversidad cultural y lingüistica en todo el territorio de la República, neutralidad activa en el plano internacional, separación geográfica de las sedes del poder ejecutivo-legislativo y judicial, laicidad y representación territorial siguiendo criterios de justicia social y territorial.
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