Falsos positivos es una expresión criolla del post 11 de septiembre, ideada en el gobierno de Álvaro Uribe para designar las acciones, supuestamente «anti-terroristas», absolutamente falsas, pero que le sirven al régimen para lanzar cortinas de humo cuando se le presentan situaciones de alto escándalo, como ha venido sucediendo reiterativamente durante todo este mandato. Esta […]
Falsos positivos es una expresión criolla del post 11 de septiembre, ideada en el gobierno de Álvaro Uribe para designar las acciones, supuestamente «anti-terroristas», absolutamente falsas, pero que le sirven al régimen para lanzar cortinas de humo cuando se le presentan situaciones de alto escándalo, como ha venido sucediendo reiterativamente durante todo este mandato.
Esta semana, ante la gravedad de la parapolítica, la extradición de los paramilitares para silenciarlos y de las denuncias de la ex congresista Yedis Medina – quien ha venido demostrando que la segunda reelección de Álvaro Uribe es ilegítima porque se dio gracias a sobornos y delitos de cohecho – los falsos positivos han estado a la orden del día, llenando el ambiente nacional.
Como el mundo lo sabe, la Fiscalía General de Colombia – cuyo director fue hasta hace poco funcionario de la Presidencia de la República – denunció penalmente a tres congresistas nacionales, a cuatro extranjeros y a varios ciudadanos colombianos como presuntos «cómplices» de las FARC. Las acusaciones que se conocen públicamente hacen relación con contactos para concretar el acuerdo humanitario con la guerrilla y permitir así la liberación de todos los rehenes. Para el gobierno de Uribe eso es un pecado, porque él no quiere la libertad de los secuestrados sino aplastar y vencer a la guerrilla. La vida de la gente que permanece en manos de los combatientes y el atroz tormento a que están sometidos sus familiares le es totalmente indiferente. Por lo tanto, que haya gente «atrevida» que se permita gestionar un acuerdo humanitario es, a todas luces, un asunto delincuencial.
El sábado, cuando aún no se había decantado este falso positivo, recogido supuestamente a partir de la presunta información recogida en los hercúleos computadores que le atribuyen a Raúl Reyes, el Ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos, lanzó al desgaire la noticia de que el comandante Manuel Marulanda habría muerto de un infarto en marzo de este año. Esta es la onceaba vez que públicamente el establecimiento da por fallecido al fundador y jefe de las FARC. El propio Presidente dice que la noticia llegó de los servicios de inteligencia de un informante que, según él, nunca les ha fallado.
Ignoro, entonces, si se trata de un falso positivo o si la noticia es exacta, pero no puedo menos que expresar aquí un sentimiento extraño que me embarga. Es como si la potencial desaparición de Manuel Marulanda enterrara parte de mi vida personal, porque cuando uno se hace viejo se da cuenta de que va la muerte nos llega poquito a poco, a medida que desaparecen quienes con uno compartían algunos episodios de nuestra propia vida. La memoria compartida muerte con ellos.
Este sentimiento de «participar» en el recuerdo me acercaba a Manuel. Así fue cuando me reuní algunas veces con él.
En una ocasión fui al campamento de Casa Verde, cuando aún el jefe máximo era Jacobo Arenas. Jacobo y yo hablamos tres días sin descanso. Manuel casi no habló, pero con lo poco que hablamos me fue imposible contener las lágrimas, porque compartimos con gran fuerza emocional el hecho de que él y yo hubiéramos iniciado nuestro camino de lucha contra las oligarquías a raíz de la persecución de que fuimos víctimas a partir de 1948, cuando los paramilitares, creados en 1946 por el régimen de Mariano Ospina Pérez – a los que en ese entonces se les llamaba popularmente «pájaros» o «chuladitas» – comenzaron a perseguir a los gaitanistas que, en 1947 se habían hecho a la dirección del Partido Liberal. De ahí que se pensara que esa persecución apuntaba a los liberales, cuando las verdaderas víctimas señaladas eran los gaitanistas, como amedrentamiento y castigo por haber osado tomarse el aparato del partido liberal, llegando hasta las puertas del palacio presidencial, con Jorge Eliécer Gaitán como su candidato electoralmente invencible.
A mí me asesinaron a mi papá, con la complicidad y participación de la CIA, a Manuel y su familia le robaron sus tierras y pudieron salvar sus vidas porque se internaron en el monte, en gesto de autodefensa para pelear inicialmente con machetes y pistolas de fisto, porfiando a la pobreza hasta llegar a constituirse en un ejército rebelde de más de 8.000 hombres.
No es el caso hablar de mi camino político, pero sí de la comunión en la raíz de nuestras luchas. Más adelante volvimos a vernos, cuando fui invitada a dictar un seminario sobre gaitanismo a los comandantes de varios frentes, tarea educativa que se vio frustrada por una amenaza de bombardeo que nos obligó a dispersarnos.
Allí, otra vez, volvimos a invocar la raíz de nuestra lucha. Hablamos, incluso, de nuestras diferencias, que eran muchas, pero ese origen común siempre ha mantenido entre nosotros (hablo aún en presente) un hilo imperceptible de comunión. No sé si esta afirmación podrá llevar al Señor Fiscal a acusarme de «terrorista» y cómplice de las FARC. No me importa. Las nuevas generaciones deben saber de dónde nace la guerra y creo que puedo repetir hoy el título de uno de mis artículos que, como todos, ha sido poco leído y poco difundido y que llamé: «Las FARC metástasis del gaitanismo». Metástasis sí, con todo lo negativo y cruel que esto significa. No en vano pensó mi padre y lo dijo: «Si me matan, el país se vuelca». Y se volcó. Marulanda, con su capacidad de estratega y yo, con mis grandes limitaciones, somos el resultado de esa catástrofe que partió en dos la historia de Colombia y que ha llegado hasta los infiernos de Dante con el gobierno Uribe Vélez.