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Estudiar para obedecer

Fuentes: Rebelión

Ante todo he de decir que aquí y en todo momento me relevo de la intención de proponer soluciones inmediatas o a corto plazo. Para ese menester creo que hay millones de expertísimos de toda clase: po­litólogos, periodistas, ideólogos, laboratorios y otros cuyo nombre prefiero no recordar pues como los hooligans del fútbol, son demasiados. […]

Ante todo he de decir que aquí y en todo momento me relevo de la intención de proponer soluciones inmediatas o a corto plazo. Para ese menester creo que hay millones de expertísimos de toda clase: po­litólogos, periodistas, ideólogos, laboratorios y otros cuyo nombre prefiero no recordar pues como los hooligans del fútbol, son demasiados. Aunque eso sí, todos conservadores o neoliberales que es tanto como decir depredadores. Y en último término, ahí estuvo el socialismo atemperado que acabó destro­zado por el enemigo en dos países, uno de África y otro de Oriente Medio. Pero aparte de esto y por si sirven de referencia, ahí siguen esas naciones que muestran la robustez del socialismo real (una de ellas representa nada menos que a un cuarto de la población del mundo). Por tanto, yo me limito a su­gerir forzar la evolución; evolución que, aun a mar­chas forzadas, requeriría no menos de una centuria. Me refiero a la evolución exigida implacablemente por la Razón. Lo necesito: es mi última esperanza.

Antes y casi hasta ayer en España, nos educaron para las verdades religiosas. Pero no hizo más que llegar el nuevo ciclo y ya empezaron a educarnos también para las «verdades» del mercado…

Lo que quiero decir es que de nada sirven los inten­tos de la didascalia para inducir y estimular el pen­samiento crítico que cuestiona lo aprendido; de nada sirve su esfuerzo dirigido a sugerir al pensamiento que discierna por sí mismo en provecho de la col­mena para que compruebe que lo que no es útil para la colmena tampoco es útil para la abeja. Y sin em­bargo ese es, creo, el único modo de transformar el mundo. Pues, observando de cerca muchas cosas, muchas políticas y sus resultados, además de las fluctuaciones de toda clase y especialmente las del mercado, la sociedad occidental y en particular en la española prueban que en la vida pública la irracio­nalidad prevalece ordinariamente sobre su contraria. En consecuencia, el raciocinio no es precisamente lo que nos gobierna. La sociedad está plagada de sin­sentidos cuya autoría comparten casi por igual el dios mercado y la diosa política.

A fin de cuentas nada, ningún fenómeno social, hay que no se expliquen por la economía; una economía a su aire y sin control, desde luego. El argumento económico sofoca cualquier otra consideración. No hay espacio para otros razonamientos pese a que aun dentro del libre mercado (que ni es libre ni com­parto) y de la política en libertad, el concepto «priori­dades» y derechos humanos debieran ser definitivos para no cometer tanto disparate (el último, el de los motores diesel). Y así en España (y probablemente en los demás países del sistema aunque en dife­rente grado) cuantiosas partidas se destinan al ejér­cito, a la banca, a ciertos periódicos, a las Fundacio­nes de los partidos o a los toros, mientras millones de habitantes pasan privaciones y muchos se suici­dan, y mientras la educación y la sanidad se cobran numerosas víctimas: como en una guerra de trinche­ras donde el enemigo es cien veces superior. A esto llamo irracionalidad…

«No te pusieron un puñal en el pecho cuando com­praste esa vivienda que te ha arrebatado un banco porque no puedes pagarle la hipoteca». Y es cierto, no te pusieron un puñal medieval. El puñal adoptó forma de engaño primero, y de desempleo masivo súbito después. Y ambos factores, puestos en cir­culación por los mercados y por los bancos que for­man parte de ellos y manejan la economía de las naciones, y tolerados por la política y por las leyes y la justicia, son los que te han lanzado a la calle al igual que a cientos de miles de crédulos. A esto llamo irracionalidad…

Así pues, obedecer a los mercados, a los médicos, a las Academias, a los curas, a la ortodoxia, a los guardias, a los jueces, a las leyes; obedecer a la realidad impuesta por la fuerza de la injusticia global es lo que se vive en este sistema, que en España alcanza niveles aberrantes. Bien está el orden so­cial, pero no a costa de la injusticia estructural dise­ñada por la política a su vez perfilada por los merca­dos. Bien está el orden, pero no hasta preferirlo a la injusticia como el Goethe canciller de Weimar, pues no hay mayor desorden, aunque no sea significati­vamente visible, que el que promueve la injusticia solapada por maniobras invisibles. Y así, por esas mismas vías los mercados nos zarandean. Y así la educación enseña a acatar todo eso…

Es penoso asistir a procesos en los que, sabiendo que formar ciudadanos de personalidad robusta ca­paces de gobernarse sin tutores es el ideal de toda sociedad de altas miras, los propósitos de establecer una pedagogía «libre» se estrellan una vez tras otra contra la tozuda realidad de los que se empeñan en propalar la verdad reglada. No obstante, sepamos que sin mayéutica, la sociedad occidental no se re­montará por encima de sí misma.

Porque tras el oscurantismo que dominó durante si­glos, la sociedad humana sabe ya lo suficiente. Ya está en condiciones prometeicas de librarse de los saberes que provienen de una erudición escleroti­zada pero al alcance de cualquiera y de una ense­ñanza en sumisión. Ahora cualquiera puede em­prender ya otras búsquedas y sobre todo otras prác­ticas; prácticas no de acuerdo al puro pragmatismo anglosajón, sino ajustadas a su opuesto. La educa­ción y la enseñanza libres y rupturistas abren el ca­mino. El academicismo los cierra ya. Será prudente aprovechar del academicismo lo digno de ser apro­vechado por ser claramente favorable a la colmena, pero también lo es dejar al margen e incluso olvidar todo lo demás. Entonces, cuando no estudiaba, aprendía mucho, decía Anatole France…

Esta materia ha sido siempre muy debatida en to­das partes; pero lo que hacen todos los métodos que intentan mejorar el aprender, consiste en «aprender» inexcusablemente lo ideado por otros. Por eso, sa­bidos cuáles son los resultados y una vez aislados los benefactores separándolos de los que perturban a una personalidad recia, es preciso pro­mover la lu­cidez en lugar de potenciar la inteligencia dirigida a robustecer lo establecido. Hablaba antes de la ma­yéutica: la mayéutica busca el conocimiento a través del cuestionamiento que hace el individuo de sus propias conclusiones, por oposición al cono­cimiento a través a su vez de un conocimiento aprendido e ideas pre conceptualizadas. Y la tecno­logía y la ofi­mática ayudan de un modo importante. Hasta el punto de que cualquiera hoy día puede convertirse en un sabio autodidacta. No me refiero tanto a un sabio de la geometría analítica, del cálculo diferen­cial, de la mecánica, de la proyección, del metacen­tro o de la estabilidad, como a discipli­nas (no me gusta el sustantivo) alejadas de la lógica matemática y eminentemente memorísticas. Como son la docu­mentación, la información, la historia, las humanida­des, el derecho, la medicina, la política… que requie­ren por encima de todo sentido común y compren­sión de la individualidad como elemento constitutivo de un todo que en conjunto debe diri­girse a un punto llamado «felicidad».

Ya está bien de adelantos y de progreso hacia nin­guna parte. Pues lo que pide a gritos la humanidad es ya otra cosa que por otra parte es la que siempre globalmente deseó la parte de ella más despierta y saludable: una distribución racional de la riqueza producida y de los logros colectivos. Lo que desea desde las profundidades de la inteligencia racional es un progreso hacia fórmulas distributivas a tenor de la equidad, no ingenios para llegar a Marte o ci­rugías fabulosas de las que sólo se beneficiarán grupos reducidos de opulentos. Pero si la Ciencia, si la Medicina, si los laboratorios de las grandes uni­versidades, si todas las tecnologías (todo cuando calificamos de académico) se ven con el impulso in­superable de superarse, valdría la pena que con­centrasen todos sus esfuerzos no tanto en descifrar enigmas relacionados con el mundo de la materia como en los del espíritu.

Porque el verdadero progreso y la verdadera inteli­gencia residen no en la erudición sino en la sabidu­ría, no en allegar a las sociedades más artefactos que llevan camino de sepultar a la humanidad, sino en soluciones «ontológicas», soluciones que modifi­quen el «ser» capaz de evitar las guerras y la perver­sidad, que aplaquen el egoísmo patológico confun­dido con la legítima ambición de prosperar, y que detengan súbitamente la degradación absoluta de la biosfera que perfila un cercano futuro espantoso. Así es que si lo que queremos es sufrimiento y desespe­ranza y blindar los males de la sociedad occidental, no hay más que seguir aprendiendo para obedecer a quienes no hacen más que procurarnos ramilletes de espejuelos…

(Por ejemplo, ahora mismo y bajo los auspicios del Banco de España se van a celebrar unas jornadas de educación financiera. Ahí es nada. El postulado principal es que si no estás educado «financiera­mente» serás, seguro, un desgraciado y objeto de depredación; más desgraciado que si no tienes un euro para comprarte una baguette. Porque si estás educado financieramente, tengas o no valores, ac­ciones, depósitos, bonos del tesoro o deuda pú­blica, ya estás en condiciones de sobrevivir, tanto por debajo como por encima de tus posibilidades. Bendita educación… Pues aunque no tengas un céntimo salvo para lo básico y seas un asno, sobre todo un asno en un partido político, con una buena educación financiera siempre te podrás abrir paso como legítimo depredador. Para que tú muestres tus habilidades financieras y saques partido de tu esme­rada educación financiera, ahí tienes al menos a cuarenta millones de presas españolas potencial­mente todas para ti).

Jaime Richart, Antropólogo y jurista,

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