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La Escombrera de Medellín

Escarbando la verdad, desenterrando la justicia

Fuentes: Pueblos

El miércoles 5 de agosto comenzaron las obras de excavación en La Escombrera, en la Comuna 13 de Medellín (Colombia), en la que algunas personas definen como «la fosa común urbana más grande del mundo». Quedé con compañeros y compañeras de la Corporación Jurídica Libertad y con la hermana Rosa, infatigables acompañantes de las víctimas […]

El miércoles 5 de agosto comenzaron las obras de excavación en La Escombrera, en la Comuna 13 de Medellín (Colombia), en la que algunas personas definen como «la fosa común urbana más grande del mundo». Quedé con compañeros y compañeras de la Corporación Jurídica Libertad y con la hermana Rosa, infatigables acompañantes de las víctimas de la Comuna 13, en el convento de la Madre Laura. Poco a poco fueron llegando algunas de las ‘Mujeres caminado por la verdad’, un grupo de unas 180 mujeres, familiares de las personas desaparecidas. Sin su tenacidad y determinación nunca se habría llegado al punto en el que nos encontramos ahora. 

«Hoy me levanté con alegría en mi corazón, como con la esperanza viva de que estas mamás y viudas encuentren a sus familiares y un día puedan tener tranquilidad en sus corazones», decía Amparo Cano, una de las líderes de este grupo de mujeres.

Todo empezó aquel 16 de octubre de 2002 con la operación Orión. Uribe había llegado a la casa de Nariño el 7 de agosto del mismo año e inauguraba su política de «seguridad democrática». Más de 3.000 hombres, repartidos entre ejército y policía, se lanzaron a recuperar el territorio en una guerra total contra la población. No estaban solos, les acompañaban paramilitares del Bloque Cacique Nutibara. Y es que los paras ansiaban controlar el territorio, ya que lo consideraban un corredor estratégico para unir el suroeste de Antioquia con el golfo de Urabá y así poder llevar a cabo sus actividades de tráfico de armas y exportación de cocaína. Mediante desapariciones forzosas consiguieron controlar el territorio para finales de ese mismo año.

Después de dos meses el escenario resultante fue aterrador por los efectos en la población civil: detenciones arbitrarias, asesinatos, desapariciones, desplazamientos… De acuerdo con testigos de la época, muchas de las personas desaparecidas fueron arrojadas a La Escombrera, un vertedero que se encuentra en las laderas de la Comuna 13, lugar donde se esperan encontrar entre 90 restos humanos, según las autoridades, y 300, según diferentes organizaciones sociales y defensoras de derechos humanos. Adriana Arboleda, abogada de derechos humanos perteneciente a la Corporación Jurídica Libertad, nos dice que ellos tienen 104 casos documentados de desapariciones en la Comuna 13. De todas maneras, no se sabe a ciencia cierta si pueden ser más… porque nadie investigó.

Subimos con el grupo de mujeres (hacen cada día turnos de diez personas) a La Escombrera. Aunque era temprano ya hacía calor y se podía sentir la tensión en el ambiente. Después de pasar algunos controles llegamos arriba, al lugar asignado para que las mujeres puedan seguir el transcurso de las obras. Venteaba un poco. Todo estaba listo para el comienzo y conseguimos saludar e intercambiar unas palabras con John Fredy Ramírez, antropólogo forense que dirige la búsqueda de los cuerpos. Es una persona con una gran experiencia en el tema y muy afable, sensibilizada con las víctimas, que incluso vivió en carne propia la desaparición de una prima suya.

Junto con el grupo que trabaja en la zona, que incluye fiscales, asistentes, topógrafos y obreros capacitados por ellos mismos, John Fredy Ramírez ha realizado más de 300 exhumaciones y recuperado algo más de 400 cuerpos de personas desaparecidas en Colombia. Ramírez cree que los procesos de exhumación como el que tiene lugar estos días en La Escombrera son un paso para desenterrar verdades del conflicto. «Hay que entender que es un proceso lento, de paciencia, de cuidado, de articular un peso técnico y judicial con un drama humano: es lo más complejo de lograr».

El antropólogo, que comenzó a buscar cuerpos en 1994, cuando era estudiante de la Universidad de Antioquia, dice que en su trabajo las y los funcionarios llegan a sentirse parte de las familias de los desaparecidos: «El que diga que no se apega a las víctimas en este trabajo es un mentiroso. O, si lo dice, es indolente y no es un profesional. El drama humano hace parte de este sentir profesional». Por eso cree que es imposible saber cómo manejar correctamente la ilusión de una madre que ve la posibilidad, por más remota y difícil que sea, de encontrar por fin a su hijo.

El proceso se compone de las siguientes etapas: búsqueda, prospección arqueológica con fines judiciales y, en el caso de hallar cuerpos, exhumación, identificación y entrega de restos.

Este proceso inicial tiene una duración aproximada de cinco meses. Allí se deberán extraer aproximadamente 24.000 metros cúbicos, de los cuales se retirarán 3.000 mediante excavación mecánica y el resto de forma manual, todo bajo la supervisión del equipo de criminalística del Cuerpo Técnico de Investigación CTI y apoyo del personal contratado por la Alcaldía de Medellín.

Cuando la excavadora empieza a rugir, la respiración de las mujeres y de todos nosotros se entrecorta. Llegó el momento tantas veces esperado. Los ojos se fijan en la máquina, se humedecen y cada cual se queda absorto en sus pensamientos. Pensamientos de esperanza, de recuerdo hacia su ser querido, de imaginarse cómo fueron sus últimos instantes… y todo regado de una entereza impresionante.

La máquina sigue su tarea, el calor aprieta, el viento nos impregna de polvo y los numerosos medios de comunicación nos agobian… Sin embargo, la mirada sigue ahí, firme e inamovible. El tiempo transcurre despacio. Muy despacio, diría yo. Los medios de comunicación nos abandonan por fin y se genera un ambiente más familiar, de franca camaradería. Es el momento de almorzar y de soltar alguna broma.

A las 14:00 abandonamos el lugar, con calor, llenos de polvo pero esperanzados. Todo esto es sólo el principio, porque quedan muchos días duros por delante. Mañana vendrán otras diez mujeres, y pasado mañana otras diez. Estas mujeres nunca pierden la esperanza. No la perdieron en los años duros y tampoco la van a perder ahora.

«Ellos son el silencio del tiempo porque nadie los ha visto. Yo los sigo esperando aunque la incertidumbre me torture y nadie me diga nada. En el silencio se esconde la impunidad, ellos siempre estarán conmigo», nos cuenta Amparo Cano, de Mujeres Caminando por la Verdad.

Xabier Areta forma parte de la Red de Hermandad y Solidaridad con Colombia.

Fuente original: http://www.revistapueblos.org/?p=19674