Salvo excepciones en las principales ciudades, cuesta cada vez más hallar los méritos que hicieron de Cuba una potencia en la atención sanitaria de toda su población. La crisis de la salud toca un flanco sensible en la política de la isla.
Cuando a finales de junio la uruguaya Cecilia Nazzari tuiteó un elogio sobre la comida del hospital cubano en el que era atendida su hija, de 6 años, difícilmente imaginaba la virulencia que alcanzarían los ataques en su contra. Al punto de que la red social terminó borrando aquella publicación y otras en las que describía sus experiencias en el Centro Internacional de Restauración Neurológica de La Habana (CIREN). «Me empezaron a hostigar mucho. En mi país se legisla el acoso cibernético, el bullying, la amenaza y la violencia, y preferí denunciarlo y no meterme en la polémica, no leer los mensajes de amenaza», recordó. Su historia fue una portada recurrente en los medios opositores al gobierno de la isla, hasta que regresó a Uruguay, a comienzos de agosto. Más que en su declarada militancia progresista, las críticas se centraban en la condición de privilegio desde la que opinaba sobre la realidad nacional.
«A mi niña la llevamos [al CIREN] a mucho rogar y suplicar para hacerle una prueba de telemetría para ver dónde está localizada su epilepsia el 21 de marzo del 2020 en medio de una pandemia y en un carro alquilado. […] Llegamos a las nueve de la mañana, conectaron a mi niña en el equipo para hacerle la prueba y a las cuatro de la tarde me la desconectaron, porque no podía permanecer más tiempo en el hospital. […] Estamos esperando respuesta hace un año y tres meses, y mi niña convulsiona todos los días. Y eso no les importa. Claro, si sus hijos se atienden allí y los niños extranjeros [con] buenos médicos, buena alimentación
[y]
equipos de primera tecnología», denunció en Facebook Ángel Lleo, padre de Samara, una pequeña de 5 años residente en la provincia de Cienfuegos (200 quilómetros al sureste de La Habana). Brecha escribió al CIREN para conocer su versión de estos hechos, pero hasta el cierre de esta edición no recibió una respuesta.
Los cubanos no tienen prohibido el acceso al moderno centro neurológico, como aseguró entonces la prensa opositora. En febrero de 2017 el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista, reveló que el año anterior habían sido atendidos allí 5.560 cubanos y 804 extranjeros, «siendo Angola, México, Perú y Argentina los principales emisores». Pero, al visitar la página de la institución, resulta llamativo que, mientras que a los segundos se les explican al detalle los trámites necesarios para acceder a sus servicios, para los residentes en la isla la información es nula.
El CIREN forma parte de la Comercializadora de Servicios Médicos Cubanos SA (CSMC), empresa constituida para gestionar la red de centros asistenciales que velan por la salud de los extranjeros mientras se encuentran en el país. Además, tiene a su cargo la exportación de servicios sanitarios (las conocidas misiones médicas) y la organización de eventos académicos. Antes de la reforma monetaria de comienzos de este año (véase «Lo que nos toca», Brecha, 5-XI-20) el CIREN también administraba decenas de farmacias en pesos convertibles (la antigua moneda equivalente al dólar), a las que los cubanos acudían en busca de medicinas que ya escaseaban en las droguerías en moneda nacional. Entre los establecimientos listados en la cartera de la CSMC en La Habana sobresalen, junto con el CIREN, las clínicas Cira García e Internacional de Siboney, y el Centro Internacional de Salud La Pradera, el sanatorio al que acudió Diego Armando Maradona para luchar contra su adicción a las drogas. En teoría, si su condición médica lo requiere, cualquier cubano puede ser remitido a esas instalaciones; en la práctica, tal privilegio suele reservarse a la elite burocrática y los nuevos ricos.
No es un fenómeno reciente. A mediados de 2009 los militantes del Partido Comunista y la Juventud Comunista fueron convocados a ver un extenso video que explicaba los motivos de la destitución deshonrosa del vicepresidente Carlos Lage, el canciller Felipe Pérez Roque y un amplio grupo de otros dirigentes que hasta entonces se barajaban como herederos de la llamada generación histórica. Durante meses la Policía política había acumulado contra ellos abundantes pruebas de corrupción. Sin embargo, la copa solo se desbordó luego de que, en una fiesta, Lage y Pérez Roque se hicieron algunas bromas. «Al parecer, en el Consejo de Estado, el único que va quedando sin ser paciente del CIMEQ [Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas] eres tú», se oía decir a Pérez Roque en una grabación, mientras Lage estallaba en carcajadas. El CIMEQ es un prestigioso hospital ubicado en la periferia de La Habana, en el que no resulta nada fácil conseguir cita.
«Hasta el alcohol para las curas debíamos resolver nosotros”
A distancia cualitativa del CIMEQ y los centros de la CSMC se encuentran las instalaciones destinadas al ciudadano promedio. Salvo por un puñado de hospitales de referencia en la capital y algunas cabeceras de provincia, en la mayoría cuesta encontrar los méritos que alguna vez hicieron de Cuba una potencia médica en toda la extensión de la palabra. «Tenemos una salud muy irregular: en cualquier consulta uno puede encontrarse un especialista de primer nivel más interesado en los regalos que le llevarán los pacientes que en hacer su trabajo o un médico ejemplo de profesionalidad, pero sin todos los medios y las pruebas necesarios para llegar a un diagnóstico fundamentado. Tampoco es una excepción que se deban postergar los tratamientos por falta de recursos», reconoce un funcionario del Ministerio de Salud Pública (Minsap).
Dada la significación otorgada al tema por las autoridades, plantear públicamente esos conceptos resulta conflictivo. Pero, a despecho del secretismo oficial, la oposición y la autotitulada prensa independiente llevan años haciendo su agosto con los casos de mala praxis y las escaseces que aquejan al sector. Un par de años atrás revistas digitales como Cibercuba y ADN Cuba, radicadas en España y Estados Unidos, respectivamente, acostumbraban a pagar generosamente por videos de hospitales deteriorados, enfermos mal atendidos y otras denuncias similares. Es una práctica que con el tiempo ganó popularidad y en el contexto de la pandemia terminó por generalizarse sin siquiera mediar dinero. La manipulación interesada de esos hechos no obvia, sin embargo, que en muchos haya un fuerte trasfondo de verdad.
Desde antes de la covid-19 ingresar en un hospital cubano demandaba pertrecharse previamente de antibióticos, jeringuillas, branulas para sueros y un largo etcétera de otros artículos que, con seguridad, faltarían en sala. A esa lista se debe sumar un balde y un ventilador de mesa, con los que afrontar la falta de agua caliente y climatización, y la elaboración casera de las comidas para el paciente y su acompañante, toda vez que en la mayoría de los centros hospitalarios las comidas no suelen tener ni la calidad ni el contenido nutricional deseables.
«Hasta las vendas y el alcohol para las curas debíamos resolverlos nosotros. La suerte fue mi suegra, que estaba por venir de Miami y nos trajo un paquete grande de medicinas. Si no, ¿cómo hubiéramos resuelto?», contó a Brecha un habitante de la provincia de Ciego de Ávila (450 quilómetros al este de La Habana). A finales de 2019, luego de más de un año en la lista de espera, su padre fue operado de una hiperplasia prostática. En su provincia de residencia su turno en el quirófano habría demorado todavía varios meses, pero el hombre consiguió trasladarlo a otra ciudad y, una vez allí, adelantarlo en la lista. Visto lo ocurrido en el último año y medio, se felicita por aquella decisión: «Si no lo hubiéramos hecho, mi papá todavía no habría entrado al salón, pues, con la pandemia, suspendieron todas las operaciones que no fueran de urgencia y, para colmo, el cirujano que lo atendía terminó yéndose del país».
Si bien el Minsap ha sido cauteloso respecto del impacto de la covid-19 en la atención de otras patologías, la percepción ciudadana apunta a que las consecuencias son significativas en cuanto a la mortalidad y el deterioro de la calidad de vida. En paralelo, la emigración de médicos y otros especialistas se ha mantenido, a pesar de la limitación de los vuelos internacionales y la desaparición de programas que los ayudaban en ese objetivo.
Un vecino de Camagüey experimentó la primera de esas dificultades en carne propia, luego de que su médico le prescribiera la colocación de un marcapasos cardíaco. Lograron implantárselo casi tres meses después, pues al inicio no se contaba con el dispositivo; luego, el hospital en que debía operarse fue destinado a la atención de enfermos de coronavirus. Los servicios de oncología y cardiología, que atienden los dos grupos de enfermedades que más muertes ocasionan en la isla, sobresalen entre los más afectados por el cierre pandémico. En un recorrido reciente por las provincias del interior, el ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, reconoció implícitamente la gravedad de esa situación y anticipó: «Habrá que hacer un gran esfuerzo para ponernos al día a medida que vayamos restableciendo la normalidad. […] Es una cuestión que tenemos que atender con urgencia».
Bienvenidos los que deserten
Por las mismas fechas en que la covid-19 comenzaba a propagarse por Sudamérica, Marlon y Elizabeth acababan de recibir la baja del Minsap y solo aguardaban por la visa de él para viajar a España. Sus planes eran ser contratados como asistentes sanitarios de una clínica y, con suerte, al cabo de algunos años, revalidar sus títulos de medicina. «Mi esposa tiene la ciudadanía española y hubiera podido irse en ese mismo momento, pero decidió esperar por mí», escribe Marlon desde Santa Cruz de Tenerife, adonde llegaron casi un año después de lo previsto, debido a la suspensión de los trámites migratorios. El retraso les hizo perder los empleos prometidos y tener que conformarse con trabajos de ocasión. Las nuevas circunstancias los han hecho plantearse la conveniencia de volver a emprender viaje; esta vez, rumbo a Estados Unidos.
En junio, los senadores cubanoestadounidenses Marco Rubio y Bob Menéndez presentaron un proyecto de ley bipartidista orientado a restablecer el llamado Parole, el programa de beneficios para profesionales de la salud que abandonan las misiones cubanas en el exterior. Al amparo de aquella fórmula jurídica, promulgada en 2006, durante el segundo mandato de George W. Bush, unos 9 mil especialistas de la isla viajaron al territorio estadounidense y se beneficiaron allí de numerosas ayudas federales. Desde que Barack Obama reformó la política migratoria hacia Cuba, el exilio anticastrista de Miami viene embarcado en una campaña para restablecer lo que consideran «un arma de combate contra el régimen y sus esquemas de trata de personas».
Desde la capital canaria, Marlon sigue atento a esos cabildeos y me asegura que «es ahora o nunca», sobre todo para los cubanos que, como él, tienen un título de salud. «A los estadounidenses lo que les importa es quitarle médicos a Cuba. Esta es la oportunidad de que nos reciban con los brazos abiertos», dice a Brecha. La eventual reactivación del Parole no solo afectaría a las misiones médicas, con la consiguiente caída de los ingresos de La Habana, sino que implicaría un aumento del número de profesionales interesados en salir de la isla, lo que tensionaría aún más su sistema asistencial.
El gobierno no parece tener una respuesta definitiva para afrontar el problema. Y entre la oposición abundan más las convocatorias a huelgas y las transmisiones directas en Facebook que las propuestas de solución. En un ambiente tan caldeado, al narrar la historia de su pequeña en Cuba, Nazzari se ponía inconscientemente en el centro de esa confrontación que la rebasaba. Y que el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, las felicitara en Twitter y luego las visitara no hacía más que alentar a quienes han hecho de la restauración capitalista su proyecto de vida. Mientras, por las mismas fechas, en los hospitales de toda la isla se batallaba por aprovechar al máximo el oxígeno disponible para enfrentar la tercera ola de la pandemia.