Entrevista a Cristina Burneo Salazar, escritora, feminista y docente de la Universidad Andina Ecuador.
«Es evidente que el mundo contemporáneo ya no se puede concebir sin una conciencia profunda de la diferencia sexual. Eso es el feminismo.»
Ciento ochenta y ocho mujeres han muerto por femicidio en Ecuador entre 2014 y 2015, según datos de la Fiscalía, y el 60,6% de las mujeres en Ecuador ha vivido algún tipo de violencia, sin haber mayores diferencias entre las zonas urbanas y rurales (Encuesta de Violencia de Género realizada por el Instituto de Estadística y Censos).
«Señor, Señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente.»
Fue, sin duda, una de las marchas más alentadoras de los últimos años en la ciudad de Quito. Vibró con una alegría excepcional, sin costos ni oportunismos políticos, que guió a la concurrida marcha (7.000 personas aproximadamente) sembrando de esperanza las calles de Quito.
«Mujeres combativas ni víctimas ni pasivas.»
El centro de la capital ecuatoriana se llenó de mujeres jóvenes y no tan jóvenes, de colectivos y de la sociedad civil. La lucha feminista desde los géneros, consignaba una misma voz. Luchas más recientes, luchas más históricas, convocaron a las mujeres del campo y la ciudad en una misma lucha compartida. En las palabras de Cristina Burneo Salazar, escritora, feminista y docente de la Universidad Andina, »en esa marcha, el feminismo optó por una transversalidad que se cruzó con muchas otras preocupaciones». «Liberémonos con la otra mitad de la clase obrera» marcó una de las consignas más rompedoras para Cristina, teniendo en cuanto que históricamente el movimiento sindical ha tenido unos tintes exentos de conciencia de género y a veces opuestos a ella.
Era la primera vez que nos encontrábamos, y en el transcurso de la conversación con Cristina descubrí una suerte de ética intelectual que envolvía su discurso. Se dio una agradable y esperanzadora plática; hablamos del movimiento de mujeres en Ecuador, de sus diferentes perspectivas y aportes y del para mí creciente papel de Cristina dentro del mismo. La clave para entenderla es la literatura. »Soy sobre todo lectora y escribo, todo lo hago desde allí», recalcaba al inicio.
Contaba que fue el intelectual ecuatoriano Juan Montalvo y su escritura sobre las mujeres quien la llevó a escribir su primer ensayo sobre las mujeres en el año 2004. Se llamó Cuerpo roto. De Montalvo cuestionó su visión sobre la subjetividad de las mujeres en el siglo XIX y su posición respecto de su emancipación, que aun en su época resultaba bastante conservadora.
Sin saberlo, explicaba, su elección por lo que llamamos enfoque de género comenzó en ese mismo año cuando, junto a tres colegas, editó el libro de ensayos La Cuadratura del Círculo, donde se proponían abordar la cultura ecuatoriana desde varias perspectivas. Se debatía sobre la identidad para interpelarla, sin querer caer en el conformismo de una explicación de lo nacional sostenida en los límites de lo identitario.
Una beca en el Departamento de Español y Portugués en la Universidad Maryland le abrió las puertas de la academia estadounidense; pero fue en Ecuador, a su retorno, donde sus hermanas la introdujeron en el movimiento de mujeres, hace más de cinco años. «Lo que yo hago viene de un coro enorme, del trabajo de muchísimas mujeres, sólo que yo escribo y se hace público, pero mi trabajo viene antecedido por el trabajo de muchas». Vincular y articular diferentes espacios como sus clases en la Universidad, el movimiento de mujeres y la sociedad civil ha sido y es una de sus apuestas en el aporte al feminismo en el país. «Es necesario pensar en una universidad impura», añadía Cristina. «Universidad ni separada de la sociedad civil ni de sus dinámicas sociales.
Al mismo tiempo, una universidad inscrita en el ámbito del conocimiento, la ciencia y las humanidades insumisa de los fines corporativos de la universidad neoliberal». Concluyendo con sus reflexiones desde la academia, resaltó que «el diálogo de saberes entre la sociedad civil, la academia, el arte, la ciencia, no puede ser ni retórico ni condescendiente: debe ser real. Procesos urgentes y diarios del activismo coexisten con procesos de largo plazo de la educación y la reflexión.»
«Alertaaaaa, alerta, alerta que camina….mujeres feministas por América Latina. Y tiemblan, y tiemblan los machistas, que toda Abya Yala va a ser feminista.»
Para Cristina es evidente que el mundo contemporáneo ya no se puede concebir sin una conciencia profunda de la diferencia sexual. «Eso es el feminismo», reitera. Lo define como la revolución más profunda y expandida del siglo XX; revolución con derivas tan diversas como los estudios de la discapacidad, ciertos animalismos o alianzas epistemológicas con lo animal, el postporno, etc. «A la vez, el encuentro de los feminismos con las negritudes, las diásporas afro, la chicanidad, las reivindicaciones indígenas, ha hecho de la diferencia lo fundamental de lo humano. Esto suele malentenderse como ‘superioridad moral’ debido a las resistencias que levantan los planteamientos radicales del feminismo de reorganizar la vida, los afectos, el mundo del trabajo desde la diferencia sexual. En realidad, se trata de la lucha permanente por la comprensión de la diferencia y la puesta en primer plano del cuerpo para poder vivir y para expresar dicha diferencia.»
Sus palabras revelan que el cambio radical en la comprensión de la comunidad, del cuerpo, no se termina de configurar del todo. Para Cristina no todo pensamiento es hospitalario respecto a esto. «Lo vemos con mucha frecuencia en las divisiones obsoletas del mundo del conocimiento, en la presencia de las izquierdas tradicionales y de los liberalismos conservadores en la academia, en el cotidiano que se resiste a desaprender el orden patriarcal, en los cuerpos normados, reprimidos, dormidos, en la demonización del feminismo, que suele resultar desconcertante cuando viene de gente que parece comprometida con el pensar y el hacer».
Atendiendo a la definición de patriarcado como un régimen político de alcance global, Cristina nos acerca a las culturas más alejadas de dicho régimen: culturas que han sido alcanzadas, asevera, por sus efectos nefastos por explotación de la tierra, maltrato y aniquilación de otras especies, genocidio de la especie propia y desprecio por ella.
En sus palabras todo esto está expresado en el feminicidio, en el exterminio por etnia, en el asesinato selectivo por discapacidad. Hace una pausa, y, con tono reflexivo, culmina con la frase: «El capital, sus mecanismos de poder, lo hacen casi inamovible.»
¿Uno o varios feminismos?
«Los feminismos de hoy, también en Ecuador, han operado en las fisuras de ese orden hasta abrir verdaderos campos de libertad.» Calificando al patriarcado como un régimen, se regocija en que desde el movimiento de mujeres, se quiere ser una plaga en la búsqueda de nuevas conquistas para socavar dicho régimen.
¿Conquistas interiorizadas y conquistas por culminar?
«Algunas de las conquistas ya casi no se ven como tal porque las hemos interiorizado, están ganadas, pero vamos a ganar otras. En clase o en grupos de formación política, me gusta preguntarle a las mujeres si sus lecturas demandan autorización previa de sus parejas, padres o tutores; si se han visto el cuerpo completo en el baño o donde sea; si saben leer; si su sacerdote aprueba la ropa que visten; si votan; si han sido negociadas por sus padres en matrimonio. Nos reímos. Nos resulta ridículo ver un privilegio en esto, pero es obvio que es un privilegio para muchas mujeres, y a otras les ha sido arrebatado. Quisiéramos que resulte risible también preguntar si podemos salir solas sin que nos violen o maten, si podemos abortar, si podemos aprender a leer cuando niñas, si tenemos derecho a estar vivas. Para que cada vez más preguntas resulten siquiera risibles, seguimos haciendo trabajo de termita.»
«Ni una muerta más, vivas nos queremos»
La conversación asume un tono más afligido. Cristina cuenta cómo desde la universidad organizaron un foro donde invitaron a varias abogadas para hablar del tema; desvelaron cómo la policía había realizado preguntas insidiosas a las amigas de la víctima, como si fueran prostitutas o chicas «prepago». Con la voz entrecortada, enaltece el valor con el que los familiares de las víctimas por feminicidio sobrellevan el duelo. «Son víctimas que no se victimizan.» Todavía visualizo aquel anochecer de una marcha eufórica de esperanza. Las calles piden justicia social. La apuesta es por la transformación de una sociedad que rechace la violencia contra las mujeres. La apuesta es por la vida.
En América Latina, los femicidios han crecido en los últimos años, permaneciendo impunes un 98% de los casos.