El 7 de julio fue asesinado el presidente de Haití, Jovenel Moïse, luego de ser brutalmente torturado y desmembrado. Tal magnicidio fue realizado por un grupo de mercenarios integrado por 26 colombianos y 2 estadounidenses de origen haitiano residentes en Miami. Esos mercenarios fueron hasta hace poco tiempo miembros activos del Ejército colombiano.
Del grupo de sicarios forman parte militares que están siendo investigados por haber participado en asesinatos en Colombia (en los mal llamados “falsos positivos”) y uno de ellos, Mauricio Groso Guarín, es primo hermano de Rafael Guarín, el Alto Consejero Presidencial para la Seguridad del gobierno de Iván Duque, el mismo que de inmediato salió a decir que no conocía a su primo, nunca lo había tratado y tampoco sabía que había sido miembro del Ejército. ¡Como suele suceder con los uribeños, todo se hace a sus espaldas y ellos inocentes como mansas palomas!
Rafael Guarín, Alto Consejero Presidencial para la Seguridad y su primo-mercenario, Mauricio Grosso Guarín. “No lo conozco”, como en la canción vallenata de Diomedes Diaz.
Como en tan vil asesinato está comprometido el Ejército colombiano, a través de falsimedia criolla (con la revista Semana a la cabeza) se empezó a difundir la versión que los “pobres” e “indefensos” sicarios colombianos habían sido engañados y se habían convertido en “victimas”. Si esos militares eran tan profesionales en matar y torturar por qué dejaron tantas huellas, ya que actuaron como un elefante en una cristalería. La respuesta fácil que se dio es que eran inexpertos, casi unos novatos en esas “exigentes” labores del sicariato internacional.
Una respuesta simple como esta elude el asunto de fondo: ¿Dónde y con qué doctrina fueron formados estos mercenarios? ¿Quiénes los capacitaron y con qué objetivos?
Si se mira la historia contemporánea de Colombia y el papel que en ella han desempeñado las fuerzas militares se podrá responder a estas preguntas sin mayor problema. Para empezar, lo que acaban de realizar los mercenarios colombianos en Haití no es novedoso en términos de realidad nacional. Eso mismo es lo que hacen las fuerzas militares, incluyendo a la policía, en nuestro país desde hace 70 años y han dejado a su paso una interminable estela de sangre y horror. En su prontuario deben contabilizarse miles de masacres, torturas, desapariciones, bombardeos, fosas comunes, principalmente en zonas rurales, pero que en los últimos meses se ha hecho evidente en las ciudades, como se comprueba con las decenas de colombianos asesinados durante el paro nacional por fuerzas policiales, militares y paramiitares. Por si hubiera dudas, deben recordarse los asesinatos de Estado mal llamados “falsos positivos”, con miles de colombianos masacrados con saña y premeditación por grandes “héroes” de la patria, bajo la conducción de varios matarifes vestidos de civil.
No otro puede ser el resultado de unas fuerzas armadas que han sido adiestradas en la doctrina de la Seguridad Nacional, del enemigo interno, del anticomunismo y a las que se les ha enseñado que todo aquel que encarne algún tipo de reivindicación social es un peligroso subversivo vestido de civil, que debe ser dado de baja. Por ello, no sorprende que a los mercenarios colombianos los hayan detenido en la casa en la que se alojaban y dormían a pierna suelta como si nada debieran, con un gran arsenal de armas y con sus pasaportes en regla, donde esperaban tranquilamente a que les dieran el trato de héroes que siempre se les ha dado en Colombia. Claro, porque así los formaron. En este país les enseñaron que podían matar, torturar y desaparecer a los pobres a la luz del día y eso no es ningún problema, antes, por el contrario, ese tipo de accionar les abre las puertas a las condecoraciones, ascensos y reconocimientos en su Hoja de Muerte. Con esos antecedentes, a esos mercenarios formados por las Fuerzas Armadas de Colombia, les debió sorprender que los capturaran y no que los aplaudieran, lo que se suele hacer en este país del sagrado corazón.
En escuelas militares en las que se forma a la tropa con cánticos en los que se exhorta a matar y violar a cualquier mujer, que otra cosa distinta podía esperarse, aparte de formar sicarios y mercenarios. Esta es la escuela nacional de contrainsurgencia, en la que se ha enseñado a los militares a odiar, perseguir y matar a la población colombiana. No debe extrañar, en consecuencia, que entre los mercenarios de Haití se encuentren militares con una sangrienta hoja de servicios en contrainsurgencia, con distinciones y condecoraciones por formar parte de comandos especiales que tienen experticia en operaciones de matar y arrasar con lo que se encuentra a su paso. Por ello, que hayan torturado y asesinado al presidente de Haití ni es extraño ni es un descuido de inexpertos. No, ese es el comportamiento típico de los militares en Colombia que torturan y matan a los colombianos pobres y humildes desde hace décadas, sin que eso genere ningún escándalo. Al respecto debe recordarse que desde la década de 1960 en las fuerzas armadas de Colombia se impuso la tristemente célebre “Doctrina Matallana” (que lleva el apellido del militar que la enuncio, José Joaquín Matallana) que sintéticamente dice: “Primero se dispara y luego se averigua”. Eso exactamente fue lo que hicieron en Haití los sicarios-mercenarios del Ejército colombiano: primero torturaron y mataron y luego se enteraron de que habían asesinado al mismísimo presidente de Haití y cuando lo supieron enseguida procedieron a decir que no lo querían matar, que fue un error, que ellos solo querían darle unas caricias muy al estilo colombiano, pero que culpa si ellos siempre hacen eso en nuestro país sin importar que al final se les haya ido la mano y se les muera el civil. ¿Por qué tanto escandalo con un muerto más -aunque sea el presidente de otro país- por parte de los sicarios de las fuerzas armadas de Colombia, si eso es parte de su labor cotidiana en nuestro territorio? Eso es lo que deben pensar en su fuero interno los militares involucrados en este crimen y todos sus voceros en Colombia, empezando por los sicarios que ejercen de periodistas en falsimedia criolla.
Pero también debe considerarse la formación internacional como sicarios y mercenarios que brinda Estados Unidos, a través de la Escuela de las Américas, esa fábrica internacional de torturadores y asesinos con uniforme. En el caso de los asesinos del presidente de Haití, el Departamento de Defensa (sic) señala que han “recibido algún tipo de educación [sic] y capacitación financiadas y proporcionadas por Estados Unidos”. En efecto, el Departamento de Defensa de ese país indicó que hasta el momento tiene información de que en ese país se formaron siete de los colombianos que masacraron al presidente de Haití y que los entrenó en “operaciones antidroga, capacitación en liderazgo de unidades pequeñas, capacitación en derechos humanos, capacitación médica de emergencia, alguna capacitación en mantenimiento de helicópteros”, entre otras. En la comunicación oficial, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos insinúa que no hay que hacer tanto ruido porque los mercenarios hayan sido formados en ese país, puesto que se trata solamente de “un pequeño número de colombianos detenidos” y, además, señaló que este tipo de entrenamiento es “muy común” y no condujo ni alentó a “lo que sucedió en Haití”.
A ver, examinemos lo que dice la información oficial de los Estados Unidos. Primero que era un pequeño grupo de solo siete mercenarios colombianos, sí, pero siete de 26 es casi una tercera parte, una cifra significativa. Es decir, un treinta por ciento de los mercenarios colombianos que asesinaron a Moise fueron entrenados en los Estados Unidos. Agreguemos que la capacitación que allí ofrecen incluye la participación en magnicidios, atentados, saboteos, torturas, como bien lo saben los militares latinoamericanos formados en la Escuela de las Américas. Incluso este sello de muerte Made in Usa, que tan bien han replicado los militares-mercenarios-sicarios colombianos es aplaudido por el Ministerio de Defensa de los Estados Unidos cuando dice, refiriéndose a los sucesos de Haití: “No conozco ningún plan en este momento, como resultado de lo que sucedió en Haití, para que reconsideremos o cambiemos esta capacitación de liderazgo ético, muy valiosa, que continuamos brindando a socios en el hemisferio occidental y a socios alrededor del mundo”. Ese liderazgo ético (sic) del que tanto han aprendido las fuerzas militares de Colombia prepara para matar y torturar como lo vienen haciendo desde hace 70 años en nuestro territorio y contra nuestra población pobre y que ahora de Colombia se exporta para el mundo, tal y como se ha comprobado en Haití.
O, como lo ha dicho sin aspavientos ni filtros, la precandidata presidencial María Fernanda Cabal, tan ligada a sicarios con y sin uniforme de los Ejércitos Anti-restitución de Tierras: “Es que el Ejército no está para ser damas rosadas, el Ejército es una fuerza letal de combate que entra a matar”.