«Lo que hacen los hombres. Lo que llegan a hacer los hombres. Lo que hacen a diario, sin saber lo que hacen». Joan Solé, «El sacrificio de Ifigenia».
A esta altura de los acontecimientos uno no puede dejar de preguntarse si la estupidez y la crueldad acaso no son consustanciales a la condición humana. Porque allí donde se posa la mirada, una u otra, o ambas, no tardarán en aparecer. Hace poco recordamos la liberación del campo de concentración y exterminio de Auschwitz, con motivo de cumplirse los ochenta años de la misma. Y hoy asistimos, impotentes, al genocidio cometido por el estado de Israel contra el pueblo palestino, que -está claro- no se trata solo de un corrupto que se sostiene en el poder por efecto de una infame acción criminal por él instrumentada, sino de una política que lleva décadas de aplicación sistemática por un Estado que nada respeta, ahora convertida -esa política- en una orgía de sangre inocente.
Leo que la enseñanza fundamental de Jean Paul Sartre era esta: el hombre vino a este mundo para ser libre. Sabemos que la condición de ser humano, hasta no hace mucho tiempo, estuvo circunscrita a límites bastante estrechos. Ardua cuestión fue la de dilucidar si los indígenas del Nuevo Mundo eran hombres con alma, como los conquistadores, o, más recientemente, el concepto de «subhumano» (Untermensch), que fue utilizado por los nazis y así caracterizado: «Aunque tiene características similares de las de un humano, el subhumano está más bajo en la escala espiritual y psicológica que cualquier animal». Indígenas, judíos, gitanos, eslavos, y también discapacitados, homosexuales, socialistas y comunistas, a todos ellos fue lícito arrebatarles, en primer lugar, su libertad. Para que fueran privados de sus bienes, explotados y asesinados bastó el convencimiento de que estaban por lo menos un escalón por debajo de lo humano.
Creo que no debería parecer extemporáneo reflexionar aquí y ahora, en estos tiempos convulsos, a propósito del concepto sartreano de que el hombre y la libertad son una y la misma cosa. Me referí antes a un hecho de la Segunda Guerra Mundial y lo relacioné con otro de estricta actualidad y no puedo dejar de hacer otro tanto a propósito de las declaraciones de Winston Churchill cuando escribió, finalizado aquel conflicto, que el gobierno del mundo debía confiarse a las naciones satisfechas, a hombres ricos que vivan en paz en sus moradas (1) y lo manifestado hace poco por Noam Chomsky: «la aspiración de los trabajadores de hoy es servir a sus dueños».(2). Está claro que la cuestión de la libertad atraviesa todos estos hechos, y que lo interesante del último es que introduce explícitamente la cuestión de la elección. Libertad, elección, responsabilidad son todos conceptos interrelacionados, siendo el primero, la libertad, el fundamento. Opuesto a él, el determinismo que sostiene que todo en la vida responde a fuerzas que están más allá de las posibilidades humanas y por lo tanto no tiene sentido discurrir sobre la responsabilidad del ser humano por lo que hace o deja de hacer.
Con fundamento entonces en la libertad, el hombre se da a sí mismo el ser a través de sus elecciones. Sin una «esencia» de la que sea portadora desde su nacimiento, el hombre es lo que hace, a través de sus elecciones, con lo que hicieron de él. A los conceptos arriba mencionados hay que agregar el de compromiso: para el individuo es ineludible el compromiso con las estructuras sociales de su época, y cuando hay compromiso, estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros (3)
Esto que parece un desprolijo repaso de algunos conceptos básicos de la filosofía de Sartre, no tiene otra finalidad que resaltar, por contraste, algunos aspectos de nuestro «aquí y ahora». Ciertamente, de un tiempo a esta parte, Sartre parece estar «demodé». Lo resume José Pablo Feinmann: Sartre fue odiado por los filósofos que lo sucedieron, que huyeron de la historia, de la lucha de clases, del humanismo y el compromiso político y se metieron con las estructuras y el lenguaje. ¿Cómo conectar aquellos conceptos con el «aquí y ahora»? Por su olvido, por su negación, que son parte del sustrato profundo de la crisis a la que no escapa ningún aspecto de nuestra realidad. ¿La libertad? «Infocracia» es el título de una de las obras de Byung-Chul Han, que en su primer párrafo pone las cosas en su lugar y exponen que en la actualidad, el poder radica en la posesión de la información utilizada para la vigilancia, el control y pronóstico del comportamiento de las personas ¡las mismas que se colocan los grilletes al comunicar y producir información!: hoy, nos sentimos libres y entregamos nuestros datos voluntariamente a las corporaciones tecnológicas. ¿La elección? ¿Qué sentido tiene esforzarse cuando la tecnología digital y la IA no solo contemplan todas las posibilidades, sino que además eligen por nosotros la mejor? ¿Compromiso? Este último filósofo, para quien la violencia y la injusticia son inmanentes al sistema, que es un régimen de la subjetividad colonizada, sostiene que los ciudadanos han perdido sensibilidad para los temas de relevancia social «reducidos a un ganado manipulable de derrotados (…) Hemos perdido la capacidad, la decencia de percibir al otro en su alteridad, porque todo lo inundamos con nuestra intimidad».
Los griegos reflexionaron, primero, sobre los dioses, después sobre la naturaleza y después hicieron foco en el hombre (Sócrates). En uno de los cuadernos de Gramsci nos topamos con la gran pregunta «¿Qué es el hombre»? y su primera reflexión a este respecto es que esta es la pregunta primera y principal de la filosofía. Luminoso, el pensamiento del filósofo italiano cuando afirma que al plantearnos aquella pregunta queremos decir: ¿qué puede llegar a ser el hombre? O sea, si el hombre puede dominar su destino, puede «hacerse», puede crearse una vida (…) el hombre es un proceso y precisamente el proceso de sus actos . Para Gramsci se trata de saber en qué medida podemos llegar a ser «forjadores de nosotros mismos», de nuestra vida y destino.
¿Qué ha sido de ese ser humano que es una sola y la misma cosa que la libertad? Al parecer, la libertad ha resultado una carga demasiado pesada para él, la responsabilidad por sus elecciones insoportable y el compromiso una idea sencillamente inconcebible. El hombre, pensado como «lo que hace, a través de sus elecciones, con lo que hicieron de él»… ¡qué terrible imagen contempla hoy, colocada frente al espejo! (solo que gran parte de su esfuerzo lo ha puesto en evitar su propio reflejo). La historia, concebida como resultado de la praxis del ser humano suficiente…¿Acaso no fue el horror de Auschwitz? ¿No fue suficiente la advertencia que el régimen nazi supuso para la humanidad? ¿Cómo está siendo posible el genocidio del pueblo palestino? No sería ajena a todo esto la evolución del pensamiento desde la segunda mitad del siglo pasado.
Marx había expresado el surgimiento de un nuevo sujeto histórico, el proletariado, ya partir de él resulta más o menos inevitable referenciar en su figura a todos los filósofos y pensadores que lo sucedieron, ya sea por adherir a sus conceptos o por criticarlos, por apoyarlos o pretender ignorarlos. Para él, la historia la hacen los hombres y la historia los hace a ellos, y, sostiene Feinmann, «muchos textos de Marx exhiben la necesidad del sujeto libre, del sujeto que pueda decidir su praxis, regresar de su alienación». Pero, según también el filósofo argentino, «en el pensamiento europeo de los 60 y los 70 se trata de pensar el mundo desde fuera de la lucha de clases, la historia, el pensamiento fuerte y sustancial. El sujeto fuerte de la praxis, un sentido…de todo lo cual abomina la condición de posmoderno». Es la «crisis de los grandes relatos» (entre ellos, claro, el marxismo), la muerte del compromiso político y de la memoria de los mártires del pasado. Fue necesaria una tarea de demolición a la que no fueron ajenas figuras como Nietzsche (no hay sujeto, y tampoco hechos, solo interpretaciones), Heidegger (la morada del ser es el lenguaje, y el hombre no posee un lenguaje: el lenguaje lo posee a él ) y Foucault (el hombre ha muerto, solo hay una disputa de fuerzas que se oponen). Tres hitos de la filosofía, todos ellos odiaban al socialismo. Descartada la centralidad del ser humano en la reflexión y en la acción, desaparecido el sujeto de una voluntad capaz de intentar que el estado de las cosas cambie ¡qué bien acompaña esto al auge del capitalismo salvaje y sus organismos ejecutores: FMI, Banco Mundial, BCE, fondos de inversión, etc.!
Con las posmodernidad, la visión de la historia sucumbe a la fragmentariedad, a lo discontinuo, y así como el ciudadano es desplazado por el consumidor-mercancía, la historia es desplazada por el omnipresente mercado. El hombre queda reducido a una especie de granja proveedora de información sobre su comportamiento, que aleja la expectativa de que «toda la sociedad se torne calculable y controlable» (Byung-Chul Han): es el fin del ser humano como ser autónomo y libre. En el tránsito de la sociedad disciplinaria e industrial al sistema neoliberal el poder muta, deja de ser represivo para ser seductor, no solo entregamos voluntariamente todo tipo de información, sino que «todo el mundo es un empleado autoexplotado del empresario que él mismo es».
Ya no más lucha de clases. Colonizado por los medios de comunicación el último bastión, la subjetividad de individuo, esto es, vueltas ilusorias su libertad y sus posibilidades de elección, responsabilidad y compromiso, el ser humano queda en estado de absoluta disponibilidad para la superficialidad y el egoísmo, la insolidaridad y la estupidez, el odio y la irracionalidad, la desmemoria y la crueldad. ¿Acaso podemos dejar de lado esto cuando vemos que todo a nuestro alrededor se desmorona? Porque vemos , vemos todos los días imágenes del genocidio al que es sometido el pueblo palestino, genocidio que no es ocultado, sino por el contrario mostrado como advertencia a todos aquellos que alienten la esperanza de oponerse a los designios colonial-imperiales. Así como vemos, también, la vulneración de derechos a la salud, la educación y el trabajo bien remunerado que redunda en una acumulación de riquezas por parte de unos pocos, tal como la humanidad no conoció jamás. Vemos -sabemos- que los «ajustes» que castigan a los que menos tienen derivan enormes recursos hacia la represión de las protestas populares y las guerras que engordan a la industria armamentista…
En la introducción a su obra «Los griegos» HDF Kitto dice, refiriéndose a ellos, que «surgió poco a poco un pueblo, no muy numeroso, ni tampoco temible por su poder, ni por cierto bien organizado, que forjó una concepción absolutamente nueva sobre la vida humana y que mostró, por vez primera, cuál debía ser la función del espíritu del hombre». ¿Estamos dispuestos a ser sus sepultureros?
Notas
(1) Noam Chomsky, «Política y cultura a finales del siglo XX»
(2) Título de la nota publicada el 29-3-23
(3) Sartre: «El existencialismo es un humanismo»
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