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Memorias de un paramilitar

Escalofriante diario íntimo de uno de los jefes más antiguos de las AUC

Fuentes: Semana

Una historia escrita con sangre   Hace año y medio, uno de los paramilitares más antiguos de las AUC se movilizaba en una lujosa camioneta último modelo por una de las principales vías de Meta. Iba acompañado de su esposa, sus hijos y dos escoltas. Estaba escapando de la que durante años había sido una […]

Una historia escrita con sangre
 
Hace año y medio, uno de los paramilitares más antiguos de las AUC se movilizaba en una lujosa camioneta último modelo por una de las principales vías de Meta. Iba acompañado de su esposa, sus hijos y dos escoltas. Estaba escapando de la que durante años había sido una zona bajo su mando. Otros jefes paramilitares, que en el pasado habían sido sus aliados y compañeros de armas, habían dado la orden de asesinarlo. Un grupo de sicarios, con ayuda de miembros de la Fuerza Pública, habían sido designados para aniquilarlos. Después de varias horas de viaje, la camioneta se acercó hasta un cruce de caminos. Allí estaba planeada la emboscada. Sin embargo, la experiencia y los años que llevaba en la guerra le permitieron al paramilitar sospechar que en esa intersección encontraría la muerte. Detuvo el vehículo e hizo que los ocupantes bajaran. Escaparon de sus asesinos por entre la maleza y dejaron abandonada la camioneta. En su interior quedaban cuatro fusiles de asalto y un cuaderno escrito a mano. Este cuaderno era nada más y nada menos que el diario íntimo del paramilitar. Sus revelaciones son espeluznantes. SEMANA publica fragmentos de esta impresionante radiografía sobre la vida paramilitar desde adentro. Una historia llena de muerte, narcotráfico y traiciones.

«Cuando ingresé a las autodefensas, caminamos por espacio de dos días hasta un campamento en el Nudo de Paramillo, lo que más tarde sería la escuela La 35, un centro de entrenamiento para los mandos de las AUC. Al día siguiente nos levantaron temprano para ir a formar. En total éramos 20 hombres sin armamento, sin en qué dormir. A mí me dieron una escopeta calibre 16 con 10 cartuchos. Después nos dijeron que nos iba a hablar el jefe, un hombre de 35 a 40 años, 1,70 metros de estatura: era Fidel Castaño. Más adelante, él mismo me enseñó a disparar los fusiles M14, M1 y un G-3 que le habíamos quitado a la guerrilla en una casa de campesinos.

«En ese entonces no teníamos dinero para comida, vestuario, medicamentos y menos para municiones. Un día cualquiera pasamos por una finca y le pedimos al encargado que nos regalara un queso o algo para comer. Nos dijo que ese día no tenía nada, pero que podíamos volver al día siguiente. Así lo hicimos. Al otro día, Monoleche’ (paramilitar hoy detenido en Itagüí que en 2004 mató a Carlos Castaño) les dijo a dos patrulleros, el ‘Indio’ y Germán, que bajaran a la finca con un revólver y un costal porque nos iban a dar plátanos y yuca. Pasaron las horas y los muchachos no regresaron. Entonces Fidel dijo que bajáramos a buscarlos.

«‘Monoleche’ entró a la finca y vio una escena asquerosa. Al ‘Indio’ lo habían picado a machete y sus partes estaban regadas por todo el patio. A Germán lo había amarrado al tronco de una cerca con la cabeza cortada. ‘Monoleche’ le hizo una señal a Fidel para que entrara hasta la casa, pero apenas comenzó a andar le salieron unos 10 hombres de las Farc y empezaron a disparar.

«Fidel maniobró y sin que los guerrilleros se dieran cuenta les llegó por la parte de atrás y dio de baja a siete ‘guerrillos’. Los tres que quedaban emprendieron a correr, pero llegaron al sitio donde yo estaba con mi grupo. Dimos de baja a dos y el otro al verse solo decidió no oponer resistencia. Fidel dio la orden de amarrarlo para sacarle información sobre el enemigo. La orden de Fidel era matarlo, pero primero que le doliera por lo que nos había hecho. El tipo nos confesó que era el administrador de la finca y que les había informado a los guerrilleros que nosotros íbamos a bajar a buscar comida.
«Mientras tanto yo le pedí a Fidel que me dejara revisar si había cosas de valor en la finca. «¡Autorizado!», me dijo. Ese día fue definitivo, pues el ideal de no robar se acabó. Entré con unos muchachos a la casa. Nos llevamos 300.000 pesos, unas prendas de oro, ropa, hamacas, un revólver y cartuchos para escopetas, y toda la comida que encontramos. Volví donde Fidel y le comenté que había mucho ganado. Le propuse que nos lo lleváramos para venderlo. «Encárguese usted de todo eso», me dijo. Sin saber que así estaba empezando la primera comisión de finanzas. Finalmente matamos al administrador y quemamos la finca.

«En 1994 las cosas estaban mejorando. Había armamento nuevo, radios de comunicación y más gente. Fidel se fue y nunca lo volvimos a ver. En su lugar quedó su hermano Carlos, un hombre tímido, que hablaba poco. Con él seguimos consolidando el trabajo en Urabá.

«Hubo un ganadero de la región que nos apoyó mucho. Con la ayuda de este señor logramos que las fincas nos pagaran por protegerlos de la guerrilla. También nos pagaban los dueños de las plataneras, buses, camiones, incluso las empresas exportadoras de banano. Así les fuimos cogiendo confianza y ellos a nosotros. Comenzamos a traer armamento de afuera en los barcos bananeros.

«Hasta que un día, Elías, un ‘traqueto’ que traía droga de Puerto Raudal y Valdivia, dos pueblos del Bajo Cauca de Antioquia, nos dijo que estaba interesado en sacarla por el golfo de Urabá. Que estaba dispuesto a pagarnos un porcentaje si llegábamos a un acuerdo. El pacto consistía en que la que nos correspondía a nosotros, él nos la daba en armamento. Nos pareció buena oferta y aceptamos. En poco tiempo podíamos decir que habíamos sacado la guerrilla y sus colaboradores de la región. El negocio con Elías iba por buen camino. Un día el ‘Alemán’, que ya era jefe de las autodefensas en una parte de Urabá, le propuso a Elías que se hicieran socios. Que enviaran conjuntamente la droga y se partieran las ganancias. A los 10 días se fueron los primeros embarques de coca. Como al mes regresó Elías y nos trajo tres millones de dólares. Esta cantidad era demasiada, increíble, no sabíamos qué hacer con toda esa plata. Pero para ese momento yo tenía mis roces con el ‘Alemán’. La situación estaba tan difícil entre él y yo, que el Estado Mayor acordó mandarme para Meta. Me dijeron que eso estaba lleno de guerrilla y que allá se necesitaba un líder como yo.

Hace dos semanas el CTI de la Fiscalía encontró, en el corregimiento La Cooperativa, Meta, una fosa común en la que estaban enterrados 21 cuerpos, presuntamente de miembros de las autodefensas. En el diario, el paramilitar cuenta cómo ese lugar fue el escenario de una batalla campal entre el bloque de Miguel Arroyave y el grupo de las autodefensas campesinas del Casanare -Acc- de Martín LLanos

El paramilitar cuenta en su diario cómo fue reclutado y entrenado por Fidel Castaño. Narra cómo desde el comienzo mismo de las AUC ese grupo acudió al narcotráfico para financiar la guerra

«A comienzos del 95 me trasladé para Meta. Llegué a San Martín con dos de mis hombres de confianza: Belisario y Otoniel, ambos reinsertados del EPL. En seguida me puse en contacto con ‘Jorge Pirata’, que era desde hacía muchos años un jefe de las autodefensas en el Llano. Lo primero que nos advirtió es que la zona estaba muy fea y que para quedarse allí había que tener pantalones para pelear con las Farc.
«Nos ubicamos en una vereda de San Martín llamada La Mesa. Lo primero que hicimos fue organizar la ‘urbana’, así se llamaba el grupo que estaba en los pueblos y que se dedicaba a los ajusticiamientos y a conseguir finanzas. Empezamos a cobrarle impuesto a todo lo que generara plata. Comenzamos a dar con los ‘traquetos’ que llevaban los insumos para el procesamiento de la coca; les decomisamos lo que llevaran y para entregárselos les cobrábamos impuesto. Hicimos empalme con otros grupos de la zona como Los Buitragos, al mando de Héctor Buitrago y su hijo ‘Martín Llanos’, que estaban en Puerto López. También con Los Casanareños, en Casanare; Los Carranceros, al mando de Guillermo Torres en Puerto Gaitán y Vichada. Pero estos grupos estaban más «pelaos» que nosotros.

«Las finanzas en estos grupos se recaudaban de la siguiente manera: en el casco urbano las tiendas, almacenes, restaurantes, hoteles, carnicerías, billares, discotecas y joyerías debían pagar entre 50.000 y 100.000 pesos mensuales como impuesto. Estaciones de servicio y gasolineras, entre 100.000 y 200.000 pesos. Fincas ganaderas, entre 500.000 y 700.000 pesos, dependiendo de la extensión de la finca, y 10.000 pesos por hectárea, durante el tiempo de cosecha.

«Los camiones cada vez que cruzaban debían cancelar 50.000 pesos. Los ‘traquetos’ cuando mandaban insumos, 1’000.000 de pesos y cuando sacaban coca, 5’000.000 de pesos. A los alcaldes se les decía a quién debían asignarle los contratos y al contratista se le quitaba el 30 por ciento, el 10 para el alcalde y el 20 para las AUC, y así sucesivamente. Al comienzo todo funcionó bien.

«La urbana tenía tres frentes de trabajo: el primero eran los ‘cazcones’, encargados de ajusticiar a quienes creíamos enemigos. El segundo era el de inteligencia, encargado de analizar a la gente del pueblo. Como tercer frente estaban los de logística, encargados de hacer contacto con los militares y policías para saber dónde se ubicaban las tropas en el área, para evitar enfrentamientos con ellos. A cambio les dábamos plata, en promedio 10 millones mensuales a cada jefe de Batallón o Estación.

«Los carros se le pedían a un tipo que los compraba, los aseguraba y nos los vendía más baratos y luego los reportaba como robados y cobraba el seguro. De esta forma se llegó a comprar entre 100 y 120 camionetas.

«Pero como todo en la vida da reversa, me hice dizque amigo de un tal Miguel Arroyave, que gracias a mis gestiones se reunió en el Nudo de Paramillo con Carlos Castaño y cuando volvió, ya era comandante de Meta y Guaviare. Arroyave me dijo: «yo le puedo dar ya dos millones de dólares. Si quiere seguir trabajando, bien; si quiere retirarse, no hay problema».

«Con esta plata compré dos haciendas ganaderas. Una en El Dorado y otra en San Martín y en mi pueblo también invertí en fincas. ¡Ya era millonario! Tenía de qué vivir el resto de mi vida. Pero pudo más la ambición. Me había acostumbrado a tener subalternos y a que me llamaran señor. La decisión fue quedarme.

«Después comenzaron los inconvenientes con los ‘traquetos’, pues Miguel ya no quería el pago de impuesto por la coca que sacaran, sino que pretendía ser socio en el envío de la droga a Estados Unidos y los países de Europa. Instaló sus propias ‘cocinas’ e hizo una alianza con las Farc.

«Los verdes empezaron a llegar y en gran cantidad. En una ocasión trajeron 70 millones de dólares juntos y esto hacía que la ambición de Miguel creciera más. Quería ejercer el dominio total sin que la cúpula de comandantes de Meta lo notara. Empezó una guerra por el dominio de territorios.

«A esta fecha Miguel tenía más de 500 carros legales con papeles al día. Infiltró, organizó y manipuló la política en el Llano: Gobernación del Meta, Alcaldía de Villavicencio, y las alcaldías de los demás municipios. Era él quien decidía cómo se invertía el presupuesto y hasta las regalías del petróleo. Pero su ambición no paraba allí.

«Arroyave les hizo saber a los Buitrago que debían unificarse y que él estaba dispuesto a permitirles seguir mandando en su zona, pero que todo debía ser manejado con su autorización. En pocas palabras, se autoproclamó como el jefe único, con lo que ni Héctor Buitrago ni sus hijos ‘Caballo’ y ‘Martín Llanos’ estaban de acuerdo. No aceptaron esta orden y decidieron que si tenían que morir para no permitir que esto pasara, estaban dispuestos a entregar sus vidas.

«El disgusto de Miguel Arroyave no se hizo esperar. En San Pedro de Armería reunió a todos sus aliados. Del Casanare llegaron 500 hombres bajo mi mando; ‘Macaco’, el comandante del Bloque Central Bolívar, le mandó 1.500 hombres; Guillermo Torres puso unos 200 carranceros, más otros 200 de Meta y por el lado de Guaviare, cerraba ‘Cuchillo’ con 500 hombres.

«Empezó la guerra con los Buitrago. Los combates cada día se agudizaban más y más. En todos los frentes las bajas eran de lado y lado. Eran tantos los muertos en un solo día, que era imposible contarlos. En el corregimiento de La Jungla, en una pista aérea de los Buitrago, les quitamos dos toneladas de coca lista para ser enviada al exterior y 300.000 dólares que fueron repartidos por Miguel (Arroyave) entre los comandantes que estaban en la operación. La droga la cogió para él. Después de recoger esto, se llamó a la ley para organizar una operación rastrillo cuyo fin era acorralar en los alrededores del caserío de La Cooperativa a los Buitrago y así acabar con ellos. Iniciamos lo que llamamos Operación Punto Final.

«Empezamos a planear el combate. Yo les advertí que si nos metíamos de frente, los Buitragos nos iban a dar muy duro. A Belisario se le ocurrió una idea con la que según él podíamos entrar a La Cooperativa sin correr el menor riesgo. Nos dijo que en San Martín había una bruja muy buena, que debíamos mandar a traerla para que rezara a los hombres que irían a combatir, para que el plomo no les entrara en el cuerpo. Sabíamos de casos donde esto había servido bastante y se organizó la traída de la bruja.

«Formamos la gente, los organizamos y la bruja empezó su ritual rezándolos y rociándoles un agua que había traído preparada con hierbas y aromas. Según ella, esta agua era la que tenía el poder de hacerlos inmunes a las municiones. Luego dijo que cada uno debía coger un poco de tierra de cementerio de la que ella había traído y meterla en una bolsa plástica negra y después guardarla en los bolsillos del pantalón. Según ella, con esto ya quedaban protegidos y no había bala o munición en la tierra que entrara en el cuerpo. Belisario se sentía muy seguro de la bruja y volvió a sugerir que entráramos de frente peleando de pie y echando pa’lante.

«Al otro día, como a las 6 de la mañana, a unos 600 metros de la entrada a La Cooperativa, se inició el combate. El comandante ‘Pólvora’ le dio la orden a ‘Voluntario’, el segundo al mando, de que los hombres entraran disparando de pie, en la modalidad que nosotros llamábamos encortinados. ‘Voluntario’ cumplió la orden, pero en cuestión de minutos nuestros centros de enfermería, que habíamos adecuado dentro de las matas de monte, estaban llenos de heridos y muertos. Para las 10 de la mañana ya teníamos en nuestras filas 65 muertos y más de 48 heridos. Teníamos un médico que llamábamos ‘Cabeza de marrano’ y había sido contratado por la organización por su excelente trabajo y su destreza para hacer cirugías, muchas veces sin contar con todos los elementos necesarios. Además de él había dos enfermeros y una enfermera jefe llamada Jenny. Me acerqué y les pregunté qué estaba pasando. «Están llegando muchos heridos, la mayoría ya muertos, hay más de 100 bajas. Mi comando, si esto sigue así, no vamos a poder continuar, las bajas son de todos los bloques, del Meta, del Central Bolívar, Carranceros y muy pocos del otro lado, de los Buitragueños», me dijo el médico.

«Les llamé la atención a Belisario y al comando ‘Pólvora’: «¿cómo es posible que siendo ustedes tan experimentados en esta vaina de la guerra permitan que pase esto? ¿Cómo se explican ustedes lo que están haciendo por estar creyendo en brujas? ¡Miren la cantidad de bajas que tenemos en tan poco tiempo! Si Miguel se llega a enterar de esto, los manda a matar de inmediato. Vean a ver cómo remedian ese error. ¡Y a lo que vinimos, porque no vinimos hasta acá para perder!».

«Después hice el reconocimiento de los muertos para saber a qué grupo pertenecía cada uno. Me comuniqué por radio con Miguel y le informé de las bajas sin comentarle que habían sido culpa de nosotros mismos por ponernos a creer en brujas. Miguel me dijo que enterrara los que no fueran de Meta, que si era necesario picarlos para que cupieran en una sola fosa, que lo hiciera.

«Cuando salía a encontrarme con Miguel llegó Belisario en una camioneta Hilux. Traía a la bruja. Entre rabia y burla le pregunté si iba a pagarle otra vez para que rezara a la gente. Me respondió: «No, mi comando, esta h. p. la traje para que mire lo que pasó por su culpa. Usted me autoriza y yo mato a esta maldita para que aprenda que con nosotros no se juega».

«Tomé mi escolta y me fui sin saber qué hizo Belisario. Cuando me encontré con Miguel en la finca, le expliqué lo de las bajas, teniendo mucho cuidado de no embarrarla comentando lo que no debía. Me dijo: «No se preocupe. Pida las coordenadas de dónde están atrincherados esos perros. Ya un político amigo me hizo el favor de coordinar con la Fuerza Aérea para que hagan un bombardeo».

«Le pasé las coordenadas a Miguel y me dijo: «Espere y verá. Estos h. p. están muy bravos y no saben lo que se les viene encima». Como a los 40 minutos después de que Miguel llamó, llegaron dos aviones Tucano y cuatro helicópteros Arpía. Empezaron a bombardear casi toda La Cooperativa. Se veían caer municiones de ametralladora, bombas de 500 libras y cohetes. A eso de las 4 de la tarde me llamó Belisario muy contento con los resultados: «Comandante, lo logramos. Ahí no quedó nada de pie. Todos están muertos». La alegría también invadió a Miguel. «Les ganamos a eso h. p. Ese general que me apoyó es la gente que necesitamos de nuestro lado».

«No había terminado Miguel de hablar cuando uno de mis escoltas me pasó el radio y por otra frecuencia escuché al comando ‘Pólvora’ que decía: «Esos h. p. de la Fuerza Aérea se nos torcieron, nos están dando es a nosotros. Ya nos tiraron una zamba (una bomba) como del grande de una vaca y eso hizo volar mierda pa’l zarzo. Yo voy embalao por la maraña con los pelaos que me quedan, a ver cómo nos podemos salvar».

«De inmediato Miguel llamo por el teléfono satelital a alguien que llamaba «Mi general» y al momentico pararon el bombardeo. Reiniciamos la comunicación con el comando ‘Pólvora’ pidiéndole que nos reportara sus novedades. Nos reportó 20 muertos de los nuestros, a causa de ese bombardeo. De todas formas, las bajas de los Buitrago pasaban de los 300 hombres.

«Belisario también me llamó para darme el parte de guerra: «Comandante, esos Buitrago ya están reventados, no creo que se paren más. Ahora sí les dimos por donde era». Me preguntó: «Jefe, ¿y qué hago con los muertos?». Yo le contesté: «Toca sacar una lista con los nombres y direcciones de los hombres nuestros para entregársela a ‘Jorge Pirata’. A él se le asignó la tarea de entregarlos a sus dolientes y darle a cada uno de los familiares seis millones de pesos como especie de seguro, más los gastos funerarios, que también corren por cuenta de la empresa (AUC). Con los muertos de los Buitrago encargue la gente del (Bloque) Central Bolívar que hagan huecos y los entierren. Indispensable que sea el Central Bolívar quienes hagan esto, ya que ellos no conocen la zona y no van a saber dónde quedan las fosas, así nos curamos en salud que de pronto vayan con la Fiscalía y nos avienten y después el problema se nos viene encima».
«Para celebrar, Miguel preparó una fiesta y me encargó conseguirle unas niñas a los pelaos. «A los comandos que más se hayan destacado les dan una vieja, una botella de whisky y les pagan todo lo que se les deba», dijo. Wilson me llamó para comunicarme que no había podido conseguir sino 50 mujeres. Le respondí: «50 viejas son muy pocas porque a cada una le tocan como 20 manes más o menos. Y eso si no se nos pegan los del Central Bolívar porque ahí sí que serían como de a 40 cada una». Cuando llegaron las mujeres se armó el alboroto. Nos tocó poner a un patrullero a que los controlara, y en forma de rifa se dieron los turnos para estar con las viejas.

«Cuando llegó la hora de pagarles a los comandantes escogimos los seis más sobresalientes para entregarles sus premios. A ‘Voluntario’ se le entregó una camioneta Hilux; a Belisario, un apartamento en Bogotá, y a ‘Pólvora’, una finca en Carepa, Urabá antioqueño. A los demás también se les dieron camionetas.

«Terminada la fiesta, me llamó Belisario para mostrarme a 25 de los Buitrago que se habían entregado para que no los mataran. Belisario quería matarlos pero no se atrevía sin mi autorización. Me paré al frente de ellos y les dije que a quiénes les gustaría trabajar para nosotros. Como 15 dijeron de una que se quedaban con nosotros y dos dijeron que preferían que los matáramos. Uno de ellos me llamó la atención. Estaba muy mal herido, pero lo raro era que por donde le habían entrado las balas no tenía ni una sola gota de sangre. Yo había mandado traer un médico, pero el muchacho me dijo: «Señor, déjeme morir. Créame señor, no piense que estoy loco o que soy un cobarde, pero le digo que me tengo que morir hoy. Le voy a explicar. Lo que pasa es que hace ya un tiempo yo hice un pacto con el más allá para obtener protección. A mí me rezaron en cruz y según la persona que lo hizo, para que no me entrara el plomo yo tenía que obedecer algunas cosas que las ánimas pedían que hiciera y hoy ya me dijeron que me había llegado la hora. Por favor le pido que me mate». Se levantó la camisa y me dijo: «Mire estas heridas, yo ya estoy todo podrido». Le vi las heridas que eran muy profundas, algunas le atravesaban el cuerpo y la verdad es que eran muchas como para que todavía estuviera vivo. Le comenté a Belisario y él me dijo que de verdad esas cosas sí existían y que era mejor matarlo. Le dije que se encargara de eso y mandó a dos de los combatientes más bravos que teníamos. Lo subieron al platón de una de las camionetas y se lo llevaron para matarlo. Como a la media hora llegaron los dos hombres y contaron que casi no lo pueden matar, que le dieron todo el plomo que pudieron y no se moría y que para que se muriera lo tuvieron que coger a machete y picarlo.

«Unos días después salí de Casibare rumbo a San Martín y en un caserío que se llama Puerto Chisme me encontré con uno de los hombres de ‘Jorge Pirata’, quien me contó que ‘Jorge’ había conseguido unos lotes ahí en Puerto Chisme, que el gobernador de Meta le había colaborado con unos subsidios para construir y repartir viviendas a los combatientes que tuvieran familia y salieran favorecidos en un sorteo que él realizaría. Ahí pensé que ‘Jorge’ había organizado una estrategia muy buena para ganarse a la gente. Me despedí y me puse a atar cabos con la información que tenía y llegué a la conclusión de que efectivamente ‘Jorge’ y ‘Cuchillo’, que era comandante en el Guaviare, se iban a quedar con el poder en todos los Llanos orientales. Lo que no me alcanzaba a imaginar era que lo iban a lograr matando a Miguel Arroyave».

Poco tiempo después de la muerte de Miguel Arroyave, el autor del diario estuvo a punto de ser asesinado por sus antiguos aliados ‘Cuchillo’ y ‘Jorge Pirata’, quienes efectivamente se apoderaron de la región. ‘Pirata’ está en la cárcel a la espera de acogerse a la Ley de Justicia y Paz. ‘Cuchillo’ está prófugo y ha rearmado un enorme ejército en los llanos que hoy se enfrenta de nuevo a los Buitragos, bajo el mando de ‘Martín Llanos’, y al nuevo Ejército que están armando Vicente Castaño y Hernán Hernández, dos de los más importantes jefes paramilitares que estuvieron en las negociaciones de Ralito. El autor del diario nunca se desmovilizó y hoy hace parte de los grupos emergentes de la región de Urabá. Hace dos semanas en La Cooperativa, donde se presentaron los más cruentos combates entre los hombres de Miguel Arroyave y ‘Martín Llanos’, la Fiscalía descubrió una fosa con 21 cuerpos. Posiblemente se trata de los paramilitares que se enfrentaron en esa ocasión.