En Chile no se habla de crisis en la economía. La prensa del duopolio y la especializada en finanzas insisten en acotar la economía a los negocios del sector privado, sus ventas y sus utilidades. Sólo como concesión, extienden la economía a los clientes -los consumidores- o hacia el mercado. Este espacio artificioso como si […]
En Chile no se habla de crisis en la economía. La prensa del duopolio y la especializada en finanzas insisten en acotar la economía a los negocios del sector privado, sus ventas y sus utilidades. Sólo como concesión, extienden la economía a los clientes -los consumidores- o hacia el mercado. Este espacio artificioso como si fuera un holograma, una representación fantástica de la realidad, no acepta la crisis. Los grandes negocios, como expresión única de la economía nacional y global, no han tenido obstáculos en los últimos veinte o treinta años. Hoy, tras leves tropiezos o temporales depresiones, la prensa nuevamente festeja. Lo mismo el gran empresariado, que está por encima del bien y del mal.
Los cercanos eventos electorales de noviembre tampoco les quitan el sueño. Estar por encima del binominal es tener su control y la administración de los mecanismos de la institucionalidad. La economía chilena, diseñada desde hace casi cuarenta años bajo el patrón neoliberal, es una fuente de negocios que ninguna elección ni protesta se permitirá alterar. Un titular de El Mercurio de la segunda semana de julio destacaba a Chile como uno de los seis países del mundo con mayor tasa de crecimiento. Un aviso bastante claro para reforzar la idea del éxito del modelo y alertar que nada ni nadie deberá tocarlo. Chile, miembro de la OCDE, país de altos ingresos, Chile, socio comercial de las mayores economías del mundo y destino de grandes flujos de capital, es también una economía en los primeros lugares de los rankings.
El aviso, que diariamente tiene otras evocaciones que van desde el aumento en el consumo, las nuevas tecnologías, las ganancias bursátiles, es una clara advertencia a cualquier lector y observador de que la gran plataforma sobre la que se ha construido la institucionalidad es la economía. Y al hablar de institucionalidad, hablamos de grandes negocios y grupos económicos. Aquí radica la estructura nacional construida hace ya cuatro décadas.
Este discurso, vigente en el país ya por varias generaciones, tiene hoy más de retórica que de contenidos. Lo que hace diez o cinco años era asumido como verdad del otrora denominado «pensamiento único», hoy está encerrado como una oración repetitiva que circula entre las distintas elites que gozan del binominal. La salida de los estudiantes a las calles, que arrastró a una buena parte de la ciudadanía más consciente, generó un quiebre, una tremenda discontinuidad en aquel pensamiento homogéneo y acomodaticio de las décadas pasadas. Elogiar el modelo de libre mercado desregulado del modo como lo hace el duopolio, parece hoy un relato vacío, ciego y sordo ante todo lo que no sean flujos de capital, ganancias y nuevos mercados.
La prensa y las elites, representadas en ambos lados del binominal, continúan y continuarán con este relato basado en el crecimiento económico y, por extensión, el acceso al consumo de masas. Un relato que esconde sus irregularidades, las que han aparecido primero como realidades sociales y más tarde, como discursos antagónicos.
Si recordamos los matices que ha tenido el discurso económico durante los últimos años, veremos que son giros sobre sí mismo para evitar la realidad. A veces el énfasis ha estado en el crecimiento, otras en la necesidad de una mayor igualdad. Tras la década de los noventa, con una desquiciada impronta neoliberal basada en más privatizaciones, exportaciones mineras e inversiones extranjeras, tenemos un primer matiz en la década siguiente, durante el gobierno de Ricardo Lagos, con la constatación en la opinión pública del aumento en los niveles de desigualdad. Fue pura retórica, expresada en el eslogan «crecimiento con igualdad», que permitió más espacios para el sector privado a través de la entrega de nuevos servicios vía concesiones.
El resultado: un nuevo avance en la concentración de la riqueza y nuevas marcas en la desigualdad. El gobierno de Bachelet, aun cuando puso énfasis en la protección social vía bonos y subsidios, terminó no sólo con iguales niveles de desigualdad, sino con la expresión de las primeras protestas masivas en contra del núcleo del modelo de mercado. El modelo no se movió un centímetro.
El gobierno de Piñera ha sido la última vuelta de tuerca del modelo económico iniciado durante la dictadura y desarrollado hasta sus últimas consecuencias por los pasados gobiernos. Lo que no cambió la coalición democratacristiana-socialdemócrata durante veinte años, no lo haría el regreso de sus creadores a La Moneda. El modelo, a inicios de la presente década, ya estaba certificado por ambas coaliciones. Por tanto, la derecha selló y cerró el círculo. Lo que debió ser su consolidación ha sido su cristalización, su rigidez y su fragmentación. Piñera, pese a las masivas y permanentes protestas, ha sido incapaz de alterar la economía, ya apropiada por gigantescos grupos económicos enraizados en toda la institucionalidad del Estado.
Lo que nos espera en estas elecciones, y ya lo estamos viendo, será un nuevo matiz discursivo, sobreactuado y amplificado. Simples cambios menores, porque, tal como el titular de El Mercurio, para los gestores del binominal el modelo chileno no está en crisis.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 786, 26 de julio, 2013