Siendo yo un niño iletrado en vías de dejar de serlo, siempre llamaba mi atención en el librero de mi padre un libro grueso con unas letras grandes rojas y negras en el lomo. Yo, que no sabía aún que la u no se pronuncia después de la g si no tiene diéresis, leía una […]
Siendo yo un niño iletrado en vías de dejar de serlo, siempre llamaba mi atención en el librero de mi padre un libro grueso con unas letras grandes rojas y negras en el lomo. Yo, que no sabía aún que la u no se pronuncia después de la g si no tiene diéresis, leía una palabra inexistente: la «güerra».
Mucho después supe se trataba de un clásico, La guerra de Karl von Klausewitz, cuya frase más citada me ha venido a la mente por estos días.
El 26 de julio del año 2000, poco antes de terminar el gobierno de Bill Clinton, Fidel afirmó:
«Sueñan los teóricos y agoreros de la política imperial que la Revolución, que no pudo ser destruida con tan pérfidos y criminales procedimientos, podría serlo mediante métodos seductores como el que han dado en bautizar como «política de contactos pueblo a pueblo». Pues bien: estamos dispuestos a aceptar el reto, pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios, comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen.
«Sin ánimos de perturbar los dulces sueños de los que esto último piensan, cumplo el cortés deber de advertirles que la Revolución cubana no podrá ser destruida ni por la fuerza ni por la seducción.»
La reciente saga de editoriales del diario The New York Times sobre Cuba ha evidenciado que hay un sector influyente en Estados Unidos que parece decidido a asumir la confrontación en el terreno propuesto por el líder cubano y «jugar limpio».
Este ha venido a ser el último de una serie de acontecimientos que han marcado durante el año 2014 lo que muchos consideran la crisis terminal de la actual -y cincuentenaria- política estadounidense hacia Cuba.
Para colmo, el mes en que cada fin de semana han aparecido declaraciones de la junta editorial del periódico neoyorquino pidiendo modificar la estrategia estadounidense hacia la isla caribeña ha estado acompañado del reconocimiento del papel de Cuba en la lucha contra el ébola por el Secretario de Estado norteamericano John Kerry y la embajadora de EE.UU . en la ONU, Samantha Power.
El año 2014 había comenzado con la Cumbre de la Comunidad de Estados de Lationoamérica y el Caribe (CELAC), celebrada en La Habana que no sólo condenó de manera unánime el bloqueo estadounidense contra la Isla, sino que reconoció «el compromiso de los Estados de la América Latina y el Caribe de respetar plenamente el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político, económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la convivencia pacífica entre las naciones», en un respaldo total al derecho de Cuba a construir una sociedad diferente de la que Washington ha intentado imponerle.
El consenso latinoamericano sobre Cuba es tal que nadie discute si el presidente Raúl Castro estará en la próxima Cumbre de las Américas en abril de 2015. Lo que se debate es si Obama asistirá -en esas condiciones- a un espacio donde Washington se ha negado, desde su surgimiento en 1994, a aceptar a Cuba.
Por su parte, la Unión Europea reabrió las negociaciones con Cuba para un acuerdo de cooperación, cambiando tácitamente la «posición común» que Washington había impuesto a través del gobierno de José María Aznar. Infuyentes personalidades estadounidenses como el Presidente de la Cámara de Comercio de EE.UU . y la casi segura candidata a la presidencia por el Partido Demócrata, Hillary Clinton, se manifestaron públicamente contra el bloqueo.
Además del tema del bloqueo y la «impresionante contribución» cubana a la lucha contra el ébola, el Times le ha dedicado editoriales a los cambios en el electorado estadounidense con respecto a Cuba, a la necesidad de un «canje de prisioneros» entre ambos países, al desccrédito provocado por el financiamiento destinado por Washington a grupos «disidentes» cubanos a través de la USAID y a reclamar el cese del programa estadounidense para estimular la emigración de médicos cubanos que colaboran en terceros países. Una por una, el Times ha ido descalificando las viejas y nuevas armas de la guerra estadounidense contra Cuba.
La propuesta de que EE.UU . conmute las penas de prisión de los tres cubanos del grupo de «Los Cinco» que aún están en cárceles estadounidenses por vigilar las actividades de grupos terroristas asentados en el Sur de la Florida a cambio de que Cuba libere al «subcontratista» estadounidense Alan Gross, condenado por implementar dentro del territorio cubano un plan del gobierno estadounidense llamado «Cuba Democracy and Contingency Planning Program» para el cambio de régimen, era ya vade retro para la extrema derecha cubanoamericana. Pero el cuestionamiento del dinero para quienes The New York Times llama «charlatanes y ladrones» es la gota que terminó de disparar las alarmas para el llamado negocio de la industria anticastrista que, como instrumento al fin, sienten que pueden ser sustituidos.
No es cualquier opinión. Desde el diario con el nombre de la Gran manzana habla una parte muy influyente del establishment estadounidense y global que ha comprendido que sus intereses se verían favorecidos con un cambio en la relación entre Cuba y EE.UU .
¿Qué puede pasar ahora?
Dos cosas. Incluso si el presidente Barack Obama no utilizara en el corto plazo sus prerrogativas -que las tiene- para comenzar a avanzar en la normalización con Cuba -amplia licencia para viajes de ciudadanos estadounideses, canje de prisioneros, retirar a la Isla de la lista de países terroristas, por ejemplo- los sectores que se oponen al cambio -especialmente la llamada extrema derecha cubanoamericana- empleará todas sus artes para provocar un incidente que atore el proceso. Ya lo hicieron en el pasado cada vez que se vio en el horizonte cualquier posibilidad de acercamiento y ahora mismo deben andar desesperados buscando una provocación.
En paralelo, veremos el incremento de las acciones para lo que The Times llama «influir de manera positiva en la evolución de Cuba» con el consiguiente florecimiento -ya en parte apreciable y financiado desde terceros países aliados a EE.UU -. de proyectos para lo que el quinto editorial del periódico neoyorquino describe como «mecanismos para empoderar al cubano común y corriente, expandiendo oportunidades de estudios en el exterior, organizando más enlaces profesionales, e invirtiendo en las nuevas microempresas en la isla». Un desafío que es parte de ese acercamiento que Cuba jamás rechazará pero cuyo objetivo tampoco se debe desconocer.
También lo hicieron en el pasado. Desde que con Bill Clinton en la presidencia se vislumbró la posibilidad de un cambio de política -frustrado por las provocaciones de grupos como Hermanos al rescate– surgieron varios proyectos que cristalizaron en la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana y su revista Encuentro, apoyada desde la socialdemocracia otanista de Suecia y España. Ya otro gobierno socialdemócrata nórdico cuyo líder es hoy el Secretario General de la OTAN se involucró este año en proyectos intelectuales «de izquierda» en Cuba.
La National Endownment for Democracy (NED) definía así el objetivo de Encuentro: «Para promover un diálogo entre escritores, artistas y académicos en Cuba y en la diáspora sobre el cambio político y el futuro de Cuba». Si los nacientes proyectos niegan tener una «agenda partidista» y no desean «criticar a ningún segmento de cubanos», Encuentro en su primer editorial declaraba que «no representa ni está vinculada en modo alguno a ningún partido u organización política de Cuba o del exilio» y proclamaba «que no haya jamás ataques personales».
Y lamentablemente, aunque sea motivo para que algunos digan, «puff, otra vez lo mismo», tenemos que hablar de lo mismo: la CIA y sucedáneos. Encuentro, absolutamente derechizada con la llegada de George W. Bush al poder se escindió entre los portales de Internet Cubaencuentro y Diario de Cuba, financiadas actualmente por la NED -que el mismo Times definiera como pantalla de la CIA-, tomó el modelo y hasta el nombre de la revista Encounter del Congreso por la Libertad de la Cultura que durante la Guerra Fría Cultural fueran pagados también por Estados Unidos pero con sede en París.
Siempre serán proyectos «de izquierda no comunista» que buscarán legitimación intelectual porque, como concluyó la CIA al inclinarse por el novelista Arthur Koestler para liderar inicialmente su Congreso por la Libertad de la Cultura: «¿Quiénes mejor que los ex comunistas para luchar contra los comunistas?». En su libro La CIA y la Guerra Fría cultural, Frances Stonor Saunders refiere la «revolución silenciosa» -en palabras de Arthur Schlesinger- en que «las personas en la Administración cada vez comprendían mejor y apoyaban en mayor grado las ideas de los intelectuales que estaban desilusionados con el comunismo pero que aún tenían fe en los ideales del socialismo».
Del lado de los que han sido señalados como «charlatanes y ladrones» también hacen sus ajustes. Sólo días después del quinto editorial sobre Cuba del New York Times, Diario de Cuba adecuaba su lenguaje y presentaba un «órgano sin fines de lucro, no partidista, destinado a abogar por los derechos de los afrodescendientes y de otros grupos marginados en Cuba, al recuperar su historia de activa participación en la fundación y desarrollo de la nación y su cultura». Altos y nobles fines para personajes que acaban de ser descalificados tan duramente por el periódico más importante el mundo, y que por cierto, nunca los buscó a ellos sino a personas involucradas en la vida institucional cubana para abordar esos temas. Porque como acaba de decir el Times al gobierno de Obama «es más productivo lograr un acercamiento diplomático, que insistir en métodos artificiosos».
No olvidan ellos que fue con el acercamiento diplomático y desde arriba que lograron estimular la implosión de la URSS liderada por los que se planteaban «un socialismo con rostro humano».
The New York Times y quienes el periódico representa -al describir tan exactamente a los empleados de la política estadounidense en Cuba- han demostrado comprender que nada que no se identifique como «de izquierda» ni declare estar de acuerdo con la soberanía y la justicia social tiene espacio político en la sociedad cubana de hoy . Si Capriles se presentaba contra el bolivarianismo «desde abajo y a la izquierda» y en Brasil «socialistas» y «socialdemócratas» se unieron contra Dilma Rouseff, cómo será en Cuba donde la cultura política antimperialista y por la justicia social están mucho más acendradas.
Lo decisivo
La actuación del líder de la Revolución a inicios del Siglo XXI fue un intento de adelantarse, con lo que ha sido descrito por Martínez Heredia como «la ofensiva de Fidel que «pretendió frenar desigualdades y reforzar al socialismo», a lo que inevitablemente ocurriría.
Luego de aceptar el desafío de lo que el New York Times propone ahora como nueva política hacia Cuba, Fidel se refería al antídoto en un nuevo escenario que el extremismo de la Administración Bush hizo retroceder y se vuelve a vislumbrar ahora como inminente:
«Con ideas verdaderamente justas y una sólida cultura general y política, nuestro pueblo puede igualmente defender su identidad y protegerse de las seudoculturas que emanan de las sociedades de consumo deshumanizadas, egoístas e irresponsables. En esa lid también podemos vencer y venceremos.»
Parte de esa cultura es saber qué es el imperialismo estadounidense en relación con Cuba y qué rol ocupa The New York Times dentro de él. Martínez Heredia lo describió con bastante exactitud a raíz de una polémica desatada hace un año y medio desde ese periódico sobre nuestro país:
«The New York Times es una gran empresa del sector de información y formación de opinión pública, antigua e influyente, y se sujeta a normas correspondientes a la idea que tiene de su función y al papel que le toca al servicio del orden vigente en su país y su política exterior imperialista. En todo sistema de dominación desarrollado cada uno tiene su esfera, sus maneras y su función. Que yo sepa, nunca ha mostrado alguna simpatía por la sociedad que tratamos de edificar en Cuba, pero puedo admitir que forma parte del sector educado de nuestros enemigos.»
No obstante, habrá que recordar y agradecer siempre la actual contribución de este medio de comunicación a hacer visible entre las élites norteamericanas el fracaso y descrédito de la guerra económica y de subversión estadounidense contra Cuba. Invirtiendo la archicitada frase de Klausewitz, la nueva política sería en este caso la continuación de la guerra por otros medios, una lid en la que como dijo el líder de la Revolución sólo podemos vencer «con ideas verdaderamente justas y una sólida cultura general y política». Más que preocuparnos por lo que hagan nuestros adversarioshttp://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/11/18/estados-unidos-cuba-que-viene-ahora/, lo decisivo es una vez más qué hacemos nosotros. (Publicado en CubAhora)
Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/11/18/estados-unidos-cuba-que-viene-ahora/