El 1 de junio de 1934, procedente de Barcelona, el poeta Pablo Neruda llegó a la Estación del Norte de Madrid. Allí, en el mismo andén, Federico García Lorca le recibió con un ramo de flores. Se habían conocido en octubre del año anterior en Buenos Aires. Era el inicio de dos años intensos y […]
El 1 de junio de 1934, procedente de Barcelona, el poeta Pablo Neruda llegó a la Estación del Norte de Madrid. Allí, en el mismo andén, Federico García Lorca le recibió con un ramo de flores. Se habían conocido en octubre del año anterior en Buenos Aires. Era el inicio de dos años intensos y plenos para Neruda, quien cumplió en Madrid los 30 años. Pronto se instaló en la Casa de las Flores, en el barrio de Argüelles, en un quinto piso que tenía una vista espléndida de la sierra de Guadarrama y del prodigioso cielo de Madrid, que él definiría como «océano de cuero» en España en el corazón.
Pronto, el cónsul chileno en Madrid se relacionó cotidianamente con los grandes poetas, artistas e intelectuales de la España de la II República: Rafael Alberti y María Teresa León, Vicente Aleixandre, León Felipe, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, Maruja Mallo, José Caballero, Alberto Sánchez, Alfonso Buñuel… En Madrid también, el 18 de agosto de 1934, nació su única hija, Malva Marina, y pronto conoció a quien sería su segunda esposa, Delia del Carril, La Hormiguita, quien tuvo una influencia importante en su evolución política.
Aquel niño retraído que se convirtió tempranamente en poeta en Temuco, en medio del maravilloso paisaje de la selva austral, que publicó sus primeros libros de poesía en Santiago en los años 20 y que conoció la amargura de la soledad en sus cinco años como diplomático en Oriente, vivió en Madrid dos años y medio que le marcaron para siempre. La recepción de la que disfrutó en España fue extraordinaria.
– El preludio fue el recital de poesía que ofreció el 6 de diciembre de 1934 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, con una memorable presentación de Federico García Lorca. Entre quienes le escuchaban estaban Miguel Hernández y Camilo José Cela.
– En abril de 1935, los poetas de la Generación del 27 y otros más jóvenes le brindaron un brillante tributo, expresado en el documento titulado Homenaje a Pablo Neruda, cuando en Chile arreciaban los ataques contra él de parte de Vicente Huidobro y Pablo de Rokha.
– En septiembre de 1935, la editorial española Ediciones del Árbol publicó el segundo volumen de Residencia en la Tierra y editó por primera vez en España el primero. «Nos hallamos ante el más grande de los poetas americanos de esta hora», señaló el diario madrileño El Heraldo el 10 de octubre de 1935.
– En el último trimestre de 1935 apareció el primer número de la revista Caballo Verde para la Poesía («Verde», a pesar de la insistencia de Rafael Alberti en que se llamara «Caballo Rojo»…), que Neruda dirigió. Los cuatro números que llegaron a publicarse son un verdadero tesoro literario (pueden verse en internet). Ciertamente, también marcaron el inicio de la polémica poética entre Juan Ramón Jiménez y el autor de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Junto con esta intensa actividad literaria, el cónsul general de Chile en España, Tulio Maquieira, evaluaba de manera positiva su desempeño como jefe de la oficina consular en Madrid, tal y como resaltó en un oficio de tres páginas remitido al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile el 24 de diciembre de 1935.
ESPAÑA EN GUERRA
1936 empezó con España inmersa en la campaña de las elecciones legislativas convocadas para el 16 de febrero por el presidente de la II República, Niceto Alcalá Zamora. El domingo 9 de febrero, una semana antes de la votación, Neruda asistió en el Café Nacional a un almuerzo de recibimiento a Alberti y María Teresa León. En aquella celebración Federico García Lorca leyó el manifiesto «Los intelectuales, con el Bloque Popular», suscrito por más de trescientas personalidades. El triunfo del Frente Popular devolvió el Gobierno a la izquierda y tuvo un notable impacto en Chile: pocos días después, los partidos Radical, Comunista y Socialista fundaron acá el Frente Popular.
A principios de 1936, en la colección denominada Ediciones Héroe (fundada por Manuel Altolaguirre y Concha Méndez) publicó su libro Primeros poemas de amor, con nueve de los poemas de su libro más popular. El 20 de abril participó en el homenaje a Luis Cernuda por la publicación de La realidad y el deseo y el 2 de junio intervino en el recital poético que clausuró la cuarta edición de la Feria del Libro de Madrid junto con García Lorca, Alberti y Cernuda. Nada más y nada menos. ¿Se imaginan ese recital poético?
El sábado 11 de julio, Federico García Lorca cenó en la Casa de las Flores y dos días después viajó a Granada en tren. La tensión política y la conspiración de la derecha monárquica y de los generales africanistas rasgaban el verano español de 1936. El 17 de julio, a las cinco de la tarde, en el territorio español de Marruecos un sector de las Fuerzas Armadas se sublevó contra el Gobierno legítimo de la II República. En los días siguientes el golpe de Estado solo triunfó en una parte de España: a excepción de Sevilla y Zaragoza, las principales ciudades permanecieron leales a la República.
Como ha explicado el profesor Ángel Viñas, la rápida intervención de las potencias fascistas (la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini), así como la hostilidad británica hacia la República y la pasividad francesa otorgaron una ventaja decisiva a los facciosos, liderados muy pronto por el general Francisco Franco, tras la muerte del general Sanjurjo y la incapacidad del general Mola para avanzar hacia Madrid.
Pablo Neruda fue testigo de los combates en Madrid, de la lucha de los milicianos en el Cuartel de la Montaña, muy próximo a la Casa de las Flores. Como cónsul, asumió un intenso trabajo de protección de la colonia chilena, siguiendo las instrucciones que Tulio Maquieira le remitía desde Marsella
A fines de julio de 1936, se difundió el manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que impulsó una publicación legendaria: El Mono Azul. En su quinto número, fechado el 24 de septiembre, Neruda publicó de manera anónima su poema «Canto a las madres de los milicianos muertos», que leyó el 12 de octubre de aquel año en Cuenca ante campesinos, obreros y ganaderos, en un mitin republicano. Entonces ya se había confirmado el asesinato en Granada de García Lorca. La guerra de España y la muerte de Federico cambiaron su vida y su poesía.
«Empecé a ser comunista en España, durante la Guerra Civil», explicó Neruda en 1971. «La República era para mí el renacimiento de la cultura, de la literatura y de las artes en España. Federico García Lorca es la expresión de esta generación poética (…) la destrucción física de estos hombres fue para mí un drama. Toda una parte de mi vida terminó así en Madrid». Como dijo en otra ocasión, «la luz y la sangre de la República» le acompañaron siempre.
En octubre de 1936, la situación era crítica para la República. Las tropas franquistas estaban ya a orillas del Manzanares, en la Casa de Campo, en la Ciudad Universitaria… La Junta de Defensa y el Quinto Regimiento evacuaban a Valencia, donde se instaló el Gobierno, a numerosos artistas, intelectuales, médicos o poetas como Antonio Machado. La madrugada del 8 de noviembre, después de semanas de bombardeos sobre Madrid, Neruda, Delia del Carril, Alberti, María Teresa León, Luis Enrique Délano, Lola Falcón y su hijo Poli (de seis meses y medio) partieron hacia Valencia y después Barcelona en un vehículo con placa diplomática. Neruda alcanzó a ver el desfile por Madrid, camino del frente, de los Voluntarios de la Libertad, de las Brigadas Internacionales, a quienes dedicaría un bellísimo poema en España en el corazón.
En diciembre, en Montecarlo, Neruda acordó la separación con Maruca Hagenaar, quien se quedó al cuidado de Malva Marina. A principios de 1937, Delia del Carril y él se instalaron en París.
LA POESÍA CONTRA EL FASCISMO
La resistencia del pueblo republicano español, el primero que en Europa hizo frente con las armas al avance del fascismo, despertó una solidaridad internacional nunca antes conocida. En el terreno cultural, poetas, escritores, artistas e intelectuales de todo el mundo brindaron su genio a la defensa de la libertad y la democracia en España. El poeta británico Wystan Hugh Auden lo exaltó en su célebre poema «Spain 1937», en el que declaró que la misión de aquel momento era la lucha contra el fascismo. Chile no fue ajeno a aquel movimiento de solidaridad y a principios de 1937 se publicó el libro Madre España, dedicado a García Lorca, con poemas de Juvencio Valle, Pablo de Rokha, Huidobro, Volodia Teitelboim o Neruda y epílogo de la filósofa española María Zambrano.
El 9 de marzo de 1937, el periódico Nuestra España, que se editaba en París, publicó una carta de Neruda «a mis amigos de América», un texto en el que explicó, de nuevo, las razones de su solidaridad con la República, a pesar de las admoniciones que recibía de sus superiores para que permaneciera neutral. Vinculado al servicio diplomático chileno desde hacía una década, aún era formalmente el cónsul chileno en Madrid aunque ya no recibía ingresos por encontrarse fuera de España. «Este es mi pecado del cual estoy orgulloso», le dijo al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, José Ramón Gutiérrez, en una carta fechada el 3 de agosto de 1937.
En el primer semestre de 1937, Pablo Neruda y Nancy Cunard editaron seis números de un cuaderno de poesía titulado Los poetas del mundo defienden al pueblo español. Asimismo, en París, Neruda logró un empleo en la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, que presidía el poeta Louis Aragon, y participó en la preparación del II Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura, que se celebró entre el 4 y el 17 de julio de 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París. El 1 de julio, El Mono Azul publicó en primera página su poema «Es así», que en España en el corazón adoptaría el título de «Explico algunas cosas».
En los primeros días de octubre de 1937, Pablo Neruda regresó a Chile en el buque de carga Arica, que partió de Amberes. A bordó terminó su libro España en el corazón. De regreso en su país después de cuatro años, se concentró en la lucha política desde su trinchera literaria. Fue el primer presidente de la antifascista Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura. A mediados de noviembre de 1937 vio la luz su libro España en el corazón, que abría el manantial de su poesía política y de sus versos de movilización y combate. La edición que Manuel Altolaguirre dirigió un año después en el monasterio catalán de Montserrat lo convirtió en un libro legendario.
Neruda participó activamente en múltiples actos de apoyo a la España republicana, como la masiva concentración celebrada el 12 de octubre de 1937 en el Parque Cousiño. El 25 de octubre de 1938, la victoria del Frente Popular y de don Pedro Aguirre Cerda marcó un punto de inflexión en la historia de Chile. Si el joven diputado Salvador Allende fue el jefe de la campaña en Valparaíso, Neruda tuvo un papel destacado desde el ámbito cultural y con el altavoz del periódico Aurora de Chile, la segunda gran publicación que dirigió.
LA EPOPEYA DEL WINNIPEG
En el invierno gélido de 1939, tras la caída de Barcelona en manos de las tropas franquistas, se desencadenó un éxodo hacia Francia de centenares de miles de personas, en medio de la nieve, el hambre y la desesperación y también de los bombardeos de la aviación de Franco. La prensa internacional (revistas como Match por ejemplo) dedicó muchas páginas a la penosa situación de los centenares de miles de republicanos españoles encerrados y hacinados en los campos de concentración de la costa mediterránea francesa en condiciones espantosas (Argeles-sur-Mer, Barcarés o Saint Cyprien).
El 5 de marzo de 1939, el Ministerio de Relaciones Exteriores le designó Cónsul para la Inmigración Española con sede en París. Neruda se embarcó en Buenos Aires, donde participó en un acto de solidaridad con el exilio republicano español, al igual que el 24 de marzo en Montevideo, en el Teatro Mitre, donde denunció la situación de los refugiados españoles en el sur de Francia y logró comprometer ayuda económica para los refugiados de organizaciones de apoyo a la República Española de Argentina y Uruguay. El 8 de mayo se instaló en la Embajada de Chile en París e inició las gestiones que permitieron el viaje del Winnipeg.
El 20 de mayo, remitió un informe al ministro de Relaciones Exteriores para informarle de la evolución de su labor respecto a «la posible inmigración de españoles refugiados en Francia». Le relató que varias instituciones republicanas en el exilio les ayudaban y, según las cifras del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), estimó en casi medio millón los españoles desplazados a Francia. Asumió el interés de su Gobierno por «captar» pescadores vascos y obreros cualificados catalanes y propuso una selección especial de maestros, intelectuales y periodistas. En cuanto al transporte y establecimiento de los refugiados, informó que el SERE y los comités republicanos y de solidaridad en Sudamérica costearían el viaje y proporcionarían fondos a quienes carecieran de ellos para sus dos primeros meses en Chile.
El 3 de junio, en un nuevo informe al ministro, dio a entender que ya estaba casi cerrada la contratación del Winnipeg y que, de sus mil ochocientas plazas, solo había reservado veinticinco para intelectuales y profesionales, mientras que el resto serían obreros y campesinos, tal y como marcaban las instrucciones del Presidente. Asimismo, comunicó el procedimiento adoptado para seleccionar a las personas que viajarían a Chile en coordinación con el SERE.
El 13 de junio, comunicó a su ministro, Abraham Ortega, que eran «innumerables» las peticiones de refugiados españoles para embarcarse, pero en aquel momento, «después de un mes de arduo trabajo», solo había autorizado el visado de veinticinco pasaportes. Señaló también que gracias a sus gestiones en Buenos Aires habían recibido ya la suma de tres millones de francos para financiar el viaje y anunció para principios de julio la partida del Winnipeg desde Burdeos con mil seiscientos refugiados españoles.
Dos días más tarde, el Ministerio envió al cónsul en París un conjunto de puntualizaciones sobre los refugiados españoles, que, en función de lo expresado públicamente por Aguirre Cerda, debían ser solo «hombres de trabajo». Prohibieron la llegada de intelectuales, maestros, periodistas y de exmiembros de las Brigadas Internacionales, a pesar de las peticiones respecto a este último punto llegadas de distintos lugares de Sudamérica.
Después de que Neruda remitiera un informe el 17 de junio relatando las labores de obstrucción a su trabajo de determinados funcionarios del Consulado, aquel mismo día el ministro Ortega le ordenó que el contingente no partiera sin la autorización previa del Ministerio, porque «el Comité está recién formado» y carecía de medios para recibirlos. El 21 de junio, a través de un oficio, Neruda le expresó su sorpresa por la orden de paralizar la partida del Winnipeg y le recordó que el SERE y la Federación de Organismos de Ayuda a los Refugiados Españoles (FOARE) de Argentina cubrían cubrir el coste del viaje y de la estancia inicial en Chile de los refugiados. En sus memorias, el poeta relató que al recibir aquella instrucción decidió consultarlo con el presidente Juan Negrín, con quien había trabado una relación de amistad. Este le sugirió que hablara por teléfono con Abraham Ortega para aclararlo, algo nada fácil en aquel momento, puesto que exigía horas de espera y soportar ruidos ensordecedores y bruscas interrupciones.
El 23 de junio, después de aquella conversación telefónica, un nuevo telegrama del ministro señaló que el Gobierno aceptaba la llegada de alrededor de «1.600 republicanos españoles» previo depósito de tres millones de francos. Mientras tanto, la derecha chilena se oponía a la llegada de los refugiados, por lo que Ortega planteó su dimisión, pero el Presidente Aguirre Cerda la desestimó.
En julio de 1939, el periódico Aurora de Chile reprodujo un mensaje autógrafo de Neruda llamando a la solidaridad continental con los refugiados españoles: «América debe tender la mano a España en la desventura. Millares de españoles se amontonan en inhumanos campos de concentración, llenos de miseria y de angustia. Traigámosles a América». «Españoles a Chile!».
Una vez despejados todos los obstáculos burocráticos, la elección de los pasajeros del Winnipeg se resolvió en menos de seis semanas. En el informe final acerca de su gestión como Cónsul para la Inmigración Española, Neruda relató que en este punto mantuvo una estrecha colaboración con el SERE. Este organismo le enviaba las listas de los refugiados propuestos con unas fichas individuales llenas de datos personalizados y el cónsul general de Chile en Francia y él las revisaban y las devolvían al SERE con sus valoraciones para que procediera a convocar a las personas elegidas.
La oficina del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles estaba en la calle Saint Lazare número 94 de París. Desde allí se enviaron «avisos de embarque», como el que recibieron Romualda López Miguel y sus familiares: «Acordada por este SERE su evacuación a Chile, deberá usted presentarse en Burdeos indefectiblemente los días 29, 30 y 31 del corriente». Explicaba que allí habría agentes del SERE que les informarían de todos los trámites y de las instrucciones para su alojamiento. En algunos casos, los partidos también se dirigían a sus militantes. Por ejemplo, el 27 de julio Emilio Baeza, dirigente de Izquierda Republicana, envió una carta a Josefa García de Aulet para comunicarle que había sido propuesta por IR para «la próxima expedición a Chile del vapor Winnipeg, que saldrá de Burdeos el 3 de agosto y que su nombre ha sido aceptado por la Legación de dicho país».
Al llegar a Burdeos, todos los refugiados se sometieron a un examen médico y recibieron las vacunas pertinentes. Con el certificado de sanidad, obtuvieron la cédula de identidad en las oficinas del SERE, fueron entrevistados por Neruda y después el cónsul de Chile en Burdeos les extendió un visado. Con toda la documentación en regla subían al buque.
Todos los pasajeros recibieron el hermoso folleto Chile os acoge, diseñado por el refugiado Mauricio Amster, que incluía información sobre la geografía, la economía, la población (en aquel tiempo inferior a los cinco millones de habitantes) y la historia de su nueva patria, con fotografías del volcán Osorno, Puerto Montt, Lota o una oficina salitrera. Y un mensaje de Neruda: «Chile dista mucho de ser un Paraíso. Nuestra tierra solo entrega su esfuerzo a quien la trabaja duramente». «Nuestro país os recibe con cordial acogida. Vuestro heroísmo y vuestra tragedia han conmovido a nuestro pueblo. Pero tenéis ante vosotros solo una perspectiva de labor, que puede ser fecunda, para bien de vuestra nueva patria, amparada por su Gobierno de base popular».
El 4 de agosto de 1939 despidieron al Winnipeg en el muelle fluvial de Trompelougue, en Pauillac, en el estuario de la Gironde, el cónsul general de Chile en Francia, el encargado de negocios de la Embajada, representantes del SERE, del Gobierno de la República Española en el exilio y de la prefectura de la zona.
«La moral de todos los seleccionados es excelente. Tras los duros años de guerra y el severo régimen de los campos de concentración, donde su conducta ha sido ejemplar, van animados de un verdadero espíritu de sacrificio y con ansias de rehacer su vida en un ambiente de trabajo y paz», escribió Neruda en su informe final. En su décimo punto, desglosó por profesiones a los dos mil cuatro pasajeros que contabilizó: ciento setenta y seis trabajadores de la industria pesquera, doscientos ocho de la «industria gastronómica», doscientos cincuenta y tres de la agricultura y derivados, veintiuno de las industrias textiles… Iban también a bordo trescientos diez niños.
«El Winnipeg era una especie de arca de Noé española», señaló uno de sus pasajeros, Emigdio Pérez, quien tenía 19 años y militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas. «Yo he pensado a veces que Neruda quiso recoger en ese barco a un ejemplar de cada uno de los tipos de España. Había gente de todas las profesiones: profesores, intelectuales, artistas, campesinos, pescadores, agricultores, mineros… Gente de todas las edades: viejos, niños, mujeres, muchachos… Españoles de todas las provincias y regiones: canarios, asturianos, andaluces, vascos, catalanes, gallegos, castellanos, extremeños… Personas de las más diversas y variadas tendencias ideológicas, desde comunistas a anarquistas, republicanos, liberales…».
«A las nueve de la mañana suena la sirena del buque y levanta el ancla, paulatinamente nos vamos alejando del puerto», escribió a bordo Juan Guasch Oliver. Los sentimientos de los refugiados españoles eran confusos: por una parte, la añoranza ante el alejamiento de su país y la opresiva amargura de la derrota y la reclusión en los campos de concentración; por otra, la esperanza de una nueva vida en paz en un país lejano y desconocido.
El 15 de agosto, en la escala de la isla Guadalupe, donde se aprovisionaron de alimentos y agua, Raimundo Sala Blanch envió una carta a Neruda para agradecerle de corazón su inclusión en la expedición. «Estoy seguro de que mi conducta en Chile no le hará arrepentirse jamás de ello». Le relató que en los primeros días de navegación se habían dado cuenta de que la tripulación era insuficiente para atender todas las necesidades y doscientas personas se habían presentado voluntarias para trabajar en la sala de máquinas, las cocinas, los comedores, la limpieza, la enfermería, el parque infantil o la enseñanza. «En lo que se refiere a los niños hay un servicio especial de biberones para los cuarenta niños lactantes que hay a bordo, del que está encargada mi esposa». Y seis maestros se ocupaban de impartir tres horas de clase al día a los pequeños.
El 30 de agosto veinticuatro pasajeros descendieron en la ciudad de Arica y, por fin, la noche del 2 de septiembre el Winnipeg llegó a la incomparable bahía de Valparaíso. Pocos pasajeros pudieron conciliar el sueño en aquellas horas.
A las ocho y media de la mañana del domingo 3 de septiembre el Winnipeg atracó en la zona A del espigón, con un inmenso retrato del Presidente Pedro Aguirre Cerda pintado por Arturo Lorenzo sobre el fondo de una bandera chilena desplegada en su cubierta. Media hora después, el primer pasajero en tocar tierra chilena, Juan Márquez, gritó un efusivo «¡Viva Chile!». El historiador Leopoldo Castedo bajó con su hija Elena y algún chileno que miraba la escena le brindó una primera lección de chilenismos, que jamás olvidó, al exclamar: «Vi bajar por la escalerilla a un gallo con una cabrita de la mano». En la recepción, participaron el alcalde porteño, Pedro Pacheco, regidores, dirigentes sindicales y de los partidos de izquierda. La Banda Municipal interpretó los himnos de Chile y de la Republica Española, así como La Internacional.
Unos seiscientos refugiados se quedaron en Valparaíso y unos mil quinientos subieron al tren especial que los trasladó a las tres de la tarde a Santiago. Llegó a las nueve de la noche a la Estación Mapocho, donde les recibieron los miembros del comité responsable de la acogida, representantes de las entidades republicanas españolas y una verdadera multitud. «La muchedumbre nos abrazaba, lloraba con nosotros, nos vitoreaban. Era gente que había seguido día a día nuestra guerra, que había sufrido con nosotros, como si hubiera estado en el campo de batalla, que había perdido la guerra junto con nosotros. (…) No llegábamos a un país extraño. A tantos kilómetros de España, nos encontrábamos en un pueblo amigo y hermano. Cantaban nuestras canciones, las mismas que habíamos creado durante la Guerra Civil», recordó Emigdio Pérez. De allí fueron conducidos en autobuses a los centros Catalán, Vasco y Español y a la Casa América, donde se les tributó otra calurosa bienvenida y se les repartió por sus lugares de alojamiento provisional. El mismo día de su llegada la Confederación de Trabajadores difundió una cálida declaración de solidaridad hacia los «héroes de España», como los llamó el diario Frente Popular en su editorial.
El Gobierno de la República Española en el exilio, a través del SERE, Pablo Neruda, el Gobierno del Frente Popular y el pueblo chileno, con su calurosa acogida, proporcionaron una nueva vida a aquellos refugiados. Pero ellos también aportaron mucho: la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, editoriales como Cruz del Sur, la pintura de José Balmes o Roser Bru, los trabajos de historia de Leopoldo Castedo, de ingeniería de Víctor Pey o de tipografía de Mauricio Amster… marcaron una huella indeleble en la historia de Chile.
El episodio del Winnipeg unió y unirá siempre a España y a Chile. Creo que los demócratas españoles les devolvimos la mano a ustedes un 16 de octubre de 1998, cuando el juez Baltasar Garzón desafió la impunidad y se atrevió a dictar una orden de detención internacional contra el general Augusto Pinochet y la historia de este país empezó a cambiar positivamente…
El Winnipeg es uno de los episodios más hermosos de la extraordinaria vida de Pablo Neruda. «Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie», escribió en la revista Ercilla en 1969. Cuando los intentos, vanos intentos, por enlodar su buen nombre no decaen, a 80 años del Winnipeg (y 81 del libro España en el corazón), modestamente yo digo: GRACIAS POETA.
Texto de la conferencia inaugural de las Jornadas «A 80 años del Winnipeg«. Centro Cultural Estación Mapocho. Santiago de Chile, 27 de agosto de 2019.
Mario Amorós es historiador. Autor de la biografía Neruda. El príncipe de los poetas (Ediciones B, 2015, 624 págs.). Su nuevo libro es Pinochet. Biografía militar y política (Ediciones B, 2019, 832 págs.).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.