Cultura del poder empecinado, del fundamentalismo militar, del patriotismo frívolo y visceral, de la libre expresión impostora, del trabajo patológicamente cristalizado. Cultura de la Regla de la Ley (Rule of Law)… pero de la selva. En síntesis, una cultura bárbara, una civilización bárbara: eso es Estados Unidos. Un país cuyo pasado, presente y futuro ha […]
Cultura del poder empecinado, del fundamentalismo militar, del patriotismo frívolo y visceral, de la libre expresión impostora, del trabajo patológicamente cristalizado. Cultura de la Regla de la Ley (Rule of Law)… pero de la selva. En síntesis, una cultura bárbara, una civilización bárbara: eso es Estados Unidos. Un país cuyo pasado, presente y futuro ha sido indecorosamente glorificado. Un Estado Nacional cimentado y edificado con base en el acaparamiento del trabajo excedente de otras naciones, la misma fuerza física e intelectual que en períodos de crisis expulsa, amparado en la promoción mediática de la xenofobia, el racismo, la intolerancia. Un Estado cuya motivación política esencial es el despliegue de la fuerza bruta a escala mundial en aras de un auto-fortalecimiento que trae consigo el debilitamiento ajeno. Fanatismo y prepotencia que el ciudadano ordinario interioriza y asume digno y aplicable en su relación con los demás.
Era cuestión de tiempo para que comenzaran a suscitarse atentados fanáticos como el ocurrido en días recientes en Tucson, Arizona. La desquiciada agresión contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords, que dejó como saldo 6 personas muertas y 15 heridos, es solo el principio de una ola de violencia que se antoja incontenible en aquel país. Una sociedad en claro proceso de decadencia, provista con más de 250 millones de armas de fuego en manos de particulares (dato escandaloso: en Arizona se promulgó una ley que permite a ciudadanos portar armas ocultas sin permiso), y con un desprecio por la vida legado generación tras generación. Estados Unidos es un caldo de cultivo para la consumación de magnicidios de este tinte (crimen de odio político, ideológico, racial etc.). Lo ha sido siempre; su inalterable clima belicoso lo confirma. Pero ocurre que un estado de crisis estimula y potencia las conductas criminales. Y los norteamericanos son amplios conocedores de estos desequilibrios. (¿Cuántas réplicas le siguieron a la masacre de Columbine?).
Curioso como la prensa norteamericana manipula la opinión pública: cuando el escenario de terror es Estados Unidos no vacilan en alegar que se trata de un hecho aislado producto de una locura individual. Es preciso contar con un pueblo dramáticamente ignorante para dar por válido un argumento tan frágil y sospechoso.
Llama la atención la retórica conspiracionista y fascistoide que en toda oportunidad cultivan los sectores ultraderechistas en mítines, actos, spots televisivos etc. Es alarmante la aparición de este lenguaje cuasi-bélico que nos bombardea por dondequiera: la barbarización de las sociedades es un fenómeno creciente que, irónicamente, consigue cada vez más aceptación.
En México marchamos en la misma dirección: la violencia nutre el lenguaje belicista en la misma medida en que el lenguaje estimula la violencia (véase recientemente los casos de Acapulco, Iztapalapa y Juárez, en donde destaca el asesinato de dos activistas sociales: Marisela Escobedo y Susana Chávez.). Los medios no condenan la barbarie: la «normalizan».
La visión apocalíptica orwelliana está próxima a ser superada por la realidad. El lenguaje permite prever los rasgos oscuros de las sociedades venideras. En Estados Unidos el clima de barbarie se intensifica. Norteamérica es el escenario en donde convergen los factores más tangibles de la decadencia: crímenes de odio, asesinatos políticos, propagación de la intolerancia, fascistización del lenguaje.
¿Civilización barbará? ¿Barbarie civilizada? En una palabra… Estados Unidos bárbaro.
Fuente: http://lavoznet.blogspot.com/2011/01/estados-unidos-barbaro.html