Como en una escenificación teatral, el dramatis personae está dispuesto. El juez díscolo, en el banquillo; los muy leales magistrados -al Caudillo, a Dios y a España, según parece-, dispuestos a la suspensión y al procesamiento. La extrema derecha afila los cuchillos. No había remedio. Era evidente que, antes o después, alguna vez, alguien tenía […]
Como en una escenificación teatral, el dramatis personae está dispuesto. El juez díscolo, en el banquillo; los muy leales magistrados -al Caudillo, a Dios y a España, según parece-, dispuestos a la suspensión y al procesamiento. La extrema derecha afila los cuchillos.
No había remedio. Era evidente que, antes o después, alguna vez, alguien tenía que ser llevado ante la justicia en este país ante todos los crímenes de lesa humanidad, violaciones de los derechos humanos y demás aberraciones del genocidio franquista, el último genocidio negado del siglo XX.
Así que, tan carpetovetónicos y ufanos como siempre, hemos decidido llevar al juez que intentó juzgar a los verdugos.
Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos del Callejón del Gato dan el esperpento: España -el colapso en cadena de nuestro entero sistema de justicia ante los crímenes del franquismo- como deformación grotesca de la civilización europea, ya se sabe, Max Estrella dixit.
Deformemos, por tanto, también nosotros, con Don Ramón, la expresión en el mismo espejo que nos viene deformando las caras desde la transición ejemplar de las 150.000 personas en fosas clandestinas, los asesinatos y robos convalidados -vaya, se dice que aquello tambien eran juicios- y los miles de ‘niños perdidos’; la transición ejemplar de las elecciones a Cortes Constituyentes con la Izquierda Republicana del Presidente Azaña y la Unión Republicana del Ministro Giner de los Ríos, prohibidas… que una cosa era legalizar a unos comunistas muy simpáticos en las elecciones de 1977, y otra muy distinta a los partidos republicanos, acaso más conservadores ellos… pero demasiado republicanos al parecer. Mira que si de verdad se llega a permitir elegir entre un Estado monárquico y otro republicano… era mucho más seguro elegir entre la monarquía y la nada para que en el país de la noble osadía y la Segunda República española el reestablecimiento
A fin de cuentas a cualquier partido político le puede pasar lo de ser legalizado un poco más tarde de la cuenta y perderse una Constitución española; démosles por perfectamente representados por Falange y por el resto de grupúsculos de la extrema derecha a los que sí se permitió participar, en cambio, sin pega alguna; mientras Acción Republicana Democrática Española continuaba en su largo exilio forzado.
Todo de lo más legítimo y, vaya, seguro que más o menos lo que se entiende por principio de elecciones libres y justas en Naciones Unidas… y no digo entonces, no, que era todo tan difícil, sino ni siquiera ahora que, una vez pasado el apuro del 78, ya tenemos este magnífico Estado de Derecho monárquico, y esta judicatura tan juramentada con los viejos tiempos -efectivamente, la joya de la corona-. Y claro, la verdad que da que da fatiga ponerse a organizar referéndums constitucionales, en igualdad, paz y libertad, y dejando participar -a tiempo esta vez-, incluso a los partidos históricos del republicanismo español… aunque quizás así tendríamos una República democrática o, al menos, una Monarquía elegida de verdad ante alguna alternativa.
Por el momento nos tocará asistir, sin remedio, a la función: con la parte más visible de lo mucho que resta del franquismo entre nosotros denunciando a uno de los pocos jueces que ha intentado juzgar sus crímenes, la menos visible enjuiciando al juzgador, y las familias de las víctimas -de fosa en fosa- buscando a sus muertos… que nuestro Gobierno y autoridades ya se encargan solitas de omitir el ejercicio de sus más elementales responsabilidades de Estado y, con ello, de omitir en este campo la misma dignidad institucional de los puestos que ocupan. Pero eso sí, le han deseado buena suerte a Garzón en estas circunstancias y, sinceramente, yo con eso ya me quedo mucho más tranquilo. El Gobierno de España ya ha cumplido con su deber.
Así que nada, en vez de ponerse el mismo celo en la aplicación de la Ley de Partidos a las formaciones que hacen exaltación y apología del genocidio y la dictadura franquista -así el artículo 9.3, «promover, dar cobertura o participar en actividades que tengan por objeto recompensar, homenajear o distinguir las acciones terroristas o violentas o a quienes las cometen o colaboran con las mismas«, «apreciando la continuidad o repetición de las mismas en la trayectoria de un partido (…)así como las actitudes significativamente repetidas de sus afiliados o candidatos», añade el 9.4-, se desarrollará ante nuestros atónitos ojos, y los del mundo entero, el caso Falange contra Garzón, aunque mucho me temo que a nuestro juez valiente le va a tocar un poco más de esa doctrina del embudo de lo justo y de lo democrático que tan bien conocen ya por desgracia los partidos republicanos y todas las víctimas del franquismo.
Y todo vuelta a empezar…
Si en Luces de bohemia el sentido trágico de la vida española sólo podía darse con una estética sistemáticamente deformada, estoy seguro que en el día después de levantarse el telón en el juicio contra Garzón Valle Inclán mismo no se referiría ya a los espejos cóncavos del Callejón del Gato, sino a los que, así las cosas, inevitablemente dejó aquel dictador «de lo atado y bien atado» en algún lugar de la Zarzuela.
«PICA LAGARTOS: ¡El mundo es una Controversia!; DON LATINO: ¡un esperpento!; EL BORRACHO: ¡Cráneo previlegiado!».
Miguel Ángel Rodríguez Arias es profesor de Derecho penal internacional de la Universidad de Castilla-La Mancha, autor del libro El caso de los niños perdidos del franquismo: crimen contra la humanidad y otros trabajos pioneros sobre desapariciones forzadas del franquismo que dieron lugar a las actuaciones de la Audiencia Nacional.
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