Recomiendo:
0

Estado y paramilitarismo

Fuentes: Argenpress

Qué extraño país es Colombia. Cuando estalló el escándalo de la «parapolítica», en el cual están implicados dirigentes uribistas y posiblemente otros que no lo son, el Presidente de la República no dijo nada. Mutis por el foro. Y cuando un senador de izquierda advirtió que abriría un debate sobre el paramilitarismo en Antioquia, le […]

Qué extraño país es Colombia. Cuando estalló el escándalo de la «parapolítica», en el cual están implicados dirigentes uribistas y posiblemente otros que no lo son, el Presidente de la República no dijo nada. Mutis por el foro. Y cuando un senador de izquierda advirtió que abriría un debate sobre el paramilitarismo en Antioquia, le llovieron las amenazas.

Después, el presidente Uribe señaló, en lo que ha sido calificado por diversos analistas como una «columna de humo», que había que investigar al Estado en su posible compromiso con la aparición de grupos ilegales, como el azaroso paramilitarismo. No dijo, por ejemplo, que se investigara a cada presidente (el paramilitarismo lleva más de dos décadas desagrando el país), incluido él.

Tampoco aludió a cuáles funcionarios estatales habría que investigar. Ningún ministro, ningún jefe del DAS, tampoco ningún militar. El Estado en abstracto. El viejo truco de culpar a todos para que al final nadie sea el culpable de masacres, crímenes de lesa humanidad, despojo de tierras, desplazamientos forzosos y una larga serie de calamidades.

Acaso con esa posición incierta el Presidente querrá abonar el terreno para que se apruebe, o por lo menos se insinúe o se cree la posibilidad de una ley de punto final para los asesinos. Quién sabe.

El senador Gustavo Petro, que ha denunciado amenazas contra su vida y la de sus familiares, se ha propuesto desarrollar en el Congreso un debate sobre el paramilitarismo en Antioquia, en particular en el período en que Alvaro Uribe Vélez, era gobernador de ella. Y, casi al mismo tiempo, el presidente ha lanzado su mejunje de investigar al Estado. Extraña coincidencia.

Con ello, parece querer eludir el necesario debate. Y aunque es pertinente que se realice un juicio de responsabilidades del Estado en el surgimiento, por ejemplo, del paramilitarismo, también lo es el de investigar -como lo está haciendo la Corte Suprema de Justicia- los vínculos de políticos uribistas con este grupo ilegal. Y más aún: que el presidente se pronuncie al respecto.

Porque hasta hoy la verdad y la justicia son las damnificadas. El tenebroso proyecto paramilitar no parece haber surgido solo como una reacción de algunos ganaderos y terratenientes contra la guerrilla. Su génesis está ligada a una concepción de poder, de crear terror entre la población, de hacer prevalecer el estado de cosas, basado en la inequidad y los desafueros contra la gente.

Qué extraño país este. No solo unas minorías dominan el Estado para, a su vez, ejercer el poder sobre las mayorías, sino que a ello se suma la creación de un poder paraestatal, con el objeto de defender a sangre y bala a los que están en posiciones de privilegio.

El paramilitarismo no surgió de la neblina. Ni por generación espontánea. En su proceso de nacimiento y desarrollo se vislumbran poderosos intereses económicos, la defensa de un statu quo, el de sofocar cualquier protesta civil contra los desmanes de un sector social que goza de prebendas a granel. La historia parece comprobarlo, con los miles de asesinados, con sus «cacerías de brujas», con sus métodos criminales, en los cuales las motosierras, las decapitaciones y otras maneras de la crueldad, han sido la característica de espanto de aquel grupo ilegal.

Qué extraño país en el cual su presidente parece inseguro, temeroso de producir pronunciamientos de fondo acerca de los políticos que lo han apoyado a él y que ahora, según las investigaciones, están untados de paramilitarismo. Cuál será la verdad que él quiere que se sepa, cuál la que desea desviar. O, de otra manera, cuál será la mentira que quiere dejar flotando.

Porque, qué país raro, sin memoria, sin reparación, sin justicia, y, por supuesto, sin verdad. País regido por la mentira oficial. Por la mentira de sus instituciones y dirigentes, por la de sus políticos y magnates, incluso por las de sus medios de comunicación.

Extraño país no tanto. Pobre país, y más que el país en abstracto, las víctimas de los atropellos. Que son muchas: los más de 20 millones de pobres, los no sé cuántos otros millones de indigentes; los que no están en el sistema de salud, y aun los que están, los jubilados y los que jamás se jubilarán; los que perdieron sus parcelas por la acción de grupos armados. Los que jamás han tenido parcela. Ni nada.

La verdad acerca de quiénes son los asesinos y sus cómplices parece más lejana. La verdad acerca de quiénes instauraron el reino del horror y el desamparo contra tantos colombianos quieren diluirla en el olvido. Ah, sí, se dirá al final: el culpable es el Estado. Y los otros, usufructuantes del Estado, continuarán gozando las glorias que les da la impunidad. Y el poder.