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ESMAD: ¿escuadrón móvil antidisturbios? No, todo lo contrario

Fuentes: Rebelión

A propósito de las manifestaciones a favor de la Universidad Pública y, más allá, sobre educación gratuita y de calidad, así como contra la mal llamada Ley de Financiamiento, eufemismo por Reforma Tributaria (y a la vez por presión del FMI a Colombia para que pague su deuda externa), la que sin aplicarse aún ha […]

A propósito de las manifestaciones a favor de la Universidad Pública y, más allá, sobre educación gratuita y de calidad, así como contra la mal llamada Ley de Financiamiento, eufemismo por Reforma Tributaria (y a la vez por presión del FMI a Colombia para que pague su deuda externa), la que sin aplicarse aún ha comenzado a cobrarse en la mayoría de productos de la bolsita (no canasta) familiar, hay que hacer precisiones sobre el «Escuadrón Móvil Antidisturbios», ESMAD, unidad especial de la Dirección de Seguridad Ciudadana (DISEC), de la Policía Nacional. Su misión básica: 1. Controlar disturbios. 2. Restablecer el orden. 3. Mantener la seguridad de los habitantes. Se creó, en el gobierno Pastrana, por directiva transitoria N° 0205, del 24/feb/1999, «para solventar una coyuntura temporal» (como el IVA, otra, que ahora se pretende aumentar, no disminuir). Luego, por Res. N° 01363, 14/abr/1999, su director, Gral. Rosso José Serrano, lo formaliza. Finalmente, el 17/jul/2007, se aprueba la Res. N° 02467, por la que se crea «el distintivo del Curso de Control de Multitudes de los Escuadrones Móviles Antidisturbios de la Policía Nacional».

Cada escuadrón se compone de cinco oficiales, ocho suboficiales y 150 patrulleros; ¿unidad mínima de intervención?: un oficial, cuatro suboficiales, 50 patrulleros. Sus miembros llevan protector corporal, 12 kilos, un bastón tonfa, escudo antimotines, apoyados por tanquetas que disparan agua a presión y quienes pueden hacer detenciones «de ciudadanos que sobrepasen la autoridad». Los eventos con mayor presencia del ESMAD son: paros nacionales de campesinos y de transporte, protestas en universidades públicas y privadas, partidos de fútbol profesional. Tiene presencia permanente con 23 escuadrones, en 20 ciudades: tres en Bogotá, dos en Medellín y uno en 18 más, donde operan dentro de su área de influencia: Barrancabermeja, Barranquilla, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Cúcuta, Ibagué, Manizales, Montería, Neiva, Palmira, Pasto, Pereira, Popayán, Riohacha, Valledupar, Villavicencio, Yopal. Son unidades desconcentradas de la DISEC y dependen para operar de los comandos de región: es decir, descentralización, ahí sí, a conveniencia, no aplicable para otros efectos.

He ahí la parte formal; ahora, veamos la real. Vale hacer un balance entre lo que piensan defensores y opositores del organismo: más allá de la polémica, hay que dejar en claro que lo que unos y otros opinan puede contrastarse con los hechos presentados recientemente a raíz del paro universitario y de la defensa de la Universidad Pública, por una educación gratuita y de calidad, como la que se da en países que piensan primero en ella y luego en la guerra o en la seguridad «nacional»: ese caballo de batalla al que se podría llamar también nacionalismo, patrioterismo, chovinismo a ultranza. Siete países donde la enseñanza es gratuita, con universidades cuya mayoría es financiada por el Estado y con excelentes programas de becas, salud, alimentación y transporte gratuitos, nos sirven de referencia para saber por qué los estudiantes hoy luchan en Colombia por conseguir algo que se parezca, aunque sea mínimamente, claro, nadie aspira a un jardín de rosas educativo: Alemania, Austria, Brasil (obvio, ya no será así con Bolsonaro, quien ahondará en el PEC 55, de su cómplice Temer: medida que afecta a las poblaciones de estrato bajo, negra sobre todo, en salud, educación, vivienda, alimentación o fuentes de trabajo y que, poco a poco, acabará con la Universidad Pública), Chipre, Finlandia, Grecia y Noruega.

Los defensores del ESMAD, en general simpatizantes de políticos de derecha y, sobre todo, de extrema derecha, tienden a justificarlo, bastante a ciegas puesto que se dejan llevar por las informaciones de medios poco objetivos y que dependen del escándalo para su supervivencia, opinando, conjeturando, especulando que las manifestaciones suelen derivar en actos vandálicos generados por los estudiantes, a los que tildan de «subversivos, guerrilleros, comunistas», o el MinDefensa, en realidad MinGuerra, Guillermo Botero, sale a criminalizar la protesta, sin ningún asomo de respeto por los incriminados, por los sospechosos de siempre que, en la mayoría de los casos, resultan convertidos en carne de cañón por los responsables de nunca. Hoy, si algo queda claro, con los hechos recientes de protesta pacífica, consensuada, deliberante y organizada, como en los casos de la Universidad Nacional, la UPN y la Distrital, a las que se han unido, de forma espontánea, Los Andes y el Externado, es que el ESMAD ha generado los problemas, ya no disturbios, porque para eso se necesitan dos, en las calles bogotanas. De eso hay innúmeros testimonios de primera mano, de periodistas de medios alternativos, de defensores de DD.HH (y aquí cabe preguntar: ¿quién defiende a los defensores?) y de espontáneos que desde sus casas o lugares de trabajo captaron con su celular o con sus cámaras los desafueros del ESMAD, tanto en prensa, aunque menos, como en redes sociales, mucho más y los que hoy circulan por el mundo.

Los opositores al ESMAD, estudiantes, padres de familia, defensores de DDHH, ONGs como CJAR y otras, ellos sí con argumentos basados en la dialéctica, en la experiencia y en el roce diario con ese cuerpo, acusan a sus miembros de actuar haciendo uso ilegítimo, abusivo y desmedido de la fuerza. Las2Orillas, v. gr., da cuenta del «negro historial del Esmad», con «18 muertos en Bogotá» (15/nov/2018), desde su creación hasta hoy y por los cuales no ha habido una sola sanción, mucho menos una condena. Paralelo a eso ha sido denunciado por infiltración de civiles (el portal citado habla de cinco) que viajan en motos policiales, con casco y cámaras para fotografiar a quien les interesa denunciar, ayudar a detener (como pasó con un defensor de DD.HH, al que se desnudó, golpeó y humilló, frente a la impotencia de sus compañeros) y entregar al ESMAD o en buses fletados por la Policía (hay videos); el uso de armas no convencionales, balas de goma y aturdidoras, granadas dispersoras recargadas con objetos contundentes o filosos, gases lacrimógenos, porra y teaser y, más allá, por tortura, violaciones, empalamientos, chantajes, uso de armas atípicas, hasta desaparición (cinco de la UPN) y asesinato de manifestantes. Así que más que de polémica se trata del conflicto entre los dos tipos de opinión: la doxa, común, la de la conjetura y la especulación que asiste a los defensores; y la episteme, conocimiento, la de la documentación y argumentación que socorre a quienes se oponen a que el ESMAD continúe, dados sus comprobados desafueros, dadas sus temerarias y consentidas extra limitaciones.

Se ha dicho que tanto defensores como detractores del ESMAD objetan mutuamente sus acusaciones y argumentan con base en documentos, testimonios, videos, que registran tanto cada desmán del ESMAD como los (supuestos) actos de vandalismo de los manifestantes. Sin embargo, en ambos casos la situación objetiva favorece hoy a quien protestan, no a quienes los reprimen, golpean con violencia, torturan, desaparecen y/o asesinan. Y aunque se diga que a pesar de la gravedad de los hechos violentos, «la mayoría no se denuncia por la dificultad en identificar a los agresores, obtener pruebas, o porque no existen los mecanismos legales suficientes», la verdad, esto se queda sin piso argumentativo, jurídico, mediático, cuando se evidencian las arremetidas de las tanquetas intentando atropellar al transeúnte que se atraviese o de las motos por las calles tratando de capturar y maltratar a quien se aparezca o de los llamados robocops golpeando salvajemente a inocentes que, con las manos en alto, apenas gritan: «¡Sin violencia! ¡Sin violencia!» o, sencillamente, sacando sus armas, balas de goma o aturdidoras, gases lacrimógenos y porras para descargarlas contra quienes solo buscan justicia social, mejoramiento de la educación pública, mayor cobertura en salud, digna condición de vida y mayores fuentes de trabajo. Aun sabiendo que, al menos en esos cinco sectores, la situación del país no está para cucharas, remedios, tableros, balanzas o empleos.

En conclusión, sobre las protestas a favor de la educación pública, gratuita y de calidad, así como en contra de la Reforma Tributaria, el ESMAD ha jugado un papel nefasto y atentatorio contra su fin misional: no ha controlado disturbio alguno, sino que los ha provocado, en medio de manifestaciones y protestas pacíficas de estudiantes y espontáneos; no ha restablecido el orden, sino que ha generado caos y confusión; no ha garantizado la seguridad de los habitantes, ya que con sus acciones ha ayudado a expandir la inseguridad y no en términos abstractos sino concretos, como lo certifican los 18 muertos que, solo en Bogotá, ha tenido un ente creado como medida «coyuntural/temporal» y que, como el IVA y la renuencia oficial a asignar presupuesto para la U. Pública, hoy tienen contra las cuerdas a los sectores menos favorecidos, para no hablar solo de esa gaseosa clase media, y a las puertas de una tragedia humanitaria, por el desdén de los dirigentes y, en concreto, de un presidente que prefiere reunirse con Maluma/Dangond/Vives, o visitar al Papa o buscar en Francia indulgencias que no se merece (y en nutrida compañía, a costa del erario), antes que atender lo esencial para el bien-estar (sic) de un pueblo. Es decir, se va de rumba, mientras el país nacional se derrumba y el país político se envanece mediante promesas no cumplidas, jueces venales y medios mortales. Así que, para terminar, el ESMAD es un organismo prodisturbios y no antidisturbios, porque no ha cumplido ninguno de los tres mandatos para los que se creó y hoy se debate, sin tautologías, entre la muerte y su propia, justa e inevitable muerte.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Su libro Ocho minutos y otros cuentos, fue lanzado en la XXX FILBO (7/may/2017), Colección 50 Libros de Cuento Colombiano Contemporáneo (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por su trabajo sobre MLK, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión y desde el 23/mar/2018, columnista de EE.

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