Ayer por la mañana se extinguió la vida de Luis Corvalán Lepe, uno de los grandes dirigentes comunistas del siglo XX, secretario general del Partido Comunista de Chile entre 1958 y 1989. Don Lucho, como afectuosamente le llamábamos sus camaradas, nació el 14 de septiembre de 1916 en Pelluco (Puerto Montt), en la provincia austral […]
Ayer por la mañana se extinguió la vida de Luis Corvalán Lepe, uno de los grandes dirigentes comunistas del siglo XX, secretario general del Partido Comunista de Chile entre 1958 y 1989. Don Lucho, como afectuosamente le llamábamos sus camaradas, nació el 14 de septiembre de 1916 en Pelluco (Puerto Montt), en la provincia austral de Chiloé, tal y como relata en su hermoso libro de memorias De lo vivido y lo peleado (LOM Ediciones. Santiago de Chile, 1997), aunque su infancia transcurrió en la localidad textil de Tomé.
Abrazó el compromiso con el socialismo cuando estudiaba para maestro en Chillán. En esta ciudad conoció a Elías Lafertte en su campaña como candidato comunista a la Presidencia de la República y en febrero de 1932 ingresó en el Partido que Luis Emilio Recabarren había fundado veinte años antes en el Norte Grande, en Iquique, rodeado de obreros de la pampa salitrera. Muy pronto destacó como militante comunista y a fines de 1937 fue llamado a Santiago para trabajar junto con Carlos Contreras Labarca, secretario general del Partido, y en el seno del Comité Central de la Federación Juvenil Comunista. El país conocía entonces una gran efervescencia política, con la creación del Frente Popular y la solidaridad con la lucha de la República Española contra el fascismo, que marcó a aquella generación de revolucionarios entre los que también se contaban Volodia Teitelboim o Salvador Allende.
En aquel tiempo Luis Corvalán entró a trabajar en el diario Frente Popular, y con la histórica victoria de Pedro Aguirre Cerda en las elecciones del 25 de octubre de 1938, pudo reincorporarse al magisterio (había sido exonerado por razones políticas dos años antes) y trabajó en Valdivia, antes de partir a Iquique para cumplir tareas políticas. Allí dirigió el legendario diario El despertar de los trabajadores, fundado por Recabarren. En 1940, pasó a las filas del Partido y empezó a trabajar en el diario El Siglo, del que muy pronto se convirtió en director.
En los años 40, el Partido Comunista de Chile conoció unos años de notable crecimiento, cuyas cimas fueron la victoria del radical Gabriel González Videla en las elecciones presidenciales de 1946, con el apoyo de los comunistas, y el 17% de los votos que alcanzó en las elecciones municipales de 1947, cuando se convirtió en la segunda fuerza política del país. Sin embargo, González Videla sucumbió muy pronto a las presiones anticomunistas y de la Administración Truman e impulsó la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, la «Ley Maldita», que en 1948 ilegalizó el Partido Comunista y empujó a sus dirigentes y una buena parte de sus militantes a la clandestinidad. Corvalán fue detenido y conducido a varios campos de concentración, entre ellos el de Pisagua.
En aquellas difíciles condiciones Luis Corvalán y la dirección del Partido Comunista supieron plantear la estrategia de unidad de acción de la izquierda y ofrecieron su apoyo al senador socialista Salvador Allende para las elecciones presidenciales de 1952 en la alianza Frente del Pueblo. Allende quedó en último lugar, con apenas el 5% de los votos, pero su candidatura trazó el camino por el que transitaría la izquierda durante dos décadas.
En febrero de 1956 Luis Corvalán representó al PCCh en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. «Tuve, pues, la oportunidad y el honor de asistir a ese histórico Congreso en el cual se denunció el culto a la personalidad y se bajó del pedestal la figura de Stalin. El hecho conmocionó al mundo entero y especialmente a los partidos comunistas, que se habían educado en la veneración de aquel hombre. La ‘desestalinización’ del Partido Comunista de Chile ocurrió sin problemas, pero no sin dolores individuales. Cual más cual menos de nosotros habíamos leído sus obras y lo mirábamos y admirábamos como representante del Partido que había abierto a la humanidad la era del socialismo y del pueblo que había aplastado al fascismo. No teníamos idea de sus crasos errores o los tomábamos como invención del enemigo» escribió en sus memorias.
En 1958, con la muerte de Galo González (quien en su informe al X Congreso del PCCh celebrado en la clandestinidad en la localidad costera de Cartagena había delineado la estrategia comunista del Frente de Liberación Nacional), don Lucho asumió la secretaría general del Partido, puesto que ocupó hasta que Volodia Teitelboim le relevó tras el XV Congreso, en mayo de 1989, ya en los estertores de la dictadura de Pinochet. Desde 1961 y hasta el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 fue senador.
Con la conducción de Corvalán y de una gran generación de dirigentes comunistas (Volodia Teitelboim, Jorge Montes, Américo Zorrilla, Julieta Campusano, Enrique Paris, Fernando Ortiz, Jorge Insunza, Orlando Millas, Víctor Díaz, Bernardo Araya, Gladys Marín…), el Partido Comunista se convirtió en la década de los 60 en el mayor PC de América y alcanzó una influencia social similar a la que entonces tenían el PCI o el PCF en Occidente. La apuesta estratégica por unir al conjunto de la izquierda en torno a un programa de profundas transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales que abriera camino a la construcción del socialismo en Chile germinó en 1969 con la fundación de la Unidad Popular, que incluía a marxistas -socialistas y comunistas-, cristianos -MAPU-, racionalistas laicos -Partido Radical-, socialdemócratas e independientes, y en la elección en enero de 1970 de Salvador Allende como candidato presidencial de la izquierda.
El 22 de enero de 1970, en el transcurso de un acto de masas en la Avenida Bulnes de Santiago convocado por el Partido Comunista, Corvalán informó al pueblo de que por fin había acuerdo en el seno de la Unidad Popular: «Trabajadores de Santiago, pueblo de la capital, queridos camaradas: salió humo blanco. Ya hay candidato único. Es Salvador Allende». Luis Corvalán y el conjunto del Partido Comunista fueron decisivos para que Salvador Allende y la Unidad Popular abrieran las puertas de la Historia aquel 4 de septiembre de 1970, hace ya casi 40 años.
Tengo encima de mi mesa el libro Camino de Victoria, que recopila los discursos de don Lucho en la década de los 60. Es un libro imprescindible para la historia de Chile, nacido, además, en la añorada imprenta Horizonte, con portada de Santiago Nattino, uno de los tres militantes comunistas degollados por Carabineros el 29 de marzo de 1985, junto con José Manuel Parada y Manuel Guerrero. En Camino de Victoria leo que el 17 de octubre de 1965, en su discurso de clausura del XIII Congreso del Partido Comunista, en el Teatro Caupolicán, Luis Corvalán aseguró que «entre socialistas y comunistas es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Esta unidad responde a los sentimientos y a los intereses de la clase obrera y del pueblo y no es cosa fácil destruirla». Y a continuación expresó la estrategia comunista frente al Gobierno de Frei, distinta a la de los socialistas: «Propiciamos la unidad de acción de las fuerzas populares y progresistas que están en la oposición o con el gobierno, en contra de las fuerzas reaccionarias que hay en la oposición y en el gobierno. (…) Estamos en la oposición y, por tanto, no apoyamos a este gobierno. Pero, sí, apoyamos y apoyaremos toda iniciativa favorable a los intereses nacionales y populares provenga de donde provenga. (…) Nada concebimos al margen de la unidad socialista-comunista, todo lo concebimos alrededor de ella. (…) El camino de la revolución es duro y escarpado. Algunos se salen de él o se desesperan y hasta culpan al pueblo de elegir gobiernos que no son suyos. Nosotros decimos que no hay más que recorrer este camino, que los procesos sociales suelen a veces ser lentos, pero que esa lentitud, si está determinada por factores ajenos a la voluntad de los revolucionarios, no es precisamente eterna. Si los revolucionarios trabajan, luchan tesoneramente y con pasión sobre el terreno objetivo en que pisan, llega el momento en que el pueblo, explotado por sus enemigos, y a veces incomprendido por gente de su propio seno, se sacude de sus opresores y, como decía Lenin, en un solo día la historia da un tranco de veinte o más años».
Busco también el libro publicado en el exilio, Chile: 1970-1973, que don Lucho me regaló cuando me recibió en su casa de San Bernardo el 4 de septiembre de 1997, durante mi primer viaje a Chile. Ahí releo, entre otros, su discurso radial de la víspera de las elecciones de 1970: «Nunca como ahora las perspectivas de victoria popular son tan grandes y de tanta significación. Mañana debemos triunfar. El pueblo será gobierno y creará un nuevo orden social». Durante los mil días de aquella singular experiencia revolucionaria, Luis Corvalán y el Partido Comunista trabajaron lealmente al lado del Presidente Allende [1].
Después del golpe de estado, Corvalán fue detenido por la dictadura y enviado a la austral Isla Dawson, junto con otros connotados dirigentes de la Unidad Popular. Pasó por otros campos de concentración, como Ritoque o Tres Álamos, hasta su canje en diciembre de 1976 en Ginebra por un disidente soviético y su partida al exilio. Antes, en las cárceles de Pinochet, tuvo que conocer la muerte en octubre de 1975 de su hijo Luis Alberto en el exilio, en Bulgaria, producto de las atroces torturas que había sufrido en septiembre de 1973 en el Estadio Nacional.
En agosto de 1977, en el primer pleno del Comité Central del Partido Comunista tras el golpe de estado, en el momento más difícil de la historia de esta organización, masacrada en 1975 y 1976 por los cuerpos represivos de la dictadura fascista, Corvalán expuso un lúcido informe político sobre los grandes méritos de la Revolución Chilena, pero también sobre los errores de la izquierda y del Partido Comunista; singularmente, habló del «vacío histórico» del Partido en su relación con las Fuerzas Armadas y la concepción del Poder. Como máximo dirigente comunista, Corvalán avaló y orientó la evolución del Partido Comunista hacia la línea política de la Rebelión Popular de Masas que a partir de 1983 alentó las grandes movilizaciones populares que cercaron a la tiranía y la indujeron a negociar una salida con la oposición moderada.
Hasta el último día de sus casi 94 años de vida, don Lucho ha trabajado y ha vivido como un comunista. Ahora estaba ocupado con la ampliación de sus memorias y en los últimos años había publicado dos libros sobre el Partido al que entregó su vida. Era uno de los miembros más estimados del Comité Central, órgano al que pertenecía desde hacía 60 años, y el pasado 6 de junio, en el acto de masas con motivo del 98º aniversario de la fundación del PCCh, su presidente, Guillermo Teillier, le había impuesto la Medalla Luis Emilio Recabarren.
Pude saludarle por última vez el 27 de junio de 2008, en el impresionante acto político-cultural que el Partido Comunista organizó frente al palacio de La Moneda en homenaje a Salvador Allende con motivo de su centenario. Don Lucho, ya muy viejito, me brindó una cálida sonrisa en aquella tarde invernal al decirle que era un camarada español, pero evidentemente no me recordaba. No recordaba que habíamos viajado juntos en agosto de 1999 a Melipilla para presentar el libro de Gladys Regreso a la esperanza. Derrota de la Operación Cóndor. Ni siquiera recordaba don Lucho que con su cálido recibimiento en su hogar de San Bernardo aquella mañana de 1997 había contribuido a que Chile y su Partido Comunista me atraparan para siempre.
[1] Véase nuestro trabajo «Desde el hondo crisol de la patria… Salvador Allende y el Partido Comunista de Chile», incluido en el número monográfico publicado por la revista Utopías/Nuestra Bandera con motivo del centenario del compañero Presidente: http://www.rebelion.org/docs/83157.pdf
rJV