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"Montería a sol y sombra. (De la fábula a la postmodernidad)", de José Luis Garcés González. Ediciones El Túnel, 2010.

Este libro es de un valor incuestionable sobre las transformaciones que demanda la traumática historia de Colombia»

Fuentes: Rebelión

Libro impactante. No es un viaje al pasado, como parece. Es más bien, como la historia, una reflexión crítica y particular sobre la realidad que nos determina y que nos oprime. Es también un llamado de angustia reivindicando la necesidad inaplazable del cambio social. Es un cuestionamiento de la Montería contemporánea, atascada en la prehistoria. […]

Libro impactante. No es un viaje al pasado, como parece. Es más bien, como la historia, una reflexión crítica y particular sobre la realidad que nos determina y que nos oprime. Es también un llamado de angustia reivindicando la necesidad inaplazable del cambio social. Es un cuestionamiento de la Montería contemporánea, atascada en la prehistoria. Es un cuestionamiento del «pueblo que crece por metástasis», de una sociedad embriagada, de una sociedad donde impera el ruido, el hambre, el barro, la miseria, la violencia, los mosquitos y el polvo. Es también una nostalgia del «pueblo pequeño y romántico, de aquel que evocó Guillermo Valencia Salgado, con calles llenas de arena y personas que dormían con las puertas abiertas. Con planchones soñolientos y aceras cubiertas de naranjas» (p. 247).

Es un libro construido a través de relatos de conquistadores, de locos, de inmigrantes, de poetas, en general de humanistas y hombres del común. Desde los cronistas de indias Juan de Castellanos y Fray Pedro simón, pasando por Antonio de la Torre y Miranda fundador de pueblos, por Maria Varilla, la reina del porro, por Jorge Ramírez Arjona, el presidente desconocido, por Rafael Yances Pinedo, el personaje que más aparece a lo largo del libro como fundador, participe y gestor cultural. Hasta Julia León, que descubrió, en tierra de jaguares, la humanidad, no en la compañía de los humanos, sino de los gatos. No es solo a través de estos y de muchos otros personajes del común, todos impactantes, sino del rescate de eventos, anécdotas, lugares y tradiciones, que José Luis Garcés González da cuerpo y contenido a la noción de ciudad. A la noción que él tiene de la sociedad Monteriana actual. Una noción que con intermitencias parece derivar de la visión pesimista que del pasado histórico de la Monteria del siglo XIX tenía el inmigrante francés Luis Striffler. La misma que de forma lapidaria parece sintetizar el profesor Eduardo Pastrana Rodríguez, cuando escribe que: «En Córdoba el suelo es el más fértil del mundo; el estéril es el hombre que lo puebla» (p. 272).

Aunque no esta sintéticamente formulada, la vision de José Luis Garcés González sobre la Montería actual, no es la visión pesimista y en parte racista de Luis Striffler; tampoco se asemeja a la vision positiva de la historia de la costa, sintetizada en la tesis de la «cultura anfibia», de Orlando Fals Borda. Tesis, esta última, que el historiador norteamericano Charles Bergquist, críticó por ser mas literaria que científica. Tesis que impregnada de determinismo geográfico, parece ignorar el carácter deteminante de las relaciones sociales en el desarrollo del hombre en sociedad. Creo que el orden social de los Zenúes, no consistía solo en su capacidad de adaptación a los cambios del clima, rasgo característico que otorga Fals Borda a los costeños, sino que el «orden social» de ellos era más bien el «orden natural», del cual hacian parte. Ese «orden natural» indivisible era su despensa, su habitad. Por eso vivían al día, no acumulaban, no lo necesitaban. Cuidaban, guardaban con su presencia el equilibrio ecológico. Es, a mi modo de ver, la vida armónica con la naturaleza, con el río, lo que constituía su cultura, incluso cuando vivían ya mezclados y sedentarizados en ese «cazerio» llamado «Montería». Es esa lógica, esa mentalidad de los Zenúes, la que parece escapar a la lógica y mentalidad modernista, es decir, capitalista de Luis Striffler. Creo que la mayoría de personajes de la Montería contemporánea que evoca José Luis Garcés González, ni cultural ni socialmente hablando eran «estériles». Evocan, al contrario, una Montería muy humana y de gran riqueza cultural.

Garcés González, al subrayar la importancia ecológica de «La ronda del Sinú», evoca con nostalgia y certeza ese pasado de la cultura sinuana: «el regreso a lo natural y a lo sencillo, lo cual es, de nuevo y ojalá para siempre, una de las expresiones más bellas de la utopía» (p. 283).

No obstante, no es el hombre en si, sino las relaciones sociales, sobre todo las agrarias, las que han reconfigurado la sociedad monteriana contemporánea. Una sociedad donde la corraleja no es solo un símbolo folclórico de un departamento ganadero, sino una forma de sociedad y de exterminio. De exterminio de aquello que se halla en el lugar equivocado. Como el toro perdido – relato, según el autor, de donde deriva la fiesta de la corraleja -, el bovino que llega al centro de la ciudad y es despresado vivo por una multitud enceguecida por el miedo y el hambre. En fin, la corraleja es, entre otras, una metáfora de la sociedad, que bajo la hegemonía paramilitar que ha gobernado al departamento y en buena parte al país, es la causante de la disolución y de la debacle de la sociedad monteriana y colombiana de nuestros días.

En este contexto, la alternativa propuesta por el autor, esa de convertir a los habitantes en ciudadanos, a través de la educación, aunque sugestiva, me suena utópica. La educación puede ser un complemento, pero no es la panacea frente los problemas del desempleo, del hambre, de la miseria y de la violencia; generados, no solo por la ignorancia del pueblo; mucho menos por la falta de gente con pergaminos académicos, que en Montería no faltaban, como lo demuestra este libro; sino por el tipo histórico de relaciones sociales que reproducen la hegemonía de unas élites, que guiadas por lógicas primitivas de acumulación capitalista, han capturado para su beneficio particular, el poder del estado.

Al respecto, aunque no se trate aquí de hacer un debate, creo que hay que volver a Georg Lukács, a sus reflexiones sobre la historia, sobre la conciencia social y sobre la lucha de clases, para replantearse desde allí, la cuestión de la educación y del cambio social. En otras palabras, para replantearse desde allí la cuestión de la democracia.

Por lo demás, este libro, armado de relatos que evocan distintos tiempos, distintos personajes, distintas emociones, tradiciones y espacios, es de un valor literario, histórico y testimonial incuestionable; no solo para los cambios anhelados de la Montería actual, sino para las transformaciones que demanda la traumática historia de Colombia.

Una nota al margen. Leyendo la obra, me acordé del «Camajón», incluso me lo imaginé de carátula de una futura edición de este libro. Ese árbol frondoso entre el P5 y las Granjas, que era un símbolo, junto con el río Sinú, de la ciudad. En un viaje que hice a mediados de los noventa del siglo pasado a Monteria, fui a visitarlo. De acampadero natural de transeuntes en espera de bus, al Camajón ya moribundo, lo habían convertido en orinal y basurero de un kiosco de gaseosas y de cerveza. No obstante, me quedé esperando que José Luis Garcés lo mencionara en alguna línea, pues para mí ese árbol, junto a las golondrinas migratorias, que tenían como refugio y escala, las inmediaciones de la calle primera; y que hasta donde se, al ser consideradas plaga, fueron exterminadas o ahuyentadas. Ellas, junto al Camajón, en mi parecer, podrían ser la metáfora perfecta, tal vez el símbolo de la mutación, de la Montería contemporánea, «al sol y a la sombra».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.