La historiadora alemana Heike N. Görtemaker publica un ensayo sobre la relación entre la joven y el dictador en el que acaba con la imagen de Braun de rubia tonta, amante y mujer florero del Führer
Si Eva Braun (1912-1945) llegó a decirle alguna vez a Adolf Hitler Ich liebe dich (te quiero) es algo que quedará siempre entre las paredes del búnker berlinés del dictador, su casa en los Alpes o el estudio de fotografía muniqués en el que esta joven rubia, aria y bávara de clase media tuvo su primer encuentro con el führer en 1929. No obstante, lo que sí reconocen hoy historiadores como la alemana Heike B. Görtemaker es que Braun no fue tan sólo la típica rubia tonta, el florero, la amante de Hitler o la mujer cegada de amor inocente y apolítica, capaz de suicidarse junto a él el 30 de abril de 1945 después de más de 16 años de relación.
«Tenemos pruebas de que, hacia el final de la guerra, Braun apoyó a Hitler en su locura de ser cercado por traidores. Ella se convirtió en su cómplice. […] No diría que fue una criminal, pero tampoco la mujer pasiva que, simplemente, pasaba por allí», señala a Público esta historiadora.
Las pruebas de las que habla Görtemaker se encuentran en su libro Eva Braun. Una vida con Hitler (Debate), que acaba de salir publicado en español y que ya causó cierta polvareda hace un año en Alemania. En su mayoría son cartas enviadas a su hermana en 1945 en las que Braun insiste en que se guarde toda la correspondencia entre Hitler y ella. También han quedado 22 páginas de su diario personal y las fotos y películas que se hicieron en el Berghof, en las cuales la chica rubia que quería ser fotógrafa mostraba a Hitler como un amante de los niños y un cuidadoso hombre de familia.
«Ella formaba parte de la maquinaria de propaganda. Al contrario de las representaciones que se han hecho hasta ahora de ella, Eva Braun debe ser entendida como parte de un grupo y como miembro del círculo más íntimo de Hitler. Y en este círculo, todos fueron testigos de lo ocurrido y todos estaban convencidos de lo que se hizo», apostilla Görtemaker, quien define sencillamente a Braun como «una defensora sin compromiso de Hitler».
Esta tesis choca con los estudios que se han hecho hasta no hace muchos años de la vida de Eva Braun y de otras mujeres que compartieron su vida con notables nazis como Magda Goebbels, Emmy Göring, Ilse Hess y Margarete Speer. Como señala Görtermaker, después de la guerra y durante 65 años, «mientras que Hitler se convertía en símbolo de la violencia, la inhumanidad, el racismo y la limpieza étnica, Braun era sinónimo de servilismo y sumisión femenina». «Las otras mujeres de los nazis pasaban como víctimas o mujeres florero. Por suerte, las nuevas investigaciones nos muestran ahora un cuadro más complejo y ya no son vistas como inocentes per se, sino que cada vez son más definidas como actores que también jugaron un papel aquellos años», añade la historiadora.
El salvador solitario
Además de su función de cómplice de Hitler, Görtemaker también intenta en este libro sondear las razones que llevaron a Eva Braun a enamorarse de un genocida y cómo pudo establecerse una relación entre una chica de clase media, que apenas tenía 17 años cuando le conoció, y un hombre que buscaba construirse la imagen de un salvador solitario, dispuesto a devolver el orgullo al pueblo alemán después de la humillación del Tratado de Versalles.
Una relación más extraña aún cuando se sabía que la familia Braun no participaba en los círculos antisemitas que por aquel entonces ya pululaban por Múnich y que incluso, la hermana mayor, Ilse, llegó a trabajar durante un tiempo en la consulta de un médico judío.
La crónica de la pareja se inicia así en octubre de 1929, cuando ambos se encontraron en el estudio del fotógrafo Heinrich Hoffmann en Múnich donde ella trabajaba. «Ese día se quedó en el local después de la hora de cierre cuando Hoffmann le presentó a un tal Herr Wolf y le pidió que fuera a buscar cerveza y leberkäse para los tres […]. Durante la comida, el extraño la estuvo devorando continuamente con los ojos y más tarde se ofreció para llevarla a casa en su Mercedes, algo que ella rechazo», escribe Görtemaker. Después llegarían más invitaciones al cine, a la ópera. Sin embargo, de aquellos primeros años, hasta 1935 en que ella se establece definitivamente en ese círculo privado del Obersalzberg alpino que él creó como segunda residencia, «apenas hay fuentes», según reconoce la historiadora.
Una relación oculta
Para ella, «en realidad, Eva Braun nunca se enamoró de Hitler. A fin de cuentas, él siempre recalcaba que vivía sólo para la política, y eso concernía también a su vida privada». De hecho, la relación entre ambos permaneció oculta ante la opinión pública hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Como afirma Görtemaker, «fuera del círculo íntimo pocos sabían de su existencia. Incluso en muchas fotos que se hicieron en el Berghof su imagen fue recortada».
No obstante, aunque no quede muy claro si Braun se vio abrumada por la erótica del poder de un hombre que en los años treinta se vio encumbrado como un dios, sí resulta evidente por sus cartas que «se esforzó por encontrar su lugar al lado de Hitler. Ella fue consciente de unir su vida a la prosperidad y la caída de aquel hombre y de seguir su camino hasta las últimas consecuencias», añade la historiadora.
¿Y él qué vio en ella? ¿Por qué el hombre solitario y de sonrisa congelada decidió mantenerla a su lado durante más de una década y media? Según las declaraciones de la secretaria del führer, Christa Schroeder, hechas tras la guerra, Braun se comportaba dentro del círculo íntimo como su esposa y su función a menudo era la de tranquilizadora de los arrebatos de su pareja. «Hitler quizá reconoció en ella a alguien que podía tener a su lado durante toda su vida, debido a unos orígenes y educación tradicional parecidos. La prefirió a ella a cualquier persona con ideas fanáticas. Y llevó su confianza hasta su muerte, casándose con ella la noche antes de su suicidio conjunto», añade Görtemaker.
A pesar de estar en las sombras, Eva Braun fue una figura con cierto poder en el ámbito del dictador y también tenía su lugar en la residencia alpina. Allí se encontraba con Magda Goebbels, Emmy Göring e Ilse Hess, quienes aunque sí tenían una función pública, en el ámbito privado su palabra quedaba por debajo de la de Braun. «Hitler controlaba las relaciones de su amiga pero en la intimidad ella marcaba el paso. Y nadie podía contradecir sus deseos», asegura la historiadora. Un ejemplo es la amistad que Albert Speer mantuvo con ella. «Él sabía que la simple amistad con Hitler no prometía la entrada al poder y al éxito. Para llegar a eso había que pasar por Eva Braun», apunta Görtemaker. Y la rubia, desde luego, ni era un florero ni de tonta tenía un pelo.
Fuente: http://www.publico.es/culturas/418915/eva-braun-fue-complice-de-hitler