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¿Están vinculadas realmente la guerra y la globalización?

Fuentes: Rebelión

Ser radical, en el sentido más antiguo de la palabra, es ir a la raíz. Una de las ventajas del análisis verdaderamente progresista es que sitúa en un contexto mayor lo que parecen ser hechos aislados. Al revelar los marcos ideológicos subyacentes, busca vínculos entre temas políticos aparentemente dispares. Por tanto, en la era post […]

Ser radical, en el sentido más antiguo de la palabra, es ir a la raíz. Una de las ventajas del análisis verdaderamente progresista es que sitúa en un contexto mayor lo que parecen ser hechos aislados. Al revelar los marcos ideológicos subyacentes, busca vínculos entre temas políticos aparentemente dispares.

Por tanto, en la era post 11/9, para los activistas ha sido una tarea fundamental demostrar de qué manera la guerra contra el terrorismo y el empuje a favor de la globalización corporativa son la misma cosa -de qué manera los movimientos por la paz y por la justicia global comparten un terreno vital común. Que estos dos temas están relacionados, de manera fundamental, es un artículo de fe de la izquierda política, reforzado por el hecho de que muchos participantes de las protestas contra la globalización también se han movilizado en contra del militarismo de la administración Bush.

Todos esos artículos de fe merecen un poco de escepticismo político, así que me gustaría ofrecer un reto constructivo. Muchos de los argumentos que casan la guerra en Irak con una estrategia para la expansión neoliberal no son muy convincentes. Corren el riesgo de convertir la causalidad en relaciones tangenciales. Y en su empeño por conectarlas ignoran importantes separaciones entre la política exterior de la administración Bush y la política preferida de muchas elites de los negocios. Los activistas tienen buenas razones para examinar de nuevo a los halcones neoconservadores en el poder y considerar si han superado a los globalistas corporativos de años anteriores o si los han traicionado.

Defensa a favor de un vínculo

Comencemos por examinar algunos de los más fuertes argumentos a favor del vínculo entre la guerra al terrorismo y la globalización corporativa. Primero, la Casa Blanca se ha empeñado en hacer de los grandes negocios sus socios en la ejecución de la guerra de Irak y la ocupación subsiguiente. Esto se ha evidenciado de manera prominente por medio de los contratos de reconstrucción de alto precio obtenidos por compañías bien conectadas, como Halliburton y Bechtel.

Segundo, el presidente ha impuesto internamente un plan neoliberal al reducir los impuestos para los ricos y erosionar aún más los gastos sociales. Su administración ha empleado la retórica de la guerra al terrorismo para atacar a sindicatos -principalmente en el verano de 2002, cuando amenazó con intervenir, por razones de «seguridad nacional», en una huelga de trabajadores de los muelles en la costa occidental. Los activistas también notan que la Guerra en el exterior ha sido usada para suprimir la disensión interna. De los $87 mil millones aprobados por el Congreso en octubre pasado para la ocupación de Irak, $8,5 millones fueron utilizados para el trabajo policial en Miami con motivo de las protestas en contra del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Además, los conservadores atacan tanto a los manifestantes contra la guerra como contra la globalización, calificándolos de anti patrióticos útiles a los terroristas.

Finalmente los activistas han visto en la privatización de la economía de Irak una conexión entre la guerra y la globalización corporativa. Los comentaristas políticos Naomi Klein y Antonia Juhasz, entre otros, han detallado la manera en que la ocupación de Irak permitió que la autoridad norteamericana reestructurara la economía del país basándose en principios neoliberales estrictos. Siguiendo lo que la revista The Economist llamó «una lista de regalos con la que sueñan inversionistas extranjeros y agencias donantes para los mercados en desarrollo», Washington instituyó medidas para la privatización de 200 firmas estatales iraquíes, para el 100% de propiedad extranjera en compañías iraquíes ajenas a los sectores de producción petrolera y de refinación, para la repatriación completa de las ganancias, y para un máximo de 15% en impuestos a las corporaciones.

Juhasz explica en un artículo publicado en julio de 2004 en Foreign Policy in Focus, con el título
«La Entrega Que No Fue», que la orden ejecutiva firmada por el administrador de EE.UU. Paul Bremen será difícil de derogar, a pesar de que se haya realizado oficialmente una transferencia de la soberanía. No sólo se le prohíbe al gobierno interino «dar ‘cualquier paso que afecte el destino de Irak’ que no sea el de la elección de un gobierno iraquí», sino que, escribe Juhasz, los ocupantes han repletado «todos los ministerios con autoridades nombradas por EE.UU. para períodos de cinco años -bien entrado el período del nuevo gobierno elegido».

¿Hasta dónde llega la conexión?

Aunque tienen su mérito estos intentos por vincular el militarismo neoconservador y la globalización corporativa, cada uno de ellos tiene importantes debilidades. Primero, tomemos las ganancias a costa de la guerra. Aunque las corporaciones muestran un desvergonzado oportunismo al hacerse de oportunidades de negocios creadas por la acción militar, esto no conecta de manera firme la guerra con la globalización. Como argumentó recientemente Robert Jensen en su crítica a Fahrenheit 9/11, la exagerada dependencia de Michael Moore de este argumento provoca una débil explicación para las causas de la guerra y también ignora el patronazgo del complejo militar-industrial por parte del Partido Demócrata:

«Un familiar de un soldado que murió pregunta «¿para qué?», y Moore pasa al tema de las ganancias a costa de la guerraŠ ¿Quiere hacernos creer realmente Moore que se realizó una gran guerra para que Halliburton y otras compañías pudieran incrementar sus ganancias durante unos pocos años? Sí, las ganancias a costa de la guerra suceden, pero no es la razón por la que las naciones van a la guerra. Este tipo de análisis distorsionado ayuda a mantener la atención de la gente en la administración Bush, no en la forma rutinaria en que las corporaciones norteamericanas hacen dinero por medio del mal llamado Departamento de Defensa, independientemente de quién esté en la Casa Blanca».

El enfoque sobre las ganancias a costa de la guerra provoca que se ignore el objetivo confesado por los neoconservadores de reforzar la hegemonía de EE.UU. en el Medio Oriente y más allá, algo mucho más significativo que sobornos a corto plazo a los patrocinadores corporativos. También supone que los objetivos de negocios específicos, como Halliburton y los contratistas norteamericanos de armamentos, reflejan certeramente los intereses generales de todas las corporaciones multinacionales, una idea que merece ser estudiada.

En cuanto a la «guerra interna», no hay duda de que la administración Bush ha usado el espectro del terrorismo para implantar un plan interno regresivo. Sin embargo, esto también puede considerarse un comportamiento oportunista, en vez de la evidencia de una relación sistemática entre la guerra y la globalización. Republicanos realistas que se opusieron a la invasión de Irak generalmente han apoyado las reducciones de impuestos y la Ley Patriota, mientras que muchos firmes globalizadores de la administración Clinton se han enfrentado a estas medidas internas. No hay muchas razones para pensar que la guerra de Irak fue una condición necesaria para implantar el neoliberalismo interno de Bush, aunque brinde una cobertura políticamente conveniente para muchas acciones.

¿Gana el capital?

La privatización forzosa de la economía de Irak brinda el vínculo más claro entre la guerra y el neoliberalismo. Sin embargo, para determinar si esta reestructuración es representativa de una tendencia mayor -de una nueva fase de globalización corporativa en la cual la «liberación» de los mercados será regulada de manera más militarista- debemos observar el estado de la política de comercio y desarrollo bajo George W. Bush. Los activistas a menudo señalan al propio presidente como el puente entre la globalización y el militarismo, como alguien que apoya tanto el libre comercio como la guerra preventiva. Sin embargo, las acciones de la administración Bush en el campo del comercio a veces han sido contradictorias con su retórica, lo cual la distingue de sus predecesoras globalistas.

La globalización siempre ha sido un término vago, empleado con muchos propósitos diferentes. La confusión por el uso de la palabra a menudo ha enturbiado el análisis del estado de la economía global. En los años 90, la globalización corporativa se refería más frecuentemente al orden internacional «basado en reglas», diseñado para el beneficio de corporaciones transnacionales y reguladas fundamentalmente por un conjunto de instituciones financieras multilaterales.

En especial desde el 11 de septiembre de 2001, la política de globalización de Bush ha sido muy diferente de la que caracterizó a los años de Clinton. Al igual que en sus acciones militares, la actual administración ha mostrado una tendencia al nacionalismo en solitario para sus negociaciones económicas. Esto ha provocado un tipo de promoción a puño limpio de los intereses norteamericanos distintos del modelo multilateralista del capitalismo global que se promovió en los 90. Como resultado de este cambio, así como por un descenso económico global concurrente, las conversaciones de los años recientes acerca del comercio han sido combativas, tensas y a menudo improductivas.

En verdad gran parte de la elite de los negocios hubiera preferido la globalización multilateral de Clinton a la versión imperial de Bush. Antes de la guerra, muchos líderes de corporaciones temían que la invasión de Irak dañara los negocios. Laurie Garrett, la reportera de Newsweek enviada al Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, observaba en febrero de 2003 que «los ricos -ya sean franceses o chinos o cualesquier otros- están temerosos por la crisis de Irak, fundamentalmente porque creen que será el hundimiento de sus fortunas financieras». Garrett señalaba: «Cuando Colin Powell dio el discurso de su vida, tratando de ganarse a los delegados no norteamericanos, el ataque más feroz a sus comentarios no provino de Amnistía Internacional o de algún representante islámico -provino del director del mayor banco de los Países Bajos».

Y las preocupaciones corporativas persistieron a medida que el esfuerzo en pro de la guerra avanzaba. Después de que comenzó la invasión, The Washington Post reportó el 23 de marzo de 2003 que: «El desacuerdo a consecuencia de la guerra de Irak está poniendo a prueba los vínculos económicos entre Estados Unidos y Europa, una relación que muchos consideran como un pilar de la prosperidad global. Los guardianes de la armonía trasatlántica se esfuerzan para que sus diferencias diplomáticas no envenenen los vínculos económicos». El artículo continuaba: «la animosidad que ha surgido últimamente parece casi seguro que afectará los asuntos de comercio trasatlántico y de inversiones».

La mayor preocupación en el artículo de The Washington Post era «que una aspereza prolongada entre los principales líderes políticos puede provocar guerras comerciales, y destruir la cooperación Estados Unidos-Europa, necesaria para obtener un acuerdo comercial mundial que pueda promover el crecimiento global». Una disputa de 2002-2003 a consecuencia de tarifas norteamericanas al acero brinda una ilustración de tal tipo de guerra comercial. La decisión del Presidente Bush en marzo de 2002 de instituir tarifas proteccionistas en contra del acero del exterior provocó duras protestas y una queja inmediata ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por parte de la Unión Europea, Brasil, China, Japón, Corea, Nueva Zelanda, Noruega y Suiza. Finalmente la OMC se decidió en contra de las tarifas en noviembre de 2003.

De manera similar, la resistencia nacionalista por parte de Estados Unidos a abrir sus mercados desempeñó un importante papel en trabar las conversaciones en la última reunión ministerial de la OMC en septiembre en Cancún, México. Desde entonces, la institución ha trastabillado. La misma intransigencia de EE.UU. apareció de nuevo en noviembre en la reunión ministerial del ALCA en Miami, descarrilando el pacto comercial que una vez pareció inevitable y forzando a Washington a buscar acuerdos bilaterales, más limitados, con naciones individuales.

Se puede argumentar que el nacionalismo económico de la administración Bush ha defendido eficazmente los intereses norteamericanos, pero pocos podrán decir que ha apuntalado a las instituciones financieras internacionales que los manifestantes anti-globalización en el pasado identificaron como los principales males. Y no muchas corporaciones europeas u otras empresas transnacionales con sede fuera de Estados Unidos -anteriormente firmes aliados en la expansión global del poder corporativo- alabarán la actual política económica norteamericana.

McDonald’s y McDonnell Douglas

Volviendo al tema de Irak, no hay duda de que la autoridad ocupante norteamericana ha usado oportunistamente su poder para imponer reformas de «libre mercado» a la economía iraquí. Pero esto de por sí no es razón para suponer que el militarismo de Bush representa el nuevo rostro de la globalización. Es más, esta suposición ha producido análisis muy débiles. Por ejemplo, Arundhati Roy ha dicho que fue la presión internacional de base en contra del avance de la globalización corporativa la que forzó a los que estaban en el poder a adoptar una postura más militarista. En un discurso ante el Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil, Roy argumentó: «Puede que no lo hayamos detenido en seco (al imperio) -todavía-, pero lo hemos desnudado. Lo hemos obligado a quitarse la máscara. Lo hemos hecho descubrirse. Ahora se encuentra ante nosotros en la escena mundial con su brutal e inicua desnudez».

Esta aseveración tiene varios problemas. Primero, iguala al imperio y a la globalización corporativa con las ambiciones nacionalistas de EE.UU., algo bien diferente de la acostumbrada interpretación de la justicia global de un imperio corporativo dominante que opera en gran medida fuera del poder de un estado-nación disminuido. El análisis de Roy deja poco espacio para la gente de negocios que argumentan que el nacionalismo económico y el guerrerismo de Bush son un mal capitalismo y que a las corporaciones globales les iría mejor con un multilateralista, al estilo de Clinton o de Kerry, en el poder. También contradice el punto de vista de que Irak fue una guerra electiva, realizada en defensa de una visión ideológica neoconservadora de dominación por EE.UU. que está fuera de paso no sólo con los izquierdistas, sino con el enfoque favorecido por la mayoría de las elites de los negocios y de la política exterior. Y la aseveración de Roy puede provocar que no se vea el hecho de que los mecanismos más sutiles de la globalización corporativa -es decir, las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial- siguen funcionando callada y eficazmente, constriñendo la política económica potencialmente autónoma de países como Brasil, por ejemplo.

De cualquier modo, la presión del movimiento social probablemente esté forzando al imperio a que se esconda de nuevo en el closet. En meses recientes, el Presidente Bush se ha apresurado a internacionalizar la ocupación de Irak y ha atemperado su nacionalismo en las conversaciones acerca del comercio, colocando de nuevo a instituciones como la ONU y el FMI en el centro del escenario en su política exterior. Si John Kerry es elegido en noviembre, sin duda él presionará aún más en una dirección multilateralista en ambas arenas, una posición que tranquilizará a mucha gente de negocios.

En su libro de 1999, El Lexus y el olivar, el columnista de The New York Times Thomas Friedman escribió: «La mano oculta del mercado nunca funcionará sin un puño ocultoŠ McDonald’s no puede florecer sin McDonnel Douglas, el diseñador y fabricante del avión F-15 de la Fuerza Aérea de EEUU. Y el puño oculto que mantiene seguro al mundo para que florezcan las tecnologías del Valle de Silicón se llama Ejército, Fuerza Aérea, Marina y Cuerpo de Infantería de Marina de EEUU.»

Los activistas frecuentemente han citado esta visión, proveniente de un observador importante, como prueba de los argumentos que vinculan al militarismo con la expansión corporativa. Sin embargo, es importante señalar que Friedman estaba escribiendo acerca de los años de Clinton, una era en la cual se cultivó cuidadosamente el consenso multilateral acerca de una dominación militar de EEUU en la post-Guerra Fría. La decisión post-11 de septiembre de la administración Bush de sacar el puño de su escondite y usarlo en una guerra muy impopular sacudió significativamente el orden internacional que por años había brindado un clima de estabilidad comercial. Al hacerlo, el Presidente Bush ha ilustrado convincentemente de qué manera chocan los intereses de McDonald’s con los de McDonnel Douglas. Es más, al privilegiar a sectores específicos de la economía de EEUU, como compañías energéticas y contratistas de armas, la Casa Blanca ha sacudido al mercado global en el cual deben operar el capital financiero norteamericano y las industrias basadas en el consumidor.

Globalizaciones en competencia

Parte de la confusión alrededor del análisis de Irak proviene del uso descuidado del término «globalización». Los que disienten del orden neoliberal han argumentado hace mucho que ellos no se oponen a la globalización, sino que son partidarios de un tipo muy diferente de globalización que el favorecido por los defensores del libre comercio o los economistas del FMI; es decir, una globalización de la justicia y la solidaridad. Para apreciar esta lección acerca de la diversidad de globalizaciones se requiere también reconocer que el espectro de intereses nacionales y comerciales no está totalmente unido en su visión de un orden mundial ideal. Distintas naciones y corporaciones a menudo presentan intereses en competencia. La versión corporativa de Clinton y la imperial de Bush son menos una progresión continua de política exterior que visiones disonantes de la economía internacional. El militarismo de la administración actual no está vinculado al orden económico basado en reglas de Clinton; en su lugar, representa un alejamiento que puede que pronto se invierta.

En este caso, puede que sea útil ir más allá del concepto de globalización y buscar un nivel más profundo de conexión. En última instancia, existe una necesidad actual de desarrollar teorías coherentes de cómo conformará el futuro de la economía capitalista la lucha por controlar las limitadas reserves petroleras. (La guerra de Irak está relacionada con esto, no porque sea un intento por apoderarse de los campos petroleros de Irak, sino porque es otro paso en los prolongados esfuerzos de Washington por manipular y controlar la política en el Medio Oriente.) También es importante considerar de qué manera incide la guerra en el ciclo de mejoramiento y empeoramiento de los negocios que ha afectado desde hace tiempo tanto a la economía norteamericana como a la global.

Reexaminar estas cuestiones puede abrir una nueva discusión acerca de la guerra y la economía global, algo que no aparece con frecuencia en las actuales críticas a la guerra. Combatir el grosero favoritismo corporativo y la agresión neoconservadora de la administración Bush es un noble objetivo por derecho propio. Pero como hay tantos que se oponen a George Bush mientras añoran un regreso a los buenos tiempos de un neoliberalismo anterior, la lucha por la construcción de una globalización alternativa continuará durante muchos noviembres por venir.

— Mark Engler, escritor que vive en la ciudad de Nueva York, puede ser contactado por medio del sitio web http://www.DemocracyUprising.com. Jason Rowe ayudó en la investigación para este artículo.

Traducido por Progreso Semanal.

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