Converso con la académica, teórica y pensadora feminista, Carol Arcos Herrera (Santiago, Chile, 1980), cuya investigación sobre el surgimiento del concepto moderno de maternidad del proyecto liberal en Chile a lo largo del siglo XIX se alza como un eslabón imprescindible para entender la dinámicas y dependencias implícita entre maternidad y Estado-Nación en América del […]
Converso con la académica, teórica y pensadora feminista, Carol Arcos Herrera (Santiago, Chile, 1980), cuya investigación sobre el surgimiento del concepto moderno de maternidad del proyecto liberal en Chile a lo largo del siglo XIX se alza como un eslabón imprescindible para entender la dinámicas y dependencias implícita entre maternidad y Estado-Nación en América del Sur.
Su reflexión planeta un espacio revelador y crítico sobre cómo los feminismos antirracistas y anticoloniales están encajando todas las cuestiones relacionadas con la reproducción social y trabajo materno poniendo atención en los mandatos donde queda eliminado el sentir del cuerpo gestante y cuerpo sostenedor.
¿Podríamos desmantelar la lógica del trabajo materno como corpomaldición o como proceso de alineamiento o como carga irreversible frente la posibilidad de articular nuevas reatribuciones donde dar la teta no sea sinónimo de poner lavadoras o sostener no sea sinónimo de encierro en el espacio privado unido a una redistribución social no-externalizada, no-privatizada, no-negadora de los derechos de las criaturas en la primera infancia de todas las actividades que configuran el trabajo materno como potencialidades para la transformación de las condiciones de vida?
En primer lugar, es necesario reconocer las maternidades como un trabajo (como bien lo dices tú) y esto, evidentemente, se hace posible gracias a la desestabilización cultural, intelectual y política que hacemos desde los feminismos en lo que se ha venido a llamar la cuarta ola, pero, que para el contexto latinoamericano, prefiero denominar feminismos anticoloniales y antirracistas.
Entonces, hablar de trabajo materno significa, por una parte, actualizar el debate sobre el nudo producción/reproducción, o capital/vida, ya presente en el feminismo de la década del 70, pero, por otra, cuestionar también sus propias premisas clasistas, racistas y neocoloniales. No solo pienso en los feminismos norte-norte, sino también en nuestros feminismos latinoamericanos hasta los 90, cuando no atendían a las dinámicas de colonialismo interno, por ejemplo.
En este terreno son fundamentales las propuestas de Silvia Federici, las perspectivas de la economía feminista (en las Españas tienen pensadoras muy fecundas en este ámbito, Amaia Pérez Orozco, Esther Velásquez, por nombrar solo algunas), y, por sobre todo, destaco el trabajo descolonizador de las feministas comunitarias bolivianas María Galindo y Julieta Paredes, y la figura de Silvia Rivera Cusicanqui desde su posición ch’ixi (concepto mediante el que da cuenta de una comunión problematizada entre múltiples diferencias culturales, un en medio de la contradicción). Como he dicho en otra parte (http://www.debatefeminista.cieg.unam.mx/wp-content/uploads/2018/03/articulos/DF55_02.pdf), estos feminismos traman el deseo de un pachakuti feminista como horizonte político de expectativas hacia donde debe dirigirse la lucha antipatriarcal y anticolonial. Y ese pachakuti feminista requiere de nuevos tratos sociales para sostener la reproducción de la vida y el trabajo del cuidado. Las feministas tenemos el deber político de pensar en la maternidad y no dejar este terreno abierto al mercado de ideas fascistas y conservadoras que constantemente reactualiza absurdos, pero resonantes y peligrosos, discursos maternalistas y naturalistas en consonancia con la defensa supuesta que hacen de la vida en sus proclamas antiabortistas. Es un asunto que nos atañe vital y políticamente y que no deberíamos continuar mirando con recelo o como el eterno goce (en el sentido psicoanalítico del término) patriarcal al que debemos someternos.
Entonces, a tu pregunta respondo que sí, sí es posible si desde el feminismo nos proponemos pensar en las maternidades y transformar las relaciones de poder-saber-afecto en las familias, en la casa, en el Estado, en el feminismo. Es una tarea que debemos hacer en conjunto.
¿podríamos re-asignar la crianza como territorio para la generación de verdaderas condiciones de igualdad y justicia como espacio de aprendizaje revolucionario desde el origen de la vida sin que ello suponga reforzar el constructo cuerpo-comunidad-femenino o reforzar los roles de género o contribuir a la mitologización de la feminidad?, ¿podríamos gestar y sostener desde la emancipación asumiendo tales actividades?
Es lo deseable, ¿no? Pero debemos generar las condiciones no solo materiales, que son fundamentales, sino también simbólicas. No es posible, por ejemplo, que una estudiante en un programa de Ethnic Studies en Estados Unidos, mexicana y pobre se sienta mal por ir a clases porque es madre joven, se sienta juzgada porque ser madre es sinónimo de ser patriarcal por antonomasia en uno de los programas de avanzada y supuestamente más de izquierda de su universidad. O cómo es posible que un estudiante gay de postgrado me pregunte cuando estaba embarazada de mi segunda hija: «¿Estas embarazada? ¡Ah bueno, no todos los hijos se abortan!» ¿Qué está pasando? Si nosotras no podemos despatriarcalizar la maternidad, ¿quién lo hará?
Debemos pensar en cómo hacer, ¿no? Ya estamos haciendo algunas cosas, como reorganizar el trabajo doméstico y del cuidado con nuestras parejas, familias, pero nos queda mucho por hacer en esos contextos y aún más en el mundo asalariado, en las relaciones laborales. Y, cómo no, entre nosotras las feministas.
Podrías ahondar más en lo que comentas sobre cómo la teoría feminista «continua mirando con recelo o como el eterno goce (en el sentido psicoanalítico del término) patriarcal al que debemos someternos» todas las cuestiones relacionadas con la reproducción social?
Cuando me refería a la noción psicoanalítica, sobre todo lacaniana, de goce lo hacía en un doble sentido. En primer lugar, es un concepto complejo no solo teóricamente en el marco del psicoanálisis, sino también para la teoría crítica feminista. Recordemos que Lacan, en un primer momento, piensa la noción de goce ligada a la de placer sexual, para posteriormente repensarla en la trama de sus fórmulas de sexuación (proceso mediante el que un sujeto deviene sexuado). Es en este último marco que Lacan desarrolla una idea diferencial del goce: el goce fálico y el goce femenino (llamado también suplementario, pues no sufriría la interdicción de la castración), y el que también ha sido activamente discutido desde el feminismo psicoanalítico o el psicoanálisis feminista. Autoras tales como Luce Irigaray, Julia Kristeva, Juliet Mitchell, Nancy Chodorow, Jessica Benjamín, Jane Flax, entre otras, nos han permitido utilizar las valiosas herramientas del psicoanálisis para cuestionar la unidad del sujeto (desde el psicoanálisis somos sujetos deseantes, asujetados o divididos) y pensar en las diversas y conflictivas maneras en cómo devenimos sujetos sexuados. El trabajo de estas y otras autoras se ha posicionado desde, al menos, dos filiaciones teóricas, por una parte, aquellas que trabajan desde la teoría freudiano-lacaniana y la otras que lo hacen desde la teoría de las relaciones objetuales, sobre todo a partir de la figura de Melanie Klein. No me detendré mucho más en esto, porque es para otra conversación, pero sí recomendaría la lectura de la introducción de Silvia Tubert a la edición española de Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos fragmentarios (Ediciones Cátedra) de Jane Flax. El goce, grosso modo, radica en el intento permanente de exceder los límites del principio de placer, su economía causa sufrimiento. El goce, entonces, es un efecto significante operando sobre el cuerpo y que elabora una forma de satisfacción sustitutiva, pero que el sujeto no la siente como placentera, sino como dolorosa. En este sentido, es posible decir que el proceso de sexuación implica el lugar real donde alguien se debate con opciones de goce y síntoma. Este es un tema que me viene interesando mucho. Ahora mismo estoy escribiendo acerca de cómo tres escritoras latinoamericanas del siglo XIX (Carmen Arriagada, Juana Manuela Gorriti y Nísia Floresta) textualizan el síntoma en sus epistolarios. Si bien podría entenderse que estoy reposicionando la aspiración patriarcal de que las mujeres solo pueden significar su libertad o su falta mediante la exhibión de un cuerpo sufriente, por el contrario, lo que busco es releer la senda de esa herida como una simbolización en donde la muerte habita el deseo de escritura.
Creo que me alejo de tu pregunta, pero ahora vuelvo. Te decía que pensaba en la idea de goce en un doble sentido. Entonces, en el primer sentido quiero enfatizar, por si no ha quedado claro, que analizo el problema de la maternidad desde un enfoque psicoanalítico. En segundo término, pero ligado a lo anterior, considero que debemos comprender la maternidad o las maternidades no solo bajo la economía sufriente del goce. Pienso en diversos argumentos, desde los más cotidianos discursos del narcisismo neoliberal yo soy para mí, lxs hijxs son un estorbo. Con esto no digo que es abosolutamente imprescindible que las mujeres tengamos una vida con nosotras mismas, nuestro cuarto propio o intimidad, pero lo que promueven los discursos a los que me refiero no es la emancipación, sino que, por el contrario, lo que movilizan es la producción de consumidoras y hedonistas mujeres para el capital. Ahora bien, también pienso en discursos intelectuales más acabados y con los que a momentos coincido, pero con los que al final del día no estoy de acuerdo. Por ejemplo, el libro Contra los hijos de Lina Meruane, una de las autoras chilenas que más me gusta por lo demás. Es interesante el argumento de su premisa general, pues el libro es una diatriba contra los hijos tiranos, contra la infancia en su articulación contemporánea y neoliberal, razonamiento con el que concuerdo, pero también va tejiendo una postura muy contraria al trabajo materno: «la máquina de hacer hijos es nuestra condena» (15), una condena para las mujeres. Evidentemente, como señalé antes, el ejercicio de la maternidad debe ser una elección libre, la que nunca es del todo consciente por supuesto, pero es muy distintido comprender la maternidad como un interdicto que como una condena. Cuidar de otros también nos hace libres y podemos hacerlo, de hecho, feministamente. Meruane arguye: «Estarán a punto de gritarme: ¡maldita tú! ¡feminista de tomo y lomo!», y yo diría no tenemos nada de gritarle, somos feministas pensando en la experiencia más desgarrante para la subjetividad de una mujer, pero también debemos hacerlo para construir maternidades feministas y, por lo tanto, en la senda también abierta hacia la experiencia LGTBI. Sin embargo, creo que no debemos olvidar el cuerpo-gestante-sostenedor. De lo contrario, se hacen válidos las demandas del mundo gay por conseguir vientres de alquiler o el tráfico de mujeres desde el sur global hacia el norte, que satisfagan ya no solo la industria de la prostitución, sino también de la gestación.
La maternidad no puede seguir siendo un interdicto patriarcal, debemos tener la liberad psíquica y material de desear ser madres o no, pero algo bien distinto es tener una posición antireproductiva. La maternidad es un conflicto subjetivo tan potente que se vuelve un espacio privilegiado para la repetición, vale decir, la experiencia que posibilita más fuertemente el retorno del goce materno, la madre el primer Otro para el psicoanálisis, sobre el cuerpo. Placentera y dolorosa, ambivalencia materna es la idea que para mí mejor figura la maternidad.
¿No te parece que hemos tenido que asimilarnos de manera masculinizada desde los feminismos de la tercera ola para llevar a cabo la emancipación ajustando nuestro cuerpo y sus sentires a estructuras falocéntricas donde el empleo y asalariarte estaba en el centro negando la necesidad de prestaciones sociales que apoyen la reproducción social?
Sí, por supuesto. Tú hablas justamente de bio-procesos y eso es tan importante. Gran parte de las veces olvidamos el peso que tienen dichos bio-procesos en la vida cotidiana de las personas. No es lo mismo ir a trabajar embarazada que sin estarlo, o con la regla, o amamantando. La experiencia corporal y psíquica de las mujeres es diferencial, y eso no nos hace menos o más hábiles para desarrollar tal o cual trabajo frente a la masculinidad, pero devenir mujeres (cisgénero o transgénero, heterosexual u homosexual) es un proceso evidentemente distinto que no tiene por qué escenificarse con las herramientas más agresivas del patriarcado. Pienso, por ejemplo, en colegas mujeres fálicas que desmerecen el trabajo doméstico y que no están dispuestas a pensarlo porque no merece la pena, es patriarcado y punto. Lo privado es político, lo íntimo es político y la maternidad requiere que la pensemos políticamente.
¿Podemos ya poner sobre la mesa que los actuales feminismos anticoloniales y antirracistas o desde el norte-norte, lo de la cuarta ola, demandan una teoría crítica y un tratamiento público que reconozca los bio-procesos o procesos encarnados que atraviesan al cuerpo-gestante y al cuerpo-sostenedor durante el trabajo materno?, ¿estamos legitimadas para articular un feminismo bio-integrativo que asuma los distintos sentires no-masculizados en relación a la maternidad?