La carta pastoral «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile» fechada el 27 de septiembre del año en curso, es un profundo llamado de atención a la oligarquía criolla y su clase política, es un llamado a la reflexión y responsabilidad de los dirigentes sociales, la iglesia por medio de este documento vuelve […]
La carta pastoral «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile» fechada el 27 de septiembre del año en curso, es un profundo llamado de atención a la oligarquía criolla y su clase política, es un llamado a la reflexión y responsabilidad de los dirigentes sociales, la iglesia por medio de este documento vuelve a centrar la mirada en el Chile de los afligidos, endeudados, excluidos.
La misiva por mera curiosidad de la historia, se expone un día antes de la muerte de Pierre Dubois, sacerdote obrero, misionero francés de nacionalidad chilena, símbolo indiscutido de la oposición de un sector de la iglesia católica, a la dictadura del general Pinochet y su legado de persecución y muerte.
En comparación con otros documentos de la iglesia centrado en los temas sociales, suena tibio, dubitativo del impacto que puede provocar, pareciera ser que algo más de veinte años dedicados casi en exclusiva a la preocupación por los temas valóricos de cama u opción sexual, donde por añadidura muchos sacerdotes han salido trasquilados, tienen a la iglesia vacilando, sobre sus propias capacidades.
De hecho llama poderosamente la atención, la ausencia de comentarios sobre el documento, en las editoriales de los medios del duopolio, en el transcurso del fin de semana.
Sin embargo, a pesar de lo mesurado abre paso a una crítica muy severa, sobre la legitimidad de las instituciones y la labor de los partidos políticos y los últimos gobiernos de turno, la desigualdad, el desaliento y la desconfianza, como semillas de división y violencia, son elementos que han sido puestos sobre la mesa.
El fantasma de la constituyente
Uno de los debates sabrosos del último tiempo, tiende a tratar de despejar uno de los elementos más controversiales de nuestra arquitectura política, sin duda La Constitución de 1980, a pesar de los maquillajes y otros añadidos en los años de La Concertación, no llenan el paladar ni siquiera de muchos de sus llamados seguidores.
Lo que se debe tener en cuenta, pese a las críticas e incluso al descrédito ciudadano de nuestra «carta fundamental» es que su transformación exige dos premisas diferentes y que por desgracia no se encuentran a nuestro alcance, por una parte un respaldo ciudadano tan poderoso que permita presionar de tal modo a la clase política que no haya otro camino que el de ceder a la idea de una asamblea constituyente o reformular La Constitución bajo otras variantes.
Un segundo camino es el del acuerdo previo, donde los partidarios del régimn, se abran a la posibilidad de permitir cambios profundos. Lo cierto es que en una u otra alternativa, las transformaciones no se pueden hacer negando a una minoría que cuenta con el poder económico y político.
Ahora bien, las trabas existentes, tanto políticas como institucionales, no pueden avalar la imagen construida por el Senador Escalona, de acusar a quienes buscan esos cambios de vendedores de opio. Negarse a la posibilidad de un Chile distinto, es avalar en los hechos las desigualdades, inspiradas en una constitución hecha a la medida de una oligarquía económica y cultural, como la existente en Chile.
La pequeñez del voto y la grandeza de hacer política
La preocupación esencial de hoy, de los movimientos sociales y políticos que se oponen a las medidas del gobierno de los empresarios, es si se logrará capitalizar políticamente todo este potencial social desplegado, en la medida que las principales municipalidades del país pertenezcan a la Alianza por Chile, será imposible impulsar ideas que vayan en beneficio del problema profundo de la educación y salud, existente. En la medida que las decisiones más directas de la población, sean entregadas a la lógica del clientelismo, con alcaldes y concejales que promueven abiertamente el voto utilitario, no se podrán sentar las bases de una alteración profunda de la realidad.
El mundo estudiantil, tiene la oportunidad histórica de provocar un vuelco de proporciones en el mapa electoral, existirán los porfiados de siempre que seguirán creyendo en la inutilidad del voto, en su pequeñez e insignificancia, por sobre la gran política.
La grandeza de los movimientos sociales y políticos, se da si son capaces de transformar su poder social y ciudadano, en decisión en las urnas. Así lo demostró el Frente Sandinista de Liberación Nacional, pese a la derrota electoral, fue durante años la segunda fuerza política; no dejó de lado la presión en la calle, pero mantuvo y luego logró vencer en los comicios e instalarse de nuevo en el poder, lo mismo el Frente Farabundo Martí, de la guerrilla a la cámara del voto, con un largo camino de derrotas, siendo segundos o terceros, pero manteniendo dos poderes, el de movilización y sufragio hasta que conquistó su objetivo final, esa sabiduría, los movimientos sociales emergentes en Chile no la han adquirido.
No se trata de culpar únicamente a los liderazgos emergentes, aquí existe un problema serio de legitimidad, entre los llamados partidos y movimientos de izquierda, porque la crisis de las instituciones también los abarca a ellos, de ahí la necesidad de cuidar sus liderazgos, preocuparse por la educación de sus jóvenes, asumiendo que existe un amplio margen de ciudadanos en disputa.
En sociedades semi-democráticas como la nuestra, con trabas comunicacionales y económicas, que atentan contra la limpieza de los procesos electorales, los movimientos sociales, las organizaciones políticas, si tienen la madurez suficiente, pueden provocar desplazamientos pequeños o de mayor envergadura en las cuotas de poder. Siempre que entiendan que la gran política, la de los cambios profundos, puede depender también de un acto tan insignificante y pequeño como un voto.
– Fuente: http://cronicadigital.cl/?p=6783