La profesora de la UPM y consejera de la Real Academia de Ingeniería Sara Gómez, directora del proyecto Ingeniería y Mujer, se considera «un ejemplo vivo de la dificultad de conciliar la vida personal y profesional». Ella sostiene que hay que educar en la igualdad a niños y niñas: «Creo que los hombres son parte del problema y parte de la solución».
A veces, un proyecto relativamente pequeño puede generar «un antes y un después» en un grupo de escolares. Esto es lo que pretende el proyecto Ingeniería y Mujer de la Real Academia de Ingeniería (RAI), en marcha desde hace ya tres años. Su directora y consejera de la institución, Sara Gómez, cree que es imprescindible un «gran pacto por la educación» que aborde contenidos y métodos de enseñanza para no cercenar vocaciones, especialmente las de las niñas. «Si desde que son pequeños empezamos a generarles ‘anticuerpos’ contra la Física y las Matemáticas, mal vamos».
El edificio que ocupa la RAI en pleno centro de Madrid es un espectacular palacio, quizá no muy conocido. Algo parecido le pasa a la ingeniería española -no acapara tantos titulares ni tiene sección propia en los diarios, a diferencia de otras ramas del saber como las ciencias o la tecnología-, y preocupa especialmente la falta de mujeres en general y de referentes en particular.
«Referentes de ingenieros o ingenieras no he tenido, al final creo que soy una mujer hecha a sí misma, pero ha habido personas que en mi etapa de niña y de adolescente han marcado mi vida», recuerda esta ingeniera, profesora en la Universidad Politécnica de Madrid y alma de Mujer e Ingeniería, en una entrevista concedida a este medio para profundizar en las razones de la escasez de ingenieras.
Gómez, obsesionada con la educación, tuvo la suerte de tener unos profesores que sacaron lo mejor de ella misma. Y gracias también a una cierta dosis de rebeldía. «Yo soy de un pueblo de Segovia, de una familia muy tradicional, y cuando dije que iba a hacer una ingeniería mi padre me miró raro«, comenta.
Y prosigue: «Hice mi bachillerato interna, en un colegio de monjas, las ‘Jesuitinas’ de Segovia, y ahí tuve algunos profesores -militares, por cierto- y profesoras excelentes; dos monjas, una de física y otra de matemáticas, marcaron mi vida porque eran excepcionales docentes«. Gómez habla con especial cariño de la madre María Cruz: «Esa mujer supo plantearme retos cada vez mayores, y recuerdo una maravillosa conversación con esa profesora. ‘¿Qué hago ahora, Matemáticas, Física..?’, me preguntaba yo, y ella ella me sugirió una ingeniería: ‘¿Por qué no?'».
«Cuando lo conté en casa, mi padre exclamó: ‘¡Una ingeniería! ¡Pero a quién se le ocurre! ¡Una chica en una ingeniería!’. Y a mí, como soy una rebelde, pues me pareció otra razón más para hacerlo. ‘Si tú no quieres, pues allá voy’, me dije. Y esas fueron las razones por las que entré en la escuela», explica.
Faltan ingenieras (e ingenieros)
«Éramos muy pocas; cuando yo entré en mi escuela éramos sólo dos pero bueno, yo es que ya tengo 59 años», recuerda Gómez, que reconoce que su paso por la universidad como una de las mejores épocas de su vida. «En mi colegio mayor éramos dos de Industriales, una de Naval y una de Telecomunicaciones, y el resto de chicas hacía Periodismo, Letras, es decir, carreras de humanidades. Varias estudiaban Medicina. Recuerdo que las que nos quedábamos por la noche estudiando éramos siempre las futuras médicas y las futuras ingenieras», comenta riendo, para puntualizar que también salían de copas.
Esta doctora en ingeniería industrial considera que aún existen muchos mitos en torno a estas carreras técnicas, mitos que «hay que romper». Por ejemplo, asegura que no hay ninguna diferencia entre hombres y mujeres en este campo. «Una mujer es perfectamente capaz de desarrollar el sistema de amortiguación de una moto, es una cosa normal», dice desde su experiencia. Reivindica una normalización de las mujeres en el mundo de la ingeniería. «Algunos campos, concretamente el mundo del motor y el mundo de los videojuegos, están demasiado masculinizado, son muy hostiles«, lamenta.
Gómez va más allá y da la voz de alarma no sólo por la escasez de mujeres en estos estudios, sino porque en general hay cada vez menos futuros ingenieros. «Hemos perdido estudiantes, en los últimos 15 años se ha reducido el número en un 25%, en general, chicos y chicas, y parece que nuestros jóvenes cada vez están menos interesados en hacerse ingenieros», afirma, y añade: «Tenemos pues problemas estructurales y de fondo».
«Yo soy ingeniera, de ciencias puras, porque tuve unos profesores magníficos, pero existe la otra cara, hay muchos profesores que en tempranas edades cercenan esas vocaciones científicas, de chicos y de chicas«, explica. «Tenemos que hacernos mirar la educación para cambiar los contenidos y los métodos». Esta profesora, que fue vicerrectora de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), no para de insistir: «Necesitamos un gran pacto por la educación, un gran pacto por la educación, un gran pacto por la educación…». Para ella, sin eso no hay nada.
A esta falta de vocaciones, a veces por falta de motivación, se añade la brecha de género, siempre instalada ahí. Es la doble barrera que una mujer tiene que superar, de entrada, para ser ingeniera. «Las carreras técnicas han sido tradicionalmente de hombres, es decir, había muy pocas mujeres en mi época», apunta la profesora. «Luego hubo un repunte en los años 80… Por poner un ejemplo, en esa década el 40% de los estudiantes de ingeniería informática (en aquel momento era una licenciatura) eran mujeres; ahora estamos en un 11%. En algunas titulaciones se ha ido hacia atrás«.
Para Gómez, los números son tozudos y robustos. «En este momento, están saliendo de nuestras escuelas de nuestras universidades un 23% o 24% de ingenieras mujeres, ésa es la proporción«, comenta, y añade: «Cuando analizamos el desarrollo de nuestra carrera profesional, si echamos un vistazo a los puestos de dirección o alta dirección, ese porcentaje baja a un 11% o un 12%. En ese camino perdemos talento femenino por varias razones: no entran mujeres en nuestras escuelas de ingeniería, y luego cuando salen se da otra pérdida de talento atroz, y quizá sea porque es muy complicado conciliar la vida laboral y familiar».
«Si hubiera sido varón…»
«Yo misma soy un ejemplo vivo de lo complicado que resulta la conciliación en estas profesiones; trabajaba en la empresa privada, en una multinacional, me casé, tuve hijos, y era imposible compatibilizar todo aquello porque estaba siempre viajando, incluso embarazada…», asegura. Y recuerda cómo tuvo que decidir dejar su actividad en la empresa privada y optar a una plaza en la universidad como profesora. «Esa decisión no me la hubiera tenido que plantear siquiera si yo hubiera sido un varón«, apunta.
Pese a que asegura que cuenta con el apoyo de sus compañeros de cátedra, esta ingeniera ha vivido momentos «tremendamente duros». «Tanto en la empresa privada como en la universidad, he tenido compañeros hombres que han intentado ponerme zancadillas o cortarme las alas«, comenta. «Sí he vivido algunos episodios del machismo más rancio y más desastroso, eso sí que he tenido que sufrirlo», añade. Y se refiere a la expresión «muro de las corbatas» para referirse a la enorme dificultad que tienen las mujeres por encontrar un sitio en la élite, tantas veces eclipsadas por colegas que son casi estrellas mediáticas.
Gómez aprecia que están empezando a cambiar las cosas, aunque muy lentamente. «Desde mi atalaya de profesora universitaria sigo a mis ex alumnas, y veo que llega un momento en el que se plantean cómo compatibilizar su vida personal y profesional. Y ahí creo que es crucial el papel del compañero de viaje que tengas». Por tanto, el proyecto Mujer e Ingeniería trata de educar no sólo a las niñas sino también a los niños. «Creo que los hombres son parte del problema y parte de la solución», afirma.
Para esta profesora existe también un contexto que no se puede negar. «Recientemente se han celebrado los 100 años de la llegada de las mujeres a la universidad, es decir, las mujeres accedimos a la universidad hace relativamente poco», remarca, con la ventaja que eso supone para los hombres simplemente por una cuestión de tradición.
«También creo que hay menos mujeres ingenieras porque comunicamos mal que la ingeniería tiene una clara vertiente social«, apunta, y reivindica que eso no es así. «Así como el foco de la ingeniería del siglo XX era la máquina, en el siglo XXI la ingeniería tiene como centro al ser humano, la persona, en todos sus registros». Gómez destaca con pasión que es imposible imaginar el mundo de hoy sin ingeniería, y pone por ejemplo la cantidad de tecnología que asiste a la medicina moderna. «Creo que algunas chicas que se meten en Medicina y no en ingeniería es porque quizá no ven esa vertiente», afirma entre risas.