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Escuela de violencia

Fuentes: Colectivo Cádiz Rebelde

A Jokin C. Los hechos «Cuatro jóvenes de la cuadrilla… van a Zuaza en Álava, de campamento de verano y se fuman unos porros… un profesor los descubre. Son chavales de 14 años y hace lo que debe hacer, dar fe enviando una carta a los padres, pero como la anuncia, todos se preocupan de […]

A Jokin C.

Los hechos

«Cuatro jóvenes de la cuadrilla… van a Zuaza en Álava, de campamento de verano y se fuman unos porros… un profesor los descubre. Son chavales de 14 años y hace lo que debe hacer, dar fe enviando una carta a los padres, pero como la anuncia, todos se preocupan de sustraer la misiva del buzón menos Jokin… Empieza el acoso terminal» (Gregorio Morán, «La última lección del inocente», La Vanguardia 9/10/04). Los tres afectados por la ‘negligencia’ escogen el acontecimiento más a mano para iniciar una escalada de agresiones: la diarrea por la que, un año ha, la víctima se cagó encima, una circunstancia cómica se torna en arma de destrucción sicológica. «El lunes 13, con la resaca de las fiestas y el cuerpo baldado por sus colegas de cuadrilla -los expertos en torturas llaman a esta introducción ablandar las resistencias-, Jokin asiste a la primera jornada de clase donde literalmente le forran a collejas y bofetones. El martes 14 le someten a una sesión de balonazos en la que se amplía la cuadrilla y participa el público menudo en general. El miércoles 15, aniversario de la cagada, le reciben con un surtido de papel higiénico diseminado por todo el aula y el descojone absoluto» (Gregorio Morán).

Derecho, moral y vida social

La libertad no es aquello que da por supuesto la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no es inherente a nosotros, es una construcción y una lucha, cuya continuidad, avance o retroceso, depende de la evolución de tres ámbitos fundamentales. Uno, político: la estructura y el sistema de derecho que te permite o no, con las menores trabas, expresarte, ser, hablar, sentir, dar, recibir, crear según tus opciones, tus necesidades y tu historia de vida. Otro, social y moral: un sistema de valores, formas y normas, más o menos explícitos, implícitos o hipócritas, por los que cada persona o grupo, renuncia a la posibilidad de aniquilar a sus semejantes, y sobre el que se basa la convivencia posible. Un tercero y subjetivo: que es el sentimiento personal y colectivo de que eso es realmente cierto, que funciona, que en él se puede vivir, amar, elegir y crecer.

En el caso Jokin naufraga el sistema en pleno. Su decisión refleja lo que los médicos llamarían un fracaso orgánico múltiple de todo el cuerpo social, moral y político, que se manifiesta en algo tan grande y tan pequeño como la vida de Jokin, en algo tan simple y tan complejo como la soledad de Jokin.

Falló el «sistema de derecho», ya que la víctima no tenía un solo mecanismo de autodefensa, fallaron quienes de alguna manera lo gestionan en el caso de un menor ‘sin responsabilidad’ sobre su propia vida y por tanto sin derechos efectivos que ejercer. «Los padres y los responsables del colegio, el instituto Talaia, muy bonito, moderno, con mucha luz, comprensivos ellos, le permitieron que se ausentara el lunes, ese maldito lunes 20 de septiembre, porque iban a hablar con la otra parte, con los verdugos, claro, pero que el martes, ya me entiendes, debías volver a la sala de torturas, y asumirlo, chaval, porque la vida es dura y te vas a joder tu solo… ‘Cuando vuelvas el martes, llévate un móvil, por si tienes problemas’.» (Gregorio Morán). Quienes detentan los resortes de poder se inhiben ante lo que son ‘cosas de niños’ (inocentes, inconscientes, pasajeras), dan tiempo al tiempo, pero con su propio reloj, obviando el tempo emocional de la víctima, la claustrofobia que hasta el futuro vuelve irrespirable. Miden los acontecimientos desde el sentido común (todo-pasa, la-vida-sigue) para el que la profunda emoción y sicología de «uno solo» es exageración y paranoia. Por lo que conocemos, ni siquiera utilizan los medios a su alcance para proporcionarle un mínimo sentimiento de seguridad sobre su integridad física y personal. Incluso contando con que aún a unas edades se magnifica la magnitud de un acontecimiento (hasta el punto, por cierto, que se puede convertir en traumático), tampoco se le puede exigir a quien vive bajo amenaza que deje pasar las cosas sin un horizonte definido para vivir-en-paz.

Aún así, hay que reconocer que las medidas coercitivas o de otro tipo, probablemente se hubieran mostrado frágiles, insuficientes e incluso contraproducentes ante algo roto de antemano. Antes que los titulares hablaran de que un cuerpo cayera tras la muralla del casco viejo de Hondarribia, antes de que escribiera una despedida con los dedos cansados de apretar los puños, antes de que agotado de un minuto que dura tanto mantuviera una última conversación, incluso antes de que su cuerpo fuera presionado, golpeado y puesto al filo de la muralla del casco viejo de Hondarribia, cualquier moral por hipócrita, burguesita o ramplona que fuera, se había evaporado. Si observamos algunos comportamientos previos y posteriores al suicidio, los hijos y los padres de los hijos, incluso alguna profesora, olvidan que no-hay-derecho que permita aniquilar a un semejante. «El miércoles 15, aniversario de la cagada, le reciben con un surtido de papel higiénico diseminado por el aula y el descojone es absoluto, por supuesto. La profesora encargada… participando del jolgorio colectivo le pide a la víctima que recoja los rollos» (Gregorio Morán). En los días previos al suicidio la madre de uno de los asesinos se permite acusar a la víctima en el oído de su madre de haber roto «la lealtad de la cuadrilla». Tras el suicidio un padre excusa a su hijo «responsable de lo ocurrido el primer y el tercer día de clase pero nada más», trasladando las formas y los límites del poder judicial a la vida social en un recurso más que tópico. Igual que un juez no puede entrar a moralizar sobre la vida personal y se ha de limitar a establecer ‘responsabilidades probadas’, la responsabilidad de un individuo no se limita a lo ‘probado’ (o sea, a la imagen pública, a lo que se ha visto o no se ha visto) sino a su capacidad para discernir si se ha comportado como un animal o no.

Según Avenarius, en palabras de Anton Pannekoek «aceptamos implícitamente que los movimientos y fonemas de mis semejantes tienen un sentido equivalente a los míos, aunque no como resultado de una experiencia estricta, sino como mera hipótesis -ciertamente una hipótesis necesaria si no queremos desembocar en un mundo imposible y ficticio» («Lenin, filósofo», ed. Ayuso, Madrid 1976). Quiebra la balanza, cuando el miedo se ha metido en el cuerpo, y la razón y el espíritu sólo indican desesperanza, cuando la convivencia y la libertad son sólo una hipótesis, la más inverosímil, imposible, irrisoria, ridícula, patética, tanto si hablamos de la vida inmediata como del medio plazo o el horizonte más lejano. La subjetividad de Jokin quiebra no por una debilidad especial o la particular crueldad de sus torturadores, quiebra porque todo lo que sostiene una comunidad ha saltado por los aires ante sus ojos.

Ausentarse entonces es regalarse la paz, una paz justa y vengativa. Un testimonio sin réplica para no dejar a nadie excusarse, lamentarse, flagelarse, reconciliarse. Es decirles / ya nadie puede perdonarte / no hay dios a quien puedas dirigirte, hermano / solo tu mismo / a ver como lo haces. Unas veces con razón y otras sin ella, cualquiera a quién alguna vez se le halla pasado por la cabeza la sola posibilidad de hacerlo, sabe que el suicida busca sobre todo venganza y justicia irrevocables. Pero hay algo más importante. Hemos dicho que un trauma es fruto de la incapacidad para medir un acontecimiento, y muchos son atisbos de lucidez sobre la realidad debajo de la realidad que nos rodea, miserias desnudas para los que no se tienen instrumentos de medida y uso, por eso se vuelven dolor dormido y latente a lo largo de los años. La decisión de Jokin que debía haberse evitado a toda costa, no era la exageración de un niño desbordado, sino un atisbo de lucidez, y una lección ética y política, vital, que se hizo trágica: que no merece la pena vivir de cualquier manera.

La mirada del criminalista

Roberto Rey, miembro del Consejo Escolar del Estado afirma que «el matonismo escolar afecta a pocas personas pero es muy grave» (El Periódico Mediterráneo, 11/10/04), en concreto al 4% según el Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo (IDEA) aunque las situaciones de acoso «ocasional» alcanzan el 30%. Frente a éste y otros hechos como agresiones de alumnos a profesores, que en los últimos tres años aproximadamente se ha convertido en el fenómeno mediático y social de la «violencia en las aulas», se dispara en seguida la mirada del criminalista. La mirada del criminalista es un vicio o un riesgo de «los especialistas», de la necesidad de construir la lógica de un problema social, «aislando» las causas, las conductas y los sujetos para encontrar la solución, lanzándose a una carrera de definiciones con la que trata de atrapar la realidad.

La pedagoga Nora Rodríguez ha escrito un libro, «Guerra en las aulas», que aparte del marketing editorial describe un campo de batalla. En palabras suyas al El Periódico Mediterráneo afirma que «los bulls (toros, así se llama a los acosadores) son adolescentes ‘acomplejados y débiles’ que sufren ‘graves carencias afectivas'». ¿Quién no sufre hoy de complejos, debilidades y graves carencias afectivas? ¿Acaso no son las propias víctimas «adolescentes ‘acomplejados y débiles’ que sufren graves carencias afectivas'»? Esto lo dice todo y no dice nada, porque describe la soledad mediocre que en mayor o menor medida sufren todos los adolescentes. La figura del bull se acerca más a ser un principio de estigma que una aportación sociológica o pedagógica rigurosa. Durante los últimos tres años aproximadamente, esta cuestión está generando un discurso netamente criminalizador: construcción de perfiles delincuentes entre los escolares, sobreproducción de mercancía informativa, alarma social y recuperación de discursos securitarios en torno a la educación. En el punto de mira una generación (X, Y, Z…) que en 10, 15, 20 años estará plenamente incorporada a una sociedad, si todo sigue este mismo curso, con derechos sociales, laborales y colectivos esqueléticos, con menos recursos de autodefensa común, mayor exigencia de competitividad, y por tanto mayores ámbitos y formas de violencia e impunidad.

Por lo que vamos viendo, no se ha aprendido mucho del proceso de comprensión y lucha contra la violencia de género. Si algo ha quedado demostrado es que, en un conflicto social como éste, para nada sirven los perfiles y las generalizaciones más o menos innovadoras, que producen certezas falsas y falsa conciencia. Sólo puede comprenderse desde el conocimiento del contexto social, ético, económico e ideológico en que se producen.

La cuestión no es relativizable y necesita de medidas que permitan a las víctimas defender su integridad física y personal. Pero la proyección mediática y la cantidad de producción intelectual y periodística sobre ella en tan poco tiempo, aporta pocos instrumentos de comprensión, y se añade a la cortina de humo bajo la que se oculta como una serie de hechos, ámbitos y sucesos aislados una situación de violencia generalizada, un suicidio callado que moja millones de sábanas cada noche de cansancio, miedo y miseria emocional.

A través de un corazón roto

Siempre hay una pregunta, un por qué entrelíneas, que debe llevarnos mucho más lejos que la anécdota, el morbo y el espectáculo. Hay una grieta que se abre para mirar el mundo a través de un corazón roto. La vida y la muerte de una persona, pueden ser el ojo de una cerradura, la llave y la mirada de los secretos a voces de la condición humana, de la vida que nos ha parido y los años que nos quedan por vivir.

Una película como Smoking Room ha descrito con la precisión del cirujano la relación entre la soledad mediocre, el miedo y la competitividad, reflejado además en esa presunta «clase media acomodada» que sirve como base para rechazar cualquier discurso que denuncie explotación y violencia en nuestro espacio-tiempo. La doble moral de una estructura empresarial que mientras mantiene todo un sistema de explotación y control, se permite ordenar la conducta de los empleados prohibiendo fumar en sus instalaciones. La espiral de violencia y ostracismo generada cuando un empleado intenta conseguir una habitación para fumar, en la que mientras cada uno trata de salvarse a sí mismo sólo contribuye a la degradación y la destrucción colectiva.

Nos escandalizamos de que una panda de adolescentes lance a un otro al suicidio básicamente porque (creo que salvo quién ha sufrido la violencia infantil de una manera más o menos sistemática) la mayoría sigue convencida de la intrínseca inocencia infantil, y olvidan como indica Gregorio Morán «que el ingenio adolescente para hacer el mal es inconmensurable». Pero ¿son acaso mejores sus mayores? ¿Dentro de la población escolar se produce acoso sólo entre alumnos, de alumnos a profesores, o de profesores a alumnos? Las direcciones de los centros que controlan la información que se ofrece al público, ¿podrían indicarnos si existe violencia sicológica y moral también entre el profesorado? «Alrededor de 700.000 funcionarios sufren un grave riesgo psicosocial en el trabajo que incrementa el número de bajas laborales, de los que medio millón padece lo que se conoce como mobbing o acoso psicológico en el trabajo, y el resto coincide con un cuadro de Burnout o síndrome de estar quemado. Además, uno de cada tres de los funcionarios de la Agencia Tributaria (AEAT) y de la Intervención General del Estado (IGAE) padecen uno de estos cuadros, colectivos analizados en este estudio» (www.cgt.es). El informe realizado por el profesor de la Universidad de Alcalá de Henares Iñaki Piñuel y Zabala, también indica que «el índice de cansancio emocional estaría en el 25,5% de los afectados y del 16,6% los que no padecen acoso. Los encuestados aseguran que un 70% de ellos ha padecido anteriormente en su desarrollo profesional situaciones de hostigamiento o acoso en el trabajo. Además, un 87% manifiestan haber presenciado en su entorno comportamientos de mobbing«. Según Marina Palés Soliva, «en función de los estudios psiquiátricos realizados, se ha constatado que dos de cada cinco suicidios estaba inmerso en un proceso de acoso psicológico en el trabajo» Consultar: http://mobbingopinion.bpweb.net

Se añaden las situaciones de violencia legislada e institucionalizada: «un 80% de los menores encarcelados son medicados incluso sin el consentimiento de padres o madres y con extraños diagnósticos; La ley y los reglamentos permiten aislar a un menor durante diez días seguidos, como límite de toda una serie de sanciones que cuadriculan la vida del menor.» (Octavilla repartida en Valladolid, «Contra la ley del menor y el negocio de su aplicación», http://www.nodo50.org/desdedentro, 29/04/03). Si seguimos hablando de cárceles y acoso con resultado de muerte, es una tónica de nuestro sistema penitenciario. Según Cesar Manzanos Bilbao, de Salhaketa, entre 1998 y 2002 se produjeron «8.000 muertes prematuras» que pudieron ser evitadas sólo con ser aplicada en rigor la legislación penitenciaria. «Los suicidios oficiales en prisión representan un tasa de 68 anuales por cien mil habitantes, lo que significa que en una institución pública supuestamente dedicada a la rehabilitación de las personas sujetas a su custodia, la tasa de suicidios es 11 veces superior a la de la población total que en el estado se sitúa entre el 4 y el 6 anuales por cien mil habitantes. Las tasas de suicidios sólo son superadas por Francia y el Reino Unido, países europeos donde al igual que en el caso español, se dan los mayores índices de masificación y hacinamiento en prisión… Según las fuentes oficiales en los últimos cinco años se ha producido un incremento progresivo de los «suicidios» en prisión (de 20 en el 2001 a una estimación de 34 para este año)».

¿Que dibujo una ley de la selva? La ley de la selva es un clima, un caldo de cultivo, un sistema de relaciones sociales, económicas, morales, de poder. Ahí está cada día, en la vida como un campo de batalla. Basta observar un poco para verlo, basta ensimismarse en el desahogo de un salario, un concurso, un coche o una pesadilla, para no mirar y hacer oídos sordos.