Queridas compañeras y compañeros, puede pareceros distante y hasta un poco forzada esta aportación desde Euskal Herria en un acto público como es la presentación en el próximo 14 de noviembre del libro Historia de la FUCVAN , Ediciones. Trilce, Montevideo 2013, de Gustavo González dedicado a la historia de la Federación Uruguaya de Cooperativas […]
Queridas compañeras y compañeros, puede pareceros distante y hasta un poco forzada esta aportación desde Euskal Herria en un acto público como es la presentación en el próximo 14 de noviembre del libro Historia de la FUCVAN , Ediciones. Trilce, Montevideo 2013, de Gustavo González dedicado a la historia de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua. Pero a mi entender existen fuertes y directos lazos de praxis solidaria que me llevan a hacerlo y que a la vez unen al pueblo uruguayo con el vasco. Uno e imperecedero es el de la profunda camaradería entre nuestros pueblos, camaradería que quedó sellada en verano de 1994 con la sangre heroica de los dos hermanos uruguayos muertos -Fernando Morroni y Roberto Facal– en la Operación Filtro en defensa del derecho de asilo para dos exilados vascos.
Otro y no menos importante es la práctica del cooperativismo como una de las armas de resistencia popular y obrera contra la dictadura y como anuncio de lo que puede ser una de las fuerzas conscientes de avance a la sociedad socialista. Además, nuestra experiencia personal y colectiva en debates sobre el cooperativismo y otras formas de autoorganización popular realizados en varios países de las Américas, incluida Uruguay no hace mucho, y que ha creado una estrecha amistad revolucionaria entre nosotros. Y por no extendernos y como efecto de lo anterior, una inquietud teórica, política y ética por el destino de la humanidad trabajadora, enfrentada a los golpes del imperialismo.
Por todo lo anterior, cuando recibí el email de Gustavo González en el que me informaba de la presentación de su libro, le avisé de inmediato de que le enviaría una breve ponencia en la que analizaría el problema del cooperativismo en la actual crisis capitalista, partiendo de la catástrofe del Grupo Fragor, tenido como buque insignia del cooperativismo oficial, el que ha sido presentado en el mundo entero como una demostración definitiva de que el capitalismo es reformable sin lucha de clases, de que puede avanzarse a un mundo mejor desarrollando sus «aspectos positivos» y recortando paulatinamente sus «aspectos negativos» hasta reducirlos a la nada, quedándonos sólo con lo «bueno», algo parecido a cómo un taxidermista trocea y diseca una mofeta o una hiena. Voy a dividir este breve texto en cuatro partes, dando por supuesto que quien desee una mayor aclaración sobre la cuestión de los cooperativismos, sobre el papel del cooperativismo obrero en el proceso revolucionario, etc., tiene a su disposición en Internet una serie de textos al respecto.
1.-
Lo primero que quiero decir es que la gran diferencia cualitativa entre el cooperativismo de FUCVAN y el de FAGOR no radica sólo en que el primero se dedica a la vivienda por ayuda mutua y el segundo se dedicaba a los electrodomésticos, a la «línea blanca», sino también en que el primero tuvo una clara politización de izquierdas dentro de contexto de durísima lucha de clases contra la dictadura, y después de la llegada de la «democracia» tuvo que mantener su identidad de proyecto popular, radical, para resistirse a las sutiles e invisibles, o burdas y feroces formas de absorción en el sistema capitalista, o destrucción. Por el contrario, FAGOR si bien prestó ayudas sociales, culturales, económicas, etc., a las luchas del pueblo vasco, bien pronto comenzó a relajarse en su tensión, en su vigilancia, en su insistencia en la permanente actualización de unos principios cooperativistas vagos e imprecisos en lo esencial: ¿qué clase de cooperativismo practicamos?
La gran aportación del socialismo a las formas de cooperativismo previas, las que de algún modo se regían por el utopismo prosocialista y después por los principios interclasistas de Rochdale en 1844 y sus adecuaciones posteriores, fue la de definir el punto crítico de posicionamiento frente al modo de producción capitalista: el cooperativismo socialista es uno de los instrumentos del pueblo trabajador para avanzar al socialismo, y por tanto para acabar con la propiedad privada y con la dictadura del salario. Desde esta visión, el cooperativismo ha de prefigurar en su acción interna y externa algunos de los principios económicos, políticos y éticos de la sociedad futura, empezando por la democracia socialista y antipatriarcal en la vida interna del cooperativismo, democracia radicalmente contraria a la democracia burguesa patriarcal y racista.
La prefiguración de algunos principios socialistas, por ejemplo, el de no explotar a otros trabajadores no cooperativistas mediante relaciones laborales y socioeconómicas capitalistas, es uno esencial e irrenunciable. Tampoco debe «jugar en bolsa» para aumentar sus ganancias. El cooperativismo socialista no puede ni debe invertir ninguna ínfima parte de sus beneficios en la compra o participación en otras empresas para obtener más beneficios con su explotación directa o indirecta. La cooperativa socialista ha de apoyar las luchas obreras y populares, las huelgas y las resistencias sociales, ha de dedicar parte de sus beneficios al debate teórico-político y cultural, ha de abrir sus locales a la vida vecinal y ha de potenciar la autoorganización del pueblo trabajador. Ha de practicar el intercambio justo y equitativo a escala internacional optando por relacionarse con los pueblos oprimidos y empobrecidos que luchan por su emancipación. Ha de impulsar el máximo reciclaje, el mínimo despilfarro y contaminación y tender hacia la emisión 0 de CO2, como primeros pasos para la economía ecológica antiimperialista. Y así más cosas…
Es obvio que para llevar a la práctica estos principios dentro del capitalismo neoliberal actual es imprescindible tener una alta conciencia ético-política y una formación teórica suficiente, sin las cuales es extremadamente difícil resistir los crecientes ataques de la burguesía contra el cooperativismo socialista; del mismo modo que para ser un cooperativista «normal», es decir, dentro de los principios ideológicos interclasistas y reformistas, sólo hace falta una conciencia media que sustente una práctica democraticista abstracta, solamente válida en la medida en que se mantenga la situación socieconómica y política «normalizada», es decir, en la medida en que no se haya entrado en una fase de crisis capitalista. Esto nos lleva al punto siguiente.
2.-
Lo segundo que quiero decir es que, a mi entender, la FUCVAN tiene el mérito y la cualidad de luchar en un área cotidiana fundamental para avanzar hacia espacios de contrapoder, zonas, islas y pequeños archipiélagos de pre o proto socialismo –sin profundizar ahora en esta cuestión– que pueden debilitar mucho el poder capitalista en uno de sus puntos más críticos: el de las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo fetichizada y alienada; mientras que el Grupo FAGOR, como la mayoría inmensa del cooperativismo oficial, sólo actúa en el área de la producción de bienes de consumo duradero o fugaz. ¿Qué quiero decir? Pues que el cooperativismo de vivienda de ayuda mutua permite, según lo he confirmado in situ, organizar espacios vivenciales cotidianos casi completos, es decir, que abarcan casi toda la vida colectiva e individual porque en la cooperativa se nace, se divierte, de sufre, se alimenta, se debate, se comparte, etc., y según esté desarrollada incluso se trabaja en ella sin tener que trasladarse a otra cooperativa o empresa capitalista exterior.
En estas relaciones casi globales hay o debe haber dos puntos centrales: la permanente democracia asamblearia, horizontal, que dirija colectivamente la marcha de la cooperativa y sus intensas relaciones con el exterior, con la barriada, con la ciudad, con otras cooperativa y empresas, etc. No podemos analizar ahora en detalle cada uno de los dos puntos críticos, pero ambos son decisivos para que la cooperativa de vivienda de ayuda mutua sea una fuerza consciente de emancipación. Si se practican, la cooperativa integral de vivienda puede llegar a ser un foco irradiador de autoorganizaión popular dentro de lo posible en el capitalismo neoliberal y represor actual, pero en creciente pugna contra él. La fuerza emancipadora de este cooperativismo integral es tremenda porque ataca, como hemos dicho, a una de las bazas del poder burgués: la separación absoluta entre el área de la producción, del trabajo asalariado, o «vida pública», y el área de la reproducción de la fuerza de trabajo sumisa y dócil, o «vida privada».
De hecho, este cooperativismo que tiende a la integralidad es un antiguo y difícil sueño de la humanidad explotada, un sueño permanente que por su fuerza emancipadora es atacado sin cuartel por todas las clases explotadoras. Educar desde la primera infancia en valores colectivos, proto o presocialistas, valores practicados en la vivencialidad de la cooperación en el lugar de la vida diaria, de la ayuda mutua y de la superación de las escisiones entre el trabajo manual y el intelectual, etc., siempre en integración con otras luchas, esta práctica es inaceptable por la burguesía. Para comprender la potencialidad del cooperativismo de viviendas basta decir que el problema de la vivienda tiene su raíz esencial en la propiedad privada del suelo, del capital en su conjunto, y que la superación histórica de este problema exige acabar con la propiedad privada. En la medida en que las cooperativas de vivienda de ayuda mutua rompen con la propiedad privada del suelo y a la vez facilitan el avance en prácticas de cooperación comunal, de enraizamiento en los bienes comunes y colectivos, colectivizados al menos en esa cooperativa, en esa medida son una de las fuerzas emancipadoras más peligrosas para todo modo de producción basado en la propiedad privada.
Por su parte, el cooperativismo que sólo se limita a la producción debe superar ese abismo introducido por el poder. Los cooperativistas normales suelen dejar de «pensar cooperativamente» cuando salen de su empresa y se trasladan a su vivienda, en donde se convierten en «simples ciudadanos», en la mayoría inmensa de los casos. Peor lo tiene el cooperativismo de consumo, por lo general menos concienciado y más oportunista e individualista que el de producción. El Grupo FAGOR y Mondragón Corporación, en nuestro caso, están atrapados por esa tenaza burguesa que rompe toda visión crítica y coherente de la sociedad capitalista. Es cierto que existen algunas pocas cooperativas de vivienda pero no en el sentido de la FUCVAN. Es cierto que Grupo FAGOR y Mondragón Corporación también han ayudado y ayudan social y nacionalmente en algunas necesidades del pueblo vasco, pero nunca en el sentido del cooperativismo socialista. La práctica histórica muestra que el grueso del cooperativismo vasco, tan afamado, es pasivo e indiferente con respecto a las contradicciones irreconciliables del capitalismo y a la opresión nacional de clase que sufre Euskal Herria.
Nos referimos a las contradicciones antagónicas y a la opresión nacional d e clase y de sexo-género, es decir, al núcleo del problema, las contradicciones que exigen para su resolución una coherencia política y ética dispuesta a asumir riesgos y costos superiores a los «normales» porque más pronto que tarde terminan chocando con las fuerzas represivas. No nos referimos a las contradicciones secundarias, no antagónicas, las que pueden resolverse con reformas más o menos duras o blandas para la clase dominante, pero reformas al fin y al cabo. Sabemos de qué hablamos. Por ejemplo, hemos reconocido varias veces las ayudas del cooperativismo normal, y aplaudimos los considerables sacrificios económicos que varios miles de otros cooperativistas han hecho durante meses para ayudar a sus compañeros de FAGOR: un ejemplo elocuente de las virtudes de ayuda mutua inherentes a la mayoría del cooperativismo. Pero el movimiento obrero y sindical no cooperativista también ha dado y da ejemplos idénticos, incluso más duros y arriesgados porque los asalariados no tienen tantos recursos legales de conservación de los puestos de trabajo, están menos protegidos contra las disciplinas laborales, contra la represión patronal en su conjunto, etc., y a pesar de ello, y por ello, dan ejemplos impresionantes de lucha y solidaridad obrera y popular como se ha demostrado durante décadas y especialmente desde la crisis de 2007 hasta ahora.
El problema para el cooperativismo oficial radica en otra parte, a saber, su posicionamiento frente al poder capitalista en su expresión fundamental, la propiedad privada de las fuerzas productivas, y en sus dos estructuras básicas para mantener la propiedad capitalista: el mercado mundial y el Estado burgués. Esto nos lleva a la tercera cuestión.
3.-
Lo tercero que quiero comentar es que la crisis de FAGOR nos remite al poder de la propiedad, del mercado y del Estado sobre el cooperativismo oficial, por inicialmente democrático que llegase a ser. Desde que se rompió el secretismo burocrático de una administración que había funcionado por su cuenta, empezaron a oírse comentarios autocríticos y sinceros, pero tardíos, de trabajadores cooperativistas que reconocían haberse desentendido del ejercicio de sus derechos y obligaciones de control asambleario y democrático, a pesar de que existía una significativa presencia de cooperativistas de izquierda que llegaron a acceder a puestos de dirección. No nos encontramos ante ningún problema realmente nuevo. La tendencia a la baja en la participación activa y dirigente de los cooperativistas es una especie de ley que se cumple generalmente en los largos y tediosos períodos de «normalidad», y que se convierte en su contraria, en la tendencia a la participación activa y crítica, también autocrítica, cuando surge la crisis y empiezan a retroceder los beneficios.
En el caso de FAGOR, la crisis económica ya venía de antes pero ha sido mantenida en el más oscuro de los secretos hasta que ha sido imposible seguir ocultándola, pero entonces ya era demasiado tarde y la tendencia a la recuperación de la participación de los trabajadores no ha tenido tiempo alguno para evitar la catástrofe. Bajo un diluvio de rumores y sospechas de todo tipo sobre por qué y para qué se ha mantenido ese antidemocrático silencio, que niega de raíz todos los principios del cooperativismo por reformista que sea, el malestar de bastantes de los trabajadores está alcanzando cotas idénticas al de los de empresas capitalistas en la misma situación de cierre y desmantelamiento.
La tendencia a la pasividad de los cooperativistas en períodos de «normalidad» ha facilitado sobre manera la agudización subterránea e imperceptible durante excesivo tiempo de las contradicciones arriba expuestas: la decisiva, que el cooperativismo oficial no puede sostenerse mucho tiempo en períodos de crisis si no define abiertamente qué opción toma ante la propiedad privada. No se tiene por qué renunciar a la propiedad cooperativa, colectiva, pero sí puede, y así ocurre, empezarse a aplicar leyes capitalistas en el proceso interno, a la vez que las aplica externamente con otras empresas que adquiere. Sobre estas dos fallas abisales –la participación decreciente y la creciente asunción de normas capitalistas– se han ido desarrollando las otras dos, que funcionan al unísono porque son necesitan mutuamente: la aceptación incondicional de las «leyes del mercado mundial» y la aceptación incondicional del poder del Estado burgués, en este caso el español y en medida cualitativamente menor el gobiernillo autonómico vascongado, que es una descentralización administrativa bajo control último del Estado español.
Una vez que una cooperativa es fagocitada por la espiral, por el remolino capitalista, sólo tiende dos opciones: o asumir su destino como empresa cooperativa que a la fuerza ha de recurrir a la explotación asalariada directa o indirecta, o entrar en crisis. Ya en este agujero negro que todo lo absorbe, para evitar la crisis sólo tiene una alternativa incierta e insegura: aceptar cada vez más la dictadura del mercado, como cualquier otra empresa capitalista no cooperativista. Le queda la alternativa desesperada de intentar salirse del remolino, de la trituradora capitalista buscando convertirse en cooperativa socialista. Pero si toma este camino lo más probable es que un sector de los cooperativistas abandones el proyecto, con la descapitalización que ello acarrea; y es más probable que bien pronto surja problemas serios con otras cooperativas normales que pueden negarse a conceder ayudas, etc., con cualquier excusa. Por último, es totalmente seguro que en la medida en que esa cooperativa avance en su transformación socialista empiece a chocar con la burguesía y con su Estado, que en ningún momento aceptarán que una parte de la clase trabajadora de un paso tan significativo, tan pedagógico para otros trabajadores y tan revolucionario. Llegamos, por tanto, al problema del poder, la cuarta y última cuestión.
4.-
Lo cuarto y último que quiero comentar es que cualquier cooperativismo necesita el apoyo del poder socioeconómico, político y cultural que se identifica de algún modo con sus objetivos. Sabemos que dictaduras burguesas han apoyado el cooperativismo conservador como medio de lucha contrarrevolucionaria en el seno de la clase trabajadora. Según sean los contextos y las perspectivas económicas, fracciones de la burguesía en países imperialistas presionan para que el cooperativismo oficial está circunscrito a áreas reducidas, o al contrario, que se convierta en una especie de esponja legal que permite a empresarios en apuros deshacerse de sus negocios endosándoselos a los trabajadores o recibiendo ayudas y subvenciones a las cooperativas integradas en redes dependientes de grandes empresas. El cooperativismo socialista, autogestionado, también necesita de un poder que lo impulse y lo incluya en una planificación estratégica para resolver las necesidades del pueblo trabajador, pero al no existir ese poder popular ha de enfrentarse al «mercado mundial», mejor decir imperialismo, con los medios de la conciencia y de la autoorganización populares.
Como hemos dicho, bajo un diluvio de sospechas y rumores, la clase trabajadora vasca asiste cada vez más enfadada al proceso de liquidación y cierre de una cooperativa como FAGOR que hasta no hace mucho tiempo fue el orgullo del interclasismo reformista. Ahora le han puesto la soga al cuello y la han tirado al vacío. ¿Por qué? Sin caer en elucubraciones sobre diversas causas que se irán conociendo con el tiempo, lo que sí es cierto es que la burguesía vasco-española ha optado por buscar la mejor ubicación posible en el nuevo reordenamiento de la jerarquía imperialista mundial desde sus actuales posiciones muy secundarias en el euroimperialismo. Ello le obliga a deshacerse de toda aquella industria que no cumpla con los requisitos de alta rentabilidad y de sumisión y docilidad de sus trabajadores para dejarse explotar brutalmente. Le obliga también a buscar los beneficios fáciles e inmediatos en la economía de servicios, turística, etc., aun a costa reducir el peso de la economía productora de valor, que es la decisiva a medio y largo plazo. Y por no extendernos, le obliga a primar el beneficio financiero sobre el industrial. Pero es una «dulce obligación».
¿Qué opciones tiene el movimiento obrero en general y el cooperativista en concreto? El primero debe asumir la defensa incondicional de los cooperativistas abandonados a su suerte, sin caer en mezquindades sobre el pasado. Destruir FAGOR envalentona a la burguesía y muestra su decisión de aplastar a quien sea, y eso no se puede permitir. En cuanto al cooperativismo normal, oficial, hay que discernir entre, por un lado, sus miembros conscientes, que han apoyado con sus sueldos a FAGOR como hemos dicho, y que deben reflexionar teórica, política y socialmente sobre la realidad y el futuro del cooperativismo interclasista en medio de la pavorosa crisis actual; y por otro, el sector que opta abiertamente por el sistema explotador y opresor. Naturalmente, en la mitad, entre ambos extremos, está la mayoría dubitativa y desconcertada, temerosa en cierta medida porque ve cómo puede explotar la burbuja en la que ha vivido, que debe ser ganada en el debate teórico-político liderado por la izquierda independentista vasca.
Es urgente dar forma a un programa máximo en el que el cooperativismo y otras muchas formas de prefiguración pre y proto socialista aparezcan coherentemente integradas. El cooperativismo aislado del resto de prácticas sociales autoorganizadas no sirve apenas de nada. Varias compañeras y compañeros que a buen seguro estarán presentes en el acto, el mismo autor del libro, y otras personas queridas, han asistido conmigo a debates muy enriquecedores sobre este decisivo paso teórico y político. Igualmente ha ocurrido en varios países latinoamericanos y caribeños; además en las librerías y en Internet están disponibles valiosas investigaciones al respecto. En la medida en que se retrase este avance, en esa medida la burguesía irá tomando ventaja sobre nosotros. Se que la presentación del libro de Gustavo González acelerará y cohesionará el aprendizaje colectivo y su síntesis en forma de una praxis más adecuada a las necesidades de la humanidad explotada.
Termino diciéndoos que tenéis todo el apoyo del pueblo trabajador vasco, de la misma forma que sabemos que nosotros tenemos el vuestro, el inestimable apoyo del pueblo uruguayo, al que tanto debemos por su heroísmo y coherencia internacionalista.