Tenía 9 años cuando, una mañana antes de irme al colegio, escuché llorar a mi tía con un dolor que no lograba comprender. Toda la gente de la casa se apresuró a poner en los televisores los noticieros que mostraban un carro con vidrios rotos; había un muerto o dos, no recuerdo bien, lo que […]
Tenía 9 años cuando, una mañana antes de irme al colegio, escuché llorar a mi tía con un dolor que no lograba comprender. Toda la gente de la casa se apresuró a poner en los televisores los noticieros que mostraban un carro con vidrios rotos; había un muerto o dos, no recuerdo bien, lo que realmente me causaba impresión era el llanto de mi tía, un llanto desgarrado, de rabia, de mucha rabia: habían matado a Jaime Garzón.
Cabe anotar que mi familia, como la mayoría de las de este país no es propiamente revolucionaria o de izquierda, es mas bien una familia humilde, trabajadora, que cree varias cosas que dicen los medios, pero que se alegra cuando gana la selección Colombia y legitima que los y las estudiantes hagan paro por su derecho a la educación.
Yo no sabía quién era Jaime Garzón, pero sí había visto ¡Quac! y claro, conocía a Heriberto de la Calle, porque con sus personajes Jaime había llegado hasta las familias y personas, cuya cotidianidad se ve alejada de la política y las decisiones sobre el rumbo del país; Garzón había acercado la gente a la política o la política a la gente, la había invitado a preocuparse, a asumir la responsabilidad, el poder y el derecho que tiene de tomar postura y decisión sobre el futuro de Colombia en un real ejercicio de la democracia.
Por eso lo mataron, por eso Jaime Garzón pasó a engrosar la lista negra de crímenes de Estado, por eso Rito Alejo del Río y Jorge Plazas Acevedo, altos mandos del Ejército, planearon junto con Carlos Castaño (creador de las AUC) el crimen, y buscaron el apoyo de José Miguel Narváez, subdirector del DAS, evidenciando así la red de crimen y muerte de la clase política colombiana.
Lamentablemente hoy a 20 años del asesinato de Jaime Garzón, la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, emitió un fallo que afirma que su asesinato no tiene las condiciones para ser declarado un Delito de lesa humanidad, a la par que se redujo la pena a José Miguel Narváez, ratificando el falso compromiso con las víctimas para el esclarecimiento de la verdad y el doble discurso de su lucha contra la impunidad de este Gobierno.
El olvido como fin:
En este país la mayor cruzada de la oligarquía es por el olvido. Contra la memoria han hecho esfuerzos innumerables por borrar del imaginario colectivo las luchas obreras a inicios del siglo XX, tanto así que se han atrevido a decir que la masacre de las Bananeras fue un invento de la literatura.
Han negado la importancia histórica de los hechos que se desataron luego del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, queriendo ocultar la producción política de este y reconstruyendo una historia con un solo personaje, cuando Gaitán fue un pueblo.
La oligarquía colombiana nunca ha querido entregar el cuerpo de Camilo Torres Restrepo, lo oculta como un tesoro, buscando que con el tiempo pierda valor. Así mismo, quieren quitar, del rastro colectivo, el recuerdo vivo de Garzón, quieren ponerlo como un rebelde sin causa, quieren ocultar por qué la oligarquía lo mató; y es que sin querer (queriendo), Garzón pudo incidir mas en la gente, que cualquier político de la época.
Quizá es en este Gobierno del Centro Democrático, ala mas fascista de la oligarquía, donde la lucha por el olvido y la construcción de un imaginario colectivo sin memoria política ha sido mas explícito; evidencia de esto es por ejemplo, la ficha que se jugó Ivan Duque, proponiendo para la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica a Ruben Darío Acevedo Carmona, quién en múltiples ocasiones ha dicho explícitamente que desconoce la existencia del conflicto armado en el país o que el Centro de Memoria quiere imponer la «versión del conflicto armado» de las FARC, «el izquierdismo y los mamertos».
Y cómo olvidar cuando el exprocurador y hoy embajador de Colombia ante la OEA Alejandro Ordoñez quiso quemar los libros históricos al mejor estilo de la Inquisición, o las múltiples intervenciones de Paloma Valencia asegurando que en este país no hay ni hubo conflicto armado.
Es que en esta misma vía de Jaime se dijeron muchas cosas, que pertenecía al ELN, que se beneficiaba con las retenciones, en las que hizo de mediador con el Gobierno, que era un terrorista, todo con la intención de legitimar su muerte y asegurar su desaparición y olvido.
Por eso hoy los y las amantes de la paz, las y los luchadores sociales y el pueblo en general tenemos un compromiso con la memoria, contra el olvido, por la reivindicación de los cientos de miles de personas que han muerto (por la mano oscura del Estado) buscando justicia.